LA PELÍCULA DE HOY: LA VIDA DE NADIE (2002)

Todos mentimos alguna vez, y quien esté libre de culpa ya sabe lo que debe tirar.

El problema es cuando una mentira sirve para tapar otra aún mayor y así sucesivamente, hasta crear una irrefrenable bola de nieve, que lejos de deshacerse, tarde o temprano se lo llevará todo por delante.

Hijos que mienten a sus padres, confiados en que han aprobado asignaturas o terminado sus carreras.

Tipos que no dan un palo al agua, y financian sus necesidades/vicios recurriendo a los dineros de amistades y familia.

Morosos que insisten a sus acreedores en que la semana siguiente harán frente a los pagos o se inventan historias increíbles para apaciguar sus ánimos.

Personas que le son infieles a sus parejas y a sus amantes les prometen el oro y el moro sobre un futuro con ellos que nunca llegará.

Así podría resumirse de forma muy somera el argumento de una película que, lejos de ser una exageración, no es ajena a la existencia de muchas personas, que como el protagonista de La vida de nadie, se sirven de su innegable encanto para embelesar, camelar y engañar por sistema a los demás, en aras de soportar la falacia en que se ha convertido su vida, sin importarles que otros puedan sufrir las consecuencias de su mendacidad.

Entre sus víctimas, lógicamente, están los seres queridos, en cuanto que personas más cercanas a quienes se ha atrapado en una telaraña de infidelidades, pufos y promesas incumplidas, que además de vaciar sus cuentas corrientes, hieren de muerte en su corazón a los que,por mera bondad o ceguera de amor, solo tratan de ayudar a un amigo, pariente o pareja.

Generalmente los impostores suelen ser lobos solitarios (eso sí, con piel de cordero) sin perjuicio de que en ocasiones, como suele decir, Dios los cría y ellos se juntan, generalmente en pareja, conformando un terrible dúo que deja detrás de sí un cúmulo de deudas insoportables.

Pero además, lo que resulta aún más curioso, es que, lejos de rezumar cierta modestia a la hora de expresar sus (inexistentes) conquistas, en especial en el terreno profesional, las personas que mienten por sistema, poseen tamaña ínfula en lo que se refiere al (imaginario) puesto que desempeñan en la escala social, ya sea a nivel académico o profesional, que dejan al resto en un plano inferior y en disposición de admirar, cuando no adular, a quien les trata de vender una moto de gran cilindrada, cuando ni siquiera tienen una bicicleta con ruedines.

La patología de un mentiroso compulsivo o mitomanía constituye pues el epicentro de esta película, que si bien parece anticipar una tragicomedia de enredos, a la postre compone un apasionante thriller que nada tiene que envidiar al de otros países occidentales, incluido Estados Unidos.

Dirigida por Eduard Cortés, La vida de nadie está interpretada en sus principales papeles por un sorprendente José Coronado , que ya anticipaba un notable cambio de registro en sus papeles de simple galán a roles de mayor empaque, una magnifica Adriana Ozores, a quien ahora se echa mucho de menos en la cinematografía española , Marta Etura, que suponía un aire fresco en cuanto a jóvenes talentos de la actuación, el siempre solvente Roberto Álvarez y el niño Adrián Portugal, que encarna de forma muy creíble al hijo de ocho años del matrimonio.

Pero lo más crudo es que el guion parte de una historia real, que también inspiraría a dos películas francesas, casi coincidentes en cuanto a rodaje y estreno con el film español, El empleo del tiempo (2001) y El adversario (2002) basada ésta última a su vez en la homónima novela de Emmanuel Carrère.

Los terribles hechos apuntan a nada menos que dieciocho años de una continuada mentira y manipulación que concluyó en una tragedia que conmovió al país galo. Jean Claude Romand, que había demostrado ser un brillante alumno y aspiraba a ser un médico de prestigio en Francia, vio súbitamente como su sueño se truncaba al suspender uno de los exámenes del segundo curso de la carrera, lo que le sumió en un estado de frustración y depresión que no remedió acudiendo a un psicólogo.

Es entonces cuando decide continuar estudiando, pero lejos de volver a presentarse a las preceptivas pruebas de calificación académica, simuló continuar con la carrera, año por año, hasta concluirla. Poco después anunciaría a toda su familia y amistades que había encontrado trabajo en la Organización Mundial de la Salud, con sede en Ginebra, no muy lejos de la localidad francesa en la que residía.

Pero además, Jean Claude afirmaba que desempeñaba un importante puesto de investigador en un destacado departamento que perseguía encontrar un remedio contra el cáncer, loable cometido que se convirtió en una obsesión para él hasta el punto de progresar de forma independiente y precisar de una importante inyección económica para obtener mayores avances en tratamientos oncológicos. Y para ello, recurrió a los ahorros de sus propios padres, de su suegro, de varias amistades (entre las que se encontraba la que luego sería su amante) e incluso de pacientes que buscaban la cura milagrosa. Gracias a ello, ni el impostor Jean Claude ni su mujer e hijos estuvieron privados de nada, manteniendo durante más de una década una apariencia de solvencia que se le supone a todo prestigioso doctor que trabaja en la OMS.

Aunque, como sucede en la película, la mentira tiene patas cortas y todo acabó desmoronándose, para salir a flote una verdad que se traduce en vergüenza y humillación para cualquier mitómano que ya no puede recurrir a nuevas excusas.

Jean Claude,desesperado, orquesta un terrible plan para que toda su familia expiara las culpas de su entramado de casi dos décadas.

Después de asesinar a su esposa tras fracturarle la cabeza con un utensilio de cocina,disparó con una escopeta a sus dos hijos de cinco y siete años para luego dirigirse a casa de sus padres.

Tras almorzar con ellos, como si nada hubiera pasado;Jean Claude de nuevo se sirvió del arma de fuego para acabar con sus vidas al igual que con la de su perro.

Mayor fortuna tuvo su amante, de quien se apiadó, tras haber quedado con ella para devolverle el dinero, si bien su verdadera intención era no dejar cabos sueltos.

Ya de vuelta a su domicilio, el asesino ingirió varias pastillas y prendió fuego a la vivienda, pero la intervención de los bomberos evitó que se fuera al peor de los infiernos sin ser juzgado.

Tras veintiséis años en prisión, Jean Claude quedó en libertad condicional; actualmente cuenta con sesenta y ocho años y reside en un monasterio en donde, esperemos, se quedará para siempre.

Si bien no ha sido demostrado, todo apunta a que su suegro pudo haber sido otra de sus víctimas, cuando años antes de ser descubierto sufrió una caída accidental tras una supuesta discusión con Jean Claude por motivo del dinero que le había prestado.

Desgraciadamente, las estadísticas apuntan a que, ante un grado sumo de desesperación de quien ha visto como le han desenmascarado y ya nada tiene que perder, más que su propia vida, ya vacía tras estar preñada de engaños, el desenlace que suele acontecer en la vida real apunta en la línea de lo sucedido con la terrible historia de Jean Claude Romand.

Por ello, el devenir del protagonista de la película de Cortés, apunta en la línea de un final más feliz, complaciente y soportable para los espectadores o si se quiere de justicia poética, que la triste y amarga realidad que en ocasiones vemos en los telediarios.

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