Cuando volaba en dirección a Nueva York en noviembre del año 1996 lo que más me llamó la atención fue que, al igual que el resto de pasajeros que viajábamos desde España, tuve que cumplimentar en el propio avión un cuestionario, respondiendo a un montón de preguntas, entre ellas, si mi intención era la de atentar contra el presidente de los Estados Unidos de América o si pertenecía a un grupo terrorista.
Estados Unidos es quizás una de las naciones más poderosas que han existido en la historia de la humanidad y nadie puede discutir su actual hegemonía, consolidada durante el pasado siglo.
Pero quizás por su falta de madurez propia de la juventud de contar con poco más de dos siglos de existencia, venía siendo una de las más ingenuas, infantilizadas o dicho más cursi, naifs.
Hasta que llegó el 11 de septiembre de 2001 y los atentados de Al Qaeda.
Con ocasión del quinto aniversario de la tragedia se estrenó United 93, una película que nos narra una dramática sucesión de hechos, propios de cualquier película de ficción en los que como espectadores siempre hay que hacer un ejercicio de suspensión de la incredulidad.
Sin embargo aquello fue real y todos vimos y vivimos la tragedia en directo desde nuestros hogares en aquella soleada mañana en el cielo de Nueva York, como parte de la que parecía una anodina jornada, pero que nos conmocionaría para el resto de nuestras vidas.
El film se centra en uno de los cuatro vuelos que se estrellaron, el Boeing 757 de United Airlines que tenía previsto su vuelo desde New Jersey hasta San Francisco y que fue secuestrado por cuatro terroristas de Al Qaeda, con el objetivo de estrellarse contra el Capitolio de Washington.
Siempre según la versión oficial, el avión perdió el control al acceder varios pasajeros amotinados a la cabina para arrebatarle el control a los terroristas suicidas que lo gobernaban, después de que éstos hubieran asesinado a cuchilladas a los dos pilotos.
La hipótesis más plausible para entender porque se frustró el plan suicida, apunta a que los cuatro terroristas no contaban con que el avión tardase más de media hora en despegar, retraso que permitió que los pasajeros tuvieran conocimiento de lo que había acontecido en las torres gemelas y en el Pentágono y que su destino no era otro que alcanzar un mayor número de víctimas en tierra, amén de destrozar uno de los mayores símbolos de la democracia norteamericana.
Tras el impacto en un terreno de Pensilvania fallecieron todos los que viajaban en el Boeing, un total de cuarenta y cuatro personas; aparte de los cuatro terroristas, treinta y tres pasajeros y los siete miembros de la tripulación, de los que dos eran pilotos y cinco asistentes de vuelo.
El director británico Paul Greengrass, que también firma el guión, ya nos había sobrecogido tres años antes con Bloody Sunday, al abordar el conflicto norirlandés.
Para United 93, contó con la colaboración de muchos familiares de las víctimas, y para el reparto se sirvió de varios amigos y colegas de profesión de alguno de los fallecidos y de los que trabajaron como controladores de vuelo.
El hecho de que todos los actores principales sean desconocidos para el gran público parece muy acertado, toda vez que su solvente interpretación aporta mayor naturalidad y evita cualquier despiste sobre el devenir de la trama, lo que hubiera sucedido al focalizar nuestra atención en otros de mayor renombre artístico.
Recientemente he escuchado una frase en un documental de la BBC sobre la guerra de Irak, en el que un periodista afirma que en la guerra sirve como laboratorio idóneo, en su grado más extremo, para analizar cómo es la conducta humana tanto para lo bueno como para lo malo.
Y no cabe que aquello fue el inicio de una guerra desde el aire.
Por ello, como experimentado documentalista que es, Greengrass trata la trama con total honestidad, sin pretender ser maniqueo y sí imparcial, en cuanto que crudo y veraz con la brutalidad de lo acontecido, ya de por sí una barbaridad, pero también con unos pasajeros que se abalanzan salvajemente contra los terroristas a los que destrozan a golpes; matar o morir es la cuestión.
Sin embargo, al comienzo se nos muestra a unos desalmados criminales que se despiden de sus seres queridos antes de tomar el vuelo, al igual que luego lo harán los pasajeros secuestrados una vez conocido su fatal destino.
Y pese a su aparente frialdad, los propios terroristas sufren angustia y nervios como cualquier ser humano, si bien resulta irracional que puedan convertirse en mártires de una delirante causa que pretende destruir a los infieles a su religión.
Y todo ello partiendo de un perverso adoctrinamiento, apoyado en una drástica interpretación del Corán que nada tiene que ver con que la practican la inmensa mayoría de los musulmanes que habitan en el planeta.
Precisamente la religión constituye una de las premisas básicas del film, no solo en los momentos iniciales en los que los terroristas cumplen con su deber diario de rezo, sino en las desesperadas invocaciones, que tanto ellos, como los pasajeros y las asistentes de vuelo hacen a su Dios, momentos antes de que se estrelle el avión.
Paulatinamente vamos conociendo alguna de las interioridades de los pasajeros y tripulantes, pero también a buena parte del numeroso personal que desde los centros de control de la aviación civil y militar se sirven una jerga, sin duda farragosa para un lego en la materia, pero que resulta imprescindible para entender como gracias a su profesionalidad y la del personal de vuelo de los casi cinco mil aviones que tuvieron que aterrizar ese día, forzados por los acontecimientos, se evitó que la tragedia fuera aún mayor.
Greengrass se muestra muy crítico con la tardanza en la reacción por parte de las autoridades norteamericanas, que no pudo evitar que el desconcierto generalizado tras la sorpresa inicial, deviniese en un auténtico caos, hasta el punto que ni siquiera se tuvieron claras las normas sobre un posible derribo del avión, con un nefasto George. W. Bush desparecido en su Air Force One, sin tomar decisiones.
No obstante, al ser una película que tan solo narra en tiempo real, lo sucedido durante aquellos momentos iniciales, no se entra en el meollo de la verdadera cuestión y del los principales interrogantes que han venido suscitándose desde entonces.
¿Nadie pudo presagiar que pudiera materializarse tamaña osadía suicida, partiendo del propio territorio norteamericano o es que más bien se hicieron oidos sordos a las advertencias, con una CIA y FBI que no se soportaban entre sí?
Tras los atentados del 11 S primó la autocensura en Hollywood hasta el punto de que fueron eliminadas algunas escenas de películas en fase de postproducción en las que aparecían las torres gemelas, como fue el caso de Spiderman (2002)
En 2006 habían pasado tan solo cinco años y la emisión del tráiler de United 93, desató una enorme polémica en un momento en que la sociedad norteamericana distaba de digerir los efectos de la tragedia, en plena lucha contra el terrorismo, de aquella manera, tras las injustificadas invasiones de Afganistán y sobre todo de Irak.
Sin embargo, pese al latente desconsuelo de la sociedad norteamericana, agravado por la muerte de cientos de militares durante las absurdas intervenciones militares en aquellos paises, United 93 fue muy bien acogida, en cuanto que plasmación de la heroicidad demostrada por personas ordinarias, a las que se trata de dar un justo homenaje, tal y como aparece escrito antes de los títulos de crédito finales.
El director y guionista, con ocasión del estreno así lo expresó:
“Cuarenta personas tuvieron treinta minutos para comprender la realidad que vivimos, tomar una decisión y actuar. Fueron los primeros en vivir la realidad posterior al 11S, mientras nosotros mirábamos la televisión boquiabiertos, sin acabar de entender lo que pasaba. En aquel momento, los pasajeros tuvieron que tomar una terrible decisión, quedarse sentados sin hacer nada y esperar que todo saliera bien, o hacer algo. Y en ese caso, ¿qué?”
Sin embargo, la referida frase con ese sentido homenaje a las víctimas había sido sustituida por otra, inicialmente sugerida por Greengrass pero que quizás hubiera dificultado su estreno, toda vez que tal y como apuntábamos antes, «La guerra de Estados Unidos contra el terrorismo ha comenzado»
La labor del director fue recompensada con una nominación al Oscar , optando también la película a la categoría de mejor montaje, siendo éste sin duda ciertamente vertiginoso partiendo de una estupenda fotografía, que no recurre a una cámara nerviosa y mareante y que nos ubica como un pasajero más del vuelo o como un integrante más del amplio elenco de controladores aéreos.
No mereció el mismo reconocimiento la apreciable música compuesta por John Powell, autor entre otras de las bandas sonoras de la saga de Jason Bourne y de varias películas de animación y que lejos de pretender la lágrima fácil, pese a resultar casi imperceptible, encaja perfectamente con los momentos finales, los más angustiosos.
Como decimos, todo cambió desde aquel día y al igual que sucedió con la tragedia del hundimiento del Titanic en la navegación marítima de pasajeros, las normas de seguridad en los vuelos cambiaron para siempre.
Y es que sin perjuicio de que aún debamos contestar cuestionarios absurdos para evitar ser detenidos de inmediato por un reconocimiento de pertenencia a un grupo terrorista o la voluntad de atentar contra el presidente, al menos sabemos que ya no es tan sencillo introducir lo que queramos en nuestros equipajes, ni tampoco entrar en la cabina de los pilotos, dando tres golpecitos en la puerta.
Ni siquiera el Lobo feroz lo tuvo tan fácil para derribar las dos primeras casas.