Tras el incontestable éxito de Rebeca (1940) era cuestión de tiempo que Alfred Hitchcock afianzara en Hollywood una carrera, que ya había sido prolífica en su Inglaterra natal,hasta convertirse en uno de los mejores directores de la historia del cine.
Y para su siguiente película, Sospecha, recurrió como protagonista a la misma actriz, Joan Fontaine, que esta vez sí se llevaría el Oscar por interpretar a una ingenua mujer, enamorada de un sinvergüenza y vividor con quien contrae matrimonio, encarnado por Cary Grant.
Sin embargo, la intención del director británico, cuya malicia es de sobra conocida, era respetar la trama de la novela en la que basaba su película, Before the Fact, publicada ocho años antes por el afamado novelista del genero policiaco Anthony Berkeley Cox, bajo el seudónimo de Francis Iles.
Así, Hitchock pretendía que la protagonista fuera envenenada por su esposo, no sin antes haberle dado una carta dirigida a su madre, que él luego echa en un buzón, desconociendo que contiene un incriminatorio escrito, cuyo texto le fue desvelado a François Truffaut durante las entrevistas que dieron lugar al inolvidable libro El cine según Hitchcock.
“Querida mamá, estoy desesperadamente enamorada de él, pero no quiero vivir. Va a asesinarme y prefiero morir. Pero creo que la sociedad debería estar protegida contra él”
Sin duda, un final de difícil digestión para la moral de entonces, hasta el punto de que fue rechazado por la productora RKO, toda vez que era una temeridad que uno de los artistas favoritos de Hollywood fuera visto en pantalla como un despiadado asesino.
Sin embargo, dicha moral sí que admitía que Cary Grant pudiera interpretar a un crápula y estafador sentimental, que se sirve de sus encantos y del chantaje emocional para engañar a su esposa y aprovecharse de ella y de quien se encuentre en su entorno más íntimo, incluido su mejor amigo, interpretado por Nigel Bruce.
Siempre se ha dicho que lo que más aburría a Hitchcock era rodar, puesto que ya tenía mentalmente recreada su película al detalle y no en vano, corría el rumor de que a veces se dormía durante la realización de algunas tomas.
Por ello, a bien seguro le indignó tener que renunciar a su obra, tal y como la había ideado, realizando sobre la marcha muchos cambios en el guión, lo cual desconcertaba a los actores, eliminando varias escenas que evidenciaban la intención homicida del esposo e incluso invirtiendo el orden de las dos con las que finaliza Sospecha.
En este sentido, la escena definitiva iba a ser la que ya constituye una de las más famosas de la historia del cine, cuando el esposo sube por las escaleras con el iluminadísimo vaso de leche que le entrega a la protagonista, pero finalmente daría paso a la del incidente en el vehículo, cuando se encuentran al borde del acantilado.
Es más, los últimos segundos de la película no fueron rodados por Fontaine y Grant, sino por otras dos personas que dan la espalda a la cámara, para no ser reconocidos.
Sea como fuere, el batiburrillo pudo acabar peor, visto desde la RKO fueron propuestos otros dos finales tan alternativos, ciertamente ridículos.
En uno de ellos, él se alistaba en el ejército y moría en cómbate y en el otro, ella se suicidaba, tras haber quedado embarazada, fruto de una relación extramatrimonial.
Pero fue precisamente en esa escena del acantilado, donde el maestro Hitchcock, retorcido como el que más, se iba a salir con la suya, pese a la imposición de un final feliz por parte de la RKO.
Decimos esto porque el director nunca daba puntada sin hilo y como guiño al espectador más atento y mal pensado, nos dejaría la puerta abierta a la especulación, visto el forzado y desapasionado abrazo del marido, ciertamente ambiguo.
Y es que es del todo complaciente y nada creíble que pueda entenderse que tanto interés del atractivo caradura por la información que le facilita su amiga novelista y trasunto de Agatha Christie, sobre el indoloro veneno que no deja rastro, reside en su intención de quitarse la vida, salvo que sea su enésima trola para salir al paso de las sospechas de su esposa , hasta volver a las andadas.
Y es que un sujeto tan hedonista y egoísta como él, jamás se suicidaría. No va con su psicopatológica conducta.
¿Acaso alguien puede pensar que ella va ser feliz con una persona como su esposo, mentiroso compulsivo al que le gusta vivir por encima de sus posibilidades?
¿Aceptaría su esposo de buen grado que ella le propusiera tener hijos, todo un sacrificio para su licenciosa vida?
Casi nadie cuestiona ya que Hitchcock fue uno de los directores que más se adelantaron a su tiempo, con una visión moderna de las relaciones personales, muy influenciada por un psicoanálisis que ya avanzaba a pasos agigantados en Europa y Estados Unidos, si bien era desconocido para la gran mayoría.
En este sentido, mientras escuchamos la melodramática música de Franz Waxman, el realizador británico capta como ninguno la atención del espectador, para que se adentre en los pensamientos de sus personajes, que en el caso de la esposa, gracias a la magnífica interpretación de Joan Fontaine, sin casi articular palabras, a través de su rostro nos permite ver su volubilidad y fragilidad ante los devaneos de su amado.
No obstante, es tal la artimaña del tramposo Hitchcock que tampoco cabe descartarse que las sospechas de la esposa sean en realidad meros productos de su imaginación paranoica, rayana en lo patológico.
Con tanto desconcierto y ambigüedad, si bien la película fue un éxito de público, Sospecha, no obtuvo el apoyo unánime de la crítica, aunque como dijimos, Joan Fontaine ganaría un Oscar a la mejor actriz que quizás también hubiera merecido por Rebeca.
En cualquier caso, resulta ciertamente interesante la visión que Hitchcock nos ofrece sobre el desarrollo de un romance, como el que viven los protagonistas al comienzo de Sospecha.
En este sentido, todos hemos conocido situaciones en las que curiosamente, uno se siente más atraído cuando sufre el desinterés inicial de la otra persona y no es correspondido, en un tira y afloja que a veces dura más de lo previsible.
Y es que no existe enamoramiento sin cierto sufrimiento, ni relación sentimental en la que no se deba arriesgar, lejos de permanecer en la zona cómoda, sin más preocupaciones que las de pensar en uno mismo.
Sin embargo, un cierto halo de misoginia acompaña a la película, hasta el punto de que se degrada a una mujer que con tan solo veintiocho años, para la época ya era considerada madura y que tras las presiones de sus padres parece ceder a los encantos del pretendiente caradura, evitando el lastre de continuar siendo socialmente calificada con término que afortunadamente ya parece en desuso, una solterona.
Además, aunque sea en todo de infantil burla, su marido persiste en ningunearla físicamente ya desde el noviazgo, algo que además carece de sentido, toda vez que se trata de una mujer muy bella y con una elegancia cautivadora.
Por tanto, una película como Sospecha sería impensable en la actualidad o al menos levantaría tantas ampollas entre el colectivo feminista, que su éxito vendría acompañado de polémica, teniendo en cuenta además la inicial actitud hostigadora de él e incluso diálogos como el que sigue:
-¿Te han besado alguna vez en un coche?
- Nunca.
– ¿Te gustaría que lo hiciera?
- Sí.
- Eres la primera mujer que conozco que dice sí cuando quiere decir sí.
- ¿Qué dicen las otras?
- Cualquier cosa menos sí.
- ¿Pero te besan?
- Normalmente sí.
Pero, sin perjuicio de que hablamos de una película estrenada hace ochenta años, cuando las conveniencias sociales apuntaban a roles diametralmente opuestos entre los hombres y las mujeres, nada de lo que nos narra Sospecha nos ha de resultar ajeno, en cuanto a la personalidad del esposo.
A lo largo de nuestra vida personal y profesional hemos conocido a personajes de la peor calaña, similares al que interpreta Cary Grant.
En ocasiones, Dios los cría y ellos se juntan, hasta el punto de que su magnetismo también atrae a personas igual de caraduras, que estafan por sistema y duermen a pierna suelta, sin muestra alguna de remordimiento o de empatía con aquellos con los que se han endeudado, para seguir viviendo del cuento.
Sin embargo, los más destructivos son los que intoxican a una persona como la interpretada por Joan Fontaine, a la que enamoran y satisfacen hasta que logran su objetivo, generalmente económico.
Algunas de ellas,tras carse del guindo, podrán desembarazarse del jeta, tras darle varias oportunidades, siguiendo los consejos de amigos y familiares que lo han visto venir desde el principio.
Otras,sin embargo, seguirán abrumadas por su encanto de un pavo real que solo nos muestra su bella fachada, pero que te da un picotazo cuando menos te lo esperas.