Dicen que Paul Schrader, criado en el seno de una familia condicionada por un radical adoctrinamiento de la religión calvinista, no pudo ver una película hasta que cumplió los dieciocho años.
Y no cabe duda que tal y como se comprobaría en su posterior carrera profesional como director y guionista, mucha de su represión se plasmaría como válvula de escape en los controvertidos personajes que crearía para la gran pantalla, que siempre se debaten en una constante lucha con sus demonios internos.
Uno de ellos sería el ideado para el guión de Taxi Driver, que en buena parte se trata de una autobiografía del propio Schrader, por entonces sumido en un proceso de autodestrucción y de abuso de sustancias y que al igual que su protagonista, era un espectador habitual de las salas de cine pornográfico.
La película es considerada como una pieza fundamental del cine norteamericano, en la que aparte del guionista, confluyeron en un cóctel tan genial como explosivo ,un director en estado de gracia, ex seminarista católico y no menos habituado al consumo de alcohol y drogas (Martin Scorsese) uno de los mejores actores de su generación, obsesionado con el método hasta el extremo (Robert De Niro) y uno de los mejores compositores de bandas sonoras de la Historia y maníaco depresivo, en estado de cabreo permanente (Bernard Herrmann)
Taxi Driver nos muestra la retorcida visión sobre la humanidad de Travis Bickle, interpretado por Robert de Niro, un veterano de Vietnam que trabaja en una decrepita Nueva York de la segunda mitad de la década de los setenta, de la que luego sería trasunto la urbe de Gothan en la película Joker, sobre la que ya escribimos en el blog.
Por entonces, la ciudad que nunca duerme era considerada como una de las más inseguras del mundo, poblada de delincuencia, drogas y prostitución y de una degenerada fauna nocturna que asquea al propio protagonista.
Pese a ello, en su lucha permanente contra el insomnio, debe trabajar de noche y no tiene más remedio que transportar a indeseables en su vehículo, uno de ellos interpretados por el propio Scorsese, que hace un doble cameo en el film.
Y así, con una delatadora voz en off del protagonista, a través de sus monólogos que también plasma por escrito en un diario, somos testigos de la actitud racista y homófoba de una persona asocial y solitaria:
“Por la noche salen bichos de todas clases: furcias, macarras, maleantes, maricas, lesbianas, drogadictos, traficantes de droga… Tipos raros. Algún día llegará una verdadera lluvia que limpiará las calles de esta escoria”
«La soledad me ha seguido toda mi vida, a todos lados. En los bares, en los coches, por las aceras, en las tiendas, por todos lados. No hay manera de escapar de ella».
Y muy pronto comprobaremos en él una actitud obsesiva y acosadora hacia los demás, evidenciando que más allá de un comportamiento detestable de un resentido, Travis se trata de persona con serios problemas mentales, quizás asociados a un síndrome de estrés postraumático, tras su participación en la Guerra de Vietnam, pero también tiene una cara amable y tierna para embelesar a los demás.
Así, una de sus víctimas es Betsy, una bella joven, interpretada por Cybill Shepherd, involucrada como voluntaria en la campaña electoral de un candidato a la Presidencia.
Causalmente, el senador Palantine será uno de los usuarios de su taxi y comprobará de primera mano la actitud fascista de Travis, al preguntarle cuál de los problemas de su país es el que más le preocupa.
“Pues no lo se, yo no sigo la política de cerca….creo que deberían limpiar un poco la ciudad porque está hecha una cloaca, toda llena de basura y de gentuza; hay veces que se me revuelven las tripas. El Presidente que se elija debería sanearlo todo ¿ me comprende? Cuando salgo me da hasta dolor de cabeza oler toda esta basura; quiero decir que la porquería está por todas partes. Yo creo que el Presidente debe limpiar este retrete y tirar de la cadena para que se vaya toda la mierda”
Pero Travis es rechazado por Betsy, estupefacta tras ser llevada a ver una película pornográfica, como si fuera lo más normal del mundo para las primeras citas.
Ante un rechazo que el taxista no acepta de buen grado, su mesiánica concepción de justiciero convertirá al senador en el objetivo de un magnicidio que afortunadamente acaba frustrándose, pero también centrará su atención en Iris, una niña de 13 años que ejerce la prostitución, encarnada por Jodie Foster, y a la que pretende rescatar de las garras de su proxeneta, interpretado por Harvey Keitel.
Sus maníacas intenciones quedan ya reflejadas en otro de sus monólogos, que ensaya una y otra vez:
“Escuchad, imbéciles de mierda, aquí hay un hombre que va a cortar por lo sano,que va hacer frente a la chusma, a la prostitución, a las drogas,a la podredumbre, a la basura y acabará con todo eso”
Al final, la catarsis y redención a través del estallido final de una violencia que ha sido contenida a duras penas durante todo el metraje, precisan como inevitable el derramamiento de sangre, no solo de un atracador de un establecimiento, sino también de quienes retienen a Iris, dando paso a una victoria moral del malherido Travis con su temible aspecto de mohawk , que de la noche a la mañana, pasa de ser un seguro villano y suicida kamikaze a un héroe nacional.
La película que contaba con un presupuesto inferior a dos millones de dólares y obtuvo veintiocho en taquilla, fue todo un acontecimiento en su momento por la crudeza de sus imágenes y lo incomodo de su mensaje.
Alabada por la crítica, obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes, pese a algunos abucheos durante su proyección y a las reticencias del Presidente del Jurado, nada menos que Tennessee Williams.
Si bien fue nominada en cuatro categorías por la Academia de Hollywood (mejor película, actor principal, actriz secundaria y música) la película se iría de vacío en la gala de los Oscars de 1977, donde respectivamente resultarían ganadoras unos duros competidores: Rocky, Peter Finch y Beatriz Straight , por Network, un mundo implacable y Jerry Goldsmith, por La Profecía.
Sin embargo, no todo serían parabienes en lo que se refiere al recuerdo de esta violenta película, porque tal y como escribimos en nuestro blog, siempre quedará asociada a otro perturbado que llegó a verla quince veces en el cine, para luego tratar de emular a Travis Bickle, intentando asesinar al Presidente Ronald Reagan, con el único objetivo de impresionar a una idolatrada actriz que parecía darle calabazas, precisamente Jodie Foster.
De las interpretaciones de Taxi Driver, necesariamente han de ser resaltadas las de De Niro y Foster.
En el caso del actor, que renunció a subir sus emolumentos pese a recibir durante el rodaje el Oscar al mejor actor de reparto por El Padrino, segunda parte, se metió de lleno en su papel hasta el punto de indagar en la vida real de los taxistas de Nueva York, llegando a sacar la licencia para trabajar de noche durante varios meses, al igual que su personaje.
En este sentido, se cuenta como anécdota que uno de los pasajeros que se subió a su taxi, era un colega de profesión que tras reconocerlo, llego a creerse que su carrera profesional ya había fracasado.
Igualmente, para poder mimetizarse como el esquizofrénico Travis Bickle, De Niro estudió a fondo sobre las enfermedades mentales y aprendió a hablar con el acento de su lugar de origen, llegando incluso a comportarse de modo solitario y hosco durante el rodaje con el resto del reparto.
La recordada y tantas veces imitada escena del espejo, cuando interroga desafiante a su reflejo fue una improvisación del actor, al igual que otra en la que deja caer su televisor, si bien para ello tomó prestada la idea Henry Fonda, cuando éste hace equilibrios sentado en una silla en el film Pasión de los fuertes (1946)
En cuanto a Jodie Foster, si bien ya había trabajado dos años antes con el propio Scorsese en Alicia ya no vive aquí, fue esta película la que la catapultó definitivamente a la fama, pese al lastre que supuso el acoso de su peligroso admirador.
Como quiera que por entonces tan solo contaba con 12 años, fue doblada por su hermana mayor en alguna de las escenas más comprometidas, bajo la atenta mirada de la madre de ambas.
La dirección de fotografía corrió a cargo de Michael Chapman, cuyos movimientos simbolizan la disociación del trastorno esquizoide del taxista y que tiene sus dos puntos culminantes en la escena del vaso en el que se disuelve el analgésico y la toma cenital con la abrupta entrada de Travis al rescate de Iris.
Además, se benefició del lamentable estado de las calles de Nueva York, que por entonces padecía una huelga de basureros en un caluroso verano, para plasmar entre luces de neón y humo salido del metro, una suciedad que también impregnaba el ambiente.
En cuanto a la música de Herrmann, que falleció antes del estreno, se trata de una extraña composición, tan compleja como la mente del protagonista,que a través de un sensual saxofón mezcla románticos compases de jazz del mejor cine negro,con otras partes inquietantes donde una percusión nos anticipa que lo peor está por llegar.