Dirigida por David Slade, supuso el descubrimiento en la gran pantalla de una esplendida Ellen Page, cuyo aniñado físico la ayudó para componer el incomodo papel de una adolescente de 14 años, que somete violentamente a su acosador, un pederasta interpretado por un convincente Patrick Wilson.
Más allá de consideraciones morales desde una perspectiva no legalista, es recurrente que se recurra al ojo por ojo en la cinematografía estadounidense, por muy poco creíble que resulte en este caso, dado el evidente desequilibrio de fuerza física entre ellos.
Pero antes de esforzarnos como espectadores en un ejercicio de suspensión de incredulidad, quizás convenga recordar que la ficción no parece tan alejada de la realidad.
El guión de Brian Nelson surgió de un artículo en prensa sobre unas chicas adolescentes de Japón que contactan en internet con hombres mayores que ellas y a los que luego asaltaban para darles una paliza.
Casi teatral en cuanto a su puesta de escena, Hard Candy es un crudo film, quizás excesivo en el uso de la violencia, que revela que para el lobo nunca ha sido tan dañino que una inocente Caperucita se haya querido meter dentro de sus fauces.