La frase socorrida sería: se veía venir.
Y ha venido.
Mientras la maquinaria de la diplomacia occidental se quedaba en mera palabrería ante las ya no tan veladas amenazas de Vladimir Putin, cuya mirada era más turbia que nunca, desde la Casa Blanca el Presidente Biden ya venía alertando desde hace semanas sobre la invasión rusa de Ucrania, hasta el punto de recomendar a sus nacionales que abandonaran su país cuanto antes.
Y es que para tamaño consejo, ni siquiera habría tenido que recurrir a sus servicios de inteligencia, que tanto han fallado otras veces, para llevar la suposición a la categoría de la evidencia, en base a una máxima atribuida a Darwin: La historia se repite, es uno de los errores de la historia.
La estrategia era tan meridiana que no necesita un sesudo análisis por parte de un politólogo o experto analista internacional, puesto que ya se ha visto infinidad de veces, a la largo de esta historia nuestra en la que tanta sangre inocente se ha derramado.
Como líder totalitario que soy de una pseudodemocracia en la que nadie me tose desde hace décadas, para colmar mi afán expansionista sugiero que una parte de la población perteneciente a una porción del territorio nacional del que se ha declarado independiente y al que pretendo controlar dado que le pone ojitos a la Unión Europea y a la OTAN, está siendo víctima del ataque de su gobierno central y debo acudir en su ayuda.
Y visto que mi poder militar es aplastante sobre el rival y que dispongo de unas armas nucleares que son disuasorias para que otra nación más poderosa me pueda parar los pies, entro a saco, invado el territorio vecino y coloco a un gobierno títere para controlarlo desde Moscú, asegurándome un enclave estratégico fundamental y evitando posibles tentaciones hacia el capitalismo occidental para demostrar al resto de pueblos eslavos que la Madre Rusia vuelve a amamantar a su hijo pródigo y tiene leche para todo el resto que se quiera unir a la camada.
Sin embargo, echando la vista, no muy atrás, porque hablamos de finales de 2016, uno ciertamente ya no puede asegurar si los hechos acontecidos desde entonces han sido producto del azar o no, en cuanto que piezas que ha encajado a la perfección en un puzle más que diabólico.
Y es que conviene ver la secuencia sin solución de continuidad.
Contra todo pronóstico, Hillary Clinton pierde las elecciones frente al iluminado y populista Trump que nunca le ha tosido a Putin; triunfa el Brexit y se consuma la salida del Reino Unido de una Unión Europea más débil que nunca; sufrimos una pandemia global cuya consecuencias son devastadoras a nivel socioeconómico y de la que aún desconocemos su verdadero origen que apunta a China y ahora se produce el mayor conflicto bélico en Europa desde la Segunda Guerra mundial.
Y todo ello, enmarcado en un periodo en que los algoritmos, los bots y las redes sociales han hecho de las suyas para condicionar al electorado, crear propaganda y desinformación y en definitiva, manipularnos a todos.
El pasado de Putin como agente de la temible KGB siempre ha apuntado maneras y los memes sobre sus prácticas marciales o las ecuestres en plan pecho lobo ya no deberían hacer tanta gracia,máxime cuando ahora, al insistir que tan solo quiere proteger a los habitantes del Dombass,en realidad ha emulado a un señor de bigote ridículo que hizo lo mismo con la región de los Sudetes en la antigua Checoslovaquia.
Pero es que además, no ha dado puntada sin hilo.
Y el ejemplo más claro es que, dado que Putin necesitaba asegurarse un respaldo y un colchón para evitar el impacto del famoso “paquete de sanciones económicas” que se avecinaban por parte del resto, ya se daba por hecha su reunión con su aliado natural, Xi Jinping, que además comparte los deseos expansionistas del ruso en lo relativo a Taiwan y que además lidera a una nación que ya se puede considerar la más poderosa económicamente dentro del concierto internacional.
Y es ahora cuando propios y extraños se llevan las manos a la cabeza y se dan cuenta de que tenemos un serio problema a cuatro horas de avión y no en los desiertos remotos ni en tierras lejanas de los que hablaba José María Aznar, un ex Presidente del Gobierno que, por cierto, apoyó el inicio de una infame guerra que ha dejado a Oriente medio como unos zorros, si es que no estaba hecho trizas ya.
Se habla de inflación del precio para el consumo de las energías no renovables lo cual repercutirá en una economía mundial que sigue temblando por los efectos de la pandemia.
Y se habla del enorme problema humanitario, no solo en cuanto al número de bajas civiles ( víctimas, no ya colaterales como se dice, sino directas, pese a que se insista en intervenciones militares quirúrgicas mediante el uso de tecnología moderna, a más no poder) sino también por los movimientos migratorios que se van a generar, si es que Putin finalmente consuma su atropello, e impone un gobierno ucraniano a su antonjo para mover los hilos desde Moscú, como ha sucedido con Bielorusia.
Se dirá de contrario que una parte mayoritaria de la población rusa apoya a su Presidente.
Pero, salvada la cuestión de que la Federación rusa es conocida por su faceta represora de las voces discordantes, también apoyaron los alemanes a Hitler y ya vimos lo que sucedió luego.
No obstante, el tiempo dirá si nos equivocamos y tenemos que añadir una nota aclaratoria, o mejor dicto rectificativa, si es que no se ha agitado una falsa bandera, y por el contrario, solo se busca proteger a los los separatistas prorrusos del este de la nación vecina, sin interferir en los asuntos internos de Ucrania, entre los que se encuentran, formar parte de la Unión Europea y de la OTAN.
No obstante, sonroja escuchar a Putin decir que van a “desnacificar” Ucrania.
Pobre Ucrania y pobres ucranianos,sean éstos prorrusos o no.
Repito lo del inicio, se veía venir y no hay más ciego que el no que quiere ver.
Y ahora, a verlas venir o a ponerse de lado, cuando no dar la espalda, como casi siempre hace una sociedad occidental moralista y complaciente, que solo se acuerda de Santa Barbara cuando truena.
El problema es que ahora, los truenos que resuenan son producto de los misiles rusos y el estruendo cada vez está más cerca de casa.