Imaginemos una lujosa habitación de un hotel y en ella a un varón adulto nada atractivo y obeso, con un metro ochenta y cinco de estatura y más de noventa kilos de peso.
Supongamos que ese hombre tan solo está cubierto por un albornoz sin nada debajo, mientras espera impaciente a una joven veinteañera muy atractiva, a la que debe entrevistar para una propuesta de trabajo.
Pensemos ahora que ese hombre, al poco de encontrarse con la joven y tras hablar brevemente sobre su futuro, al igual que con tantas a las que antes ha entrevistado, empieza a insinuarse y a cambio de promocionarla le pide un beso, un masaje, una felación, que se deje manosear o que lo mire, mientras se masturba o baña desnudo.
No descartemos que en un momento de incontrolado desenfreno, ese repulsivo hombre no admita un no por respuesta y puede que la acometa físicamente.
Reflexionemos ahora por un momento sobre qué es lo que haría una joven estupefacta y paralizada ante una situación tan comprometida.
Algunas, súbitamente podrían dar la excusa de que tienen novio para quitarse de encima a semejante bestia y ante su insistencia, desembarazarse de él.
Otras,quizás de inmediato salgan huyendo despavoridas y se vayan a la comisaría de policía más cercana a denunciar a semejante degenerado.
En ambos casos, quizás puedan también sentirse culpables y evitar hablar del asunto, para evitar una segura venganza que pueda hacer peligrar su carrera.
Pero algunas de ellas, desgraciadamente cederán al chantaje, del todo asqueadas y superadas por los acontecimientos.
Tampoco hay que descartar, todo hay que decirlo, a aquellas que, advertidas por otros en cuanto a su comportamiento, deliberadamente busquen un encuentro sexual, sin importarles lo más mínimo que su dignidad sea pisoteada, siempre que puedan ascender profesionalmente y el sujeto sea agradecido como ha prometido, a cambio de los favores sexuales.
Ahora pongamos nombres y apellidos a ese varón, como así lo han hecho quienes han contribuido con sus testimonios al origen al movimiento #Metoo, a iniciativa de la actriz Alissa Milano: Harvey Weinstein.
Para quien no sea muy aficionado al cine, quizás este nombre le sonará vagamente por haber escuchado o visto en los medios alguna noticia sobre su condena a veintitrés años de prisión, poco antes del inicio de la pandemia.
Para resumirlo en breves líneas, digamos que Harvey Weinstein, que cumplirá setenta años en 2022, fue uno de los productores de cine independiente más exitosos de Hollywood de las últimas décadas, cuya triunfante lista de películas sería inabarcable.
No obstante, conviene referirse a muchas de ellas, incluidas las ganadores de decenas de Oscars, incluso a la mejor película, en su largo periplo por las compañías Miramax y The Weinstein Company, cofundadas con su hermano Bob.
Así, le sonarán a nuestros lectores films en los que los Weinstein tuvieron mucho que ver y que ya forman parte del séptimo arte como Sexo, mentiras y cintas de vídeo, Mi pié izquierdo, Cinema Paradiso, Juego de lágrimas, Shakespare in love, Clerks, El piano, El cuervo, Reservoir dogs, Pulp Fiction, Kill Bill, Jackie Brown, Django desencadenado, Malditos bastardos, Los odiosos ocho, El discurso del Rey, The artist, La dama de hierro, Vicky Cristina Barcelona, El paciente inglés,Sin city, El mayordomo, El talento de Mr Ripley, las sagas de Scream y Scary Movie, Chocolat,Chicago,El indomable Will Hunting,Gangs of New York,Las normas de la casa de la sidra,Los otros, El niño con el pijama a rayas, No es país para viejos, Pozos de ambición, La duda y así un largo etcétera.
Todas ellas dieron tantas y tantas satisfacciones a los espectadores, incluido quien escribe estas líneas, más de trescientas nominaciones a los Oscars y encumbraron a directores de la talla de Steven Soderbergh o Quentin Tarantino, amén de reportar infinidad de galardones a sus protagonistas y por descontado, generar millones de dólares en beneficios a los hermanos Weinstein, en su labor de productores, productores ejecutivos o distribuidores.
Pues bien, la actitud que describíamos al inicio era el detestable patrón de conducta de Harvey Weinstein,profundamente acomplejado por su obesidad y escaso atractivo físico, que trataba de compensar con su incontestable poder, cuando ponía su degenerado ojo en alguna aspirante a actriz, estrella en ciernes, o empleada de la empresa que le resultaran atractivas.
Y todo ello, con la complicidad de sus asistentes personales, en buena parte femeninas, que constituían el eslabón perfecto para ganarse la confianza de las incautas pretendientes a un rol que las podría catapultar como estrellas de Hollywood y con el silencio cómplice de muchos de sus colegas, asalariados e incluso los propios agentes de las actrices.
Por ello, tras la condena e ingreso en prisión de Weinstein, más de alguno debió sentirse avergonzado, al recordar su sincero agradecimiento y su sonrisa de oreja a oreja durante el discurso, mientras recibía el Oscar por una de sus películas.
No en vano, su nombre ha sido mentado en treinta y cuatro ocasiones, once menos que Steven Spielberg, pero tantos agradecimientos como al mismo Dios; casi nada.
Y decimos que esos profesionales del cine deberían estar avergonzados, porque desde los años noventa corría algo más que un rumor que apuntaba a que Weinstein, aparte de ser un brillante e intuitivo descubridor de talentos, no solo se trataba de un impulsivo, intimidante y tiránico jefe con el que tratar, generador de mobbing,sino que era un verdadero depredador sexual que acosaba y agredía sexualmente a las mujeres con las que se relacionaba por motivos profesionales.
Alguien con quien había que tener extremo cuidado, especialmente si eras mujer y estabas a solas con él en una habitación de hotel o una oficina.
Ya incluso en 2005, Courtney Love, viuda del líder de Nirvana, era muy gráfica en un evento cuando respondía sobre qué consejo le daría a las jóvenes estrellas que quisieran labrarse una carrera en Hollywood.
“Me denunciarán si lo digo… Si Harvey Weinstein te invita a una fiesta privada en el hotel Four Seasons, no vayas”
Un rumor que incluso se convertiría en humor más negro que el carbón con ocasión del anuncio de las nominadas para la gala de los Oscars de 2013, en el que el cómico Seth MacFarlane, acompañado de Emma Stone, soltaba una de sus envenenadas perlas, tras nombrar como candidatas a la mejor actriz a Sally Field, Anne Hathaway, Jacki Weaver, Helen Hunt y Amy Adams:
«Felicidades a las cinco señoritas. Ahora ninguna tendrá que seguir fingiendo que le gusta Harvey Weinstein».
A más de uno se le debió congelar la sonrisa.Muchas, romperían a llorar.
Y es que en público, Weinstein, aparte de glamuroso y rodeado de estrellas, aparecía como un ciudadano ejemplar y exitoso, ferviente partidario de una férrea regulación del uso de las armas de fuego, amén de demócrata convencido, hasta el punto de apoyar económicamente las candidaturas a la Presidencia de Obama y Hillary Clinton.
Pues bien, a raíz de varias publicaciones en 2017 en los diarios The New York Times y The New Yorker, un auténtico terremoto sacudió Hollywood, al revelarse las terribles andanzas de un Weinstein que incluso había alcanzado acuerdos económicos para silenciar a ocho de las víctimas de sus abusos y agresiones sexuales.
“Lamento que en el pasado haya causado tanto dolor y sinceramente me disculpo por ello” fue parte de su parca respuesta ante la doble bomba informativa.
Desde entonces,ha sido incesante el aluvión de denuncias y censuras públicas, más de un centenar, para narrar sus tropelías desde los años noventa hasta 2015, entre las que se encuentran celebridades de primer nivel como Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie, Daryl Hannah,Sharah Polley, Cate Blanchett, Rosanna Arquette, Ashley Judd ,Asia Argento, Rose McGowan, Annabella Sciorra, Angie Everhart, Sean Young,Lupita Nyong’o, Kate Bekinsale,Eva Green, Cara Delevingne, Anne Heche, Lena Heady, Lauren Holly, Lea Seydoux, Salma Hayek, Juliana Margulies,Heather Graham, Connie Nielsen, Monica Potter, Charlize Theron o Claire Forlani.
Incluso el niño mimado de Hollywood y otrora ojito derecho de Weinstein, Quentin Tarantino, ha llegado a reconocer que sabía que el productor había intentado propasarse tanto con su novia de entonces Mira Sorvino, como con Uma Thurman, protagonista absoluta de Kill Bill.
Y si ya hablamos de declaraciones de actrices españolas, conviene referirse a dos que en su momento cruzaron el charco para intentar triunfar en Hollywood y tuvieron oportunidad de conocer al productor.
Una de ellas, nuestra estrella más internacional y ganadora de un Oscar por Vicky Cristina Barcelona, Penélope Cruz, y quien emitió un comunicado, cuando se destapó el escándalo en 2017:
“Necesito expresar mi apoyo a las mujeres que han tenido esas horribles experiencias. Han mostrado una gran valentía denunciándolas. Ese tipo de abuso de poder es totalmente inaceptable. Todos nosotros, hombres y mujeres, necesitamos inspirar en generaciones futuras el valor del respeto por los demás…..
Obviamente, yo no conocía esa parte de él. Hemos trabajado juntos en diferentes películas e, incluso si él ha sido respetuoso conmigo y personalmente nunca he sido testigo de ese tipo de actitudes”
Sin embargo, otra actriz de nuestro país, Paz Vega, no guardaba un recuerdo tan positivo de Weinstein, tal y como declaró en una reciente entrevista a Vanitatis, cuando fue preguntado sobre sus encuentros con él:
“Sobreviví a más de uno. Era un secreto a voces como operaba este señor.Lo importante es que a partir del testimonio de algunas de sus víctimas, ha habido una revolución feminista y se han visibilizado los abusos que sufren las mujeres en cualquier ámbito laboral. Me siento afortunada de vivir en la era #MeToo”
Muchos se preguntan el porqué de que se haya tardado nada menos que tres décadas en destapar públicamente la terrible verdad, de sobra conocida en los mentideros de Hollywood; ese secreto a voces del que habla Paz Vega.
Pues bien, para encontrar una respuesta plausible sobre el respeto de ese lamentable código de silencio, amén de las puntuales clausulas de confidencialidad, contenidas en los citados acuerdos económicos entre las partes, quizás haya que apuntar un dato objetivo: sus producciones habían dejado de ser rentables como antaño, por lo que Harvey Weinstein ya estaba a años luz de alcanzar el segundo puesto de Rey Midas de Hollywood, después de Spielberg.
Dicho de otra forma, había dejado de ser intocable y quienes antes lo apoyaban, ahora hacían leña del árbol caído, toda vez que tras su despido en 2017 y las graves acusaciones que se expandieron por doquier, era imposible que volviera a tener el poder omnímodo que antes ostentaba.
Con anterioridad a la sentencia que lo ha llevado a prisión por una larga temporada, se había estrenado el documental del que hoy tratamos, Intocable, producido por la BBC y dirigido por la británica Ursula Macfarlane.
En el mismo se repasa la larga y exitosa trayectoria profesional de los hermanos Weinstein, que inició con la promoción de conciertos, paralela al detestable comportamiento que hemos narrado, según los testimonios de algunas de sus víctimas cuyo destrozo anímico es evidente.
Además se vierten las opiniones de varios de sus antiguos colaboradores y empleados que conocían los hechos y no los denunciaron y descubrimos las tácticas mafiosas de Weinstein, tendentes a perseguir a aquellos que osaran acusarlo, manejando a su antojo a los medios de comunicación para tapar sus míseros comportamientos, desprestigiando a sus víctimas, a las que amenazaba con hacerles la vida imposible.
No obstante, conviene advertir que según el productor del documental, de la larga lista de seiscientas personas que tenían identificadas para hablar sobre sus tropelías, solo veintinueve se atrevieron a dar la cara durante los nueve meses que duró el rodaje.
Entre ellas, destaca la presencia del hijo de Mia Farrow, Ronan , quien destapó la noticia en el New Yorker, Zelda Perkins, asistente personal de Weinstein o Lauren O’Connor, cuyo incriminatorio testimonio escrito se filtró al diario The New York Times.
Nos preguntamos si en prisión podrá disfrutar del visionado de alguna de las películas que le llevaron hasta donde está, mientras es sometido a una estrecha vigilancia para evitar que se suicide, como otro magnate, acusado de pedofilia y que también llenó los periódicos de titulares, Jeffrey Epstein.
Resulta ofensivo, que una de las últimas que le reportaron beneficios por su labor de distribución, The hunting ground, se trata de un durísimo documental que precisamente trata sobre los abusos y agresiones sexuales en campus norteamericanos que fueron silenciados para evitar ensuciar su imagen institucional de las universidades.
Pero con independencia de esa cruel paradoja, lo triste es que no pueda darse marcha atrás en el tiempo para que Weinstein se hubiera sometido a un terapia conductual que evitase el enorme sufrimiento que causaría a lo largo de treinta años a tantas personas, incluidas sus dos ex mujeres y sus cinco hijos.
No obstante, es más que probable que ni siquiera se hubiera planteado tal posibilidad, cuando estaba en la cima del mundo y todo eran alabanzas y sonrisas, incluidas la de infinidad de mujeres, que era meros objetos para sus perversiones.
De momento, Harvey Weinstein podrá disfrutar del dudoso merito de compartir centro penitenciario con otro condenado, no menos famoso y que probablemente aún siga recibiendo cartas de algún descerebrado: Mark David Chapman, el asesino de John Lennnon.