LA PELÍCULA DE HOY: LA MALA EDUCACIÓN (2004)


Es evidente que, en lo que se refiere a las conductas humanas, en todas partes hay garbanzos negros, y negativas excepciones a la regla general de lo que se ha de entender moralmente aceptable, amén de lícito según nuestro ordenamiento jurídico.

Los abusos sexuales a menores no son una excepción, desgraciadamente.

Pero si hablamos ya de los cometidos en las últimas décadas en el seno de la Iglesia Católica, lo que más se ha criticado al Vaticano no es ya tanto que muchos de sus miembros ( los que tienen que predicar bondad y amor cristiano) hayan sido unos degenerados que abusaron sexualmente de niños que tenían a su cargo o cuidado tanto como docentes como sacerdotes.

Lo que más se ha criticado, por el contrario, es que precisamente para ocultar esa mancha, amén de que pudieran lavarse todos sus trapos sucios en casa, adoptando las sanciones internas pertinentes y dejando que las autoridades se hicieran cargo con todo el peso de la ley secular (código penal) la Iglesia hasta hace bien poco ha venido siendo sordomuda y ciega, bien para negarse a escuchar a los afectados, bien para no querer ver lo evidente o mirar directamente hacia otro lado.

Por eso, era previsible un cambio de postura ante la tesitura de seguir perdiendo fieles para un credo milenario que cede paso ante otras opciones, en un momento como el que vivimos, de máxima tensión en cuanto a lo social, que es cuando decae la fe para muchos y se buscan otras alternativas más o menos válidas que el catolicismo.

Y no es de extrañar por tanto, que el Papa Francisco, uno de los pontífices más progresistas que ha tenido el Vaticano en los últimos tiempos, no haya escurrido el bulto recientemente ante la prolija información que desde el diario El País apunta a la implicación de más de doscientos cincuenta miembros del clero y algunos laicos (dependientes todos ellos de la Iglesia católica) y que afecta a varias órdenes y diócesis de toda la geografía española.

Quizás en otro momento, no sin desagrado visto que uno es católico, entremos de lleno en este farragoso asunto, pero el objeto de esta publicación no es otro que el de referirnos a una película muy destacable cuyo mensaje apunta a que determinados actos perversos del pasado pueden condicionar un futuro en algo tan intimo con es la sexualidad de cada uno.

En el caso de la obra de Pedro Almodóvar, es obvio comenzar nuestro análisis refiriéndonos al propio director, encumbrado para muchos, denostado para otros, pero que se ha ganado a pulso el que ciertamente se vaya ver SUS películas y no la de sus actores, lo cual es ciertamente significativo en la industria del cine, visto que muy pocos cineastas han alcanzado tal status.

Todo hay que decirlo, a mí personalmente no me gusta su cine, salvo puntuales excepciones y en todo caso me quedo con su fondo pero no con su forma, al menos con toda ella.

Y es que sin perjuicio de que resulta indiscutible que, en lo estético, cuida su obra con máximo esmero (lo que puede ser rayano con lo pretencioso) con originales títulos de crédito, un brillante uso de la música (con excepción hecha de la obsesiva introducción de la copla) la llamativa geometría visual de sus encuadres y la original composición cromática, a la hora de abordar determinadas escenas, como se suele decir, no se corta en absoluto, sin importarle lo mínimo que la crudeza de sus imágenes pueda ofender a muchos espectadores, no tan modernos como él.

En este punto, resulta manido que los realizadores afirmen que ruedan las películas que a ellos les gustaría ver, lo cual es loable, al tiempo que temerario.
Y es que en el caso de Pedro Almodóvar nunca podrá garantizarse la casi unanimidad de los espectadores (haters simplones al margen) que ciertamente se merecería un director tan portentoso en cuanto a la técnica de realización de películas.

Sin embargo, tampoco puede desmerecerse su valentía casi premonitoria, ya que desde hace décadas el cineasta nos ha venido anticipando una realidad muy extrema y poco convencional que afectaba en apariencia a un escaso núcleo de la población española.

Y es que ese vivir a contracorriente con plena libertad sin importar lo que otros digan u opinen (y no hablamos tan solo de salir del armario) parece verse ahora sin reparo alguno en programas televisivos como First dates, todo un paradigma del universo almodovariano.

Formalidades aparte, al menos para a quien escribe lo que resulta más interesante en La mala educación precisamente no es lo que se ve en las escenas, sino lo que está escrito en el papel que le sirvió a Almodóvar para rodarlas, esto es, su propio guion.

Y es que de brillante ha de calificarse el mismo, en cuanto que enreda inteligentemente al espectador como pocas veces se ha visto en el cine español, con una trama ciertamente singular que nos lleva por los vericuetos de un complejo tramado de las miserias humanas con pasiones mal entendidas que abocan al crimen, que confunde realidad con ficción y que se nutre del cine dentro del cine como inteligente recurso.

Si hablamos del reparto, como película de hombres que es (no muy varoniles precisamente) al margen del descubrimiento, al menos para mi, de Francisco Boira, como la heroinómana transexual o de la siempre apreciable participación, aunque sea casi simbólica, de Javier Cámara (quizás los únicos momentos de alivio cómico, de aquella manera, de una película tan trágica) es lógico destacar a los espléndidos Fele Martínez, Lluis Tosar.

No obstante, de todo el elenco interpretativo, necesariamente hemos de quedarnos con las prodigiosas interpretaciones de Gael García Bernal y Daniel Giménez Cacho.

Algún actor de cine me tendrá que explicar algún día como es posible disimular con tanta perfección un acento que no es el propio (en este caso el mexicano) como ímprobo esfuerzo para un hispano parlante que no se haya criado y vivido en la piel de toro.

Pero al margen de la perfecta dicción de ambos, si ya hablamos de Giménez Cacho (más acostumbrado a trabajar en estas latitudes) es su rostro y no su habla lo que cautiva, a la hora de trasmitirnos ese amor obsesivo, insano y degenerado del sacerdote que se derrite cuando escucha cantar a su pupilo o esos celos enfermizos e ira desatada cuando descubre que su objeto oscuro del deseo (qué maravilloso titulo el de la extraña película de Buñuel, al igual que lo es el de La mala educación) es amante de otro niño del internado.

Y en cuanto al menudo García Bernal es admirable cómo soporta un papel tan complejo que no muchos aceptarían en su debut en el cine español, con una versatilidad digna de destacar en sus distintos roles, emanando aún si cabe, más belleza como travestido.

Capítulo aparte merece la maravillosa banda sonora firmada por el ya habitual músico del director, Alberto Iglesias, cuya composición recuerda en ocasiones a dos partituras de Herrmann para Hitchcock, la envolvente y nostálgica Vértigo y la inquietante Psicosis.

Antes destacábamos la importancia de los títulos de crédito en las películas de Almodóvar y hay que resaltar que los de La mala educación no son una excepción en cuanto a la originalidad.

Además, de forma sutil, te anticipan la información sobre el desarrollo de la trama y nos sitúan en el contexto histórico, de los franquistas años sesenta ,cuando el niño es objeto de abuso sexual, y principios de los ochenta de la movida, cuando se produce el reencuentro entre el director/guionista y quien supuestamente ha sido su compañero y amante en el internado de niños.

Antes nos referíamos al diario El país, y precisamente mi reciente visionado ha sido de un DVD que integró una colección de toda la cinematografía del que dicen es el manchego más internacional, si bien yo me sigo quedando con el queso.

Pues bien, en los extras del disco se encuentran los comentarios del director que apuntaba en un sentido diverso al que pudiera parecer y que también trasladaría a varios medios de comunicación con ocasión del estreno:

“La mala educación no es un ajuste de cuentas con los curas que me maleducaron, ni con el clero en general. Si hubiera necesitado vengarme no habría esperado cuarenta años para hacerlo. La iglesia no me interesa como adversario”.

Sin embargo, donde dije digo…porque recientemente, en una entrevista de 2019 a Vanity Fair, no era tan complaciente y se mostraba ciertamente rencoroso con la Iglesia católica, no sin razón, si es veraz lo que apunta:

“Recuerdo al menos veinte niños que sufrieron acoso en el colegio. También lo intentaron conmigo pero siempre escapé. Había un sacerdote que siempre me daba la mano para que se la besara. Nunca lo hice……… Los casos eran tan concretos y numerosos que la dirección del colegio tuvo que intervenir…¿Y qué hicieron? Cambiaron a los sacerdotes de centro. No hubo castigo. Se cubren entre sí. Lo hicieron y siguen haciéndolo”.

El estreno de la película se vio tristemente condicionado por los trágicos acontecimientos del 11 de marzo de 2004 en Madrid y tampoco estuvo exento de polémica por su duro contenido, que constituyó todo un escollo para poder verse en las salas de todo el mundo, restando mucha afluencia de espectadores a nivel interncional.

Es el caso, por ejemplo, de Estados Unidos, donde fue clasificada NC-17, estando por tanto vetada la entrada a los menores de dieciocho años, que ni siquiera podían verla acompañados de un adulto.

Pero además, en Francia se recortó buena parte de la promoción publicitaria de la película por las presiones de la Igllesia católica de aquel país.

Sin embargo, como ya resulta recurrente cuando hablamos de la difícil relación de amor/odio entre Almodovar y la crítica de nuestro país, valga la redundancia, hemos de referirnos por tercera vez al diario El país.

Y es que si hay algo de ese periódico que sobremanera escuece a Almodovar es que uno de sus redactores sea el insobornable Carlos Boyero, conocido por dar cera (y no solo pulir) al encumbrado y engreído cineasta y que llegó a calificar la película como “grotesco ejercicio de introspección y exorcismo autobiográfico y retorcimiento espeso y sin gracia de los traumas y los fantasmas de infancia”.

Volviendo a la pareja protagonista, a la hora de hablar de la experiencia con un director tiquismiquis como es Pedro Almodóvar, en el caso de Fele Martínez, por indicación (exigencia) del mismo, se esforzó para no imitar al propio cineasta,para alejarse de lo que todos hemos he visto.

Y es que parece una torpemente velada autobiografía cinematográfica,siendo su personaje un trasunto del propio Almodóvar.

Peor fue la experiencia de García Bernal, según sus propias palabras recogidas por el diario La vanguardia:

“A pesar de que me eligió tras hacer un casting, durante el rodaje todo lo que hacía le parecía una mierda. Tuve que aceptar que sin dolor no había gloria».

Aunque lo que sorprende,vista su sobresaliente actuación, es que el actor también apuntara que “Si no me divierto durante el rodaje o no hago las cosas con placer me da igual si el resultado es bueno» insinuando de esa guisa que el resultado de trabajo podría haber sido aún mejor.

Antes decíamos que La mala educación apenas contiene humor.

No obstante,uno que es ciertamente mal pensado y tiene bastante mala leche, opina que en el caso de esta película, Almodóvar no da puntada sin hilo pese a lo que puede pinchar y hacer sangrar con su aguja.

Y es que, a mi juicio, precisamente aprovechó el cartel de la película a modo de chiste subliminal y malévolo hasta decir basta.

Baste con ver al inocente niño en camiseta y pantalón corto dentro de un enorme círculo rojo, inserto a su vez en un fondo blanco.

En mi honesta (y pérfida) opinión,canta por soleares sobre el sentido que le quiere que dar en relación a la popular frase sobre la sodomía, en relación con la bandera del país del sol naciente.

Pero eso solo es una opinión,como la de Boyero.

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