Considerada una de las mejores películas de lo que llevamos de siglo y para muchos una obra maestra, Mystic river es obra de un ya por entonces septuagenario Clint Eastwood (¿qué será de nosotros cuando ya no esté?)que daba lo mejor de sí mismo para ofrecernos en imágenes la intimista reflexión del dolor humano que el afamado escritor Dennis Lehane tan brillantemente había sabido retratar en su homónima novela.
Brian Helgeland, reconocido director y guionista, ganador del Oscar por L.A. Confidential, fue el encargado de adaptarla para esta película, cuyo coste de producción fue muy modesto, veinticinco millones de dólares, pero que obtuvo una gran taquilla de casi ciento sesenta millones.
La explicación es obvia ya que, con un director contrastado como Eastwood, pocos podían resistirse a un plantel de actores tan atractivo como el integrado en sus principales papeles por Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Bacon, Laurence Fishburne, Marcia Gay Harden y Laura Linney.
Los dos primeros obtuvieron sendos premios a la Academia de Hollywood, con los Oscars al mejor actor protagonista y de reparto, respectivamente; antes también habían sido galardonados con dos Globos de Oro.
Y es que ambos están magníficos en dos papeles tan dispares, en los que no solo prima su expresión verbal sino también la gestual, como reflejo de la furia, la angustia y la vulnerabilidad de dos personas superadas por los acontecimientos.
Un siempre intenso Sean Penn se entrega en cuerpo y alma para encarnar a un padre, en apariencia más duro que el pedernal, que queda destrozado por el horrible asesinato de su hija de diecinueve años y que pretende encontrar y castigar al culpable según su propia Ley del Talión.
Y Tim Robbins interpreta a la perfección a una persona del todo vulnerable pese a corpulencia, que si bien quiere pasar por invisible ante los demás, en cuanto que traumatizado por un horrible suceso en su infancia del que se han derivado graves secuelas psicológicas, se ve abocado a una nueva fatalidad que no sabe asimilar, destrozando su propia vida y la de su familia, al recurrir a la violencia inconsciente y visceral para acabar con la de otra persona, no tan inocente como él.
Y todo ello en el contexto de un barrio obrero de la ciudad de Boston, de heridas sin cicatrizar, donde casi todos se conocen y muchos no se soportan, por culpa de pasadas rencillas y de problemas con la justicia.
La novela de Lehane es aún más dura al relatarnos episodios del pasado de Dave, a quien como adulto da vida Robbins, puesto que a raíz de su secuestro y la violencia sexual sufrida, en el colegio también sería víctima de un cruel acoso por parte de algunos compañeros.
Y si bien el guión omite tal extremo, a nuestro juicio sumamente relevante para entender el devenir del personaje y su posterior reacción, sí incluye una escena sobre un extremo que pasa por alto el escritor.
En este sentido, uno de los secuestradores y violadores del niño es un avejentado y decrépito alto miembro de la iglesia católica, tal y como se nos muestra forzadamente con la exhibición del anillo de su mano.
Pues bien, no cabe duda que Helgeland y Eastwood se aprovecharon de la circunstancia de que poco antes del rodaje se destaparon los escándalos de pederastia cometidos durante décadas por sacerdotes de Massachussets, a raíz de una investigación periodística, tal y como luego veríamos en Spotlight, sorprendente ganadora al Oscar a la mejor película en 2016.
Así lo confesaba el propio director en una entrevista concedida para El mundo en 2003, cuando era preguntado sobre tal circunstancia:
“Lo que hice fue tratar de llevar esas reflexiones a la pantalla. Y no sólo porque la Archidiócesis de Boston y la Iglesia en general estén experimentando en este momento problemas de pederastia, sino porque me parece absolutamente espantoso.
Imagínese en la vida real la monstruosidad que supone que alguien que pasa por ser una persona religiosa sea capaz de abusar de un niño…
Que alguien a quien la gente acude en busca de ayuda y consejo y a quien revelan sus intimidades sea capaz de hacer algo así no es sólo una monstruosidad. Se trata, además, de una traición”
Siempre se ha achacado a Eastwood su posicionamiento próximo a la derecha más extrema en su país y no cabe duda que en la misma entrevista, lejos de ser políticamente correcto, era muy franco al posicionarse sobre el castigo que merecerían personas así.
“ Yo creo que un crimen contra un niño se merece la pena capital.
Aunque entiendo que la pena de muerte tiene sus problemas y que uno tiene que estar seguro de que no se aplica a la persona equivocada.
Pero la verdad es que yo no siento demasiada simpatía por los que cometen crímenes contra los niños, por los que abusan sexualmente de ellos.
Yo creo que a esa gente, a los pederastas, hay que aplicarles la pena de muerte”.
Sea como fuere, no hay mejor metáfora en imágenes para describir la disrupción vital de Dave, que el momento en el que, a diferencia de sus dos amigos de la infancia (interpretados como adultos por Sean Penn y Kevin Bacon) tan solo llega a esculpir en el cemento fresco las dos primeras letras de su nombre, siendo interrumpido por uno de los falsos policías que luego le obligan a subir al vehículo.
Por ello, para Dave todo viene predeterminado por aquel momento, producto de la fatalidad y del azar, ya que fue él y no sus dos amigos, quien sufriría el secuestro, la separación de su familia y por encima de todo la brutalidad de sus degenerados captores durante su eterno cauterio de cuatro días.
Momento que se reproducirá en el desenlace de la película cuando ya abrumado por todo lo sucedido, se sube en el coche de los temibles hermanos Savage.
Mystic River es en muy buena parte deudora de la anterior Sleepers, de Barry Levinson (1996) pero no nos habla tan solo de la violencia sexual de los pederastas y del trastorno de estrés postraumático que suelen sufrir las víctimas, agravado en el caso de Dave por un trastorno de identidad disociativo.
Decimos esto porque son muchos los ingredientes del film de Eastwood que amalgama con maestría en un compendio de sentimientos que colisionan con virulencia.
Así, en un ambiente de fuertes convicciones religiosas en torno al pecado y la culpa, amén de un imperante machismo sobre el papel del esposo como cabeza de familia, se reflexiona sobre las viejas amistades que tristemente se han perdido con el paso de los años, se critica la delación de graves crímenes sin pruebas concluyentes, se incide en las consecuencias de los celos enfermizos de un hermano por la felicidad del otro, se resalta el desapego entre los cónyuges, se analizan las difíciles relaciones paternofiliales tan propias del despegue vital del hijo que ya es adulto, y por último se aborda la falta de fé en la labor policial como legítima autoridad para la persecución de los delitos.
Si hablamos del rodaje, como suele ser costumbre en las películas de Clint Eastwood, el de esta película fue una balsa de aceite, pese a las inclemencias meteorológicas del gélido y lluvioso Boston.
Así, a diferencia de quien tantas veces hemos escrito en el blog, Stanley Kubrick, Eastwood apenas necesita repetir algunas escenas y su relación con sus actores siempre ha sido magnifica.
Por ello, se puede calificar de excepcional el que surgiera un acalorado enfrentamiento del director con Michael Keaton, siendo sustituido por Kevin Bacon, a escasas semanas del comienzo del rodaje.
Como decíamos, Mystic River se llevó dos Oscars por las grandes interpretaciones de Penn y Robbins, aunque también fue nominada en las categorías de mejor película, mejor director, mejor guión adaptado y mejor actriz de reparto, que quizás hubiera merecido Marcia Gay Harden, en su papel de la inestable Celeste, pieza clave del film.
Sin embargo Frodo y los suyos se llevaron la palma en la ceremonia celebrada en 2004.
Y es que El regreso del Rey, tercera parte de la trilogía sobre El señor de los anillos, arrasó con once estatuillas, dejando poco margen para los demás, en un justo reconocimiento de la Academia al enorme esfuerzo de Peter Jackson.
Pero volviendo a Mystic River, si hemos de quedarnos con una escena de esta gran película, no somos nada originales, porque quizás ya es todo un clásico que forma parte de la historia del cine.
Evidentemente, nos estamos refiriendo a la toma cenital que nos va alejando para convertirnos como espectadores en un Dios contemplativo e impasible que abandona a su suerte a quien poco antes le había rezado por su hija pequeña en su ceremonia de la Primera Comunión.
Y todo ello, al tiempo que suena in crescendo la melancólica música compuesta por el propio Eastwood, que no evita que sigamos escuchando los desgarradores gritos de un padre en el peor momento de su vida.
Es de suponer que alguna persona no alcance a estremecerse/emocionarse/impresionarse con esa escena.
Es para hacérselo mirar.