Muchos de los que ahora peinamos varias canas, tras haber rebasado el medio siglo de existencia, tenemos la suficiente memoria para recordar de dónde venimos y en qué fase nos encontramos.
Frutos de la generación de la postguerra, tras el cruento enfrentamiento fratricida, nuestros padres nos dieron la mejor educación posible, sin duda amodorrados por el sentir colectivo en el seno de la represora dictadura franquista, pero sensibles ante los nuevos cambios sociales que paulatinamente se estaban produciendo en España, a finales de los años sesenta.
Por entonces, el papel de la mujer en el mundo laboral era anecdótico, en comparación con lo que sucede ahora, centrando su esfuerzo en el cuidado de los hijos y la llevanza del hogar; no en vano, se hablaba de ellas como amas de casa o de profesión, sus labores, algo que a día de hoy suena del todo despectivo.
Y los niños de E.G.B acudíamos a unas aulas, en las que los docentes eran Maestros, con el “Don” delante, distantes casi siempre y recurriendo a unas correcciones disciplinarias, en ocasiones rayanas en la violencia verbal y física, para reprender con dureza las conductas inadecuadas, sin que pudiéramos trasladar posibles quejas a nuestros padres, dado el temor de sufrir una segunda reprimenda.
No era pues un mundo ideal, ni mucho menos, visto el machismo imperante y un derecho de corrección que vulneraba nuestra integridad, en el marco de una Dictadura ya desgastada y decrépita.
Tras la muerte de Franco, con la transición democrática y la Constitución Española se demostró que la mejor forma para superar nuestro triste pasado más reciente, en aras de conseguir un futuro esperanzador, era arrimar el hombro, aunar esfuerzos y suturar heridas políticas de vencedores y vencidos, de izquierdas y derechas.
Y lo logramos, no sin mucha dificultad.
Un intento de Golpe de Estado en 1981; una E.T.A asesina que sembró de cadáveres y mutilados las calles de nuestro país; una elevadísima tasa de desempleo que atenazaba nuestra economía; parte de la juventud masacrada por la heroína, cuando no abocada a la delincuencia y una prolongada corrupción que evidenciaba las miserias de nuestra representación política, eran los principales enemigos de una sociedad imperfecta, como tantas.
Los que fuimos niños durante la transición, tuvimos luego como adolescentes y adultos, no solo la oportunidad de votar en democracia, sino de acercarnos al sexo con total libertad, como nunca pudieran haber imaginado nuestros padres, atenazados por la represión y una obsesiva defensa de la moral católica, que se evidenciaba con un ejercicio de censura llevado al extremo de la ridiculez.
Durante los fines de semana, la noche dejó de ser un espacio temporal clandestino, para convertirse en el habitual periodo de ocio en bares y discotecas que se mantiene en la actualidad.
Pues aquí seguimos, vivitos y coleando, pero preocupados por el devenir de un sociedad, que evidencia que hemos pasado de un extremo a otro, sin encontrar la ecuanimidad del término medio.
La conservación de nuestra historia para establecer un grado de comparación es fundamental y así, podremos conservar lo positivo y desechar lo negativo, porque como siempre se ha dicho “aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”.
Una historia que desde ciertos sectores se intenta enterrar, cuando no destrozar materialmente, con vandálicos actos contra estatuas que representan a personalidades, otrora influyentes en el devenir de acontecimientos, no siempre aplaudidos de forma unánime, pero que en definitiva forman parte del acervo social y cultural.
Como por ejemplo, la de Cristóbal Colón, tantas veces reivindicado en cuanto a su nacionalidad, como ejemplo a seguir de tesón y valentía, y ahora puesto en la diana por aquellos que lo consideran esclavista o supremacista.
Siempre seremos los primeros en denunciar una conducta delictiva o censurar un comportamiento inadecuado por acción u omisión, que pueda afectar a una indefensa víctima; la vileza es innata en muchas personas y aunque difícil de erradicar, ha de ser combatida sin descanso para proteger al más débil.
Pero en España hemos pasado de un férreo adoctrinamiento, como piedra angular de una dictadura de cuarenta años, a un exceso de sensibilización que, en especial desde las redes sociales, fruto de una doble moral, tiende a un “buenismo” y “postureo” frente a lo que ha de ser considerado políticamente correcto en defensa del prójimo, cuando éste es más vulnerable.
Podría resultar exagerado aseverar que esas redes sociales, y en especial twiter, han reemplazado a la prensa como cuarto poder, pero contamos con infinidad de ejemplos que demuestran los efectos de su poderosa influencia, no siempre positiva y constructiva, y que demuestra que muchos están perdiendo los papeles de la objetividad.
Como reciente muestra, nos hemos de referir al inicio de una campaña para boicotear una conocida marca de cacahuetes cubiertos de chocolate, por entender que denigra a la raza negra, cuando lo cierto es que existen otras variantes del mismo producto, tan blancos como la leche, como la que se utiliza para mezclar con el chocolate.
Si bien no existían las redes sociales hace dieciséis años, cuando, tras los atentados del 11 de marzo en Madrid, el “pásalo” a través de sms, dio un vuelco a la situación electoral y un cambio de signo político en 2004, tal hecho constituyó un precedente sobre la importancia que las nuevas tecnologías tienen para el devenir de nuestra sociedad.
Siete años después, surgió el movimiento 15 M, de los indignados con la clase política, tras ser convocada por diversos colectivos una manifestación, que se reiteraría en nuevas concentraciones, con los smartphones como principal medio de la difusión.
Sea como fuere, lo cierto es que siempre habrá alguien que se ofenda por algo, que descalifique al que no comparta las ideas o que despotrique como mero deporte desde el teclado de un ordenador o la pantalla de un teléfono móvil.
Y si ya hablamos de política, con la denominada Ley de Memoria Histórica del año 2007 se pretendió algo que ni siquiera fue planteado por los denominados “Padres de la Democracia”, treinta años antes: reparar a quienes habían padecido persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura.
No son pocas las calles de nuestro país cuyo nombre han sido cambiadas, en base a dicha ley, cuyo culmen hasta la fecha ha sido el traslado de los restos de Franco, desde uno de los lugares más siniestros de la historia: el Valle de los Caídos.
Pero de una memoria histórica hemos pasado a memoria histriónica, por no decir histérica, alentados por una crispada clase política, que desde hace casi una década contagia de ira a la ciudadanía, utilizando para descalificar dañinos términos como fascistas o franquistas, con total ligereza.
Y la clase política también traslada confusión, con reiterados intentos de imposición en nuestra expresión oral y escrita, como vehículo de comunicación con los demás, forzando el lenguaje inclusivo, en aras de no discriminar al sexo femenino.
Somos juristas, que no lingüistas y mucho debate se podría realizar al respecto, pero no es la primera vez ni será la última que, por pudor o animo de no ofender, ante un nutrido grupo de lectores u oyentes, quien escribe o habla se tiene que contener, bien duplicando los términos para expresar ambos géneros, lo que supone una redundancia en perjuicio de la extensión del texto o discurso, bien acudiendo a las arrobas (@), lo cual es una aberración del castellano escrito.
Y el ejemplo más evidente y reciente de que todo obedece a exacerbadas razones políticas rayanas con la incoherencia, es que durante la actual pandemia, en todo momento desde los medios oficiales se ha anunciado que todos y todas, españoles y españolas, niños y niñas, saldremos más fuertes del obligado confinamiento.
Pero sin embargo, a la hora de anunciar diariamente la funesta estadística que dictaba la crisis sanitaria, siempre se ha venido hablando de muertos, de fallecidos, de infectados o de contagiados…en masculino ¿Curioso, verdad?
Tan curioso, como el que se haya alabado de forma continuada al colectivo de sanitarios, también en masculino.
En suma, que es tal el despropósito argumentativo sobre dicha inclusión lingüística en cuanto a la duplicidad gramatical del genero, que ni siquiera se traslada una uniformidad a la ciudadanía.
La propia Real Academia Española (RAE) lo califica como desdoblamiento artificioso e innecesario desde el punto de vista lingüístico
Pero, volviendo a la denostada historia, cierto es que la misma se ha de conformar según unas circunstancias puntuales, que a su vez se nutren de los usos y costumbres que imperan en la sociedad de cada puntual momento.
Y si se erradicara todo vestigio que mínima o tangencialmente pudiera afectar a la moralidad actual, no nos quedaría nada de nuestro pasado, incluso del más reciente.
¿Qué decir, por ejemplo, de una música pop o rock, cuyas canciones tienen letras que hoy día, más que políticamente incorrectas, son tachadas de infames, para ser eliminadas de los repertorios de los grupos musicales de entonces, ahora veteranos? ¿ O de libros, películas e incluso chistes, con lenguaje procaz y despectivo de muchos colectivos vulnerables? ¿ O de publicidad, que promocionaba diversos productos, sirviéndose de modelos con cuerpos espectaculares?
Pero aquellos jóvenes de ambos sexos, que en los ochenta y noventa cantábamos y bailamos al son de dichas canciones con mensajes tan directos, veíamos películas tan atrevidas, nos reíamos de chistes tan simples, o comprábamos marcas que veíamos anunciadas, no nos debemos sentir avergonzados, porque actuábamos en total libertad, igual que ahora y nos comportábamos conforme a los usos sociales y las circunstancias imperantes en aquel momento, que como tantos, han formado parte de la historia.
Éramos pues, hijos de nuestros padres ….y de nuestro tiempo, como lo somos ahora.
Siempre se habla de la censura franquista, como ejemplo del ejercicio más absurdo de buscar el mínimo atisbo de pecado en la cinematografía nacional y foránea; son ya muy recordados doblajes como el de Mogambo, que tras una alteración de los diálogos para ocultar un adulterio, convirtió una relación conyugal en fraternal y por tanto, incestuosa.
Pues tan ridículo es lo que sucede en la actualidad, en plena democracia, cuando por sexistas, se censuran carteles en las que aparecen mujeres, mostrando escotes tan nimios que solo una mente obtusa puede vincularlos con la imagen que denigra a una mujer.
Y si hablamos de mujeres, en una de las celebradas Nocheviejas del grupo humorístico Martes y 13, de la última década del pasado siglo, todos recordamos un sketch de Millán Salcedo, en el que aparecía representando, entre risas enlatadas, a una mujer llena de moratones, portavoz de las mujeres maltratadas de España, lloriqueando y diciendo «Mi marido me pega».
Hoy sería impensable, desde luego, pero entonces parecía algo divertido, menos para los que vivían el drama de la violencia de genero. Eran otros tiempos, era otra sociedad.
En 2004, el avance fue significativo en el sentido de que por primera vez se legislaba sobre una protección integral contra la violencia de genero.
Su devenir trás dieciséis años, presenta hoy día tantos claros como oscuros y mucho podríamos debatir al respecto.
Pero invito al lector a que se pase por uno de los bancos de imágenes gratuitos que existen en internet: en ellos podrán aparecer imágenes en las que una mujer está golpeando a un hombre con un guante de boxeo,pero nunca a la inversa.
Los medios de comunicación tampoco ayudan. La mayoría de las veces que un hombre comete un execrable crimen contra su pareja es un delito machista, pero cuando es a la inversa, es recurrente referirse a que ella padece alguna enajenación mental.
¿Llama la atención, verdad?
Como decimos, no existe la sociedad perfecta, como tal, pero los avances son muy significativos para intentar conseguirlo, y tan solo acudiendo a los parámetros y a la comparación para valorar qué situación supone un mayor respeto para los derechos y libertades de los ciudadanos, es fácil llegar a la conclusión de que nunca habíamos contado con una situación tan privilegiada, en cuanto a la protección de todos los colectivos, como la que tenemos ahora.
Lo triste es pensar que, por sistema y proselitismo político, le pongamos trabas a todo y veamos malignidad, discriminación u ofensa, donde no lo hay, para convertirnos en paladines de la censura, bajo un intransigente e inflexible prisma, rayano en lo ridículo y pueril, que recuerda a la intolerancia de los peores regímenes totalitarios.
En suma cuando la crítica no es moderada, constructiva y positiva sino exagerada, destructiva y dañina dentro de un adecuado ejercicio del derecho a expresarse con libertad, solo lograremos la aversión del otro y un mayor enfrentamiento, que a la postre supondrá una mayor frustración, pese a que trate de ocultarse bajo la defensa a ultranza del propio orgullo y de unas convicciones tan respetables como las del resto.
Ya seamos fruto de la generación de los niños de la postguerra o la del baby boom, de las generaciones X, millennial o Z, disfrutemos de lo que tenemos, que no es poco, en comparación con lo que había antes y dejemos de perder un tiempo, que siempre es precioso como el oro y que nunca volverá.
Carpe diem, tempus fugit.