Pese a arrasar en taquilla, convencer a la crítica y lograr los cinco premios Oscar más relevantes, El silencio de los corderos de Jonathan Demme fue objeto de polémica por considerarse una afrenta contra los colectivos de homosexuales y transexuales.
Consciente de ello, el director apostó en su nueva película por una conmovedora historia que supuso el espaldarazo que Hollywood precisaba para sensibilizar a la opinión pública en la lucha contra el SIDA, una de las pandemias más crueles de la historia, con cerca de veinticinco millones de fallecidos y que por entonces afectaba con especial incidencia a dichos colectivos.
Por su tono intimista se acerca más a un telefilm, pero cuenta con un magnífico reparto en el que destaca Tom Hanks, que tras demostrar su valía durante la década precedente como actor de comedias, con su cambio de registro dio el salto cualitativo en su carrera para ser considerado el James Stewart de nuestros días.
El californiano se llevó su merecido Oscar por su papel y la preciosa balada Streets of Philadelphia fue galardonada con el premio a la mejor canción, interpretada por Bruce Springsteen.
Un mediático y poco ortodoxo abogado, deja a un lado sus homófobos prejuicios y acepta el caso de otro letrado que, próximo a alcanzar la cima profesional, pierde su puesto de trabajo en una gran firma de Filadelfia, tras evidenciarse sus síntomas de contagio de la enfermedad, contraída en una relación homosexual.
Basado en un hecho real, su guión parece poco original, porque diariamente se enjuician discriminaciones y despidos nulos e improcedentes que dan lugar a condenas y pago de indemnizaciones.
Pero era la primera vez que se abordaba la discriminación laboral por la enfermedad del SIDA, retratando fielmente la desesperanza sufrida por quienes, por culpa de su orientación sexual, sufrieron una muerte social antes que la real.
Philadelphia traslada a la perfección la ignorancia existente en gran parte de la población, aún bajo la psicosis del temor al contagio y los retrógrados prejuicios de quienes celebraban la enfermedad como el divino castigo o justa reprimenda por conductas pecaminosas y comportamientos indecentes.
Como bien apuntaba Marithe Lozano la discapacidad no está en las personas que se encuentran enfermas sino en la mente de muchas que se dicen sanas.