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No estamos precisamente atravesando una buena racha los aficionados españoles al ciclismo, otrora acostumbrados a espectaculares gestas de auténticos héroes sobre las dos ruedas que nos llenaba de orgullo patrio, como Delgado, Indurain o Contador.

No obstante, siempre se ha cernido la sombra de la duda para cuestionar sus hazañas deportivas en cuanto a posibles “aliados externos”, que en el caso del último de ellos, encontró como respuesta una dura sanción que le desposeyó de uno de sus Tour de Francia, amén de otras importantes victorias.

En cualquier caso, como bien sabemos, el que se ha llevado la palma en cuanto a mayúscula decepción de los aficionados al ciclismo y de muchos patrocinadores que confiaron en él, no fue español, sino norteamericano, Lance Armstrong, de quien ya tuvimos oportunidad de escribir en nuestro blog, al hilo de la película que narra el escándalo del continuado dopaje de un auténtico tramposo.

Sea como fuere, en los últimos tiempos parece haberse purificado este bellísimo deporte que supone tanto esfuerzo y entrega hasta lo inimaginable y que arrastra a cientos de miles de aficionados, que también lo practican o que al menos lo siguen como espectadores, bien de forma presencial, bien por televisión.

Recientemente, teníamos conocimiento de que se había entregado a las autoridades un conductor que se había dado a la fuga tras haber atropellado, mientras entrenaba, a uno de nuestros mejores corredores, el veterano Alejandro Valverde, que afortunadamente no ha sufrido lesiones de gravedad que le impidan seguir compitiendo.

Ciertamente, el principal enemigo de los ciclistas, aficionados o profesionales, son quienes comparten carretera con esos vehículos que circulan diariamente y quizás tendremos algún día oportunidad de referirnos a estas situaciones, que empiezan con un simple pique o impaciencia del conductor y que pueden abocar en tragedias humanas, en las que el ciclista siempre sale perdiendo, en ocasiones, su propia vida.

Pero aparte de un conductor despistado, agresivo o impetuoso, si hablamos ya de la competición profesional existe otro sujeto que en puridad ha de ser considerado como un estímulo para los momentos más difíciles en los que el corredor se juega la victoria o se encuentra agotado física y psicológicamente, pero que a la postre puede echar por tierra, nunca mejor dicho, todo el esfuerzo del deportista, amén de ocasionar accidentes, poniendo al resto de los presentes en serio peligro, incluyendo a los periodistas o agentes de la autoridad que circulen en sus vehículos, muchas veces a velocidad de vértigo.

Lógicamente al cabo de la carretera, están el propio trazado que puede ser más o menos peligroso, la impericia o despiste del ciclista, o la imprevista presencia de un animal que pueda cruzarse en el peor momento, pero ahora estamos hablando del factor humano como elemento esencial del riesgo que se puede generar.

Nos estamos refiriendo a los «aficionados» (con todas las comillas del mundo) generalmente ataviados con ropas estrafalarias (nada mejor que tener un minuto de gloria en televisión) que desaforados, corren en paralelo a un ciclista que aprieta los dientes para no perder la estela del resto o que apura su esfuerzo para demarrar y dejar a sus seguidores atrás, o que les ofrecen bebida y comida, cuando no la han pedido, o que se apostan dejando un mínimo paso para los corredores, o que incluso se atreven a dar un empujoncito o leve palmada que puede desestabilizar y hacer caer al ciclista.

Pero además, a este grupo de insensatos, a quienes podemos calificar de «globeros», usando el argot ciclista, se le suma otro, no menos peligroso, integrado desde hace algunos años por sujetos, que en vez de disfrutar de la carrera, se dedican a hacerse selfis al paso de la misma, sin percibir todo aquello que le viene por detrás.

De ellos ya tuvimos oportunidad de escribir en relación a esta estúpida moda que lejos de mitigarse, va a más.

En tercer lugar, cabe referirse a la presencia de aficionados, que podrían ser calificados como ultras del ciclismo, puesto que lejos de intentar jalear a los corredores en pleno esfuerzo, precisamente se dedican a lo contrario, a presionar insultando o escupiendo a aquellos que suponen un riesgo para la victoria de los ciclistas de su país.

Y por último, podemos hablar de personas, que lejos de tener verdadera afición del ciclismo, aprovechan tan singular evento para situarse en lugares idóneos para el objeto de sus reivindicaciones, más o menos justificadas, conscientes de que van a ser vistos por televisión o fotografiados para los medios o redes sociales.

Pues bien, para quien sigue las retransmisiones en directo por televisión, no cabe duda que la presencia de tales temerarios y descerebrados (muchos de los cuales han hecho un considerable esfuerzo para acudir a la cita, pero que están afectados por el alcohol, el odio o la carencia del mínimo civismo) aportan un aliciente de suspense que nadie ha reclamado, en especial, los protagonistas de la faena deportiva, que se juegan tanto la competición como su propia integridad física.

Afortunadamente, estos hechos son aislados y los imbéciles son una minoría, pero no estaría de más que se pudieran reducir a la mínima expresión.

Conviene dejar anotado, que salvo excepciones, los organizadores de las competiciones aúnan esfuerzos y se coordinan con las autoridades para que no se produzcan estas situaciones de tamaño peligro, pero es evidente que la seguridad nunca puede estar garantizada al cien por cien, máxime en tramos de la etapa en la que resulta muy complejo la delimitación de los márgenes en los que se encuentran los aficionados, y que comparten asfalto con corredores y otros vehículos.

Si ya hablamos de posibles acciones que puedan ejercitarse por parte de los corredores, el abanico parece amplío.

Lógicamente, el máximo responsable de los accidentes ha de pagar por su imprudente/doloso acto, bien en vía administrativa, con la imposición de elevadas sanciones, bien vía en vía penal por un delito de lesiones o en su caso civil, en base a la responsabilidad extracontractual, sin perjuicio de que la propia organizadora de la competición y la Administración competente puedan responder, en caso de que se aprecie una considerable brecha en las medidas de prevención para evitar accidentes.

Quizás el hecho más kafkiano que se recuerda de los últimos tiempos, y en el que, más que los deportistas, fue el propio aficionado quien resultó doblemente perjudicado, ha sido el incidente que se originó cuando un seguidor que corría a la par que su ídolo Alberto Contador fue empujado por un Agente de la Guardia Civil lo que propició que fuera lanzado varios metros hacia una motocicleta de asistencia de la carrera; como resultado, varias heridas en el aficionado que además fue sancionado por la Delegación del Gobierno y vio como fue archivada la causa penal incoada tras denunciar al agente.

Aunque es evidente que una mayor punición podrá servir para desanimar a estos sujetos cuya cabeza está llena de serrín y de poca masa cerebral, desgraciadamente se repiten cada año escenas que nos ponen los pelos de punta, muchas de las cuales finalizan de la peor manera posible.

Y siendo cierto que quien tiene que hacer el esfuerzo de llegar a la meta no puede permitirse el lujo de perder una décima de segundo para apearse de la bici y responder al imbécil de turno como se merece, al menos encontrará como apoyo desinteresado un justificado insulto acompañado de un elevado tono, por parte de quienes estamos a muchos kilómetros de distancia, pendientes de la pequeña pantalla.

Gilipollas, parece poco.

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