Sí, amigo lector, has leído correctamente, no se trata de un error; la película sobre la hoy escribimos tiene nada menos que un siglo.
Hablamos de un film mudo y en blanco y negro, siendo éstas unas características que en ningún momento han de retraer a posibles espectadores, ni siquiera los jóvenes, más bien todo lo contrario.
Los decimos porque aquellos que sientan curiosidad por acercarse a un acertado examen, ciertamente documentado, de lo que históricamente ha supuesto la represión ejercida contra algunas mujeres acusadas de practicar la brujería, encontrarán en esta película un referente imprescindible, amén de una obra maestra del séptimo arte del primer cuarto del pasado siglo, que serviría de inspiración a muchos cineastas.
Hace poco comentábamos en el podcast al hilo del debate sobre la película La misión y la leyenda negra española, que precisamente una de las infundadas acusaciones que ha sufrido España, provenientes fundamentalmente desde la propaganda del protestantismo, es que nuestro país era la cuna, casi en exclusiva, de la Inquisición.
Tiempo tendremos en el futuro para abordar esta cuestión pero el hecho de que en Häxan, de nacionalidad sueco danesa, no se trate de vincular la persecución de las brujas a país alguno, al menos a los españoles nos permite despojarnos de un sanbenito, nunca mejor dicho, que hemos tenido que llevar durante demasiado tiempo para nuestro descrédito.
Es más, no fue el catolicismo, sino el puritanismo de los colonos que llegaron a Norteamérica, el principal valedor de los lamentables procesos que desde el medievo, a base de sangre y fuego, habían acabado en Europa con la vida de muchas mujeres y hombres o condenado al ostracismo y deshonra a los confesos y arrepentidos.
Hablamos de supersticiones de tiempos pasados, cuando la tolerancia contra aquellos que padecían una enfermedad mental era menos que cero y apenas quedaba de aquel primigenio papel de relevancia que un día habían tenido las mujeres curanderas y portadoras de soluciones alternativas a los males que no eran atajados por la medicina convencional y cuyos sortilegios, conjuros y bebedizos, tan aclamados durante el paganismo de la otrora sociedad celta, inexorablemente apuntaban a las artes oscuras y a la magia negra, del todo inasumibles en un contexto de fe católica y luego protestante.
Y para narrarnos tales desmanes, el director de Häxan, Benjamin Christensen, que además interpreta al propio diablo, se sirve de un formato, mitad documental divulgativo (recurriendo a diversos escritos, pinturas y grabados como los de de Grien , Durero, El Bosco y las pinturas negras de Goya) mitad ficción dramática (recreando algunos episodios de la brujería que fue perseguida ), lo que dota a su obra de una gran originalidad para la época.
Pero además, se trata de una película muy valiente dado que no se limita a denunciar hechos pasados tan cruentos e injustos como lo fueron la infinidad de procesos que llevaban aparejados el tormento físico y psicológico y en muchas ocasiones, una muerte horrible en presencia de la temerosa ciudadanía, sino que también realiza acusaciones muy graves contra los métodos que, justo hace cien años, aún se practicaban contra quien padecía una enfermedad mental, en especial las mujeres, recluidos en pabellones psiquiátricos.
Y lo anterior parecía del todo incompatible con la que entonces parecía una moderna sociedad europea exclusivamente centrada en la ciencia y no en base a las supercherías eclesiásticas que tanto daño habían generado.
Dicho de otra forma, desde un racionalismo casi freudiano se pretende demostrar que el fanatismo de antaño había evolucionado a una mayor sofisticación desprovista de sadismo pero igualmente reprochable y que los métodos de tortura antes empleados para hacer sufrir a las víctimas, se habían reconvertido en remedios infames para tratar a determinadas personas no como pacientes, sino como animales, o lo que es peor aún, como cosas.
Pero si ya hablamos de la histórica persecución de las brujas, el guion, del propio Christensen, bebe de una fuente del todo imprescindible para conocer las prácticas de épocas pasadas y que el director descubrió en una biblioteca berlinesa, hasta el punto de convertirse en una auténtica fascinación del todo obsesiva.
Hablamos del Malleus Maleficarum o Martillo de las brujas, supuestamente escrito por el sacerdote católico Heinrich Kramer en colaboración con el inquisidor Jakob Sprenger, publicado en 1486 y que constituye un sesudo y delirante tratado del Siglo XV para quedar como manual de cabecera de todo inquisidor
Pero al margen del argumento, hay que hacer hincapié en una realización que sin tapujos colocaba a su creador al mismo nivel de otros cineastas europeos de la época, como Gance, Lang, Murnau Sjöstrom, Dreyer o el propio Griffith.
En cuanto a lo que Häxan nos muestra, sus imágenes ciertamente debieron ser apabullantes para los espectadores de la época, toda vez que a día de hoy siguen impresionando escenas como la del aquelarre o sabbat, la celebración orgiástica o el vuelo de las brujas en sus escobas.
Pero además, tras esforzarse el director en hacer visible que todo obedecía a ridículas y grotescas supersticiones de épocas pasadas, los espectadores seguramente quedaron del todo horrorizados ante los métodos de tortura empleados por la Inquisición, si bien es cierto que el director/guionista se permitió bastantes licencias al respecto en cuanto a la fidelidad histórica.
Por todo ello Häxan no estuvo exenta de polémica, ya desde antes de su estreno, visto que, para enorme disgusto de Christensen, la película fue recortada por la propia productora, lo que luego no impidió que fuera censurada y prohibida en varios países.
El motivo era más que previsible, toda vez que amén de ofrecer una visión del todo anticlerical, se consideraba que fomentaba la lujuria y el sadismo con un repertorio de secuencias que no solo eran perturbadoras, sino comprensivas de explicitas escenas de violencia , amén algún desnudo parcial.
Y en cuanto a cómo nos lo muestra Häxan, aparte de servirse de un vestuario y maquillaje ciertamente exquisitos y de decorados que plasman habitáculos y espacios del todo tenebrosos, cabe destacar el recurso a maquetas a escala y unas superposiciones que suponen un vetusto anticipo del croma actual.
Para tamaño esfuerzo creativo era obvio que la empresa no resultaría barata ni mucho menos, y no en vano el coste de la película alcanzó los dos millones de coronas, una auténtica barbaridad para la época, hasta el punto de ser durante décadas la película escandinava más cara de la historia.
En cualquier caso se trata un dinero muy bien invertido puesto que ha dejado como legado una joya inicialmente reivindicada desde círculos de cierta intelectualidad cinéfila pero que siempre conviene rescatar para cualquier aficionado al séptimo arte.
Y a tales efectos, para un visionado contemporáneo de la película, a las nuevas generaciones siempre les vendrá bien el que el film se haya restaurado en tres ocasiones y se haya rescatado parte del metraje que había sido censurado.
Lo triste es que el devenir de la película hasta convertirse en película de culto, no discurrió de forma paralela a la de Christensen como director consagrado, visto que probó fortuna en Hollywood y tras una carrera irregular moriría en el anonimato.
Por ello, para algunos no resultará gratuito afirmar que pueda considerarse un director maldito, como otros cineastas (véase Roman Polanski) que «cariñosamente» abordaron la figura del diablo en sus películas.