LA PELÍCULA DOCUMENTAL DE HOY: BOMBSHELL, LA HISTORIA DE HEDY LAMARR (2017).

Es difícil condensar en poco más de ochenta minutos una vida tan apasionante como la de esta mujer, quizás desconocida para un lector joven, pero una de las personas más apasionantes del Siglo XX.

Y es que Hedy Lamarr fue el ejemplo viviente de que una extraordinaria inteligencia no está reñida con una extraordinaria belleza, siendo incluso complementarias ambas cualidades, pese a que ella vivió una época en la que desgraciadamente, las cosas no funcionaban como ahora y las mujeres no eran tan valoradas por su cerebro como por su cuerpo.

El documental dirigido por Alexandra Dean parte de las grabaciones rescatadas por Fleming Meeks, periodista de la revista Forbes, que se reunió con ella para entrevistarla en 1990, cuando por entonces contaba con 76 años.

Perteneciente a una acomodada familia judía de Viena, Hedy Kiesler mostró inquietud ya desde niña por las ciencias, siendo una alumna muy aplicada, por lo que finalizó precozmente sus estudios, demostrando un enorme potencial para cualquier carrera universitaria sobre física o química.

Pero siendo ya adolescente. fue su belleza lo que cautivaría a los demás, por lo que desechando seguir con sus estudios y consciente de su agraciado físico, no tardó en posar de modelo para dar luego el salto el cine.

Así, Hedy debuta con diecinueve años en 1933 con la película Éxtasis, cuyas imágenes de desnudos y alto contenido erótico, incluida la secuencia de un orgasmo, constituyeron un verdadero escándalo y motivo de censura en varios países.

Tiempo después contraería un matrimonio de conveniencia con Friedrich Mandl, empresario de la industria armamentística, que durante la segunda guerra mundial llegó a mantener relaciones con el régimen nazi.

Pero pronto se evidenciaron los celos enfermizos de su obsesivo marido, no solo impidiendo que siguiera con su carrera, tratando incluso de quemar, sin éxito, todas las copias de la citada película , sino que posteriormente empezó a controlar sus movimientos para terminar reteniéndola en casa.

Harta de tal situación de semiesclavitud, Hedy decidió abandonarlo en una fuga de película, haciéndose pasar por el mayordomo que la vigilaba, del que tomó su ropa tras suministrarle un somnífero, para poder escapar y conseguir viajar en tren a Paris y luego desplazarse a Londres.

Y es allí cuando conoce a Louis B.Mayer, el famoso propietario de la Metro Goldwyn Mayer, que había acudido al viejo continente para contratar artistas de ascendencia judía.

Muy cicatero a la hora de ofrecer un salario justo, Mayer no accedió a las pretensiones económicas de Hedy, pero la persistente actriz ya tenía como objetivo cruzar el charco para triunfar en Hollywood.

Por ello, ni corta ni perezosa, decidió embarcar en el viaje de regreso del magnate a Estados Unidos y luciendo su mejor vestido, se mostró esplendorosa por doquier, despertando una enorme expectación en el pasaje masculino, entre el que se encontraba la estrella Douglas Fairbanks Jr.

Fue en ese viaje de regreso, cuando Mayer sucumbió a sus encantos para contratarla, engrosando la nómina de grandes artistas de la Metro, aunque ya con el nombre artístico que la hizo famosa.

Y no cabe duda que su belleza fue la mejor carta de presentación con la película Argel en 1938, visto que sus escasas dotes como intérprete quedaban aún todavía más mermadas por su precario conocimiento del inglés.

Pero daba absolutamente igual; Hedy Lamarr deslumbró a propios y extraños y a partir de entonces no solo sería portada de numerosas revistas e inspiración para la Blancanieves de Walt Disney o la Catwoman de Bill Finger y Bob Kane, sino también imitada en cuanto a su aspecto por infinidad de mujeres, entre ellas, compañeras de profesión como Vivien Leigh.

Como decíamos, Hedy Lamarr formaba parte del principal plantel de estrellas de la MGM, llegando a posar sentada en primera fila en una mítica fotografía que se publicó en la revista Time.

Pero su contrato en exclusiva implicaba una actividad frenética con jornadas agotadoras para los artistas, que necesitaban anfetaminas para poder aguantar.

Fruto de las desavenencias con su patrono, que la ninguneaba con papeles de mujer florero, la actriz decidió embarcarse en algo nada propio de las féminas de aquella época, la producción cinematográfica.

Pero Hedy continuaba siendo una persona inquieta y autodidacta, deseosa de discurrir e inventar como cuando era niña.

Al no contar con formación académica previa, se aprovechó de muchos de los conocimientos que había adquirido durante su tortuoso matrimonio en el que había aprovechado para empaparse de documentación sobre la industria armamentística.

Y así, en su época más dorada en Hollywood retomó aquella pasión de científica innovadora para realizar no solo experimentos, como una fórmula que más tarde sería perfeccionada por otros para crear la Coca Cola, sino también diseños, como el de un avión para, el inefable visionario Howard Huges, con el que mantuvo uno de sus tantos idilios.

Pero sería con su marido, el brillante músico George Antheil, con quien idearía en 1940 lo que décadas después constituiría la base de la comunicación digital que todos conocemos actualmente.

No queda meridianamente claro en el documental cuál fue la fuente de los pormenores del invento, rumoreándose incluso que fue la propia Hedy Lamarr quien le robó la idea a los nazis, cual Mata Hari.

Pero todos coinciden en que la brillante idea partió de la enorme inquietud de la actriz, tras el inicio de la segunda guerra mundial, dado el riesgo que corría su madre al tener que cruzar el Atlántico en barco, como tantos pasajeros.

Y así, contactaron con la Marina de Estados Unidos para ofrecerles el diseño de un método de salto de frecuencia, en virtud del cual se podía dirigir la trayectoria de los torpedos de los submarinos, lo que sin duda podría cambiar el curso de las batallas navales, en favor de los aliados.

En el documental se explica con detalle cómo fue registrada la patente de tal invento, que fue cedida al Gobierno de los Estados Unidos, sin que Hedy ni su marido se informaran de unos vericuetos legales que los hubieran convertido en multimillonarios.

Y es que la Marina desechó su invento, aunque solo en apariencia, porque la idea diseñada por Lamarr y Antheil sería utilizada posteriormente, sin hacerse público, tanto en la tecnología de drones como de sonoboyas militares e igualmente sería pieza esencial para la comunicación de los satélites militares, como paso previo a los sistemas GPS, Bluetooth y WiFi que todos usamos actualmente.

Ya más centrada en su carrera, Hedy Lamarr siguió muy comprometida hasta el final de la segunda guerra mundial, pese a no contar con la nacionalidad norteamericana y no en vano fue una de las actrices más exitosas con la venta de bonos de guerra (por una compra mínima de 25.000 dólares, el agraciado recibía un beso de la actriz) llegando a recaudar millones de dólares para la causa.

Tras el fin del conflicto bélico, Hedy Lamarr se vio sumida en cierto ostracismo, toda vez que continuaba interpretando papeles que ella ya no soportaba, pero sería Cecil B. DeMille, quien la llevaría de nuevo a primera plana, al elegirla como protagonista femenina de Sansón y Dalila, todo un éxito de taquilla en 1949.

Siguiendo la estela del genero péplum, Hedy retomaría la producción para embarcarse en una ambiciosa película rodada en Italia, que supuso un enorme batacazo y una ruina económica para ella.

En entonces cuando se inicia el descenso a los infiernos de la que había sido la encarnación del glamur, una mujer que a cada paso que daba, despertaba el deseo de los hombres y la admiración o envidia de las mujeres, pese a que unos y otras, desconocieran su verdadera valía como persona, alejada de los focos y de las portadas de revista.

Precursora en cuanto a los tratamientos quirúrgicos, se sometió a varias operaciones que afearon su bello rostro y que de cara a la audiencia norteamericana la convirtieron en objeto de una mofa en la que ella colaborada con esperpénticas intervenciones televisivas.

Pero su salud mental ya se había deteriorado como consecuencia de su experiencia como paciente del médico Max Jacobson, conocido popularmente como Doctor Feelgood, muy solicitado por las estrellas, a quienes atiborraba de metanfetaminas

Parecía que todo el esplendor de Hedy Lamarr se había desvanecido para convertirse en alguien vulgar, que apenas malvivía con 300 dólares al mes y cuya agresividad la apartó de alguno de los sus hijos.

Sin embargo, como se suele decir, lo que está bien, bien acaba y casi cuatro décadas después de la invención del salto de frecuencia, recibió el reconocimiento que se merecía por parte de la comunidad científica, al haber contribuido, sin recibir un centavo, por el bien de la humanidad.

“Ahí os quedáis con vuestro nuevo siglo;yo ya he hecho bastante por vosotros ” pensaría Hedy Lamarr antes de expirar, un frío 19 de enero de 2000.

En suma,un documental muy interesante sobre una mujer impresionante y digna de admiración.

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