DAR LUSTRE A UN LUSTRO.

Todavía me sigue chirriando el sistema que posee para la devolución del cambio  la  confitería más cercana a mi despacho de Oviedo en la que, como paso previo al enésimo intento de estar en forma tras un duro enero preñado de virus varios, me he descuidado con un opíparo desayuno de bollería fina y una buena dosis de cafeína para arrancar en una jornada lluviosa y fría como pocas en la Vetusta de Clarín.

Dicho sistema básicamente implica que, una vez conocida la cuenta por el cliente,  desde el otro lado del mostrador se debe introducir por una ranura, bien los billetes, bien las monedas para que, acto seguido, la maquina escupa el cambio a una velocidad de vértigo.

 Si bien tamaño sistema, tan propio de los nuevos supermercados, implica una evidente ventaja para los empleados, siempre ataviados con la preparación de decenas de cafés a gusto de cada exigente cliente, semejante “modernez” me sigue incomodando, máxime porque me recuerda a lo peor de un funesto periodo de nuestras vidas  en las que todo cambió de forma inopinada: la pandemia.

Fue aquel entonces cuando precisamente dicha confitería abrió sus puertas y se adaptó como pocas a lo que durante casi dos años se convirtió en una rutina y que muy pronto sería etiquetado, como otras tantas cosas, como “distancia social”.

Echo la vista atrás y ahora que muere el mes de enero , pienso en lo que justo hace cinco años tenía en mente, para dar un rumbo diverso a mi ejercicio profesional con una página web, orientada al acoso, en todas sus variantes.

Sin embargo, lo que suponía un proyecto ilusionante sin más pretensiones que las justas, se convirtió de sopetón y por obra y gracia del coronavirus y del confinamiento en el mejor compañero de viaje durante unos meses de tanta incertidumbre y desesperanza, con un blog en el que dejaría gran parte del tiempo que como bien sabemos los adultos es oro puro y que en condiciones normales hubiera dedicado a otros menesteres vitales.

 Además, el dedicar más tiempo a sentarme delante del blog me sirvió para estar al día de la motorización legislativa de aquellos meses iniciales tan convulsos (Estados de Alarma incluidos)  amén de revisar expedientes y jurisprudencia de una forma más sosegada.

Tiempo después sería el podcast ese plus que realmente iba a necesitar como agua de mayo, y no ya tanto desde un punto de vista meramente profesional, sino también desde uno personal.

Y es que con el tiempo vendría a colmar un  deseo de aportar a los demás algo de mi cosecha, siempre desde la modestia, pero sin desdeñar cierta ambición para convertirme en algo que ahora se denomina  con cierta cursilería, creador de contenidos.

Evidentemente, una vez recuperada la actividad ordinaria, y una vez salvada la feroz huelga de los Juzgados que hizo que se tambalearan muchos despachos profesionales de abogados, había que decantarse entre escribir dos o tres veces por semana en el blog o preparar los episodios  del podcast para poder publicar un episodio cada mes.

Y ha sido la voz la que ha prevalecido y con creces ha ganado a la palabra escrita, salvo en las contadas ocasiones que como en la presente, he vuelto a publicar en este blog; Bien que me pesa no poder compaginar las dos actividades, pero de así hacerlo, tendría puestas las maletas fuera de casa y con toda justicia.

 Si hablamos del podcast, que ya va por su cuarta temporada, a muchos quizás les pueda sorprender que no me obsesione lo más mínimo con el número de escuchas ni que tampoco me preocupe  que la audiencia de oyentes no aumente hasta el punto de convertirme en ser lo que ahora, desgraciadamente, encabeza las preferencias para los más jóvenes que piensan en un futuro profesional todavía lejano y que ya ha relevado en los deseos al de ser un exitoso jugador de fútbol: ser influencer.

Sin embargo, quienes me conocen de verás saben que entre mis pecados terrenales no está la vanidad ni tampoco una codicia que implicaría plantearme una posible monetización de los contenidos.

Nada más lejos de la realidad, porque como rezaba aquella ingeniosa promoción de la 2 de Televisión Española, me satisface contar con una inmensa minoría de oyentes que aprecian lo que hago y cómo lo hago; es más que suficiente.

Ciertamente, el poder bucear en bibliotecas parar devorar libros como nunca había hecho antes, más allá de los imprescindibles para mi ejercicio profesional y en especial, el poder sacar partido de lo mejor de los conocimientos de muchas de las personas que ya conocía y de las que iría conociendo durante los últimos años, me ha permitido alcanzar unas cotas quizás sí soñadas pero que veía demasiado lejos cuando grabé aquel ya lejano  episodio a modo de prólogo titulado “Una declaración de intenciones”.

A uno le da cierto apuro revisar aquellos audios iniciales del podcast, con una locución, más que insegura, inadecuada en cuanto al ritmo para los oyentes habituados a unos profesionales de la radio, que por cierto han visto peligrar su espacio profesional con la irrupción de este tipo de formatos que si bien tenían una gran implantación en el continente americano, ya han migrado hacia el viejo continente con vocación de permanencia.

Si a todo ello le unimos mi pasión por el séptimo arte, es evidente que para una actividad divulgativa sin mayores pretensiones de lucro con las tertulias de cine y los episodios de temática diversa se conformaba una tormenta perfecta de satisfacciones que para otros resultaría del todo estéril o quizás pretenciosa.

Pero, por encima de todo, mi satisfacción estriba en el poder haberme encontrado con  personas admirables no tanto por su sapiencia al alcance de unos pocos, sino por su generosidad y que de modo desinteresado han tenido la paciencia de atenderme y dedicarme una buena parte de su tiempo libre para grabar los episodios del podcast.

Lógicamente, he de referirme en primer lugar a quienes me acompañan habitualmente en las tertulias de cine y que también han participado en otros episodios de temáticas diversas, así como a una persona cuyos conocimientos en geopolítica están a la altura de las mayores eminencias, amén y de otro buen amigo que me facilitado varios de los temas musicales que ha compuesto.

Y así, el que yo hubiera podido sacar lustro a este inolvidable lustro ha sido posible gracias a personas como Antonio Cervero Fernández-Castañón, Sofía González Lahera, Pelayo García Álvarez, Iván Diaz Tamargo , Alfredo García Iglesias y Ángel Riesgo Martínez.

Además, me siento especialmente orgulloso de la participación puntual de otros, con quienes espero volver a contar algún día como es el caso de Daniel Rodríguez Sánchez (Reverendo Wilson), Valeria Díaz Diezhandino, Santiago Tejero del Río, Carlos Blanco Alarcón, Santiago García Arboleya, Natalia Lorenzo Ruiz, Jorge Vigón Rodríguez, José Manuel González Pellicer, Luis Zaragoza Campoamor, Celia Galve González, Gemma Arbesú Sancho, Elena Valbuena Carande, Tito Gutiérrez Abal, Mabel Soto Ruiz, Inma Ruiz González, Ana, Enrique Pérez Bustamante Ilander, Diego Del Valle Rodríguez, Pilar Blasco, Esther Rodríguez, Eladio Rico García, Paola Nieto de Nicolás, Sonia de la Paz Fernández Álvarez, Beatriz Longoria López, Almudena López Alonso, Amalia Méndez-Laiz Pendás , Diana Antuña García,Laura Pozuelo Martínez , Elisa B. Ferrero García,Manuel Díaz-Faes González, Ana Martín Tolivia, Iván de Santiago González,Pablo Martínez Corral , Mónica González Somoano y Marta Antuña Egocheaga

Precisamente, ha sido Marta quien ha tenido la enorme generosidad de regalarme un ejemplar de su libro, publicado por la editorial Pirámide y que muestro en la imagen que preside estas líneas, cuyo título, al igual que el de su podcast, lo dice todo: “¿Conversas o predicas?”.

A todos, muchas gracias, mi corazón esta con ustedes ( visto que me encanta provocar a los sectarios y cuadriculados, imito en este momento el peculiar, aunque en ningún caso nazi, gesto de Elon Musk)

Son muchos los asuntos que aún nos quedan en el tintero y que se plasmarán en futuros episodios que, Dios mediante, integrarán el resto de esta cuarta temporada y de otras futuras en las que siempre, con la ilusión del primer día, no cejaremos en el empeño de continuar poniendo un granito de arena de lo que uno sabe tras más de veinticinco años de ejercicio en la abogacía,  al tiempo que aprendiendo de nuestros generosos colaboradores que con sus aportaciones contribuyen a que uno le quede una doble sensación:

 En primer lugar, que hay muchas personas que merecen la pena y no todo debe considerarse perdido en esta sociedad tan preocupante en la que nos ha tocado vivir y en especial para quienes ya hemos pasado el Rubicón del medio siglo y vemos lo expuestas que están quedando las nuevas generaciones.

 Y que cultivarse a través de los conocimientos ajenos no ha de suponernos un sentimiento de inferioridad ante una intelectualidad mayor, pero granjeada a través de algo tan esencial como es una continuada formación y dedicación a una de las actividades esenciales de la vida de cualquier persona que nunca ha de abandonar: la lectura.

No me he detenido un solo segundo para comprobar cuál es la formación de quien, como alto cargo, ha de representar institucionalmente a nuestro país en el ámbito de la cultura. 

Pues, permítame el lector en un alarde de malicia para completar estas líneas, que si hablamos de un lustro, como el que hemos dejado atrás desde el inicio de la pandemia, es inevitable recordar lo que Ernest Urtasun Domènech, a la sazón Ministro de Cultura del Reino de España, tuiteó a finales de noviembre de 2023 , viéndose obligado a rectificar después, tras caerle la del pulpo, con todo el merecimiento:

“Hoy hace 25 años que nos falta Gloría Fuertes. Medio lustro sin una poeta y cuentista libre, valiente y feminista que escribió algunas de las poesías e historias más increíbles de las que hemos podido disfrutar en este país. Siempre en el recuerdo”

Pos vale.

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