Uno que ni siquiera tiene carnet de conducir no es capaz de sostener como afirmación algo que siempre me ha parecido una leyenda urbana: un vehículo cuya carrocería es de color rojo debe pagar una prima mayor de seguro.
Algunos apuntan a que el motivo reside en que esos coches tienen más posibilidades de sufrir una colisión durante la circulación, visto que se trata de un color que puede provocar la excitación ajena, incluida la de otros conductores muchos más agresivos al volante.
Sin embargo,otros sostienen que quien posee un vehículo rojo denota un exceso de soberbia, lo que les hace ser más prepotentes y temerarios durante la circulación.
Sea como fuere, lo que no es una leyenda urbana, sino algo objetivo, es que la gran mayoría de las personas, por no decir todas, se pueden transformar en otras mucho más violentas en situaciones de tensión o crispación; quien haya acudido a un campo de fútbol sabe a qué me refiero.
Y si hablamos de circulación de vehículos de motor, visto que los automóviles no dejan de ser para sus conductores su reducto más sagrado que tan solo ellos pueden gobernar, durante el transcurso del pilotaje y sea o no su coche de color rojo, hasta el más modosito puede perder los nervios, dejando escapar por su boca exabruptos que causarían sonrojo a cualquier participante en un programa de Telecinco.
En este punto, hablar de sexos no parece justo en el orden de distinguir entre conductores y conductoras más malhumorados, pero en mi opinión de ocupante no conductor temeroso de la autopista, que en un momento de conducción acelerado se clava en su asiento y aferra al asa de su puerta como a un clavo ardiendo (como si ello me fuera a salvar de algo) he de decir que siempre he preferido tener a mi lado a una mujer, quizás más lenta pero más concienzuda, que a un hombre, mucho más sobrado y despreocupado.
Pues bien, precisamente de color rojo es el vehículo modelo Playmouth Valiant que conduce David Mann, interpretado en El diablo sobre ruedas por Dennis Weaver, actor muy conocido por entonces por su participación en la serie de televisión Mc Cloud.
Mann se trata de un anodino y pusilánime ciudadano norteamericano, que se dispone a cerrar una de sus múltiples operaciones como comercial de venta tras un largo viaje por carretera, pero que ve truncados sus planes de trabajo.
Y el motivo no es otro que tener la desgracia de “picarse” en ruta con un camionero a los mandos de un destartalado y sucio Peterbilt 281 que desprende humo por doquier y que somete a David Mann a un acoso en toda regla por carreteras secundarias, poniendo su vida en serio peligro.
El diablo sobre ruedas fue el primer “largo” de Steven Spielberg, que es noticia este mes de diciembre de 2021 porque acaba de cumplir setenta y cinco años (esperamos que sea tan longevo y siga en plena forma como Clint Eastwood) y al fin ha podido estrenar una nueva versión del musical de West Side story, todo un atrevimiento, visto que ya existe otra antológica película elevada a categoría de obra maestra del cine.
Dejando de lado su faceta de productor y descubridor de talentos durante las últimas cuatro décadas, emplearíamos muchas líneas de texto para escribir sobre la importancia de Steven Spielberg como director.
Sea como fuere, nuestra infancia y adolescencia le deben mucho a quien sin duda marcó un antes y después en el séptimo arte.
Y decimos lo de arte con toda la intención del mundo, porque al igual que su admirado Hitchcock, a Spielberg siempre le habían negado el pan y la sal, atribuyéndole la mera condición de hacedor de cine de entretenimiento para arrasar en taquilla (Tiburón, Encuentros en la tercera fase, E.T, la saga de Indiana Jones, etc) pero nunca de artista, hasta que luego daría un doble puñetazo en la mesa con la Lista de Schindler (de la que ya escribimos en el blog) y Salvar al soldado Ryan.
Volviendo a El diablo sobre ruedas ,si bien Spielberg ya había debutado en televisión, siendo muy reconocida su realización para la mítica serie Colombo, este telefilme constituyó su espaldarazo definitivo para darse luego a conocer como el enorme cineasta que es, visto que cuando tan solo contaba con veinticinco años era capaz de realizar un film que atrapaba de principio a fin.
Y hablamos en este caso de un telefilm, porque así fue como lo vimos la gran mayoría, en su formato televisivo, con una duración de setenta minutos.
No obstante, se daría algo ciertamente insólito en la historia del cine, puesto que visto el enorme éxito obtenido, tras su pase en el espacio “La película de la semana” de la cadena ABC, tras obtener varios premios relevantes en distintos certámenes, los prebostes de la Universal decidieron que se estrenara tiempo después en salas de cine.
Y visto que tuvieron que completar el metraje original hasta la convencional duración de los noventa minutos, fue necesario rodar nuevas escenas e incluso servirse para ellas de otro camión idéntico al que ya había quedado destrozado para realizar el telefilm.
Si bien Spielberg pretendía que la película fuera sin diálogo de ningún tipo, la productora se negó a ello, con mal criterio, a nuestro juicio.
Y es que son precisamente los momentos de voz en off del protagonista el principal déficit de El diablo sobre ruedas en cuanto a la narración, visto que al verbalizarse los pensamientos de David Mann apenas encajan por lo que queda ciertamente forzado, a diferencia de lo que sucede con el relato corto del irrepetible novelista Richard Matheson, quien también firmó el guión.
Sin embargo, pese a que relato y película coinciden milimétricamente durante el trascurso de la trama, es precisamente al final cuando Spielberg opta por un desenlace distinto que pudiera parecer intrascendente a ojos de cualquier espectador no versado en cine.
Decimos esto porque si bien en el relato de Matheson el camión se despeña para explotar, en el final de la película se prescinde de algo que pudiera parecer más impactante para el espectador y se sustituye por una escena que se acopla a la perfección con el cine de suspense.
Así, el camión se desploma cual descomunal animal que agoniza emitiendo unos estridentes sonidos y derramando fuel como si de sangre se tratará, hasta que vemos como uno de sus neumáticos deja de moverse, como evidencia de la muerte de bestia.
Quizás el pretencioso título en español no le beneficia demasiado, siendo mucho más ajustado el original, Duelo.
Sin embargo en nuestro país no se dejó de escapar la oportunidad de dotar a la película de un contenido de cine fantástico, cercano al terror, insinuando que el camión está poseído por un ente maligno, visto que en ningún momento conocemos la identidad de un conductor, del que tan solo solo vemos su brazo y sus botas de vaquero.
A Spielberg no haría luego ninguna gracia que se insertaran algunas escenas de su obra en capítulos de la serie El increíble Hulk; nada hacía sospechar por entonces que en Hollywood pocos le iban a toser en menos de una década cuando les llenara de dólares los bolsillos.
Como curiosidad patria, destacar que uno de los mayores exponentes de la música rockabilly en España, Los Rebeldes, homenajearon la película con una canción de homónimo título.