LA PELÍCULA DE HOY: EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN (1915)


Muy pocos se apuntarían al carro si hoy día tratáramos de aconsejar el visionado de una película con estas características: rodada hace ciento diecisiete años, con más de tres horas de duración, en blanco y negro y muda.

Sin embargo, todo cinéfilo que se precie, al menos debe darle una oportunidad a El nacimiento de una nación, visto que supuso un antes y un después en la historia del séptimo arte, al plasmar por primera vez el lenguaje cinematográfico tal cual lo conocemos hoy.

Y todo ello en aras de dar coherencia a la narración de una trama, alternándose planos que tratan de ensamblarse a través de la técnica del montaje (que en ocasiones llega ser paralelo) y con la agilidad que dota un movimiento de cámara, cuyo estatismo lastraba de suma teatralidad los albores del cine.

Además, con un despliegue de medios, nunca visto hasta la fecha, el rodaje llegó a congregar a cientos de extras para participar en épicas escenas de batallas y tumultos ciudadanos, que sin duda dejaron boquiabiertos a todos los espectadores, y que todavía siguen sorprendiendo por la enorme dificultad de su propuesta, ahora que lo recurrente, por sencillo y menos costoso, es recurrir al CGI, es decir, a imágenes generadas por ordenador.

Y si lo anterior no fuera ya suficiente, la película está protagonizada por Lilian Gish, fulgurante estrella femenina hollywoodiense del cine mudo, que con El nacimiento de una nación sería elevada a una categoría que, en cuanto a los artistas sujetos al escrutinio popular, antes solo se había alcanzado en el teatro o en la opera.

Por tanto, nadie discute ya que El nacimiento de la nación es un film esencial e incluso conceptuado como obra de arte, en el sentido literal del término (algunas de sus escenas son en puridad, cuadros pictóricos) y cuyo visionado, lejos de cansar a cualquier espectador moderno, no es para nada tedioso o carente de ritmo, aderezado en sus ediciones más modernas por un notable repertorio de conocidos temas musicales.

La proeza técnica de David W. Griffith sería perfeccionada poco después por el propio director con la fastuosa Intolerancia (1916) cuyo moralismo le sirvió además como intento de redención, quizás demasiado cínica, para contentar a buena parte la opinión pública, visto el enorme daño social ocasionado por su anterior obra, del que tardaría décadas en recuperarse, como veremos.

Y es que pese a su indiscutible valía artística en cuanto a la forma, pluscuamperfecta, como decimos, si ya hablamos del fondo podemos decir sin ambages que El nacimiento de una nación es una de las películas más tóxicas y dañinas de la historia.

Decimos esto porque con independencia de que la historia romántica del todo platónica que mantiene el personaje interpretado por Lilian Gish con el ex coronel sureño encarnado por Henry B. Walthall nos pueda parecer más o menos anodina, si por algo es recordada la obra de Griffith en cuanto a su argumento es por su descarado ideario racista que de modo expreso ya nos revela el texto del rotulo que acompaña a las primeras imágenes mudas, toda una declaración de intenciones de la apología del racismo:

“Al traer a los africanos a América se sembraron las primeras semillas de la desunión”.

Pues bien, podemos referir dos partes bien diferenciadas en el desarrollo de la trama de una película cuyo año de producción y estreno se hizo coincidir con el cincuenta aniversario del fin de la Guerra de Secesión norteamericana (1861-1865) que dio lugar a una difícil postguerra para los perdedores, como fue el caso de la familia del propio director.

Al comienzo se nos muestra la placentera vida de los elegantes sureños con unas ricas haciendas y plantaciones trabajadas por esclavos de raza negra, que en apariencia son felices y bien tratados por sus amos de raza blanca, algo que con el cine sonoro sería recreado a todo color en Lo que el viento se llevó (1939).

Sin embargo, la paz se ve amenazada por los retorcidos estadistas del norte del país, hasta el punto de desencadenarse el citado conflicto bélico que finaliza con la derrota sureña y su plena integración bajo el Gobierno de los Estados Unidos, presidido por un apático y bondadoso Abraham Lincoln, que parece desbordado por los acontecimientos y por el trascendente papel que le ha correspondido desempeñar para intentar que se cierren las heridas de sus compatriotas.

Pero todo salta por los aires con el asesinato de Lincoln por parte de John Wilkes Booth (interpretado fugazmente por el que luego sería extraordinario director, Raoul Walsh) visto que el sobresaliente esfuerzo de los derrotados estados sureños de contribuir a la consolidación de la nueva nación es reprimido por nuevos políticos del Norte que tratan de imponer una inédita igualdad de derechos para todos los norteamericanos, sin importar su raza.

A partir de ahí, es continua la sucesión de imágenes que nos muestra la humillación de los estados sureños, que empiezan a ser poblados por zafios, perezosos y degenerados ciudadanos de raza negra.

Dejar anotado que muchos de ellos están interpretados por personas de raza blanca burdamente ennegrecidas con maquillaje, quizás porque para tamaño elenco de extras debió ser imposible contratar los que hubieran sido deseables o quizás porque muchos se negaron a rebajarse para ofrecer esa imagen indigna de su propia raza, sin perjuicio de que en aquella época el trabajo de actor principal no parecía estar reservado para ellos.

Pues bien,es entonces cuando cobra protagonismo un corrupto gobernador obsesionado con la protagonista femenina, y que manipula a los libertos para que humillen a los otrora esclavistas, les priven del derecho al voto y amañen las elecciones locales.

Y es entonces cuando el ex coronel sureño asume un rol heroico de liberación de su causa, que cambiará la historia de Estados Unidos para siempre.

Para ello, funda el Ku Klus Klan (KKK) una milicia de encapuchados hombres blancos a caballo que ajusticia a los invasores, incluido el acosador sexual de su hermana que termina sufriendo un accidente mortal.

Finalmente, cuando la turba se apodera de las calles, al frente del KKK, el ex coronel libera al pueblo del yugo norteño y rescata tanto a su amada de las garras del abyecto gobernador como a su familia de una muerte segura.

Pues bien, lejos de ser una mera ficción, el KKK nació efectivamente al finalizar la Guerra de Secesión.

Hasta que fueron desarticulados durante los primeros años de la década de los setenta del Siglo XIX actuaría inicialmente como grupo marginal y sin una estructura definida,lo que no impidió que sus actos fueran atroces.

En este sentido, en 1873 aconteció la masacre de Colfax cuando una milicia compuesta por integrantes del KKK acabaron con la vida de más de cien personas, la mayoría de raza negra.

Con posterioridad, y ya catalogada como mera banda de maleantes,su actividad criminal se fue reduciendo notablemente por la persecución y represión por parte de las autoridades.

Sentado lo anterior, en el momento en que fue rodada El nacimiento de una nación, el KKK constituía un fenómeno casi olvidado.

Fue entonces cuando tamaño mensaje racista del maniqueo panfleto de Griffith envenenó el corazón de muchos, para prender de nuevo la mecha del sentimiento de odio hacia la raza negra, y buena parte del público norteamericano, aún resentido por el recuerdo de la derrota de sus padres y abuelos, empezó a tomarse la justicia por su mano.

Y así, tras el estreno de El nacimiento de la nación se produjeron graves disturbios en varias ciudades que derivaron en agresiones e incluso asesinatos y lo que es peor, resurgió el propio KKK en una segunda etapa mucho más sangrienta que la primera y con un número de fieles nunca visto.

Además de asumir como propias las señas de identidad que se ven a la película, esto es la indumentaria tan característica y los códigos esotéricos, propios de una logia o una secta, el KKK pervivió con su sustrato de protestantismo cuyo ideario cristiano era antisemita, anticatólico y por descontado, contrario a la raza negra.

Lo anterior indefectible ha de recordarnos al nazismo que dos décadas después arribaría en Alemania y no en vano el KKK, que llegó a tener entre sus filas a casi cuatro millones de seguidores, perdería la mayoría de sus fieles tras entrar en la segunda guerra mundial.

Pues bien, hasta que el Gobierno Federal tomó cartas en el asunto, fue precisamente la empobrecida raza negra, la que durante décadas sufrió el permanente acoso y una brutalidad inusitada, materializada en salvajes linchamientos, impropios de una raza humana, en este caso, la blanca.

De todo ello ya tuvimos oportunidad de escribir en el blog al hilo de nuestra reseña sobre una de las canciones más famosos de la eterna Billie Holiday, Strange fruit.

https://teacusodeacoso.com/la-cancion-de-hoy-strange-fruit-de-billie-holiday/

Cabe reseñar que El nacimiento de una nación fue inicialmente titulada como la novela en la que se basa, El hombre del clan, escrita por el reverendo Thomas E. Dixon, que ya había sido adaptada al teatro, no sin mucha polémica, por razones obvias.

Además, para promocionar el estreno cinematográficos se publicaron carteles variados que representan la épica estampa y parafernalia de los caballeros del Klan a lomos de un caballo, algo que atemorizaba a sus víctimas, por mucho que al resto nos pueda parecer bufonesca y objeto de burla, que con notable acierto materializaría Quentin Tarantino en una impagable escena de Django desencadenado.

Y continuando con los cineastas contemporáneos, de auténtica revancha ha de calificarse el que uno de los mayores defensores de la causa afroamericana, el director Spike Lee, haya dedicado la obra de Griffith en buena parte del metraje de su película Infiltrado en el KKKlan (2018)

Y así, para ridiculizar a los setenteros miembros de un KKK liderado por David Duke ( siniestro personaje que volvió a adquirir cierto protagonismo bajo el mandato de Donald Trump) el director no duda en mostrarnos cómo se reúnen, enfervorizados, para ver y vitorear la película, como si de una retransmisión de la Super Bowl se tratara.

Sin embargo, lejos de permitirnos que, como espectadores conservemos el agradable recuerdo de la desarticulación policial de estos peligrosos necios, Lee no evita luego mostrarnos escenas reales de la tragedia que se vivió un año antes del estreno, cuando un conductor embistió intencionadamente a un grupo de personas que integraban una contramanifestación a supremacistas blancos en la localidad de Charlottesville (Virgina) ocasionándose varios heridos y el fallecimiento de una joven treinteañera, curiosamente de raza blanca.

«Condenamos en los términos más enérgicos esta indignante manifestación de intolerancia, odio y violencia en muchos lados» fue la tibia respuesta de Trump, que evitó culpabilizar a los votantes que le habían aupado hasta la presidencia, acogiendo su discurso populista y en defensa del espíritu norteamericano, no exento de xenofobia.

Pero no menos temeraria y peligrosa ha de entenderse la cita de un antiguo predecesor en el mismo cargo, el Presidente Woodrow Wilson, que fue inicialmente incluida en un rotulo de la película:

“ Los hombres blancos fueron provocados por un mero instinto de supervivencia…hasta que finalmente surgió un gran Ku Klux Klan, un verdadero imperio del sur, para proteger al territorio sureño”

De nada sirvió que luego se retractara públicamente; el mal ya estaba hecho.

En defensa de la cerrazón supremacista de Wilson, del propio Griffith y de muchos ciudadanos que se sintieron identificados con el mensaje incendiario de El nacimiento de una nación, podrá argumentarse que su estreno acontece cuando concluye el primer cuarto del Siglo XX.

Y ello implica que su radical sentimiento ha de ponerse en el contexto histórico de una carencia absoluta del respeto de los derechos civiles y de la creencia de una raza superior, la blanca, aún imbuida por la perpetuación del colonialismo decimonónico.

En cualquier caso, la indignidad racista de la película no está tan solo en la ridiculización de los afroamericanos, a los que se nos muestra del todo primarios,viciosos y carentes de intelecto alguno, sino en la vileza encarnada por dos mulatos, el citado gobernador y una perversa sirvienta.

Y es que la idea del mestizaje como mezcla de razas es precisamente lo que más le aterra y asquea a todo supremacista, en cuanto que aberrante e incomprensible.

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