¿Se acuerdan de Oliver Khan, aquel guardameta germano del Bayern de Munich y la selección alemana que parecía un ogro, siempre enfadado?
Pues debo solidarizarme con él, porque entiendo perfectamente su comportamiento, toda vez que uno, que ha sido guardameta de fútbol sala hasta categoría alevín, en el momento en que empezaba a rodar el balón, transformaba su habitual sosiego infantil en una permanente tensión, acompañada de exabruptos como expresión de la angustia.
Y es que nunca ha sido valorada como se merece la soledad de los cancerberos, de los que siempre se dijo que estaban un poco locos, cuando no tan agresivos como aquel perro guardián del inframundo del que tomaron su nombre y al que Khan reencarnó fielmente bajo los palos durante su trayectoria deportiva.
Además, injustamente se despersonaliza a los guardametas, puesto que solo tienen un nombre para el resto de sus compañeros de equipo, aunque sea jugando una pachanga. Nunca serán David, Luis , Ricardo, o Ana; serán “portero” o… “portera”
Bromas aparte, nunca sabré que hubiera pasado en el caso de seguir jugando hasta convertirme en un futbolista…., perdón….portero, de élite, pero quizás hubiera persistido en mi comportamiento acalorado ante el desarrollo del juego, transmitiendo una imagen de mí que ciertamente no se corresponde con la realidad…¿ O sí?
Una imagen pública es algo que debe cuidarse en todos los ámbitos, pero si ya hablamos de deportistas de élite, no cabe duda que por su condición de celebridades, los focos estarán puestos en ellos y siempre serán examinados con lupa.
Y será difícil que pasen desapercibidas situaciones que antes quedaban ocultas, si tenemos en cuenta que las retransmisiones nos ofrecen imágenes desde todos los ángulos y con la máxima precisión y que, precisamente ahora, la ausencia de público en las gradas durante la pandemia permite captar cualquier sonido de ambiente, libre de cánticos, murmullos y ruidos de fondo.
Aunque ciertamente existen muchos ejemplos de lo que puede constituir una imagen representativa de un deportista ejemplar, quizás nos quedamos con un hecho reciente, que no pasó desapercibido para muchos, e incluso emocionó al conocido actor norteamericano Will Smith.
El Príncipe de Bel Air se hacía eco de una noticia sobre el atleta español Diego Méntrida, que había cedido a un rival el tercer puesto del Triatlón de Santander, después de que éste se equivocase de trayecto, a pocos metros de la meta.
Pero en el otro lado de la balanza, hay que señalar que otros deportistas, encumbrados por enfervorizadas masas (eso sí, cuando los buenos resultados mandan) dan muestras de un comportamiento nada ejemplarizante.
Nos referimos a lo sucedido el pasado mes de septiembre en un partido de fútbol que enfrentaba al PSG y al Olympique y que terminó con cinco expulsados, tras una batalla campal en el tiempo de descuento.
En la refriega tuvieron especial protagonismo dos jugadores del PSG, Angel Di Maria y Neymar y otro del Olympique, Álvaro Gónzalez con recíprocos menosprecios, empujones, lamentables insultos racistas por parte de González, así como un salivazo de Di Maria, algo repulsivo, aparte de una temeridad en plena pandemia.
Cierto es que los dos ejemplos que hemos referido son indicativos de los dos extremos, en cuanto que comportamientos diametralmente opuestos en diferentes deportistas y en diversos contextos.
Por ello, también sería justo referirnos a otro ejemplo que, por dudoso, se puede situar en un término medio, toda vez que si bien no supone un grave descrédito para la imagen del deportista, sí parece indicar una falta de disciplina que ha de ser sancionada por su gravedad, por mucho que a un profano de la reglamentación le pueda parecer exagerado el castigo.
Nos estamos refiriendo a lo acontecido por el tenista Novak Djokovic, que fue descalificado del Open de Estados Unidos en un partido que le enfrentaba a Pablo Carreño, después de golpear de manera involuntaria en la garganta de una juez de línea, tras lanzar bruscamente hacia atrás una bola que no estaba en juego.
Casualmente, los mismos rivales se enfrentarían recientemente en Roland Garros, y tras perder el partido, el español se quejó amargamente de la ya recurrente actitud del serbio, que cuando se ve por detrás el marcador se queja de molestias para parar el juego y solicitar asistencia.
¿Es Carreño un mal perdedor? ¿Es Djokovic un tramposo? Podrá haber división de opiniones al respecto.
Sea como fuere, todo dependerá del deporte que se practique, si éste es individual o colectivo e incluso si supone o no contacto entre quienes lo disputan, si bien el rugby, pese a su rudeza, precisamente es considerado como uno de los más nobles.
Y como receptores de esa imagen que ha de transmitir el deportista, los espectadores que acudan al evento deportivo o lo vean por televisión, serán testigos de su comportamiento en los lances del juego, si es respetuoso con los rivales o sus propios compañeros, si discute acaloradamente o respeta las decisiones arbitrales y de su entrenador o si su actitud hacia la grada es correcta o desafiante, cuando en muchas ocasiones tienen que soportar graves insultos o abucheos.
Una vez duchados y vestidos, antes de abandonar las instalaciones, esos deportistas de élite deberán atender educadamente a los seguidores que sueñan con obtener un autógrafo o una camiseta de su ídolo, en especial los niños, sin que un mal resultado sea óbice para que se escapen por la puerta de atrás sin dar la cara ni a los medios de comunicación, ni a sus aficionados.
Pero además, como celebridad, su imagen trasciende mucho más allá de las instalaciones en las que participa.
Por ello deberían llevar una vida sana, con una dieta equilibrada y en todo caso mantenerse apartados de la vida nocturna y de cierto desenfreno que disfrutan los jóvenes de su edad, en cuanto necesario sacrificio para un adecuado rendimiento en los entrenamientos y competiciones.
Y si ya dan un paso más para mostrarse solidarios con una causa justa en la que quieran colaborar, deberán predicar con el ejemplo; los más veteranos recordamos aquella fotografía tomada en el homenaje a Platini, en la que posaban juntos Maradona y Julio Alberto con la camiseta “NO DRUGS”; cierto es que fueron dos extraordinarios jugadores, en especial el primero, considerado para muchos el mejor de la historia, pero cuya conducta personal ha dejado mucho que desear por el consumo de drogas.
Pero como quiera que la realidad digital ha impuesto a nuestra sociedad que lo moderno es estar presentes en las redes sociales, los deportistas, como casi todos, han sucumbido a la moda de publicar todo lo que quieren.
En este sentido, ciertamente lo adecuado sería que evitaran una difusión de mensajes de menosprecio hacia los rivales que puedan encolerizar a sus aficionados.
Pero igualmente sería menester que cuando publicaran imágenes de su vida privada fueran sensibles a la realidad socioeconómica actual, sin que una altanería u ostentación por su parte sean lo más razonable en estos momentos de precariedad, por mucho que, como refuerzo de su vanidad, se vean necesitados de la hormona por antonomasia en los tiempos que corren, la dopamina.
Y es que un deportista puede ser un ídolo para un niño que, en su inocencia, aspira ser como él de mayor para poder jugar en el equipo de sus amores o ganar infinidad de trofeos cuando llegue a la élite.
Pero ese niño, que colecciona cromos y camisetas de su ídolo, también debe aprender a valorar si es recto su comportamiento al ejercer una profesión que lo ha llevado a lo más alto, con mucho esfuerzo y sacrificio, renunciando a los placeres que disfrutan otros jóvenes o a la formación académica que muchos han podido recibir.
El problema es cuando el deportista, siendo adulto, por mucha celebridad que sea, se comporta como un niño grande, mal educado.
Y no hay peor imagen para un niño que un deportista chulesco, que se ríe del rival por lo que gana o por haber resultado victorioso, o insulta, escupe, eructa o agrede a los contrarios, o simula haber sido agredido verbal o físicamente por ellos, que sin razón abronca a sus compañeros que no le dan bola, que prioriza su éxito personal por encima del colectivo, que se enzarza en absurdas discusiones con el árbitro que no va a cambiar su decisión, que protesta cuando es cambiado, que hace gestos insultantes a la grada, que evita ser entrevistado cuando pierde o no atiende a un seguidor que espera durante horas para verlo, que llega tarde a los entrenamientos tras una noche de juerga o que exhibe su lujo por doquier.
Pero la educación no se aprende exclusivamente de los libros, como siempre se ha dicho. Existen otros valores que la vida que te va transmitiendo y de los que debes sacar tus propias conclusiones para comportarte adecuadamente hacia los demás y con los demás.
Y es que contamos ya con sobradas muestras en nuestra sociedad de que, por mucha formación universitaria que se tenga, ello no garantiza que la imagen ante los demás sea siempre positiva.
Quizás el británico David Beckham, pese a sus estrambóticos tatuajes, sea uno de los futbolistas más conocidos y que mejor transmite su imagen (tan cambiante en lo físico) mostrándose siempre encantador con sus seguidores, mientras que su esposa, ex Spice Girl, mantiene justo la actitud contraria, con cara de haber comido pescado podrido.
Desconocemos si es una estrategia diseñada por sus asesores para representar una imagen de poli bueno/ poli mala, de cara al marketing y los ingresos publicitarios, pero lo cierto es que el ex jugador del Liverpool y Real Madrid y capitán de la selección de Inglaterra, educadísimo como es, hace tiempo reconocía en una entrevista que nunca había leído un libro.
Lo siento, señor Aute, (DEP) por lo que parece, no todo está en los libros. Aunque ciertamente ayudan, mucho más que un teléfono móvil y un programa de telebasura.
Cuando terminamos estas líneas, el día de la Hispanidad, en España celebramos el decimotercer título de Rafa Nadal en el torneo de Roland Garros, alcanzando el mismo número de torneos de gran slam que el suizo Roger Federer, veinte.
Y si el mallorquín continúa consolidando su extraordinaria imagen de deportista humilde y solidario, con un especial recordatorio en el momento de recoger su trofeo para las víctimas del coronavirus, no podemos obviar, como muestra de deportividad y admiración a un compañero, el sincero reconocimiento de su gran rival, por haber igualado su record.