LA PELÍCULA DE HOY: EL ÍDOLO (2015)

En el día de ayer, el corredor esloveno Tadej Pogacar se subió a lo más alto del cajón como ganador de la edición centésimo octava del Tour de Francia, la prueba ciclista más prestigiosa del mundo; es el segundo año consecutivo.

Los españoles hemos de sentirnos afortunados, toda vez que han sido muchos los ciclistas que a lo largo de la historia han resultado victoriosos en muchas de sus etapas e incluso conservando el malliot amarillo hasta la etapa final en París.

Y así, Ocaña, Fuente, Delgado, Indurain, Contador, Valverde, (aún en activo) entre los más exitosos, han hecho las delicias de los aficionados de nuestro país, mientras que estos ídolos de las dos ruedas demarraban, pulverizaban el cronómetro o ascendían a unos durísimos puertos de montaña al alcance de unos pocos.

Solo los privilegiados tuvieron la fortuna de verlos en directo, mientras que el resto nos debíamos conformar con las estupendas retransmisiones televisivas que nos ofrecía Televisión Española.

Pues bien, repasando el palmarés de todas las ediciones del Tour de Francia, sorprende ver que desde el año 1999 hasta el 2005 , esto es, durante siete años consecutivos, el apartado de ganador, figura “Desierto”.

Y la explicación no es otra que Lance Armstrong, ciclista norteamericano que había llegado de amarillo a Paris todos esos años, fue desposeído de todas sus victorias en el Tour por la Unión Ciclista internacional (UCI) tras las resoluciones de la Agencia Norteamericana anti dopaje (USADA).

El motivo, haberse dopado y haber conseguido engañar a casi todos, incluidos muchos patrocinadores que habían depositado su confianza y dinero y que fueron abandonando al ídolo en el otoño de 2012.

Pero más allá de la cuestión económica, Armstrong fue una enorme decepción para todos los aficionados que habían elogiado sus triunfos y alabado su capacidad para superar las enormes dificultades que la salud le había impuesto, tras haber sobrevivido a un cáncer testicular sufrido en 1996 y del que tardó dos años en recuperarse.

Siempre se habla de cultura de la cancelación, que tiende a menospreciar a quienes, pese haber alcanzado enorme notoriedad por sus logros, ya no son dignos de aplauso, cuando se descubren conductas en su vida personal que son calificadas como reprobables, según los patrones que ofrece la sociedad actual.

Pero en el caso de este ciclista, que ya había pasado a la historia como celebridad por compartir apellido con uno de los mejores artistas de jazz y con el primer humano que pisó la luna más que de cultura de cancelación habría que hablar de justa defenestración de quien ha sido un fraude, no solo como persona, sino como deportista.

Quien escribe estas líneas fue uno de los muchos espectadores españoles que se lamentó de las victorias del norteamericano, batiendo a los ciclistas españoles, pero, rendido ante la evidencia de los logros conseguidos, fue uno de los muchos lectores que luego se emocionaría al leer el relato de uno de sus libros,Mi vuelta a la vida, en el que narra los duros momentos sufridos para recuperarse de una grave enfermedad que no solo había puesto en peligro su futuro profesional, sino también su propia existencia.

Pues bien, el ya octogenario director británico Stephen Frears, realizador de afamadas películas como Las amistades peligrosas, Café irlandés, Alta fidelidad o Philomena sería el encargado en 2015 de ofrecernos su versión de lo sucedido en El ídolo.

El elegido para encarnar al héroe/villano Armstrong fue Ben Foster, un actor del método, que como bien sabemos se caracteriza por un alto grado de exigencia para meterse en la piel del personaje.

En un artículo publicado por la revista GQ con ocasión del estreno de la película, se incidía en el denodado esfuerzo de Foster para ser un sosias de Lance Armstrong, copiando sus gestos y movimientos , tras revisar al dedillo muchas horas de grabaciones, amén de su obsesión por conocer el entorno del corredor, llegando a entrevistarse con muchos de los que coincidieron con él, si bien el propio Armstrong que declinó su invitación.

Pero además, el propio actor reconocía que para subirse encima de la bici había tenido que recurrir de sustancias dopantes.

En la entrevista que incluía la publicación Foster era benevolente con Armstrong:

“Es que es el ganador, al ciento por ciento. Olvídate de la moral y la ética, e imagina un escenario donde tienes que correr contra dieciocho tíos que dicen que no se están dopando, y todos están mintiendo. Lance Armstrong, sencillamente, lo hizo mejor.

Durante siete años. Lo hizo mejor. No digo que sea correcto, ni ético, o que el deporte deba ser así, lo que digo es que competía en condiciones de igualdad.

Mi opinión personal es que nuestra cultura odia al triunfador. La gente odia que ganara tanto dinero, la gente le odia porque creyeron que era Jesucristo sobre una bicicleta.

Querían que fuera Jesucristo, creían que lo tenían, y se desvaneció.

Y quieren torturarlo por eso. No estoy diciendo que sea un buen tío, pero ¿ganó esos siete Tours? Por supuesto. Al ciento por ciento”.

Cierto es que no le falta parte de razón a Foster en cuanto que la rumorología sobre el doping ya viciaba a un deporte que se fue deteriorando por las trampas de algunos corredores y que tuvo como triste colofón el Caso Festina, justo un año antes de la primera victoria de Armstrong en el Tour.

Pero olvida el propio Foster, que como bien queda reflejado en la película que él protagoniza, Armstrong no solo fue un tramposo, siguiendo las pautas marcadas por el doctor Ferrari, sino que forzó a sus compañeros a doparse e impuso una ley del silencio, persiguiendo y amenazando a quien osara cuestionar su poderío o pensara denunciar la trama, incluidos otros ciclistas del pelotón con quienes se mostraba insolente y déspota.

Es más, uno de los corredores que había declarado en contra del controvertido médico, tras un intento de fuga en una etapa llegó a ser perseguido por el propio líder del Tour, para que se reincorporara al pelotón, finalizando Armstrong con un mafioso gesto dirigido a la cámara, simulando cerrar la cremallera de la boca.

Pero lo que era aún más surrealista, el propio norteamericano llegó a delatar a otros rivales que también se dopaban, mientras él continuaba incólume ante cualquier acusación.

Además, no dudó en enfrentarse a algunos periodistas que, con buen criterio, llegaban a cuestionar que un año después de superar el cáncer, sin ayuda externa, Armstrong pudiera llegar a ganar un Tour.

Y la explicación es que era un buen corredor de clásicas de un día, pero con precedentes clasificaciones finales poco destacadas en las tres competiciones integradas por tres duras semanas de competición al límite del esfuerzo, como son la Vuelta a España, el Tour de Francia o el Giro de Italia.

Y así, durante siete años seguidos, durante los que el ciclista, ciertamente desafiante, una y otra vez negaba haberse dopado en sus ruedas de prensa, apariciones públicas e incluso durante las grabaciones realizadas en muchos de las investigaciones.

Su argumento, aunque sencillo, parecía del todo convincente y lo transmitía a su audiencia, mirando a los ojos a su entrevistador, con total frialdad:

¿Qué sentido tiene que una persona que ha atravesado una grave enfermedad, una vez recuperado se arriesgue a introducir sustancias nocivas para su salud e incluso se juegue su prestigio y dinero para saltarse las reglas del juego?

Pero Armstrong pecó de prepotencia y soberbia, puesto que ya no cerraría más cremalleras de las bocas de los corredores que se la tenían jurada, tras muchos años de desprecio.

El director de El ídolo, no era tan benevolente con Armstrong, puesto que Frears apuntaba con buen criterio que “Si aún se sigue considerando ganador es que necesita un buen psiquiatra. Creo que ante todo debería disculparse, porque pedir perdón es el primer paso que tienes que dar para comprenderte a ti mismo y lo que has hecho”.

En el reparto de la película también destacan Jesse Plemons en la piel del ciclista Floyd Landis, el actor francés Denis Ménochet (inolvidable monsieur LapaDite en Malditos Bastardos) interpretando a Johan Bruyneel, ex corredor belga de la ONCE y director de Armstrong, el actor irlandés Chris O’Dowd, encarnando a David Walsh el concienzudo periodista que destapó el escándalo, pese a las amenazas de Armstrong, así como Dustin Hoffman, en un pequeño papel de ejecutivo de una de las aseguradoras que pleitearon con el ciclista.

La película concluye con unos breves pasajes de una de las más sonadas apariciones públicas del ciclista, la famosa entrevista de Oprah Winfrey, que sirvió para que millones de espectadores escucharan de su propia boca que se había dopado y trasfundido su propia sangre para engañar a los médicos del Tour y que por tanto, había mentido a todo el mundo.

Por entonces ya había declarado bajo juramento casi una treintena de ciclistas que decidieron romper la ley del silencio, y se llegó filtrar una conversación en la que Armstrong le confesaba al médico que le trataba del cáncer que ya se había dopado antes de la enfermedad.

En suma, pese a no existir pruebas médicas de que había existido doping, se destapó todo el complejo sistema de ardides del equipo US Postal /Discovery Channel para sortear los controles de los “vampiros” del Tour, que tras lo sucedido con el equipo Festina tomaban muestras de sangre durante las tres semanas de competición.

Por ello, a diferencia de la ex atleta Marion Jones, que fue condenada a prisión tras mentir a unos agentes federales durante el transcurso de la investigación sobre el ilícito uso de esteroides, Armstrong decidió comerse el orgullo y dar la cara, evitando un problema mayor con la justicia.

Cierto es que gracias a su afamado nombre, se han venido recaudando millones de dólares para la lucha contra el cáncer a través de su fundación Livestrong.

Sin embargo, ello no es excusa para justificar un continuado comportamiento fraudulento como el suyo, ya que flaco favor ha hecho al esfuerzo de quienes verdaderamente salen delante de sus enfermedades sin necesidad de engañar y estafar, ni dar un falsa imagen de deportista ejemplar.

Por si lo anterior no fuera ya suficiente, recientemente ha trascendido a los medios de comunicación que el norteamericano, no solo iba dopado hasta las trancas, sino que pudo servirse de un diminuto motor en su bicicleta.

Por ello, ya han sido muchos los que han revisado con lupa unas grabaciones en las que Armstrong se lleva una mano hacia atrás en un gesto que parece antinatural.

Tamaño artificio nos podrá parecer el colmo, visto lo visto,pero ya nada parece sorprender en un tramposo como él, principal culpable de que este extraordinario deporte que es el ciclismo haya perdido miles de aficionados desde que fueron descubiertas sus tropelías.

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