LA PELÍCULA DOCUMENTAL DE HOY:EL DILEMA DE LAS REDES SOCIALES (2020)

Muchos lectores que se hayan acercado a nuestro blog, quizás hayan percibido que nos mostramos muy pesimistas a la hora de debatir sobre el uso de las nuevas tecnologías.

Y es que nunca nos cansaremos de repetir, aunque nos tachen de alarmistas o agoreros, que los acontecimientos de los últimos años apuntan a que durante los venideros pueda consolidarse el proceso de deterioro que ya está deformando la sociedad, para convertirnos en sujetos adictivos y dependientes de una pantalla, al tiempo que abocados a que otros traten de implantarnos un modelo impuesto y predeterminado según quien esté al mando.

Afortunadamente, no somos los únicos que nos venimos haciendo eco de esta situación y el reciente documental emitido por la plataforma Netflix nos ha venido a dar la razón.

En base al testimonio de antiguos trabajadores de potentes compañías como Facebook, Twiter, Google o Instagram se expone el conflicto ético de muchos de los que han contribuido a la adicción a las nuevas tecnologías, en un mundo cada vez más deshumanizado y mediatizado por la decisión de unos pocos.

Partiendo de la frase de que “si no pagas por el producto, tú eres el producto” nos revela como las distintas plataformas compiten por atraer nuestra atención, con un modelo de negocio que persigue que la gente esté permanentemente pegada a la pantalla.

Y así logran modificar el comportamiento de las personas, de modo gradual pero casi imperceptible, tras conocer a través de tus hábitos de búsqueda, lo que haces, lo que piensas y lo que eres.

Por tanto, el objetivo es tener una mercantilización de los datos personales, a través de lo que se conoce como capitalismo de vigilancia, para asegurar que los contenidos de los anunciantes tendrán el mayor éxito posible, dentro del contexto de una manipulación permanente en la que todos somos víctimas, en mayor o menor medida.

Y gracias a ello se ha consolidado un novedoso mercado a gran escala que genera millones de dólares para las empresas tecnológicas, convertidas en las más ricas de la historia de la humanidad.

Como si del control del Gran Hermano se tratara, todo se rastrea y registra para saber qué contenido buscamos, en qué imagen nos detenemos y durante cuánto tiempo permanecemos visualizándolo, pudiendo deducir aspectos de la personalidad que no se revelarían fácilmente a un desconocido, para construir modelos, a través de algoritmos optimizados dentro de un proceso de aprendizaje automatizado que predice nuestras acciones.

En el origen de todo, Silicon Valley, sede de muchas compañías emergentes y globales de tecnología, en donde priman las estrategias sobre persuasión para la modificación del comportamiento.

Y así, recurriendo incluso a imágenes subliminales, se sirven de técnicas psicológicas para provocar adicción como la del refuerzo intermitente positivo, generando hábitos inconscientes, muy similar al de las maquinas tragaperras.

Con toda esa ingeniería inversa de manipulación mental se condiciona la vida de las personas, cuya fuerza de voluntad sucumbe ante la permanente necesidad de estar conectado dado el imperativo biológico de liberación de dopamina.

En suma, nuestra vida se reconfigura en base a la distorsionada realidad que nos ofrece la vida digital, en la que recibimos pequeñas gratificaciones que alimentan nuestra vanidad, como integrante de una popularidad falsa y frágil, que si bien resulta perecedera, termina por retroalimentarse como parte de un círculo vicioso.

Y ello no solo generará serios conflictos en nuestro entorno más cercano, el de familia, necesitada de una mayor comunicación interpersonal, sino también supondrá una merma de nuestra autoestima, al tener que depender de la aceptación de otras personas en las redes.

Coincidente con el abuso de las nuevas tecnologías, como muestra del deterioro de la salud mental de los usuarios más vulnerables, esto es los menores y adolescentes estadounidenses, se ofrecen datos escalofriantes del considerable aumento desde 2010 tanto de ingresos hospitalarios por ansiedad o depresiones severas, como del número de suicidios.

Consecuencia de todo ello es una preponderancia de la inteligencia artificial sobre nuestra capacidad como usuarios para la adaptación a una tecnología que crece a una velocidad de vértigo, a diferencia de lo que sucede con el cerebro humano, necesitado de una paulatina evolución según nuestra particular fisiología.

Otro de los aspectos en los que incide el documental es sobre la manipulación que sufrimos como individuos, dado que no existe una globalización de contenidos informativos que se han de entender unívocos para todos.

Y así, cada uno de nosotros percibe una realidad digital distinta, en base a los parámetros que se han diseñado según nuestros hábitos e intereses precedentes.

Pero además, el algoritmo contribuye a un perverso sesgo de polarización social y política, posibilitando una permanente confrontación en las redes sociales, al dar pábulo a que tanto la propaganda como las fake news alimenten un discurso del odio que campa a sus anchas, sin apenas control.

El dilema de las redes sociales concluye con varios consejos prácticos para amortiguar los efectos del abuso de las redes sociales, tales como desinstalar aplicaciones que no sean relevantes, desactivar notificaciones o avisos, no aceptar vídeos que te aconsejen en youtube, eliminar determinadas extensiones en google y comprobar la veracidad de los hechos y de las fuentes de información, antes de compartir una noticia.

E igualmente se aconseja algo tan fundamental para la convivencia con nuestros hijos, como intentar demorar el momento en el que se conecten en redes sociales hasta los dieciséis años y llegar a un acuerdo con ellos sobre el número de horas diarias que pueden acceder a internet.

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