LA PELÍCULA DE HOY: LA LISTA DE SCHINDLER (1993)

Al tratar sobre El cabo del miedo, tuvimos oportunidad de referirnos al sabio consejo que le había dado Martin Scorsese a su amigo Steven Spielberg: él era el director idóneo para abordar la película definitiva sobre el Holocausto y que a la postre pasaría a la historia del cine.

Spielberg se mostraba cauteloso porque anteriormente había sufrido serios varapalos de crítica y público al acercarse a un cine más “serio” con películas ciertamente notables como El color purpura o El imperio del sol, pero otras fallidas como Always.

De esta manera, trataba de postergar su faceta de Rey Midas de Hollywood, que no es poco, tras cosechar los mayores records de la taquilla con el cine de entretenimiento, con películas como Tiburón, Encuentros en la Tercera fase, la saga de Indiana Jones, ET, amén de un sinfín de producciones e incluso realizaciones no acreditadas oficialmente, como Poltergeist.

Pero la crítica tuvo que rendirse a la evidencia con La lista de Schindler, cuyo rodaje simultaneó con los últimos acabados del que sería su enésimo triunfo en salas, Parque Jurásico.

Steven Zaillian sería el encargado de escribir el guión, adaptando El arca de Schindler de Thomas Keneally, novela que en su momento había sido tanteada como proyecto de film, tanto por el mismísimo Billy Wilder como por Roman Polansky, si bien tiempo después el director polaco apostaría por una visión más personal sobre el Holocausto con El pianista.

Su argumento es tan simple de explicar como tristemente conocido por todos: el despojo de los judíos, tanto de sus pertenencias, como de su propia condición de personas para cosificarlos y hacinarlos en guetos, la matanza de Cracovia, su traslado a campos de concentración en condiciones infrahumanas y finalmente, su envío cual ganado al matadero de los campos de exterminio, cuando ya se anticipada una segura derrota de Alemania en el conflicto bélico.

Y en medio de tal atrocidad, un hombre, Oskar Schindler que dilapidó su patrimonio, y puso en peligro su seguridad personal para salvar a más de mil judíos de una muerte segura, asegurando una descendencia de casi seis mil personas y las que tengan por venir

Spielberg tuvo que lidiar con el impacto psicológico que le causó el rodaje en Polonia para recrear el infierno padecido por personas de su misma condición hebrea e incluso se mostró injustamente hostil y esquivo en su relación personal con los actores y figurantes alemanes que debían vestirse con el uniforme nazi y que ciertamente no tenían culpa del enorme daño que habían causado sus antepasados.

Fue un gran amigo del director, el tristemente fallecido Robin Williams, quien cada noche telefoneaba a un deprimido Spielberg y al que seguro amenizaba con su amplia gama de voces de personajes conocidos y que tan bien sabía imitar.

Spielberg apostó desde el primer momento por filmar en blanco y negro, y no cabe duda que acertó de pleno porque evitó acrecentar la dureza de su película, que con las imágenes en color hubiera sido insoportable, amén de restar una mayor asistencia de espectadores por la calificación por edades.

Pero es que además el formato clásico benefició al film, pues la dirección de fotografía de Janusz Kaminski nos dejaría estampas propias de verdaderas obras pictóricas, con tétricas imágenes que en ocasiones recuerdan al expresionismo alemán de Murnau o al cine terror de la Universal, y con otras muy próximas al neorrealismo italiano de Vittorio De Sica. Una auténtica maravilla.

Además se conjugan escenas muy iluminadas con otras más oscuras total o parcialmente, como metáforas de la transparencia o indecisión de los personajes, siendo los tres protagonistas de la película los ejemplos más significativos.

En este sentido, Liam Neeson aparece al principio cual vampiro, entre sombras, como personificación de la ambigüedad del manipulador y pendenciero miembro del partido nazi Oskar Schindler, que se aprovecha de unos y otros para poder lucrarse de la situación, pero al final de la película aparece ataviado con un impoluto traje blanco que casi brilla y deslumbra, revelando la nueva condición de un hombre bueno,ya purificado tras presenciar los desmanes de sus compatriotas con el pueblo judío.

Por el contrario, Ralph Fiennes se nos muestra en todo momento nítido y sin opacidad, como reflejo de la sinceridad que atesora su condición del sanguinario psicópata Amon Göth, tristemente apodado El carnicero de Plaszow, que se entretiene matando a sus prisioneros y solo ve flaquear sus radicales convicciones raciales, al enamorarse de su asistenta judía a la que termina maltratando.

Y para completar el triángulo, en tono más grisáceo, Ben Kingsley, en el papel del contable judío Itzhak Stern, todo seriedad y buen hacer, que sabe navegar de forma inteligente entre dos aguas para mantener a flote la empresa de su jefe e intentar contener al salvaje nazi.

Neeson, Fiennes y Kingsely están magníficos en sus respectivos papeles, si bien los dos primeros no obtuvieron el premio de la Academia en la ceremonia del 21 de marzo de 1994, en la que la película de Spielberg obtuvo siete Oscars de las doce candidaturas a las que estaba nominada, entre ellas, la de mejor película, mejor director, mejor guión adaptado, mejor fotografía y mejor música.

Capítulo aparte debe merecer la obra del genial y eterno John Williams , quien compuso una banda sonora distinta a la que nos tenía acostumbrados, apoyándose en la interpretación de Itzhak Perlman, cuyos acordes de violín, son muestra audible de la voz lastimera y del desgarro que sufre el pueblo judío ante la atrocidad que estaba sufriendo.

Como curiosidad señalar también que junto con Munich es la única película de la dilatada cinematografía de Spielberg que contiene escenas de sexo, amén de varios desnudos, no solo de las amantes de Schindler, como ejemplificación de la lujuria del infiel y crápula industrial, sino también de los prisioneros judíos, desprovistos de cualquier atractivo, mostrando sus huesudas carnes ante las prisas y exigencias de sus captores por ubicarlos en una fila u otra, que les deparará un destino malo o aún peor.

Pese a que el estado de Spielberg no estaba para florituras, el genial director no se pudo contener a la hora de incluir escenas, que puede parecer crueles, pero que son sintomáticas de lo ridículo o surrealista de ciertas situaciones en el peor de los contextos, como la del soldado alemán que le hace carantoñas a un niño judío al tiempo que encañona a los adultos, o la del que aparece interpretando un tema en el piano, que otros intentan adivinar, mientras en la cercanía suenan los disparos de la matanza, o la del rabino que se salva de una segura muerte, tras fallar repetidamente el mecanismo de todas las armas de sus verdugos.

Aunque, sin duda, la escena que mejor representa la sinrazón de todo lo sucedido, es una muy breve, de un oficial alemán gritando enloquecido, mientras dispara sin sentido a una enorme pira ardiendo con los cuerpos asesinados durante el asedio nocturno en Cracovia. Espeluznante.

Sin embargo, como no podría ser de otra forma, Spielberg recibió críticas por otras dos escenas, al achacarse que trataba de manipular al espectador.

Una, por jugar con su expectativa más pesimista y previsible, cuando las prisioneras judías son llevadas a las duchas de Auschwitz y se viven los momentos de mayor tensión de la película.

Otra, por tocar su fibra sensible y buscar la lágrima fácil, prolongando en exceso la despedida de Schindler, lamentándose por no haber podido salvar a otro judío más.

Si algún día desapareciéramos de la faz de la Tierra y nos visitará una civilización extraterrestre, harían bien en repasar nuestra cinematografía y dentro de ella, esta película, auténtica joya del séptimo arte y testimonio de una de las mayores tropelías de la historia.

De tal forma se evidenciaría la paradoja de la condición humana, capaz de realizar obras de arte, pero también de aniquilar sin tapujos a sus congéneres.

Mientras tanto, La lista de Schindler debería visionarse en todos los centros de educación secundaria del mundo, para mentalizar a nuestros jóvenes de que tales barbaries no deberían repetirse jamás.

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