Constituye una delicia escribir sobre esta película, que ha pasado a la historia como un clásico dentro de su género, deudora en parte de Psicosis de Hitchcock, por el uso del suspense y emparentada con El crepúsculo de los dioses de Wilder , por su reminiscencia a la decadencia de Hollywood.
Basada en la novela de Henry Farrell, ¿Qué fue de Baby Jane? nos relata la cruenta historia de dos hermanas, que ya desde niñas se odian, pero que el destino ha obligado a que tengan que soportarse.
Jane Hudson, había sido una repelente niña prodigio que actuaba junto a su padre, ante la atenta mirada de un público entregado y la envidia de su hermana Blanche, siempre en un segundo plano.
Con posterioridad, ambas hermanas llegan a ser actrices de cine, pero mientras las películas de Jane apenas son reconocidas, las de Blanche ya la han situado como una indiscutible estrella del celuloide.
Tras un atropello, atribuido a una celosa Jane, Blanche sufre graves secuelas que la dejan prostrada en una silla de ruedas.
Después de ese original comienzo del film, con doble prólogo de notable extensión, tras los títulos de crédito temporalmente nos situamos muchas décadas después, cuando ambas hermanas son ya ancianas y conviven en la mansión de Blanche Hudson, gracias a su dinero, que muchas veces Jane cobra en el banco, tras falsificar los cheques, imitando la firma de su hermana.
Mientras una alcoholizada Jane vive amargada y anclada en los recuerdos de su exitosa infancia, sin que nadie la reconozca como celebridad, una más famosa Blanche apenas puede sobrevivir, temerosa del comportamiento de su inestable hermana, con la sola compañía de una empleada doméstica, que en ocasiones acude para ayudarla.
Pero la emisión en televisión de un ciclo de célebres películas de su hermana, no hace más que agudizar la aversión y celos de Jane, que no solo impide que Blanche pueda comunicarse con el exterior, sino que además la alimenta inadecuadamente, cuando no le ofrece para comer animales muertos,como un pájaro o una rata.
Es entonces, cuando tras publicar Jane un anuncio en el periódico, un fracasado y arruinado pianista acude a la mansión para interpretar con ella las viejas canciones de su infancia, mientras una emocionada anciana se viste como la muñeca que en su día comercializaban como Baby Jane.
Aprovechando una de las salidas de Jane, Blanche apenas puede llegar a rastras hasta el teléfono de la planta inferior y avisar al psiquiatra de su hermana, solicitando auxilio para que acuda urgentemente a la mansión.
Pero los violentos acontecimientos se precipitan cuando Jane vuelve a casa y tras dar una paliza a su hermana, atarla y encerrarla en su habitación, todavía debe deshacerse de una entrometida empleada, más que preocupada por la salud de Blanche, sin poder luego evitar que el pianista descubra el horror que hay en la planta de arriba.
Estamos convencidos de que cuando surgió la idea de reunir en esta película de terror psicológico a dos de las más grandes estrellas del Hollywood clásico, para encarnar a las dos hermanas en su vida adulta , muchos torcieron el gesto al saber que las elegidas serían dos mujeres que se odiaban profundamente, Bette Davis (1908-1989) y Joan Crawford (1904-1977).
Prueba de ello, una de tantas frases que Davis le dedicó a Crawford: «No la mearía ni aunque estuviese ardiendo en llamas».
La enemistad se remontaba a la época en la que coincidieron en la compañía Warner Bros, a donde recaló Crawford.
Ésta empezó a agasajar a Davis con regalos e invitarla a cenar en repetidas veces, algo que para unos, era fruto del coqueteo de su supuesta bisexualidad y para otros, un exagerado intento de llamar su atención, para iniciar de la forma más cordial su relación con su compañera.
Sea como fuere, Davis siempre rechazó sus generosas propuestas y en todo momento se mostró hostil con una actriz, que no dejaba de ser su mayor rival, hasta el punto de que podía relevarla como prima donna de la Warner, algo impensable para una mujer tenaz y indomable como ella.
Desde luego, los hirientes comentarios de Davis nunca facilitarían las cosas, como cuando, al recordar el paso de Crawford por su anterior compañía, la Metro-Goldwyn-Mayer, manifestó con su habitual sorna: “Seguro que se ha acostado con todos los actores de la Metro, a excepción de la perra Lassie.”
Y sería Robert Aldrich, el valiente cineasta encargado de dirigir a las dos mujeres, con un ego por las nubes, y cuyas reticencias previas ya evidenciaba Davis al preguntarle, con su retorcida ironía, si el director se había acostado con Joan Crawford.
«Si te la hubieses follado, no serías justo con las dos», le dijo, tras responder negativamente Aldrich.
Crawford retomó la vieja costumbre de “camelar” a su vieja rival, con nuevos regalos e invitaciones, pero se volvió a encontrar con un muro infranqueable.
Al ser preguntada años más tarde por la supuesta bisexualidad de Crawford, la respuesta de Davis fue lapidaria, como siempre.
«No lo sé. Nunca me acerqué tanto a ella como para comprobarlo».
Pero la enemistad quedó camuflada desde el primer día de rodaje, bajo una encomiable profesionalidad, más allá que la maliciosa Davis pareciera continuar la guerra de provocaciones para molestar a Crawford, a la sazón alta directiva de la compañía Pepsi.
Y así, tras encargar Crawford una maquina de la conocida marca de bebidas para refrescar al equipo de rodaje, se encontró como respuesta que Davis había hecho lo suyo con una de Coca Cola.
No obstante, la producción finalizó sin mayores incidentes entre ellas, aunque las malas lenguas apuntan a que Joan Crawford decidió vengarse del exceso de ímpetu por parte de Davis, tras recibir unos puntos de sutura al rodar una de las escenas más violentas del film, cuando Jane Hudson (Davis) agrede a su hermana Blanche (Crawford) propinándole patadas.
Pues bien, dicen que Crawford, consciente de que Davis tenía problemas de espalda, se rellenó el cuerpo de enorme peso bajo su camisón, para que Davis tuviera mayor dificultad y muchos dolores a la hora de arrastrarla por el suelo.
Davis también criticó con dureza que Crawford apareciera ‘glamurosa’, mientras que ella le añadían gruesas de blanquecino maquillaje a su rostro, para darle a su personaje un aspecto grotesco y fantasmagórico.
Y tampoco dejó pasar por alto el hecho que en la escena final de la película, rodada en la playa, Crawford estaba tumbada en la arena con rellenos que sujetaban de forma antinatural sus senos, que parecían dos balones de fútbol, según Davis.
Bette Davis, que también había manifestado que para ella había sido un placer empujar a Joan Crawford en una silla de ruedas, comentaba sobre su experiencia de rodaje en el Festival de San Sebastian “Al trabajar juntas desilusionamos a toda la prensa americana, que esperaban que nos tirásemos de los pelos. Nada de eso ocurrió y tuvimos una relación muy amistosa”.
Para Jack Warner, el magnate de la Warner Bros, ambas eran demasiado veteranas en 1962 y muy lejanos estaban ya sus días de gloria, por lo que resultaba una quimera poder obtener algún beneficio de ¿Qué fue de Baby Jane?.
Es más, como lamentablemente diría el productor “jamás apostaría un centavo por esas dos zorras”
Se equivocó, ya que la película fue un éxito de crítica y público, obteniendo notables beneficios, toda vez que partiendo de un presupuesto cercano al millón de dólares, obtuvo una recadaudación de casi diez.
No obstante, de las cinco nominaciones al Óscar (actriz principal, actor secundario, fotografía en blanco y negro, sonido y vestuario) el de vestuario fue el único premio de la Academia.
Era de sobra conocido que Davis llevaba décadas obsesionada con ganar su tercer Óscar a la mejor actriz, tras los obtenidos con dos de sus mejores películas, Peligrosa (1935) y Jezabel’ (1938) y ahora veía su nueva nominación con la gran oportunidad para lograrlo.
En este sentido, su interpretación podría calificarse de exagerada e incluso esperpéntica, pero teniendo en cuenta que interpretaba a una enferma mental, ciertamente peligrosa, su histrionismo parece justificado.
Como prueba de su gran talento, a la par que malicia, si bien su personaje habla con voz quebrada y cazallosa , realiza una imitación perfecta de la pausada voz de Crawford, cuando Jane se hace pasar por Blanche al teléfono, lo cual solo puede apreciarse, como es lógico, en la versión original.
Sin embargo, la genial actriz nuevamente fracasó en su enésimo intento y se llevó una sorpresa mayúscula, cuando apareció en escena Joan Crawford para recoger el Óscar a la mejor actriz que le habían otorgado a una ausente a la gala, Anne Bancroft, por El milagro de Ana Sullivan.
“Perdona, querida, pero tengo que recoger un Óscar” le espetó, sonriente, Crawford.
Bette Davis nunca se lo perdonó e incluso insinuó que Joan Crawford había intentado influir en los miembros de la Academia para que no la premiaran.
Tras el éxito obtenido con ¿Qué fue de Baby Jane? Aldrich pretendió repetir la fórmula con ambas actrices en su película Canción de cuna para un cadáver, pero una indisposición (o quizás arrepentimiento) de Joan Crawford en el último momento, hizo que fuera Olivia de Havilland la que asumiera su papel, para enfrentarse a la temible Bette Davis.
Nunca más volverían a coincidir en una película, una lástima, pero su reciproco odio se mantendría hasta el final de sus días.
Y es que ni siquiera el fallecimiento de Crawford ablandó el corazón de Davis.
«Uno nunca debe decir cosas malas sobre los muertos, sólo se deben decir cosas buenas… Joan Crawford está muerta, ¡qué bien!»
Sin embargo, tras ser publicado un año después de su muerte el libro Queridísima mamá, en el que la desheredada hija de Crawford, Christina, despellejaba a su madre adoptiva, relatando que había sido una persona narcisista, cruel y violenta, lo cierto es que Bette Davis hizo unas declaraciones que en vida hubiera agradecido su otrora rival:
«Nunca fui la mayor fan de Joan Crawford, pero respeté y respeto su talento. No se merecía un libro así de su hija»
No se imaginaba Davis, que siete años después, la actriz sufriría en sus carnes un similar relato, al ser escrito por su hija Barbara, El guardián de mi madre, en el que también era calificada de maniática, tirana y egocéntrica; su respuesta, desheredar a Barbara.
Ciertamente, nos preguntamos si Crawford hubiera hecho los mismos comentarios que Davis.
¿Se imaginan a estas dos divas, hoy día, con una cuenta de Twiter?
Ardería Troya.