LA PELÍCULA DE HOY: LA DUDA (2008)

El dramaturgo John Patrick Shanley traslada a la pantalla grande su homónima obra teatral, galardonada con el premio Pulitzer y varios premios Tony.

Parece difícil encontrar un elenco interpretativo como el que confluye en esta película, en auténtico estado de gracia, reuniendo en sus cuatro papeles principales a una estrella consagrada, Meryl Streep, a uno de los mejores actores de su generación, el malogrado Philip Seymour Hoffman y a dos jóvenes actrices que ya despuntaban por entonces, Amy Adams y Viola Davis. La breve pero
intensa actuación de ésta le llevó a una nominación al Oscar, de los cinco premios a los que aspiraba el film.

En un colegio católico del Bronx de los años sesenta, una piadosa monja revela a su superiora y directora del centro que uno de sus alumnos más vulnerables puede estar sufriendo abusos sexuales por parte de su profesor de gimnasia, a la sazón sacerdote de la Iglesia. Sin contar con ninguna evidencia la directora inicia una cruzada contra el cura, pese a los intentos de éste de exculparse, las posteriores reservas de la principal testigo y la cómplice indiferencia de la madre del menor.

Una película que invita a una reflexión sosegada sobre los efectos de las malas lenguas o chismorreos como base de posibles calumnias y que gráficamente compendia el acertado texto elegido para la homilía.

Y es que el sermón de las plumas que se dispersan sin control evidencia que más allá de la redención a posteriori a través del sacramento de la confesión, como lavado de conciencia desde el prisma de una moralidad religiosa, siempre es preferible medir las consecuencias de unas palabras e insinuaciones que pueden cambiar para siempre la vida de las personas.

No obstante lo anterior, y más allá de los dictados y conveniencias de un confesión religiosa, es difícil soslayar que en delitos en los que los menores son víctimas, a falta de una evidencia o indicio, una mera sospecha, conjetura, o suposición dejan al acusado en la difícil tesitura de demostrar su inocencia, lo que en derecho penal supone una carga no siempre asumible por excesiva.

Cuando la mente duda, conviene escuchar al corazón, pero no está de más una posterior consulta con la almohada repleta de plumas.

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