LA PELÍCULA DE HOY: LA NARANJA MECÁNICA (1971)

Mientras escuchamos los compases de la Marcha fúnebre de Henry Purcell tecleada en el sintetizador de Walter/Wendy Carlos, con uno de los planos secuencia más famosos de la historia del cine nos adentramos en el Korova Milk Bar, principal punto de encuentro y esparcimiento de un grupo de jóvenes desnortados, que sin escrúpulos ni moralidad, actúan como una voraz manada para agredir y rapiñar a su antojo.

Actitudes como las suyas no nos resultan tan ajenas, desgraciadamente y con el insano discurrir de un metraje de más de dos horas de duración, resulta harto complicado que como espectadores podamos asimilar una continua exhibición de la violencia extrema y gratuita, por mucho que sea llevada hasta al paroxismo.

Al frente de todo ello, como pez en el agua se mueve Kubrick, un genio del séptimo arte, que para sorpresa de muchos decidió adaptar la homónima novela de Anthony Burgess, generándose enormes expectativas, vista la enorme polémica que ya se había originado tras ser publicada su obra casi una década antes.

Y es que un traumatizado escritor ni siquiera dudó en reproducir en el papel una escena que le era tristemente familiar, toda vez que en 1944 un grupo de desertores del ejército norteamericano habían irrumpido en su domicilio y violado a su esposa embaraza, que perdió a su hijo.

A Kubrick no le tembló la mano a la hora de llevar a la pantalla la despiadada brutalidad descrita por Burgess; ésta y otras escenas como la paliza al mendigo o las salvajes pautas del método Ludovico en el centro penitenciario son evidencias de que el endiosado director, también a cargo del guión, gozaba de una verdadera patente de corso en Warner Bros y podía hacer con su obra cinematográfica lo que quisiera y como quisiera.

No obstante, consciente de que sería insoportable para el espectador, decidió que los violentos jóvenes fueran casi treintañeros, en vez de quinceañeros como sucede en la novela e igualmente decidió revisar otro de los momentos más crueles de la narración de Burgess, cuando Alex emborracha a dos niñas de diez años, para violarlas.

Pese a todo, quizás Kubrick nos da un único respiro en la película, no exento de atrevimiento, con un trío de sexo consentido, en una de las escenas más recordadas de La naranja mecánica.

¡Que levante la mano quien no haya detenido en su vídeo o DVD la acelerada imagen, al tiempo que se escucha la Obertura de Guillermo Tell de Rossini!

Sin embargo, el retorcido realizador apostó por un final ciertamente ambiguo y mucho más abierto a la especulación sobre el destino de Alex, que el desenlace más complaciente de Burgess, en el que, ya arrepentido de sus actos, consigue redimirse para formar una familia.

Sea como fuere, tanto exceso de violencia y sexo explícito para la época le valió a La naranja mecánica una calificación de película X, lo que tampoco frenó sus aspiraciones artísticas ni las nominaciones a los Premios de la Academia de Hollywood.

Y así, la cinta de Kubrick optó a cuatros galardones ciertamente relevantes ( Oscar a la mejor película, mejor director, mejor guión adaptado y mejor montaje) si bien no pudo emular el logro obtenido poco antes con Cowboys de Medianoche, también con calificación X.

La mirada de Alex nos taladra ya desde la escena inicial del bar, circundando uno de sus dos crueles ojos azules con una estrambótica pestaña, que no hace más que plasmar la frialdad del monstruo, desprovisto de empatía y que devora todo aquello que se le ponga delante, incluidos quienes osen cuestionar su liderazgo.

Y guiados por su voz en off, nos hace partícipes del salvaje periplo por el que discurre su existencia, apelmazada con una expresión oral atiborrada de una novedosa jerga y un exquisito gusto por las partituras de su idolatrado Ludwig van Beethoven.

El histrionismo con el que Malcom McDowell encarna a su personaje resulta del todo justificado, en cuanto que plasmación de una actitud extrema, que pasa de verdugo a víctima sin solución de continuidad, al toparse con la violencia institucionalizada del Estado a través del novedoso método Ludovico, que es anunciado a bombo y platillo para experimentar sobre aquellos convictos que decidan someterse.

Un Estado, que si bien ha fracasado como garante de la seguridad ciudadana y que tampoco ha proporcionado a sus jóvenes los estímulos necesarios para reconducir su vida, se ve obligado a la represión de los despojos sociales que cruzan la línea, sin desaprovechar la oportunidad política de poder ofrecer a la opinión pública una falaz reinserción, a través de métodos tan inhumanos como en su día lo fue la conducta del descarriado Alex.

Y todo ello, transformando lo placentero en nauseabundo, una recreación del método conductista basado en las teorías del estímulo-respuesta de Ivan P. Pavlov, en aras de convertirlo en una mera marioneta, en contraposición del libre albedrio que en puridad le corresponde como ser humano.

De esta forma, con el enorme dilema moral sobre la conveniencia del Estado totalitario y manipulador frente al individuo libre de actuar para poder elegir entre el bien y el mal, es donde más se introduce el dedo en la llaga de la crítica social, precisamente cuando los acontecimientos por entonces vividos estaban marcados por la desgana de la juventud, los conflictos sociales y una guerra fría que quemaba más que nunca.

Malcom McDowell daría lo mejor de sí mismo para el que sería el papel de su vida, y no cabe duda que Kubrick se benefició de su talento interpretativo, hasta el punto de permitirle improvisar en la violenta escena del primer asalto a la vivienda, mancillando para siempre el mensaje positivo ofrecido por Gene Kelly, cuando interpretaba Cantando bajo la lluvia en el célebre musical de 1952.

La genial ocurrencia, «tan solo» le costó a la productora diez mil dolares, en pago de los derechos de autor de la canción.

Pero es que además, fue encomiable su denodada entrega física, sin ser doblado en las escenas más crudas, llegando incluso a sufrir un desgarro en la córnea de un ojo que lo dejó sin visión o fracturarse varias costillas mientras es sometido al método Ludovico, o estar cercano al ahogamiento, cuando sus antiguos secuaces, ya uniformados como agentes de la autoridad, se vengan de sus tropelías pasadas.

Sin embargo, un Kubrick que no se caracterizaba precisamente por su tacto y las relaciones humanas, no sin antes haber tenido la ocurrencia de que la mascota de Alex fuera una serpiente, tras descubrir la aversión de McDowel por estos reptiles, una vez obtenido el mayor fruto de su actuación, tras finalizar el rodaje se desentendió completamente de él, tanto en el plano personal como en el profesional.

Mucha menos paciencia había tenido una las actrices elegidas para rodar una brutal escena de la primera parte de la película, cuando se nos muestra un frustrado intento de violación por miembros de la banda rival con la que se enfrentan Alex y los suyos.

En su momento ya tuvimos oportunidad de referirnos a la meticulosidad obsesiva de Kubrick, que rodaba varias de las tomas infinidad de veces, hasta llegar a desesperar a su equipo artístico, algo que muchos llegaron a calificar como de ejercicio de sadismo.

Pues bien, ni corta ni perezosa, la chica abandonó el plató, debiendo ser sustituida por otra, visto que debía repetir, una y otra vez, la escena en la era desnudada y zarandeada por varios jóvenes.

Otras de las escenas cuyo rodaje más veces repitió Kubrick fue el momento en el que el escritor, ya inválido (trasunto del propio Burgess) es bajado en brazos por el forzudo secretario, interpretado por David Prowse ( futuro Darth Vader) o cuando Alex recibe a los periodistas en el hospital; si bien la primera llegó a treinta repeticiones, para la segunda Kubrick tan solo se quedó satisfecho tras repetir la toma ochenta veces.

La naranja mecánica obtuvo un rotundo éxito en taquilla, máxime si tenemos en cuenta su calificación como película para adultos, que restaba una mayor afluencia de espectadores y que además fue directamente prohibida en muchos otros países, entre los que se encontraba España.

Pero ni Kubrick ni la Warner Bros pudieron saborear las mieles del éxito demasiado tiempo.

Todos se frotaban las manos con la enorme rentabilidad tras el estreno, dado el coste de producción había sido de solo dos millones de dólares y la recaudación mundial ya ascendía a cuarenta ( de los que le correspondían al director un gran porcentaje) pero las previsiones apuntaban a unas mayores ganancias, una vez que Kubrick decidió suprimir buena parte del metraje, algo imprescindible para poder abandonar la categoría de película X.

Pero los medios de comunicación empezaron a hacerse eco de actos vandálicos y hechos criminales ocasionados por sujetos que emulaban a los personajes de la película, incluida su peculiar indumentaria y hasta tal punto fue la inquina que recibió el film ante tamaño incremento de la violencia, que el propio Kubrick recibió varias amenazas de muerte y no fueron pocas las salas de cine que recibieron avisos de bomba para evitar su proyección.

Como consecuencia de todo ello, el director prohibió que se exhibiera la película en el Reino Unido y no sería hasta su fallecimiento cuando fue posible que se reestrenara en formato de vídeo y DVD.

Toda una autocensura que evidencia que la justicia poética a veces resulta implacable, incluso para el todopoderoso Kubrick.

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