MENOS MAL QUE NOS QUEDA PORTUGAL

Cuando en la Nochevieja pasada contábamos las uvas de la suerte, nadie imaginaba que tan solo un trimestre después veríamos como nuestras vidas daban tamaño vuelco que condicionaría de tal forma la cotidianidad hasta el punto de ver limitadas las libertades de circulación y movimientos y por ende, nuestra situación personal y laboral.

La anterior circunstancia se ha dado en la mayoría de la población, pero como rezaba aquella promoción de la segunda cadena de TVE, una cada vez más inmensa minoría sufre directamente el COVID-19, bien como pacientes, bien como familiares de un contagiado o fallecido.

Los fríos datos estadísticos demuestran que España es hasta la fecha una de las naciones más castigadas por el coronavirus y quizás sea una de las que tardará más tiempo en recuperarse de la segura crisis económica que ya aporrea nuestra puerta.Las previsiones del Fondo Monetario Internacional son aterradoras.

No cabe duda que el posicionamiento ideológico de unos y otros ha venido condicionando la política de este país desde hace un lustro, en el marco de una contienda secesionista promovida desde una parte del territorio nacional.

Pero al Gobierno de la nación, surgido recientemente de un complejo pacto a varias bandas en busca del decisivo voto de desempate, le ha correspondido afrontar la peor crisis sanitaria y económica que se recuerda de las últimas décadas y que muchos ya colocan en su importancia después de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que se achaca al Gobierno de España es la imprevisión y la improvisación en la gestión de la pandemia. Cierto es que esa situación se ha repetido por sistema en la gran mayoría de las naciones, pero de poco nos consuela el mal de muchos en otros lares.

Imprevisión, por no anticipar medidas de contención y prevención del Covid-19 y no aprovisionarse del material que pudiera resultar necesario para sanitarios y ciudadanos, tras elevarse la epidemia a categoría de pandemia, cuando países de nuestro entorno ya padecían los efectos de un virus que se había contagiado con suma rapidez.

Improvisación, por tener que adoptar a marchas forzadas medidas constitucionalmente cuestionables y sin precedentes en nuestro Estado Social y Democrático de Derecho, amén de transmitir una nefasta imagen de comunicación pública a un ciudadano, cada vez más inquieto ante una situación como la que estamos padeciendo.

Y si a ello se suma que el material de prevención o contención no llega a España o lo hace de forma defectuosa y que lo que vale para un día no vale para el siguiente, el resultado que arroja es un intranquilidad de la ciudadanía en un prolongado Estado de Alarma que algunos ya elevan a la categoría de Excepción.

Las previsiones más halagüeñas nos indican que a corto plazo es factible que podamos ir recuperando progresiva y paulatinamente la normalidad.

A medio plazo quizás nos tengamos que adaptar a un nuevo orden mundial antes desconocido que cambie para siempre nuestras costumbres, que por muy mediterráneas que sean, terminarán por ceder ante la normativa que se imponga. La limitación a espacios habilitados para los fumadores y las restricciones de acceso a los vuelos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 son ejemplos recientes de que la salud y seguridad están por encima de todo.

Y será a largo plazo cuando el Estado tenga que rendir cuentas ante los Tribunales de Justicia. Amén de la posible responsabilidad penal individual de los gobernantes, en el orden contencioso administrativo concienzudamente deberán servirse del manido artículo 106.2 de la Constitución Española y de la novedosa aplicación del artículo 3.2 de la Ley de Alarma, Excepción y Sitio para determinar si la fuerza mayor es o no defendible como motivo de exculpación.

Aunque quizás en nuestro país haya que fijarse como precedente en lo acaecido por el aceite de colza, a estas alturas todavía resulta prematuro pronosticar si como demandantes o querellantes exclusivamente habrá de entenderse a los familiares de fallecidos o si desgraciadamente habrá que extenderse una legitimación a los contagiados que padezcan una severa reducción de su capacidad pulmonar u otras secuelas.

Se avecina pues, novedosa y apasionante jurisprudencia que futuras generaciones de juristas tendrán que estudiar en sus planes de estudios de Derecho, pero no resulta envidiable estar en la piel de un Magistrado que ha de hacer justicia, desligando sus convicciones y sentimientos, cuando directa o indirectamente haya vivido un trance motivado por este maldito virus.

Pero lo que cuenta ahora es el presente. Lo deseable sería arrimar el hombro y remar en la misma dirección y que nuestros dirigentes y la oposición transmitieran a la ciudadanía una imagen de unidad, que ahora parece imposible, visto que la ruptura entre derecha e izquierda es total y el multipartidismo, que tanto se había añorado en este país, hace imposible una reconciliación provisional o temporal. Hablar de reeditar los pactos de la Moncloa suena a utópico cuando apasionamiento y emoción están pudiendo con reflexión y razón.

Y poco se le puede exigir a una ciudadanía enfrentada si nuestros propios representantes políticos transmiten esa discordia, incluso a través de las redes sociales y si contamos con unos medios de comunicación cuya ideología condiciona las informaciones, olvidada ya una independencia periodística que tanto se han vanagloriado en proclamar.

En su cuenta de Twiter el PSOE supuestamente ha publicado “antes de denunciar haz un pantallazo para poder revisar la publicación o noticia y analizar las posibles acciones legales y nos la envías a asesoríajurídica@psoe.es”

A estas alturas de película dramática uno ya duda si lo que lee en internet es o no cierto, porque cada vez las fake news son más elaboradas, pero lo que es evidente es que las redes sociales y en especial Facebook y Twiter son un auténtico hervidero de graves insultos, amenazas y buloa que han obligado a que la propia aplicación de Whatsapp, quizás de cara a la galería, haya limitado la posibilidad del reenvío de un mensaje. Ha tardado demasiado en hacerlo.

Por ello convendría fijarse en nuestro vecino Portugal, como ejemplo para la Unión Europea en general y para España en particular.

El país luso ha tomado medidas prematuras, muy efectivas para contener el avance de la pandemia y se ha posicionado frente a la férrea insolidaria postura económica de los Países Bajos.
Pero, por encima de todo, ha encontrado en su política interna la mayor unidad entre Gobierno y oposición.

Sana envidia para algunos, contagiada envidia para otros.

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