¿VALENTÍA O TEMERIDAD?


 La naturaleza no me aportó un cuerpo musculado y pese a mis ciento noventa y un centímetros (y bajando, por la edad) uno ciertamente se considera un “tirillas”.

Con otra condición física (y quizás no haberme quedado en el cinturón blanco y amarillo durante aquellas clases ochenteras de artes marciales, tan de moda por entonces) quizás pudiera ganarme cierto respeto ante una hipotética situación en la que pueda coincidir con cenutrios que en situaciones de crispación, en vez de razonar, recurren a la violencia verbal o física para agredir al prójimo.

Esos pensamientos vinieron a mi mente hace escasas fechas, cuando tras tomar uno de los trenes con los que habitualmente me desplazo, tras sentarme en uno de los asientos, hizo lo propio un veinteañero, situándonos los dos frente y frente (pero sin bajar la mirada como cantaba Jeanette) y quedando libres los asientos que ambos teníamos a nuestra derecha

Pues bien, sin importarle lo más mínimo que otro pasajero pudiera sentarse a posteriori, el colocó sus largas piernas y zapatos encima del asiento que tenía delante.

Llegados a este punto, ante lo que constituía una evidente falta de civismo, durante unos instantes me mordí la lengua, cavilando sobre una posible respuesta del chaval en caso de que yo le llamara la atención.

Tras valorar como factor positivo el que el tren estuviera casi lleno en esos momentos, era de suponer que en caso de una respuesta violenta por su parte que no pudiera repeler, encontraría el apoyo de alguien.

 Sin embargo, la experiencia nos demuestra que no es la primera vez que otros permanecen impávidos y silentes ante situaciones delicadas que padecen otros, en aras de evitar sufrir ellos una agresión.

Una vez sopesados uno y otro planteamiento decidí dar el paso y llamarle educadamente la atención con un gesto dirigido a sus pies, que tenía a mi vera, para luego verbalizar algo tan sencillo como decirle que a lo mejor alguien querría sentarse en el asiento que yo tenía al lado.

En ese momento, tras responderme el chaval con una mirada de cierto desdén y con un esbozo de media sonrisa, lo que le daba cierto aire de perdona-vidas, de modo inmediato retiró sus piernas del asiento.
 
Objetivo cumplido y sin ningún reproche o rasguño.

Lo anteriormente expuesto no supone para nada un acto de valentía por mi parte, y no en vano líneas atrás he reconocido que dudé antes de llevarlo a cabo, por lo que quizás en otra situación y sin más gente en mi entorno me lo hubiera pensado más.

Es evidente que lo anteriormente expuesto no implica para nada un acto de suma valentía por mi parte, y no en vano líneas atrás he reconocido que había dudado seriamente antes de llevarlo a cabo, por lo que quizás, en otra situación y sin más gente en mi entorno me lo hubiera pensado más antes de dar el paso.

Por ello,lo suyo es pretender algo tan nimio y a la vez cívico para que otros hagan lo correcto, como comportamiento socialmente aceptado dentro de las relaciones de una pacífica convivencia.

Y quizás sea un iluso pero al menos me sentí esperanzado en que mi educado y nada petulante toque de atención al menos al joven le hubiera servido de lección para no volver a repetirlo.
De todas formas, seamos serios, porque no siempre la historia acaba felizmente.

Y así, si ya hablamos del reciente periodo de nuestras vidas en el que se han impuesto unas obligaciones nunca vistas hasta entonces debido a las normas de prevención sanitaria, las agresiones sufridas con ocasión de la falta del correcto uso de las mascarillas es un buen ejemplo de que algunos todavía siguen en las cavernas.

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