LA PELÍCULA DE HOY: UNA JOVEN PROMETEDORA (2020)

He necesitado de una segunda ocasión para poder digerir mejor el debut de la británica Emerald Fennel, que se llevó el premio Oscar al mejor guion original en la extrañísima edición del pasado año, tras también haber aspirado a otras cuatro categorías tan relevantes como mejor película, directora, actriz protagonista y montaje.

Y es que tras mi indigestión inicial, somatizada en un cabreo manifiesto, quise darme la oportunidad de recapacitar sobre lo que ha sido objeto de tantas alabanzas de crítica y público, hasta casi convertirla en obra de culto.

No puedo negar que la película posee virtudes en cuanto a lo visual, con una paleta de colores de diversa intensidad en su diseño de producción, como símbolo de los diferentes estados de ánimo de su camaleónica protagonista, encarnada por Carey Mulligan.

Además, contiene una banda sonora muy recomendable, donde destaca un orginal momento slasher Britney Spears, recurriendo a los instrumentos de cuerda para un perfecto ensamblaje audiovisual cargado de muy mala leche.

Muchos han izado la película cual bandera del feminismo sin fisuras en contra del patriarcado instalado en una sociedad machista que invisibiliza a las víctimas de las agresiones sexuales y permite que los causantes se vayan de rositas, como evidencia de una cultura de la violación más arraigada que nunca.

En el supuesto concreto que plantea la película, todo gira en torno a acontecimientos producidos en el seno de las habituales juergas de las fraternidades universitarias norteamericanas, donde el alcohol y las drogas pueden llegar a condicionar la prestación libre de un consentimiento para el mantenimiento de relaciones sexuales.

Al respecto, es nuestra intención poder abordar algún día The hunting ground ( principal fuente de la que bebe Una joven prometedora) por cuanto que constituye un desgarrador documental que explica cómo efectivamente son ninguneadas las víctimas que sufren agresiones sexuales, visto que desde la propia institución universitaria no solo se reprimen disciplinariamente con tibieza actos de tamaña vileza, sino que tratan de imponer una ley del silencio para evitar el desprestigio de familias adineradas que se dejan decenas de miles de dólares en sus arcas.

Llegados a este punto, conviene situarse en el contexto de lo que implican determinados encuentros para los jóvenes, ciertamente desinhibidos tras la ingesta de drogas y alcohol.

Y es que, seamos serios, de noche todos los gatos son pardos, salvo contadas excepciones, y por mucho que se quiera beatificar las maniobras orquestales en la oscuridad de la juventud, con ridículos eufemismos como ocio nocturno, muy pocos se sientan ya alrededor de un catequista tocando la guitarra, mientras otros juegan al ajedrez o toman té con pastas.

Pues bien, ante la consabida afectación que implica el consumo de determinadas sustancias, para quienes “no controlen” se pueden desatar pasiones que no siempre finalizan placenteras para al menos uno de los intervinientes en los actos sexuales en los que suelen derivar los acercamientos.

Y no hablamos de placer físico, precisamente.

En nuestro blog ya tratamos en profundidad muchos de los aspectos de los que trata Una joven prometedora en relación a la sumisión química y al libre consentimiento para el mantenimiento de relaciones sexuales.

E igualmente analizamos los pros y contras de la última reforma legislativa atinente a la prevención y castigo de conductas como las que narra la película en el seno de nuestras facultades universitarias.

Pues bien, siendo consciente de la adopción en estas líneas de una opinión contracorriente, vamos a intentar justificar porque creemos que Una joven prometedora es una película tramposa, manipuladora, maniquea y peligrosa, por mucho que la directora, en los audiocomentarios que he escuchado en el DVD, afirme que ella escribe las historias sin decantarse a la hora de expresar opiniones.

Desde el primer momento ya se juega al despiste, pero no como alarde de ingenio del injustamente oscarizado guion, toda vez que sus giros de argumento son del todo convencionales y nada originales.

Además, se entremezclan diferentes géneros cinematográficos de forma absolutamente abigarrada y sin criterio, para confundirnos/sorprendernos, cosa que en mi caso, no se ha producido.

En este sentido, pretende ser una película sobre la venganza de las víctimas que han sido agredidas sexualmente (genero rape and revenge ) aunque lo cierto cierto es que la vengadora no es una víctima directa sino colateral.

Y si bien es cierto que conviene recordar la enseñanza de Confucio, “Antes de empezar un viaje de venganza, cava dos tumbas”, desde luego que parecen mucho más honestas Hard Candy (sobre la que ya escribimos en el blog) y en especial, Ángel de venganza de Abel Ferrara.

Pero además se entremezcla con una comedia negra que mucho tiene que aprender de Very Bad Things, luego imitada por la exitosa Resacón en Las Vegas, de la que tan solo cabe destacar el ingenioso e irreverente chiste sobre el Circo del sol.

Y por si esto fuera poco, una vez que acontece un nuevo giro del guion, cuando ya estábamos convencidos de que la protagonista iba a pasar página tras el honesto consejo que le da la madre de su amiga fallecida, de sopetón nos insertan una comedia romántica juvenil con chico gracioso e ingenioso que termina por romperle el corazón de la forma más ignominiosa.

Y para plasmar toda esta miscelánea, la película se nutre del moralismo más recalcitrante, rayano con el cristianismo (halos y alas por doquier adornan las paredes) que nos muestra una sociedad podrida, la norteamericana, cuya deplorable imagen puede predicarse del resto de las naciones.

Hablamos de víctimas desprotegidas por el sistema imperante, cargado de machismo y en el que una denunciante de una agresión sexual nunca va encontrarse con que alguien que la crea y donde solo a través del recurso a la Ley del Talión puede obtenerse una reparación por el daño sufrido, lo cual se contradice con el aparatoso final del que luego hablaremos, en el que, esta vez sí, el sistema vuelve a perseguir al delincuente.

Pero es que además, la podredumbre social, cuenta como aliadas a algunas mujeres aún sometidas al yugo patriarcal, pero como principales responsables a todos los hombres, sin excepción.

Decimos porque no se salva ningún hombre en cuanto a lo baboso y degenerado, dando igual que éste sea guapo, friqui o afroamericano.

Cualquiera que haya leido nuestras anteriores publicaciones del blog conoce nuestra postura sobre la lamentable conducta de muchos varones en las relaciones sexuales.

Como muestra,un botón:

Pero en Una joven prometedora no hay excepciones.

Al respecto, ya desde el inicio se evidencia toda una declaración de intenciones, con esa escena en la que grotescos cuerpos masculinos bailan ridículamente e intentan rozarse en la pista de baile.

A partir de ahí, como se suele decir, no se salva ni el apuntador ( si es que éste se tratase de un varón) puesto que ese agradable e inofensivo chico que deja que escupan en su café como incondicional acto de devoción a su amada, es otro monstruo más como el resto de sus compinches de la agresión sexual.

Y ni siquiera tiene la decencia de evitar algo tan manido como los comentarios callejeros de los obreros,o el recurso al “mujer tenías que ser” en la conducción femenina, al interrumpir la circulación del tráfico.

Y todo ello en cuanto que paradigmas de micromachismo (que palabreja) y de lo salidos que estamos todos los hombres, sea cual sea nuestra clase social o el trabajo que realicemos.

Además en lo que refiere a los otrora estudiantes universitarios y ahora exitosos treintañeros, la directora es muy astuta para sus aviesas pretensiones ( que no son otras que descolocar a los espectadores) toda vez que se sirve de actores que con anterioridad habían destacado en sus carreras por sus papeles de chicos buenos.

Pues bien, esta peligrosa visión feminista de considerar que los hombres somos unos redomados machirulos y quizás unos agresores sexuales en potencia, entronca con un momento que he vivido con ocasión de un curso de formación sobre la defensa de las víctimas de agresiones sexuales y que quiero trasladar a estas líneas a modo de anécdota.

La brillante ponente, cuya charla resultó muy amena e enriquecedora para nuestro ejercicio profesional, todo hay que decirlo, pecó de ese exacerbado feminismo que destila Una joven prometedora,con el que no puedo ni debo estar de acuerdo y así se lo hice saber a modo de capciosa pregunta.

Y es que ella destacaba que en base a las estadísticas que manejaba con sus jóvenes alumnas, existían cuatro tipos de varones a la hora de “ligar”: los listillos/chulillos que se las saben todas y tienen mucho éxito con las chicas, los pesados/pulpos que son rechazados por sistema ante la evidencia de sus libidinosas pretensiones, los pringados/pagafantas que no se comen una rosca y los lobos con piel de cordero que van de feministas y en puridad son justo todo lo contario.

Mientras me removía en mi asiento al escuchar tal categorización del sexo masculino, decidí preguntar lo obvio: ¿también tiene clasificadas a las chicas o son todas iguales en sus relaciones con los jóvenes?

Su amable respuesta, muy teórica, no me resultó nada convincente.

La solución más complaciente y menos ofensiva para el género masculino, es que Una joven prometedora tan solo se trata de una ficción y que por tanto no puede generalizarse, sin acudir al caso concreto y real.

E incluso podría advertirse sin mayor esfuerzo que tan solo retrata la visión sociópata de su protagonista, ciertamente subjetiva y condicionada por el trauma que sufre desde hace años por el suicidio de su mejor amiga, objeto de escarnio público en el seno de la comunidad universitaria tras haber mantenido relaciones sexuales no deseadas en una de esas descontroladas juergas regadas con alcohol y aderezadas con drogas.

Pero cuestión distinta es convertir a la protagonista en un Dios castigador del Antiguo Testamento, que incluso lleva un diario con anotaciones de sus innumerables víctimas que antes pudieron ser verdugos (eso sí, anotados con colores diferentes para confundirnos aún más sobre su destino final) y que humilla en su despacho a la retorcida Decana de la universidad tras ponerla en el lugar de la madre de su desgraciada amiga.

Y por si lo anterior no fuera suficiente del batiburrillo, la convierte en piadoso Jesucristo que sabe perdonar, puesto que rehúsa finalmente castigar con una agresión (nuevo cliché al escucharse del sicario su acento de europeo del éste) al ahora doliente abogado encarnado por Alfred Molina, arrepentido por sus pecados tras haberse servido de cuestionables medios probatorios en defensa de sus adinerados clientes para desprestigiar a las denunciantes y que tan solo amaga con un gran susto, a la hora de escarmentar a la pedorra pija a la que facilísimamente emborracha en la comida, mientras ella solo bebe cerveza y vino, sin alcohol, se supone.

Además por la propia constitución de la menuda Carey Mulligan, un endeble físico como el suyo jamás podría amedrentar a un macho cargado de testosterona que además puede reaccionar de forma muy violenta, tras percatarse del engaño de la borrachera ficticia, resultando francamente ridículo el momento en el que, cual Michael Douglas en Un día de furia, destroza el vehículo del conductor cabreado.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más.

Y es que, a sabiendas de que puede perder la vida en el loable intento de ajusticiar al agresor ( interpretado horriblemente por Chris Lowell, salvo que haya sido a propósito para ridiculizar aún más a su personaje, lo que no me extrañaría), la joven prometedora que en su día dejó su carrera de medicina para trabajar de modesta camarera, en vez de acudir a una terapia, termina por convertirse en mártir de la causa.

Sin embargo, yo apostaría que el posterior final, tan facilón como absurdo, y de cara a la galería, por mucho que diga la directora, ha sido impuesto por la productora, visto que sería demasiado duro y amargo para un espectador que ya se ha posicionado en defensa de la protagonista,que por lo visto han sido legión.

Cierto es que como en toda ficción, a diferencia de lo que acontece con un documental, en muchas ocasiones hay que hacer un notable esfuerzo para suspender la incredulidad.

Pero de ahí a que nos traten por tontos, media un abismo.

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