Cuando contemplábamos por televisión las imágenes de cientos de aficionados agolpados en las inmediaciones del estadio parisino en el que se iba a disputar la final de la Champions League de fútbol entre el Real Madrid y el Liverpool y cuyo inicio tuvo que retrasarse media hora, muchos temimos que se volviera a repetir la tragedia de Heysel en mayo de 1985.
En aquella ocasión habíamos asistido en directo como espectadores a la muerte de treinta y nueve aficionados, tras una brutal avalancha provocada por los hooligans ingleses al enfrentarse a los tifosi italianos, sin que tamaña catástrofe evitara el que se jugara el encuentro entre la Juventus y el propio Liverpool.
Y no cabe duda que el recuerdo de tal evento, que durante un tiempo supuso una exclusión de los equipos ingleses de las competiciones europeas, contribuyó a que inicialmente culpáramos a los británicos de lo que estaba sucediendo en los accesos al estadio francés.
En este punto, es evidente que en la mente colectiva, allén de las islas británicas, se encuentra anidado un prejuicio sobre los seguidores británicos, al creerse que a los estadios siempre acuden ebrios y con ganas de trifulca; cierto es que tampoco es que su principal mandatario, Boris Johnson, tan aficionado a la jarana, sea el mejor ejemplo para sus súbditos.
Sentado lo anterior, la solución fácil, que también luego haría suya el gobierno francés hasta que tuvo que pedir disculpas, es que fueran ellos los que pagaran el pato de lo que iba acontecer, y que por puro milagro, no supuso una tragedia humana similar a la de final de Bruselas, casi cuarenta años atrás.
Cierto es que se había advertido previamente sobre la posibilidad de que decenas de miles los aficionados (la mayoría del Liverpool) acudirían a París sin entrada, algo frecuente en la práctica, pero también que muchas de las entradas compradas por internet podrían ser falsas.
Pues bien, las imágenes que presenciábamos a la hora prevista para el inicio del partido apuntaban a una situación caótica, cuya gravedad vino avalada por los posteriores testimonios de muchos aficionados del Liverpool y Real Madrid, que a duras penas pudieron luego disfrutar del desarrollo del soñado evento.
Tanto la UEFA como el gobierno francés abrieron una investigación para determinar lo que pudo pasar, pero básicamente podemos resumirlo en que, vista la multitud de aficionados que llegaban sin entrada, mezclados con otros que sí la tenían, como quiera que también se sospechaba que se habían vendido entradas falsas, se decidió efectuar varios filtros para que tan solo fueran paulatinamente accediendo al estadio quienes lo tuvieran todo en regla.
Sin embargo, no se contó con el impacto provocado por un tercer protagonista que entró en escena, sin estar invitado: el elevadísimo índice de criminalidad del barrio de Saint-Denis, abrumado por las enormes tasas de desempleo y de una inmigración ilegal que en buen número se ve abocada a delinquir.
Ese fue el panorama que se encontraron los seguidores del Real Madrid y Liverpool, obligados a hacer un largo trayecto desde el punto de llegada de su transporte particular o público hasta al estadio y a la inversa, una vez finalizado el partido, con una noche cerrada como mejor aliada para encuentros no deseados.
Pensemos en aficionados adultos, generalmente de mediana edad, pero también de niños y ancianos que habían acudido en familia para disfrutar de un acontecimiento extraordinario que no muchos privilegiados pueden permitirse, toda vez que para la mayoría supone un gran esfuerzo económico para costear el precio de la entrada, el desplazamiento y en su caso, estancia.
Y esa gente, que acudía con los nervios propios de cualquier aficionado antes de la disputa de un partido, pero con la emoción de poder alcanzar otra victoria para su palmarés, al llegar a las inmediaciones de San Denis, se encontraron con un tumulto, con decenas de chavales, que se encaraban a ellos o agredían para quitarles la cartera o que con gran violencia les arrebatan el teléfono móvil o la entrada, llegando incluso a rociarles los ojos con gas pimienta para robarles.
Es entonces cuando entró en escena la policía francesa, cuyas unidades de contención, como las de cualquier otro país, no se caracterizan precisamente por la psicología o empatía a la hora de actuar sin discriminar entre sus objetivos, pero que no tienen más remedio que cumplir las órdenes que reciben, tal y como vimos al hilo de la reseña que hicimos en el blog sobre la estupenda serie española Antidsturbios.
Después de lo acontecido y visto en perspectiva, solo puede decirse que esa noche parisina, en vez de Saint-Denis (San Dionisio de París) bajaron a la tierra los demás santos del cielo para velar por la vida de muchas personas, que como mal menor quizás sufrieron los peores momentos que recuerdan.
Y es que difícilmente olvidaran tamaña experiencia, especialmente los niños o quienes sufrieron apretujones cercanos al aplastamiento o se sintieron impotentes ante robos flagrantes que quedaron impunes.
Podrá calificarse de caos organizativo por parte de la UEFA y de una total descoordinación con las autoridades francesas cuyas fuerzas policiales entraron a saco y sin miramientos.
Y desde luego que mucho tendrán que aprender las autoridades galas del buen hacer de las profesionales españoles que velaron por la seguridad de los aficionados, tres años antes, con motivo de la final de la Champions League 2019 que también disputó el Liverpool con otro equipo inglés, el Tottenham.
Los mismos profesionales que después del desastre de Saint-Denis nuevamente dieron ejemplo de su buena actuación durante la multitudinaria celebración de los merengues por las calles de Madrid.
Cuestión diversa al orgullo que debemos sentir de nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad en España (que el lamentable Pedro Sánchez ha calificado como «piolines», como si fuera un independentista más) es la interesada lectura política que desde distintos signos se hagan para sostener un ideario, más o menos radical, en función de que sea más proclive o contrario a la relajación de los controles migratorios, que en el supuesto del suburbio parisino arroja unas estadísticas ciertamente preocupantes en cuanto a la ilegalidad.
Pero como se suele decir, vale más una imagen que mil palabras, porque amén de las escenas que presenciamos con la angustia de los aficionados en las inmediaciones del estadio de fútbol, hay otra ciertamente ilustrativa que denota la auténtica desesperación de quien tiene que delinquir y que lleva implícita su carencia de empatía hacia quien sufre las consecuencias de su crimen.
Me estoy refiriendo a la de varios jóvenes, corriendo detrás de un autocar y arrojándose literalmente, como si fueran Indiana Jones, al compartimento exterior del vehículo para robar sus maletas, con evidente riesgo para su propia integridad física.