Demasiado vieja para morir joven.
Ese podría ser el epitafio más adecuado para una artista única e irrepetible en décadas, Amy Winehouse (1983-2011) que murió en su piso de Candem (Londres) a la edad de 27 años, tras sufrir una parada cardiorespiratoria, como consecuencia de una grave intoxicación etílica.
Y no sería porque no hubiera sido advertida poco antes por sus médicos privados, temerosos de que su corazón no resistiera el enésimo exceso de una joven, en un cuerpo de vieja, desgastado tras una década de abusos al alcohol y las drogas.
El realizador de aclamados trabajos sobre Maradona o Ayrton Senna, Asif Kapadia, dirige este documental, ganador del Oscar, que retrata fielmente el meteórico ascenso de una desconocida cantante, elevada a la categoría de diva de la música, con tan solo dos trabajos discográficos, en un estilo tan elitista como es el jazz.
No exageraba el gran Tony Bennett, del que Amy era ferviente fan y con quien tuvo oportunidad de grabar un tema, cuando manifestaba que su talento y voz eran comparables a la de las eternas Ella Fitzgerald o Billie Holiday, con quienes Winehouse precisamente compartía la afición a la botella.
Pero a diferencia de las dos artistas afroamericanas, Amy era de raza blanca, con una voz que brotaba de un corazón y pulmones de jazz en estado puro, más oscuros que el carbón.
A través de inéditas grabaciones caseras, al inicio acompañamos como viajeros a una joven veinteañera, con muchas ganas de vivir y deseosa de hacer lo que le gustaba: componer y cantar jazz
Amy detestaba estar sola, y como muchas jóvenes de su edad, dependía de la compañía de sus amistades, para poder desconectar de una realidad, que ya desde adolescente estaba teñida de la amargura del divorcio de sus padres y del padecimiento de la bulimia.
Muy singular desde niña, con un carácter casi felino, Amy era al mismo tiempo amorosa y esquiva para sus más cercanos, según como soplase el viento y sus neuronas.
Pese a ello, sus amigos más cercanos jamás la abandonarían, ni siquiera en los momentos más difíciles, por culpa de sus adicciones, como tampoco lo hicieron sus progenitores, si bien en el caso del padre se evidenciaría cierta codicia, tras el éxito obtenido por su hija.
Pero hasta alcanzar el éxito, amén de mantener la ilusión y confianza en sus posibilidades como cantante, tan solo necesitaba una pizca de suerte para ofrecer al público lo que llevaba dentro y hacer realidad un sueño, que con el tiempo tornó en pesadilla.
Y esa suerte pronto se materializó con su primer trabajo, Frank (2003) cuando apenas contaba con veinte años y nos ofrecía un brillante compendio de varios estilos, como el jazz, soul y rhythm and blues.
Pero su carrera alcanzaría una dimensión estratosférica, nunca imaginada por Winehouse, con Black to Black (2006) su segundo y último disco, que la catapultó a la primera plana de la música.
Fue entonces cuando todos quienes consumíamos una cultura musical menos elitista, vimos y escuchamos por primera vez a esta menuda, tatuada y desaliñada chica de rasgos más mediterráneos que anglosajones, que cantaba con una intensa y cavernosa voz de mujer negra.
Pero además, su aspecto sesentero marcó tendencia, y no fueron pocas las chicas encandiladas con su maquillaje y un peinado que causó furor, aparte de sus escasos y apretados conjuntos de ropa.
Paradójicamente, su primer éxito musical, Rehab, ya contenía una letra que anticipaba un sombrío futuro más cercano que tardío, pese a que Amy negaba por tres veces: su intento de rehabilitación.
En ese sentido, el propio director, manifestaba durante el estreno en Cannes, que bastaba con detenerse en la lírica de sus canciones, pura y desgarradora poesía urbana sobre las vivencias, amores y desamores, para comprobar que no dejaban de ser premonitorios gritos de socorro de una jovencísima cantante, incapaz de asimilar su enorme éxito.
Pero al tiempo que se rompía por dentro, las canciones de Amy Winehouse se mantenían en las listas de éxitos y los galardones más importantes no tardaron en llegar: seis premios Grammys, en muy corto espacio de tiempo, lo que no está al alcance de cualquiera.
Todo aquello fue demasiado para una persona, muy frágil anímicamente, cuya costumbre de comer como si no hubiese un mañana para luego vomitarlo todo, evidenciaba un serio riesgo para su salud, que había encontrado el peor aliado en su marido Blake Fielder, un politoxicómano del que terminó divorciándose, cuando todo estaba ya perdido.
Tras varias hospitalizaciones por consumo de heroína, crack, cocaína y ketamina , una esperanzadora rehabilitación al menos logró que momentáneamente se alejara de las drogas, pero la vida de Amy continuaba sumida en el desastre del alcohol.
Así, víctima de su propia adicción, tiró por la borda todo lo que había conseguido, hasta el punto de pisotear impunemente su imagen, ante los medios de comunicación y por ende,ante sus fans.
Y es que su vida canalla vendía muchos titulares, constituyendo una apetitosa carnaza para quienes poco antes la habían empujado a un éxito, que ahora pretendían arrebatarle.
Así, fue tal el acoso que sufrió de la prensa sensacionalista, que Amy Winehouse logró en 2009 que los tribunales le concedieran una orden de protección para impedir ser fotografiada por los reporteros gráficos en los lugares públicos .
En este sentido, recomendamos la lectura de una publicación en nuestro blog, sobre la actuación de unos profesionales, que por lograr una instantánea, en ocasiones pierden el norte y traspasan el límite de la legalidad.
Pero ya era demasiado tarde; el publico estallaba en carcajadas durante los programas en directo de televisión de máxima audiencia, en cuyo plató había intervenido como artista cuando estaba en la cima.
Como triste colofón, un multitudinario concierto en Belgrado el 18 de junio de 2011 y al que se vio obligada a acudir, dados sus compromisos contractuales, pese a que se encontraba en su peor momento físico y anímico.
Amy llegó al escenario completamente borracha y casi tuvo que ser sujetada por sus atónitos compañeros de la banda,que intentaban convencerla para que empezara a cantar, mientras arreciaban los abucheos de los espectadores.
Tras lo sucedido,Amy se vio obligada a cancelar la gira.Tan triste como patético.
Cierto es que no era la primera vez que Amy se tambaleaba en un concierto, sin poder apenas mantenerse en pié, pero aquella sí sería la última vez que fue vista en público
Un amargo preludio de su muerte, ya que semanas después sería encontrada sin vida en su apartamento.
Podría cuestionarse si, de seguir entre nosotros y solucionados sus problemas de adicciones, hubiera tenido que evolucionar para mantener el éxito, consciente de que la suya no era música de masas, precisamente, sin perjuicio de la fidelidad o volubilidad de la que parecía momentánea legión de fans.
Pero conociendo a la contestataria Amy que nos muestra el documental, lo más probable es que hubiera sido fiel a sus principios, pureza y estilo, para terminar colisionando con quien quisiera imponer nuevas directrices en su carrera.
Desgraciadamente, nunca lo sabremos, pero su escaso bagaje al menos ha servido para encumbrarla como una de las mejores voces de este siglo, que nos fue arrebatada por sus adicciones.
Y Amy no fue una excepción, dentro de esa larga lista de aquellos, famosos o no, que se refugian en el alcohol y encuentran su perdición.
Demasiado vieja para morir joven.