Un 20 de octubre de hace diez años, casi todos los españoles pudimos respirar tranquilos.
Aquella vez la banda terrorista ETA no hacía un comunicado ambiguo que pudiera despertar recelos en cuanto al cese de su actividad, sino que de forma contundente anunciaba el fin de la lucha armada, eso sí, sin renunciar a la vía política para lograr sus aspiraciones de pugna con los estados español y francés.
Sin embargo, nuestra tranquilidad no obedecía en puridad al contenido de sus palabras, infladas del orgullo independentista al que desgraciadamente nos tenían acostumbrados, sino que parecía una rendición en toda regla a la presión que tanto las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en colaboración con nuestro país vecino, habían sometido a los terroristas, enfrentados a la mayoría de la población no solo de España, sino del propio País Vasco al que tanto decían amar, fruto de una delirante ensoñación tras el paso de la transición a la democracia.
De todo ello ya tuvimos oportunidad de escribir profusamente en nuestro blog
Pues bien, aunque existe un elenco importante de producciones de ficción o documentales que han abordado este periódico histórico de medio siglo de España en el que tantas personas han sufrido, nuestra intención era la de “no casarnos con nadie” e intentar un acercamiento a ambas posturas, partiendo de la base de que el fin no siempre justifica los medios cuando hablamos de violencia y que la equidistancia se antoja algo imposible cuando hablamos de ETA.
En este sentido, lo recurrente hubiera sido afrontar una reseña de Patria, exitosa novela que dio paso a una serie de televisión que no ha dejado a nadie indiferente, pero hemos preferido un acercamiento a un modesto documental producido dos años después del fin de ETA.
Asier y yo fue dirigido por Aitor Merino, un actor vasco que se crió en Pamplona y que tras compartir la infancia y adolescencia con su inseparable amigo Asier, en los años noventa decidió emprender una carrera profesional como actor en Madrid, siendo conocida su participación en la película Historias del Kronen (1995)
Desde la capital, como todos nosotros, Aitor fue testigo de la creciente actividad de una banda terrorista que continuaba asesinando dentro y fuera del País Vasco y que tras haber segado la vida de infinidad de miembros del ejército y las fuerzas del orden durante los años ochenta, conocidos “de plomo”,también centraba su objetivo en políticos, miembros del Poder judicial y periodistas.
Pero de forma paralela, en un momento en el que todavía existía el servicio militar obligatorio, Aitor pudo comprobar cómo su amigo Asier se rebelaba contra el Estado, declarándose insumiso, hasta el punto de dar con sus huesos en prisión, donde se radicalizó aún más para defender las posturas radicales de la izquierda abertzale.
Desde su cambio de residencia, Aitor había conocido a personas de toda la geografía española, alcanzando una altura de miras y perspectiva tan necesarias para desintoxicarse de un dogma nacionalista, tan pueblerino como xenófobo.
Sin embargo, tanto por sus raíces como por el vínculo de amistad, casi fraternal que le unía con Asier, el actor no era inmune a las situaciones injustas que también se denunciaban desde el “otro bando”, por mucho que no fueran equiparables a las sanguinarias atrocidades de ETA.
En este sentido, amén de solidarizarse con las reivindicaciones de su amigo insumiso, Aitor comparecía ante los medios de comunicación para relatar el trato brutal recibido por parte de las Fuerzas del Orden tras confundirse a ambos con terroristas, irrumpiendo en el domicilio en el que pernoctaban.
No obstante, vista la notable distancia geográfica entre Madrid y Pamplona, la vida de ambos discurre de forma separada con el paso de los años hasta que Aitor descubre que su amigo, casi hermano, es detenido en Francia como miembro de ETA y es ingresado como preventivo en una prisión cercana a Paris, al tiempo que su padre también es procesado por su vínculo profesional con el diario Egin, los voceros de la banda en la prensa escrita.
Es entonces cuando parece inevitable un acercamiento afectivo por su parte para apoyarle en esos momentos tan duros para su familia, visto que dos miembros de la misma iban a ser juzgados, uno en Madrid y otro en París y en ningún caso por la comisión de un delito de sangre.
El documental continúa relatando el momento en el que Asier recupera la libertad, con su padre ya fallecido tras un infarto y cómo trata de reincorporarse a su vida anterior sin abandonar sus planteamientos abertzales.
En este sentido, se nos muestra su emocionado encuentro con sus familiares en Pamplona, siendo significativa la visita a una residencia donde se encuentra con su anciana tía, muy orgullosa de su sobrino y que lamenta no haber podido hablar en euskera con él.
Pero es con ocasión del homenaje popular que le ofrecen sus amigos y compañeros de la causa, henchidos, entre sonrisas, de las reivindicaciones y aclamaciones que tanto han ofendido a la vista y oídos de las víctimas de ETA, cuando el director y coprotagonista del documental muestra su estupefacción ante la forzada parafernalia de toda esa puesta de escena, vacía de contenido moral, puesto que continua sin renunciarse a la violencia como legitimadora de la liberación de las cadenas del oprimido pueblo vasco.
El documental no elude la ironía en ningún momento, quizás para desdramatizar algo ya de por sí cruento y desagradable, e incluso nos da cierto respiro tras tanta matraca abertzale.
En este sentido, nos muestra las fiestas de San Fermín de Pamplona en todo su esplendor, si bien no deja de mostrarnos la polémica decisión de la autoridad local de impedir la presencia de ikurriñas en la plaza del Ayuntamiento e igualmente nos plasma el diferente anhelo de los aficionados pamploneses a la hora de afrontar el triunfo de España en la Copa del Mundo de Sudafrica en 2010, algo que Aitor celebraría con sus amigos de Madrid, si bien con una extraña sensación de estar traicionando a los más afines, incluido Asier.
Pero es precisamente con ocasión de compartir mesa y mantel en la cena de Nochevieja posterior a la excarcelación de Asier cuando se aprecia la cerrazón mental y fanatismo de éste, al discutir de política con la persona que más ha sufrido, su madre.
Es ella, sin duda, la que más ha perdido, visto que tanto su hijo como su esposo han pagado un alto tributo por culpa de unas erróneas decisiones, tomadas en un contexto histórico que nada tiene que ver con la lucha de los “gudari” en tiempos de la Guerra Civil, como fue el caso del abuelo de Asier.
Asier y yo finaliza como empieza, en un monte de Pamplona en el que ambos disfrutan de una jornada de senderismo y bocatas de jamón, no sin antes volver a escuchar el mantra independentista de su amigo, ya sin la reivindicación de la violencia y con una ETA ya derrotada.
Con ocasión del estreno de su nuevo documental, Aitor Merino era entrevistado para Diario El Correo, y al hilo de Asier y yo comentaba que le queda “un sabor más dulce que agrio” tras su experiencia; “En su día pasamos muchos nervios por tocar un asunto tan peliagudo. Pero años después me siguen llamando para hacer pases de la película. Afortunadamente han cambiado muchas cosas, la amistad sigue siendo un tema universal y la violencia en otros lugares del mundo no ha desaparecido».
La traducción del propio título del documental en euskera ,Asier ETA biok, no deja de ser un retorcido juego de palabras, teniendo en cuenta las siglas de la banda terrorista ( Euskadi Ta Askatasuna,País Vasco y Libertad) y la conjunción copulativa eta o ta.
Sea como fuera no deja de enfatizarse el problema de base, que es ETA como marca de fuego que difícilmente podrá eliminar su amigo, tanto de su piel como de su conciencia, si es que la tiene, como tampoco la podrán eliminar aquellos que miraron hacia otro lado y que comieron, comen y comerán tantas nueces, caídas desde el árbol, por mucho que se pretenda reescribir la historia con renglones torcidos, cuando ya ha sido escrita y descrita con la sangre de tantas víctimas inocentes.