Muchas veces nos preguntamos cómo es posible que perduren determinadas parejas, cuando salta a la vista que se llevan a matar, como suele decirse coloquialmente, pese a que ciertamente, dicha expresión no parece de lo más apropiado o políticamente correcto.
Y es que seguro que alguna vez hemos asistido estupefactos a situaciones ciertamente incomodas, como testigos de la enésima bronca de dos personas, que en una discusión saltan a la mínima y, conocedores de sus recíprocas debilidades, se buscan las cosquillas para terminar pinchándose y hacerse sangre, si se nos permite expresarnos nuevamente de forma menos correcta.
Pues bien, aún teniendo siempre muy presente aquello de que, la confianza da asco, que del amor al odio solo hay un paso y que quien bien te quiere te hará llorar, la única conclusión a la que se puede llegar es que quizás esas parejas se quieran a su manera, la única que conocen, pese a que de un modo inexorable su autodestrucción abocará en el perpetuo sufrimiento, sin cura posible.
Eso es lo que sucede a los protagonistas de esta durísima película con la que debutó Mike Nichols, un realizador que volvería a dar la campanada un año después con El graduado, y que cuatro décadas más tarde nos volvería a dejar helados al rodar los hirientes diálogos de las dos parejas de Closer.
George y Martha forman un matrimonio cincuentón y alcoholizado, tan avenido como hiriente entre sí; George es profesor de Historia de una Facultad cuyo rector es el padre de Martha, lo que lo sitúa a ojos de ella como un fracasado y advenedizo; tras una noche de fiesta, el matrimonio invita a otro mucho más joven a pasar una velada en su casa, que termina en una colosal borrachera de las dos parejas, durante la que los juegos perversos de la más adulta, sus duros reproches, las crueles puyas e incluso la traición más ruin a ojos del otro, superan el límite de lo soportable, terminando por aflorar verdades que duelen como puños, entre ellas, el desgarro por la pérdida de un hijo.
El tormentoso matrimonio fue interpretado por unos magistrales Richard Burton y Elisabeth Taylor, como trasunto de su propia vida conyugal, regada por el alcohol y azotada por el escándalo de su primer encuentro y por sus dos conflictivos divorcios, que tantos ríos de tinta generaron en los periódicos de la época.
La película fue nominada a los Oscar en trece de sus categorías, entre ellas la de mejor actor, que finalmente no ganaría un orgulloso Burton, al resistirse a las presiones de tener que forzar su inglés nativo y puro en un más vulgar acento norteamericano, evitando desentonar con el resto, como así ocurrió.
Sin embargo, Liz Taylor sí ganaría su segundo Oscar a la mejor actriz protagonista por este papel, de los cinco premios que se llevó el film, galardón mucho más merecido que el obtenido años atrás por Una mujer marcada, máxime si tenemos en cuenta su esfuerzo interpretativo, que compensaría la pérdida del fulgor de su mirada violeta en una película rodada en blanco y negro para la que tuvo que engordar quince kilos y mostrarse avejentada, pese a contar con treinta y tres años de edad.
Basada en la homónima obra de teatro de Edward Albee, sorprende que en España se haya traducido literalmente el desconcertante título original, Who’s afraid of Virginia Woolf? que apenas tiene que ver con la famosa escritora británica, más allá del juego de palabras con el que se bromea, al asociar el nombre de la literata con el conocido estribillo que da título a la infantil canción de la película de animación Los tres cerditos, Who’s afraid of the big bad wolf? ¿Quién teme al lobo feroz?
Pero, reflexionando sobre este film y siguiendo con canciones debemos evocar la voz de Bono con su With or with you, I can´t live….cada vez estamos más convencidos que el irlandés de U2 tomó la idea de nuestra popular copla que se aplica a relaciones tan complejas : Ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio; contigo porque me matas y sin ti, porque me muero.
“Siempre estuvimos locamente enamorados, pero nos faltó tiempo” llegó a manifestar Elisabeth Taylor sobre su tortuosa relación con Richard Burton.
Cierto es que hay gente, que necesitaría más de una vida para encontrar su sitio en este mundo, aunque sea amargándose y amargando la del prójimo, a quien dice amar.
Pero seguir el cristiano consejo de amar al prójimo como a uno mismo, supone para muchos una tarea harto compleja y demasiado sacrificio del propio orgullo.