Bastantes miserias tenemos últimamente en nuestro país como para preocuparnos de lo que le ocurre al prójimo en otros lares, pero no podemos permitirnos mirar tan solo de reojo en relación a lo que está sucediendo en Estados Unidos de América.
La brutalidad de un policía blanco de Minneapolis ha generado una convulsión social en Norteamérica que no se recordaba en mucho tiempo.
La causa, el fallecimiento del afroamericano George Floyd, tras la prolongada asfixia provocada a medio de una controvertida práctica de inmovilización, por la que se ejerce presión con la rodilla en el cuello del arrestado.
Su supuesto delito, el haber intentado pagar con un billete falso de veinte dólares.
Gran parte de la ciudadanía ha tomado las calles en plena pandemia, para mostrar su hartazgo contra lo que considera racismo institucional o sistémico frente a las minorías raciales, en especial la raza negra.
Las protestas han encontrado como respuesta una contundencia policial, que en ocasiones debe calificarse como abusiva, bajo las directrices despóticas de Donald Trump, un Presidente que ve peligrar un segundo mandato en la Casa Blanca, tras una deficiente gestión de la crisis sanitaria, que puede echar por tierra los estupendos resultados económicos logrados durante su controvertido cuatrienio.
Después de incendiar las redes sociales, como acostumbra , el populista mandatario no solo ha tenido como últimas ocurrencias las de retratarse biblia en mano delante de una iglesia cristiana o refugiarse en un bunker durante las protestas cercanas, sino que ha advertido con desplegar al ejército si los gobernadores no recurren a la Guardia Nacional y aún mantiene su idea de calificar a los integrantes de las manifestaciones como antifascistas y susceptibles de ser considerados oficialmente como terroristas.
Cierto es que muchos han aprovechado las concentraciones masivas para provocar a las fuerzas de orden público, derivando en violentas algaradas, de las que muchos han sacado partido a medio del pillaje en los comercios, pero en su gran mayoría las protestas han sido pacíficas, aunque imprudentes, cuando no se respetan las medidas imprescindibles para evitar contagios.
El eco de la ira callejera ha resonado en otros ámbitos, y son ya muchas las celebridades del mundo del deporte y del espectáculo quienes han mostrado su apoyo al movimiento social de protesta que se sirve de los lemas “Black lives matter” (las vidas negras importan) y “I can´t breathe” (No puedo respirar) últimas palabras de una desesperada persona a punto de morir por asfixia y que coinciden con las de otro afroamericano fallecido en 2014 en similares circunstancias, Eric Garner.
Esperemos que el líder mundial, Donald Trump, intente apagar las llamas en vez de avivarlas y que, de ser reelegido, promueva iniciativas para erradicar esta lacra social de su país y que no queden en nada sus palabras de 2017, con motivo de los graves incidentes acaecidos Charlottesville, cuando un conductor atropelló a una multitud que se oponía a una concentración de supremacistas blancos:
«El racismo es el mal. Y aquellos que provocan violencia en su nombre son delincuentes y rufianes, entre ellos el KKK , los neonazis, los supremacistas blancos u otros grupos de odio, que son repugnantes».
E igualmente sería deseable que desde ciertos ámbitos se evitara el ejercicio de cinismo , propio de quien trata de sacar rédito político en contra del poder establecido, máxime cuando hasta la fecha no ha movido un solo dedo por la causa, dentro del clima de violencia que asola los más barrios más desfavorecidos de Norteamérica, habitados por latinos y ciudadanos de raza negra.
Y es que si bien en los primeros días resultaba impactante ver a policías que se arrodillaban frente a la multitud para mostrar su solidaridad con la familia de Floyd y pedir perdón por la conducta del agente policial, que actualmente se encuentra prisión y pendiente de ser procesado, probablemente por asesinato, cierto es que ese gesto simbólico se ha llevado al paroxismo al ser imitado por muchos en una petición de clemencia, que otros han entendido absurda, por desproporcionada.
Pero es que además, en el colmo del absurdo las siempre poderosas redes sociales se haya presionado a cadenas de televisión como la H.B.O para retirar películas que se entienden racistas, como la mítica “Lo que el Viento se llevó” o se califique de supremacista la obra literaria de Tolkien.
Y ha sido tal la desmesura de llevarlo todo de un extremo a otro, que ya han sido varias las estatuas, como la de Cristobal Colón, que han sufrido actos vandálicos.
Esperemos que el conflicto no siga por otros radicales derroteros como el yihadismo, que puede aprovechar la situación para promover nuevos atentados, como proclamación de una guerra racial en contra de la mayoría blanca occidental.
Estaremos pues atentos al devenir de unos acontecimientos que ha obligado a que rija el toque de queda en muchas de las ciudades donde han existido manifestaciones, que han derivado en enfrentamientos violentos y varios fallecidos, entre ellos varios ciudadanos asesinados por otro afroamericano, precisamente por ser blancos, según su confesión.
Todavía, al finalizar este artículo, teníamos conocimiento de un nuevo fallecimiento de otro afroamericano que había sido abatido por la policía de Atlanta; el conflicto, pues, perdura y lo hará durante algún tiempo, pues la herida no se ha cerrado, ni mucho menos.
Quizás una sociedad tan compleja como la norteamericana, que se vanagloria de albergar la cuna de la democracia moderna y del respeto de las libertades y derechos civiles, deba dejar de mirarse al ombligo y sí al espejo para reflexionar, tras cuatro siglos desde la primera llegada de esclavos a las colonias.
En nuestro país, afortunadamente, no existe tal caldo de cultivo para la proliferación de episodios similares de discriminación racial, ya sea por abuso de la policía o de cualquier ciudadano.
Cierto que aún resulta difícil la convivencia entre la etnia paya y gitana, pero debemos a acudir a causas distintas de las raciales para entender la marginación que pueda existir de la primera a la segunda, quizás asociada a atávicos motivos culturales y sociales en base a una generalizada e injusta creencia de que la gran mayoría de los gitanos actúan por sistema al margen de la ley.
Tampoco examinaremos ahora el fenómeno de la xenofobia, existente en contra del colectivo inmigrante, que puede englobar actitudes racistas, aunque no necesariamente.
Porque si hablamos de racismo, en puridad hay que referirse a la defensa a ultranza de la supremacía de la propia raza frente a las demás, a las que se margina y acosa por considerarse inferiores.
Ya nos hemos referido en otra publicación del blog a la circunstancia agravante de la responsabilidad penal, por discriminación. Y el racismo es uno de los motivos previstos en el artículo 22 del código penal.
En este sentido, traemos a colación un grave episodio sucedido en Alcalá de Henares en el año 2007, cuando a la salida de un bar de copas, tras generarse un absurdo enfrentamiento entre un español con el ciudadano congoleño Miwa Buene, con ocasión de haber pedido el primero un cigarrillo al segundo, derivó en una brutal y alevosa agresión del ciudadano español, que dejó tetrapléjico y postrado de por vida en una silla de ruedas a Miwa, resultando el primero condenado por sentencia de 28 de junio de 2010, dictada por la Sección Décimo Séptima de la Audiencia Provincial de Madrid, a la pena de diez años de prisión, debiendo indemnizar a la víctima en la suma de algo más de un millón y medio de euros.
Y fueron sus palabras y actitud las que se tuvieron en cuenta para agravar la responsabilidad por discriminación racista, que el Tribunal define como menosprecio, desconsideración y humillación que se dirige contra la persona que forma parte de una minoría racial cuando se la insulta y se la golpea por el solo hecho de pertenecer a la misma.
Primero, diciéndole a la víctima: «puto negro, puto mono, tu sitio no está en este país». «Tu sitio es el jardín zoológico con tus compañeros” y después, manifestando sus protestas ante el despliegue policial por haber “ dado una hostia a un negro «
Como siempre decimos, la sociedad siempre se conmueve y responde, cuando percibe los hechos a través de los medios de comunicación, y no cabe duda que el deporte en nuestro país, y más concretamente el fútbol, es uno de sus mayores reclamos.
Afortunadamente, lejos quedan en el tiempo lamentables episodios protagonizados por algún dirigente de infausto recuerdo, que lejos de dar ejemplo a sus socios, alentaba el odio y racismo con sus declaraciones “en caliente”, tras perder un partido.
Penosas situaciones vividas por conocidos futbolistas de primer nivel como N`Kono,Valencia,Dario Silva, Wilfred, Roberto Carlos, Etoo, Wanchope, Ronaldo, Kameni o Dani Alvés, sufrieron las iras racistas de infames aficionados, incluso seguidores de sus propios equipos, con burlas elevadas a categoría de graves insultos y vejaciones tales como arrojar plátanos o cacahuetes a los jugadores.
No obstante, aún se siguen dando penosas situaciones en algunos estadios, por insultos racistas de aficionados frente a los jugadores, que han de enmarcarse dentro del delito de odio, como vestigios de comportamientos radicales, que afortunadamente ya han quedado colectivamente erradicados en relación a los grupos de seguidores ultras, antaño sobreprotegidos por los propios clubs.
Y curiosamente había sido un entrenador extranjero, el holandés Guus Hiddink, quien dio una lección a toda la ciudadanía española, cuando en 1992 exigió a un empleado de su club, el Valencia, que retirará de la grada un bandera con un símbolo de la mayor aberración racista de la historia de la humanidad: la esvástica nazi.
Tampoco ayudaron en 2004 las impetuosas arengas del por entonces veterano entrenador y seleccionador de fútbol de la Selección Española, Luis Aragonés, al motivar en un entrenamiento al tristemente fallecido jugador José Antonio Reyes, que por entonces debía enfrentarse al equipo Francia, y cubrir al jugador negro Thierry Henry.
Y de momentánea crisis diplomática pudo hablarse poco después, cuando en noviembre de 2004, varios aficionados protagonizaron otro penoso episodio al imitar el sonido simiesco, cada vez que algún jugador de raza negra de la selección de Inglaterra tocaba un balón en el partido disputado frente a España en el estadio Santiago Bernabeu de Madrid.
No se hizo esperar la indignación del Gobierno británico y de su Primer Ministro, Tonny Blair, y desde la prensa del Reino Unido se inició un feroz ataque en contra del comportamiento racista de los aficionados españoles.
«¿Ya estás feliz, Luis?», rezaba el titular del Daily Mail , en referencia a Luis Aragonés.
Pero el hecho que pudo marcar un antes y un después fue lo sucedido en el Estadio de la Romareda de Zaragoza en 2006, cuando el camerunés Etoo estuvo a punto de abandonar el estadio, tras recibir insultos desde la grada; si bien es cierto que el árbitro recurrió en parte al protocolo de actuación que exigía la Federación Española y la Liga profesional y pudo suspender el partido, fue el solidario comportamiento de Ewerthon, jugador brasileño del Zaragoza al sumarse en su intención de secundar a Etoo, lo que conmovió a éste para recapacitar y permanecer en el campo.
Muchos han insistido en que Etoo perdió una magnífica ocasión para que existiera una efectiva sensibilización de la sociedad, por encima de los intereses que priman en una competición deportiva de élite, que debe evitar los perjuicios económicos que se suspendan sus encuentros.
Pero fue el propio futbolista camerunés, quien metería el dedo en la llaga al apuntar en una rueda de prensa, a preguntas de un periodista, que los comportamientos racistas eran una norma habitual en la sociedad, alejada del foco mediático de los jugadores profesionales que puntualmente pudieran sufrir tales comportamientos de los aficionados.
Con la Ley 19/2007, de 11 de julio, contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte, ciertamente se plasma todo lo que hasta la fecha parecían buenas intenciones, si bien es cierto que aún no se ha suspendido ningún partido por comportamientos racistas de sus aficionados
Y es que tan solo podemos hablar de un mero amago, cuando en agosto de 2016 el árbitro interrumpió durante varios minutos el partido que enfrentaba al Sporting de Gijón contra el Athletic de Bilbao en el Estadio del Molinón, tras escucharse la imitación del sonido de un mono, cuando el delantero vasco Iñaki Williams disputaba el balón.
Desgraciadamente, hace unos meses, poco antes de interrumpirse la competición por motivo de la pandemia, el propio Iñaki Williams fue nuevamente objeto de insultos racistas, durante el partido que se disputaba entre el Espanyol y el Athletic de Bilbao en el estadio Cornellà-El Prat de Barcelona.
De ironía puede hablarse, cuando en 2014, el siempre estrafalario jugador de fútbol brasileño Dani Alves protagonizó un curioso episodio que generó la difusión de varios videos en las redes sociales, como reto viral, para reírse de unos aficionados que le habían arrojado un plátano desde la grada.
Ni corto ni perezoso, su respuesta fue la de recoger el plátano, pelarlo y darle un bocado.
“Todos somos macacos” rezaba el lema de los vídeos.
Cierto es que tal burla como respuesta no ha sido unánimemente aplaudida, al considerarse que reírse de uno mismo por el color de la piel, aunque sea a modo de ironía, no es el adecuado camino para solucionar el problema, ni la forma más contundente de responder a unos racistas.
Quizás las críticas residan en que, famosos y adinerados jugadores como Dani Alvés, se lo puedan permitir, porque se sienten intocables, más allá del agravio que para su raza constituyen tales bufonadas de los aficionados.
Porque, como decía Etoo, hay que fijarse en otras personas más vulnerables que padecen el racismo, desconocidas hasta que hacen públicas sus denuncias.
Como lo hizo el etíope Asnake Wolde, arbitro de regional preferente, cuando en un partido disputado en la localidad asturiana de Ribadedeva, sufrió las iras de los aficionados, que igualmente se ensañaron con la joven árbitro asistente que acompañaba el juego en la banda.
Fueron sintomáticas sus declaraciones a los medios de comunicación, como el Diario El Comercio , cuando con fecha 22 de enero de 2018 publicaba lo sucedido, calificado por el propio Asnake como “un infierno”:
«Empezaron a dedicar insultos hacia mí y hacia mis asistentes. Negro de mierda, pitas fatal, qué mal que no se te pinchó la patera en la que venías…»
Ciertamente, se suelen promover iniciativas solidarias y campañas de concienciación, como es el caso de “Héroes de hoy”, que la propia Liga de Futbol Profesional apoyó en 2019 y que se sirvió de un brillante corto, que retrata una ficticia llegada del atleta negro Jesse Owens a la estación de tren de Berlín para disputar las Olimpiadas de 1936, al tiempo que escucha insultos, idénticos a los que hoy día, se leen en las redes sociales: Vuelve a África……Deberíamos meter a todos los negros en un barco y hundirlo—–Parece un mono…….Los negros destrozan el deporte.
Desgraciadamente parece que estamos a años luz de encontrar la vacuna contra ese virus tan contagioso que enferma a cierta parte de la población mundial, frente a una minoría que debe soportar vejaciones por el color de su piel.
Debemos pues posicionarnos firmemente para denunciar todo tipo de comportamientos racistas y no quedar al margen, para ser cómplices o encubridores de tamaña aversión de la que podamos ser testigos.
Porque, como dijo el Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.