Pocos han trasladado la violencia a las pantallas de forma tan explícita como Sam Peckinpah, director, entre otras de La cruz de hierro, La huida, Grupo Salvaje y la película que hoy comentamos.
Basada en la novela “El asedio a la granja de Trencher” de Gordon M. Williams, relata el regreso de una joven chica a su pueblo británico natal, tras haber contraído matrimonio con un endeble y pusilánime astrofísico norteamericano, más pendiente de sus estudios que de su esposa. La chica pronto es acechada por un antiguo novio, contratado al igual que sus amigos para realizar obras en su granja y cuyo gamberrismo supone un conflicto para el matrimonio, vista la indolencia del esposo para atajarlo. Un incidente provocado en el pueblo por un enfermo mental, que es atropellado y llevado por el matrimonio a su vivienda, desencadena una espiral de alcohol y violencia que lleva a los lugareños a intentar entrar por la fuerza.
Unos jovencísimos Dustin Hoffman y Susan George interpretan al atípico matrimonio que protagoniza esta opresiva cinta, mutilada por la censura en varios países, debido en especial a una escena de violación, hoy día impensable, no solo por su crudeza sino por la ambigüedad que expresa.
Constituye un fiel reflejo de los primeros años setenta, dentro de una valiente década en lo que a la cinematografía se refiere, como plasmación de una sociedad pesimista, crispada y reaccionaria contra la represión y el poder establecido.
En 2011 fue objeto de un remake que no deja de ser un mero entretenimiento bien filmado y más amable que su antecesora, alejada del genial montaje, ritmo y contundencia de la obra de Peckinpah, un director que ha expresado como nadie la hostilidad y los instintos primarios de la conducta humana, pero que siempre ha sido acusado por recrearse con una violencia, para muchos gratuita.
El título obedece a una elección del director, basado en la frase del filósofo Lao-Tse: El cielo y la tierra no tienen benevolencia, para ellos los seres sólo son perros de paja.