LAS DOS PELÍCULAS DE HOY: AMERICAN HISTORY X (1998) Y SKIN (2018)

Ya estábamos perfilando la publicación sobre American History X, cuando llegó a nuestras manos el DVD de Skin, lo que nos animó a condensar en una sola, la reseña de ambas películas, conscientes de que la primera es ya una obra de culto y la segunda apenas ha trascendido, pese a su calidad.

Ciertamente, el argumento de ambos films es similar, si bien es cierto que la película dirigida por Tony Kaye e interpretada magistralmente por Edward Norton no está basada en hechos reales, como sí lo está Skin, que ha tenido como antecedente un cortometraje con el mismo título y antes el documental Eliminando el odio.

El entorno es casi idéntico en ambos films: adultos de gran intelecto ( respectivamente, Stacy Keach y el matrimonio que encarnan Bill Camp y Vera Farmiga) que reclutan a jóvenes desempleados, de familias desintegradas o en ambientes marginales,para manipularlos a su antojo para la propagación de los proclamas neonazis.

Y al tiempo que los forman con un adiestramiento paramilitar, lavan su cerebro con sus aberrantes dogmas, dentro de una dinámica evidentemente sectaria, donde parece primar el sentimiento de hermandad y colectividad, si bien a la postre sus líderes apenas se involucran en los actos delictivos que cometen sus violentos cachorros.

Las dos películas empiezan con brutales escenas de violencia física y verbal hacia el adversario, a las que, sin solución de continuidad, siguen otras de sexo consentido con las respectivas parejas de los protagonistas, Derek y Byron, aunque carentes de un mínimo de humanidad.

Asimismo se parte de la premisa de una situación extrema en cuanto a la personalidad de los dos supremacistas, que en esencia comparten su privilegiado status dentro de un grupo donde la masa cerebral está impregnada del odio más radical.

Por ello, resulta del todo llamativo cómo se aborda en ambos films el doloroso proceso de redención, dado que pasan de ser unos neonazis convencidos, absolutamente entregados a su irracional causa, a convertirse en dos personas que quieren dejar atrás unos prejuicios raciales que los han sumido en una espiral de violencia que nada positivo aporta a sus vidas.

Pero además, en el caso de Skin, el dolor de Byron es literal, visto el calvario físico que sufre el protagonista, cuyos ofensivos tatuajes apenas dejaban espacio libre en la piel de su cuerpo, y que solo a través de veinticinco operaciones en el transcurso de un año y medio podrán ser eliminados.

Cierto es que en American History X descubrimos que en la génesis de los prejuicios tan radicales que envenenan a Derek, su frustración vital parte del dramático fallecimiento de un progenitor, cuyas ideas racistas parecen pasar de generación en generación.

Pero existe una diferencia sustancial en ambas películas para que se produzca tamaña transformación.

En American History X, Derek asume con orgullo la pena del execrable delito de sangre que ha cometido (inolvidable la secuencia donde Norton muestra el rostro de la pura maldad) pero es su experiencia en prisión la que le hace despertar de su pesadilla, porque no solo descubre que no es oro todo lo que reluce respecto de los de su cuerda, sino que es consciente lo que implica sufrir la violencia, tras ser violado por uno de su condición.

Sin embargo, en Skin el tránsito se hace a través del amor por su nueva pareja con quien va a tener un hijo, y que a su vez es madre de tres niñas; entre todas ellas, a su manera le enseñan que existe otra vida ajena a la violencia y que tras su aspecto de tipo duro que puede con todo, no hay más que un mero envoltorio que oculta a una persona sensible, que puede construir, en vez de destruir.

No obstante, ambos films también coinciden en que resulta primordial la entrada en escena de personajes de raza negra,que colaboran en el tortuoso camino que tienen que recorrer hasta la redención.

Así, en American History X, Derek, no solo debe convivir con otro recluso, cuya presencia antes le habría originado nauseas, sino que termina por seguir los consejos de un profesor, que es quien definitivamente le abre los ojos sobre lo estéril de vivir con odio y no obtener nada positivo a cambio.

Y en Skin, el punto de inflexión lo supone su colaboración con un activista de la causa afroamericana antifascista, que le exige un alto precio, como tributo para poder ayudarlo: delatar a los que fueron de su familia.

Y lo anterior, si bien tiene como inmediata consecuencia que atenten contra su vida por alta traición, e incluso llegue a ser temporalmente abandonado por su reciente esposa, temerosa de que sus hijas puedan sufrir daños, con el tiempo permite que las autoridades logren desmantelar la organización supremacista Vinlanders Social Club.

Ya dijimos antes que la actuación de Edward Norton en American History X fue sobresaliente, fruto del método, que como bien sabemos persigue una introspección en las vivencias personales hasta mimetizarse con el personaje que se desea interpretar.

Pero es que además llamaba la atención su transformación física, algo que siempre agrada a una Academia que recompensó su trabajo con una nominación al Oscar.

Sin embargo Norton tuvo que competir con otras vacas sagradas como Jack Nicholson, Nick Nolte e Ian McKellen y un histriónico Roberto Benigni, que fue quien al final inmerecidamente se llevó el gato al agua por La vida es bella, donde curiosamente interpretaba a un judío que es llevado con su hijo a un campo de concentración nazi. El extremo del personaje de Norton.

Pero además en American History X destaca su tocayo Edward Furlong, que estaba en el punto álgido de una prometedora carrera que luego desgraciadamente se vino abajo por sus problemas personales.

Pero en Skin, además de Jamie Bell, que sorprende con un violento papel tan alejado de su interpretación casi veinte años atrás en Billy Elliot, cabe destacar a una Danielle Macdonald, cuya carencia de belleza y exceso de peso aportan una destacable naturalidad, que nos recuerda a los personajes de Yo Tonya, ya analizada en este blog, como ejemplo de los “White trash” norteamericanos.

Y es que nos aproximamos a lo cotidianeidad de lo ordinario, no ya en un sentido despectivo, sino en cuanto a la evidencia de que existe un mundo alternativo al estereotipo dominante en las películas de Hollywood, como también lo demuestra la presencia de Vera Farmiga, cuyo evidente atractivo queda ajado por el desaliño para encarnar su maternal y a la par cruel papel.

Quizás sea más interesante la intrahistoria del rodaje de American History X, donde Norton tuvo un peso más que notable en el guión para que la película no finalizara como pretendía el director, que acabo renegando del resultado final.

Tony Kaye provenía al igual que muchos de su generación del mundo del videoclip (lo que sobremanera se aprecia en una película que combina el color con el blanco y negro) pero sus ínfulas le terminarían pasando factura en una industria que no suele perdonar un precoz endiosamiento.

El problema estribaba en que pretendía reducir el metraje de la película, privándola de mensajes positivos, para concluir la historia de una forma todavía más amarga, introduciendo una breve escena, tras el asesinato del hermano pequeño, más que reveladora: Derek se contempla frente al espejo y de nuevo se rapa al cero, como evidencia de su retorno al mal.

El choque de trenes fue inevitable, y de esta lucha de egos entre un cineasta debutante y un reforzado actor, salió peor parado el realizador.

Fue hasta tal punto la fricción que, ya estando toda la producción de la compañía New Line en contra de Kaye, fue vetada su presencia en la sala de edición, lo que provocó que el director entrara en cólera y no solo estuvo a punto de llegar a las manos con el propio Norton, a quien amenazó, sino que se rompió la mano de un puñetazo a la pared.

Pero lejos de aceptar la situación y tragarse el orgullo, emprendió una guerra que difícilmente podía ganar, máxime con decisiones tan delirantes como las suyas.

Así, tras no lograr convencer a sus patronos en una reunión, a donde acudió acompañado de un monje budista, un cura y un rabino, al tiempo que se autoproclamaba el mejor director británico desde Alfred Hitchcock, solicitó del sindicato de directores que fuera retirado su nombre de los títulos de crédito o al menos cambiado por un seudónimo, lo que fue rechazado.

Y tras el estreno de la película (cuyo exitoso resultado de crítica y público le dieron la razón a Edward Norton) Kaye no solo se dedicó a hacer declaraciones incendiarias, invirtiendo cien mil dólares para criticar al actor y a New Line, publicando más de treinta anuncios a página completa en la prensa sino que incluso se dedicó a boicotear su paso por algún festival, como el de Toronto.

Como resultado de todo ello, casi veinte años de ostracismo como director en Hollywood, hasta el estreno de la notable película El profesor en 2011.

“Todos tenemos nuestros demonios”, llegó a declarar en una ocasión Tony Kaye, “pero yo ya me deshice de los míos… o los tengo bajo control”.

Derek y Byron también pudieron con ellos, por su bien y el de todos.

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