Mi querido padre siempre utilizaba una expresión para descalificar la conducta de aquellos descerebrados que siempre atenta a toda razón de ser: son “ del género tonto”.
Yo diría que algunos además van motorizados y suponen una grave amenaza para los demás..
Ciertamente hay que ser respetuoso con los gustos ajenos por más que nos puedan parecer estrambóticos o pintureros en cuanto a lo de maquear vehículos y dotarles de extras visuales y sonoros que harían llorar de emoción al personaje interpretado por Vin Diesel en la famosa saga cinematográfica Fast & Furious.
Sin embargo, nos parece del todo despreciable cuanto alguno de ellos se pasa de frenada, nunca mejor dicho y cual zoquete con complejo de Fitipaldi o Valentino Rossi, participa en carreras de aficionados ilegales, puesto que no se sujetan a reglamento federativo alguno e incumplen la normativa de tráfico de forma flagrante.
Es entonces cuando, para deleite propio o ajeno, queman gasoil y gastan neumáticos al tiempo que conducen o pilotan como si no hubiese un mañana, a una velocidad de vértigo, con derrapes a la entrada y salida de las curvas, que trazan con evidentes problemas de estabilidad y adherencia a las vías.
Más pronto que tarde se verán obligados a efectuar maniobras de corrección de la posición del vehículo que no pocas veces suponen una pérdida de control del mismo, poniendo entonces en concreto peligro la integridad física, no solo del propio conductor, copiloto u ocupantes del vehículo, sino también la de otros participantes contra los que compite y claro está, la de los espectadores situados en los laterales de la vía escogida para la prueba.
En el peor de los casos, amén de los posibles destrozos y cuantiosos daños materiales que se puedan ocasionar, se generarán los personales, a veces irreparables, cuando la colisión o atropello concluyen de la peor manera posible.
En este sentido, hace poco conocíamos la terrible desgracia acaecida en un polígono industrial a escasos kilómetros de la ciudad de Oviedo , cuando un vehículo que participaba en una carrera ilegal se llevó por delante a cuatro espectadores, resultando uno de ellos gravísimamente herido, tras perder sus piernas.
El asunto aún sigue en fase de instrucción y las autoridades están analizando las imágenes recogidas por las cámaras de videovigilancia del polígono industrial, siendo difícil pronosticar si habrá más de un acusado, por las dificultades de identificación.
No obstante, en muchas otras ocasiones, son los propios autores y testigos del delito los que facilitan las cosas, aunque sea de modo inconsciente y no buscado.
Lo decimos porque hoy día, que se registra cualquier vivencia hasta cuando uno va al WC, no es extraño que las imágenes de las competiciones sean grabadas por algún espectador con su teléfono móvil para ser luego subidas a sus redes sociales dejando huellas digitales que resultan imborrables gracias a una pericia informática.
Grabación que incluso puede ser realizada por los propios participantes, henchidos y ufanos por su hazaña, pero que se ganarán a pulso una más que segura condena por su afán exhibicionista, dejando pocos recursos exculpatorios a sus abogados defensores, que ciertamente tienen por clientes a sujetos con muy poco serrín en la azotea, incluso para salirse de rositas.
Cierto es que el que existan carreras ilegales no es nuevo ni mucho menos, porque el exceso de velocidad, de siempre ha estado indisolublemente unido a espíritus rebeldes, deseosos de vivir fuertes emociones y de una subida de adrenalina, pese a los evidentes riesgos propios y ajenos que supone su antisocial conducta.
No obstante, el que ahora sea tan fácil difundir las “proezas” generalmente masculinas ,para los menos cívicos supondrá un efecto llamada que invite a su imitación, mientras que para la generalidad el conocimiento de tales prácticas acarrea una evidente alarma social, al advertir como cierto sector de nuestra juventud disfruta de su tiempo libre de esta guisa.
En el supuesto antes referido , los competidores de la carrera ilegal eligieron una zona difícilmente transitada por otros a determinadas horas de la noche, pero también abundan descerebrados que escogen otras abiertas a la circulación de cualquier otro conductor y al tránsito de viandantes que pueden encontrarse con una desagradable sorpresa en el peor lugar y momento posibles.
En cuanto a la calificación de la conducta, amén de un delito de daños si es que se producen desperfectos en los vehículos o en otros bienes públicos o privados, hablaríamos de la comisión de varios delitos contra la seguridad del tráfico (por conducción temeraria, bajo la influencia de bebidas alcohólicas o de drogas e incluso careciendo de permiso de conducción, lo cual parece el colmo aunque no infrecuente) de omisión del deber de socorro, y de lesiones graves o muerte, en el peor de los casos.
Hemos querido dejar fuera del análisis aquellas conductas individuales que más que obedecer a un afán de competir en una prueba , derivan de bromas, retos o apuestas a las que ya nos hemos referido en nuestro blog
Poníamos entonces como ejemplo uno que consistía en conducir con los ojos tapados, pero ahora cabe referirse a otros igual de absurdos y peligrosos, como dar volantazos a izquierda o derecha, según el dictado de una canción, dejar que el vehículo circule durante unos instantes sin conductor tras bajarse del mismo en marcha para hacer un ridículo baile que es grabado por otro o conducir de noche con los faros apagados.
No obstante, cabe decir que se lleva la palma a la mayor imbecilidad humana, la ocurrencia de unos youtubers australianos de circular con su vehículo repleto de agua en su interior, para simular que están sumergidos en una piscina rodante.
Igualmente, podría ser objeto de un examen aparte aquellas situaciones de extrema gravedad, generadas por conductores kamikaze o pilotos suicida, cuyo respeto por la vida humana, propia y ajena, es menos que cero.
Llegados a este punto, es evidente que el cenutrio al volante lo es, dando igual que sea muy joven sin trabajo o de posibles.
Es más, no sería aventurado señalar que, cuando hablamos de carreras ilegales, compiten vehículos que no son meros turismos precisamente, por lo que sus conductores no suelen pasar problemas económicos para llegar a fin de mes.
Por poner un ejemplo, trascendió hace tres años unos adinerados turistas foráneos alojados en un complejo rural asturiano en la localidad de Parres , ciertamente lujoso (doy fe de ello) improvisaron una competición del motor como la que se celebra cada año ascendiendo por la carretera que va al monte El Fitu
Y para ello, a gran velocidad conducían coches de alta gama, entre ellos un Lamborghini, nada menos, que acabó destrozado tras una colisión sin que afortunadamente se ocasionaran graves daños personales; hablamos de vehículos que van desde más de doscientos mil euros a más de quinientos mil.
Quien esto escribe carece de permiso de conducir y he de confesar que, cual desconfiado señor mayor, soy de los que recurren al asidero del vehículo ante una conducción que, con razón o no, entiendo acelerada e innecesaria, como si ello me fuera a salvar de un posible accidente.
Por ello, cualquiera podría pensar que para alguien como yo, desconocedor de la autonomía y libertad que supone estar frente a un volante, resulta del todo gratuito criticar a aquellos apasionados de la velocidad a quienes no les importa poner en riesgo sus vidas o se creen sumamente dueños del control de la situación que ni siquiera imaginan un resultado funesto para ellos o para el prójimo.
Yo les aconsejaría a estos pilotos tan avezados y seguros de sí mismos que se pasen una tarde por alguna unidad hospitalaria de rehabilitación y de primera mano comprueben lo valiente que sí resulta intentar volver a caminar sin ayuda.
Quizás sería demasiado pedirles que pasen una tarde en compañía de personas en sillas de ruedas o mejor aún, pierdan tiempo en visitar un cementerio, que como bien sabemos, están llenos de valientes, pero también de víctimas inocentes que sufrieron la conducta de aquellos.