LA PELÍCULA DE HOY: LA COSTILLA DE ADÁN (1949)

De deliciosa puede calificarse esta comedia, dirigida por George Cukor e interpretada por una de las parejas de moda del Hollywood clásico, Katharine Hepburn y Spencer Tracy.

Ambos encarnan al matrimonio perfecto en una imperfecta sociedad norteamericana que, pese a situarse en la vanguardia en lo que se refiere a los ideales democráticos, aún ningunea muchos de los derechos de la mujer.

Sin embargo, muy pronto empezará a tambalearse su idílica relación, siempre basada en el recíproco afecto y respeto, cuando sus respectivos quehaceres como profesionales del derecho, los irá enfrentando por la defensa de la causa que ellos entienden más justa, si bien por motivos totalmente diferentes.

Por un lado, la indomable Amanda, con una fuerte convicción feminista, espera poder dar lo mejor de sí misma como tenaz letrada, para librar de la más que segura condena a una mujer, víctima de los malos tratos y del adulterio de su esposo, a quien dispara cuando se lo encuentra en compañía de su amante.

Por el otro Adam, ferviente defensor del imperio de la Ley, como Fiscal persigue una justa sentencia que condene a una mujer que ha estado a punto de acabar con la vida de su esposo, dejando huérfanos de padre a sus hijos.

La prensa escrita pronto se hace eco del juicio penal, que en casa pondrá a prueba su matrimonio, que pasa de los arrumacos y mimos de siempre, a las puyas y recelos.

Mientras ambos se van distanciando, un pianista, vecino del matrimonio y con evidente interés amoroso hacia Amanda, se muestra expectante ante lo que pueda venir.

Con una fiereza inusitada, y no sin antes haber humillado a Adam en público, sirviéndose en el juicio de insólitas testigos, Amanda mantiene su combativa postura en defensa de su cliente.

Y todo concluye con una brillante alocución, en la que, con una genial ocurrencia, obliga a los miembros del jurado ( y por ende a todos nosotros, como espectadores) a que examinemos a los tres protagonistas del incidente,como si fueran del sexo opuesto.

Y así, de cara a valorar un veredicto diferente en uno u otro caso, de una mujer despechada, un infiel marido y una amante, con una simpática e imaginativa recreación visual,basada en una inversión de roles y travestismo,se pasa a un padre de familia traicionado, una esposa infiel y un hombre destroza-matrimonios.

Pero tras lograr la absolución de su cliente, una desolada Amanda ve como su matrimonio parece hacerse trizas por la tensión acumulada, obligando a que un decepcionado Adam deje el domicilio conyugal.

Y es que el Fiscal considera que su esposa, no ya como mujer, sino como abogada, ha menospreciado una ley que se debe respetar en todo caso o bien luchar como activista para que sea cambiada,de considerarse injusta.

El vecino pianista, siempre atento a los acontecimientos, aprovecha la ocasión para intentar seducir a Amanda, justo en el momento en el que Adam irrumpe en el domicilio portando un arma, dispuesto a dar una lección a su todavía esposa.

Cukor dirige con su habitual maestría y elegancia a unos actores con lo que se encuentra muy a gusto y que se entienden a l perfección.

No en vano Hepburn y Tracy hicieron juntos nada menos que nueve películas y se puede asegurar que trasladaban a la pantalla lo que ambos eran en la vida real, la horma en el zapato del otro, en cuanto que perfecta conjunción entre la elegancia estilizada de una mujer fuerte e independiente, con la espontaneidad e integridad propia de un hombre tan ordinario, como entrañable, pese a los demonios internos de Tracy, por culpa del alcoholismo.

Además, la pareja está muy bien secundada por Judy Holliday como la mojigata esposa homicida, Tom Ewell como el cínico marido adultero, Jean Hagen como la insulta y explosiva amante y David Wayne como el mordaz pianista que atosiga a Amanda.

Se podría decir que más que una película, es una obra de teatro, casi vodevil, con abundancia de planos generales, discurriendo la trama en muy pocos escenarios, de los que destaca el domicilio de la pareja protagonista, donde percibimos la intima cotidianidad de un elitista matrimonio sin hijos, y la sala de vistas, donde se desarrolla el rocambolesco juicio.

Sin embargo, la película sorprendentemente comienza con unas imágenes de Nueva York que nos recuerdan al mejor cine negro de la época, para dar paso a una de las mejores screwballs de la historia del cine, al mismo nivel que Sucedió una noche, La fiera de mi niña o Luna nueva.

El realizador, cuya homosexualidad era más que conocida, apuesta por una inteligente neutralidad y juega brillantemente con el espectador, hasta el punto de que es difícil saber si pretende decantarse hacia el hombre o hacia la mujer.

Así, tras el sorpresivo veredicto de inocencia, que finaliza con una surrealista reunión de todas las partes en conflicto, hijos incluido, para retratarlos en una fotografía de la prensa que no tiene desperdicio, Cukor equilibra la situación con las palabras finales de Spencer Tracy, que parece dejar en tablas la partida, de cara a que cada uno extraiga sus propias conclusiones.

El guión original, contiene unos brillantísimos y fluidos diálogos, y está inspirado en la historia real de dos abogados, cuyo matrimonio finalizó, tras enfrentarse en una causa de divorcio de dos clientes, con los que ambos terminarían relacionándose.

Además, está firmado por Ruth Gordon (también actriz, muy conocida por su posterior papel de la siniestra vecina en La semilla del diablo) y su segundo esposo Garson Kanin, quienes a su vez conformaban un matrimonio, que en la vida real mantenían muy buena relación con Tracy y Hepburn, hasta que un indiscreto libro escrito por Kanin destapó demasiadas intimidades de la famosa y respetada pareja que, no olvidemos, hasta el fallecimiento de Tracy coexistió con el matrimonio del actor con esposa Louise Tracy.

El gran compositor de grandes bandas sonoras, Miklós Rózsa pone su partitura para una película a la que el propio Cole Porter regaló la pegadiza canción Farewell, Amanda, con la que la susodicha siempre provoca a su esposo Adam.

No cabe duda que en La costilla de Adán se abordan en tono de comedia, determinadas cuestiones que a finales de los años cuarenta hubieran sido imposible de tratar como drama.

Pero si bien Cukor nos obliga a reir, en vez de llorar, astutamente nos manda un mensaje social que es difícil desdeñar, no solo para criticar la desigualdad de derechos, sino para descalificar a unos pujantes y sensacionalistas medios de comunicación, siempre atentos a obtener beneficios a costa de las exageraciones, medias verdades o falsedades.

Cierto es que aunque han pasado más de setenta años desde su estreno y que se han superado muchas de las situaciones que en el film se evidencian como antediluvianas, la película mantiene una frescura a día de hoy, que hace que sea mucho más modernas que otras películas posteriores de su género.

Y es que no cabe duda que en su momento la película supuso un bombazo en muchos países, en especial España, con unos espectadores para nada acostumbrados a tamaña autonomía en la mujer, que en nuestro país, sin solución de continuidad, pasaba de estar representada legalmente por su padre al amparo de su esposo.

Por ello, la costilla de Adán es quizás en el mayor exponente cinematográfico de una irónica visión sobre la denominada guerra de sexos.

Un conflicto que actualmente se ha llevado al límite de lo insoportable, hasta el punto de que son muchísimas las mujeres quienes, no sin buen criterio, entienden que por parte del feminismo radical se están exagerando los términos.

Y todo ello, en detrimento de la propia mujer, con una feroz crítica hacia lo masculino, que en muchas ocasiones ni es proporcionada, ni justa, máxime si tenemos en cuenta los enormes avances que se han logrado en unas décadas, tras dos milenios de manifiesta inferioridad y que los hombres del presente solo han de ser responsables de sí mismos pero nunca culpables de lo que hicieron o dejaron de hacer sus padres o abuelos.

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