LA PELÍCULA DE HOY: EL CLUB DE LOS CINCO (1985)

Dentro de mi repertorio de vinilos (cotizados artículos “vintage” que vuelven a estar de moda para los más nostálgicos) aún figura un maxi single de Simple Minds, con mi canción favorita: Don´t you (Forget about me) uno de los éxitos de la banda escocesa que triunfó en la segunda mitad de la década de los ochenta y que, casualmente no está incluido en ninguno de sus LP.

Y si bien desde adolescente siempre he tenido muy presente la contraportada de ese “maxi”, comprado en 1985, con la icónica imagen de los cinco protagonistas de la película de John Hughes, posando muy serios, debo reconocer que la he visto recientemente, treinta y cinco años después de su estreno en salas.

Pese a ser todo un éxito en Estados Unidos, El club de los cinco tuvo en su momento escasa acogida en España, siendo el boca a boca posterior lo que la ha situado en el lugar que merece como película de culto.

Cierto es que pudo desalentar a muchos la traducción de su título al español, pese a que la película nada tiene que ver con la estupenda saga literaria infantil de la escritora británica Enid Blyton.

No obstante, mucho nos tememos que de haberse dado una traducción literal (El club del desayuno) tampoco hubiera sumado mucha más afluencia de espectadores.

Sea como fuere, me ha impresionado El club de los cinco y ahora siento verdadera lástima de no haber podido tenido la experiencia de verla en su día, para analizarla desde las dos perspectivas, antes como adolescente y ahora como adulto.

Y es que no exageran quienes la han calificado de película generacional y profunda, alejada de las comedias estudiantiles bobaliconas o gamberras que abundaban en aquella época.

Así, El club de los cinco es un film imprescindible para quienes puedan sentirse identificados con sus protagonistas o representados en las trascendentes conversaciones que se mantienen, dentro de un periodo de la vida tan apasionante, como paso previo al incierto futuro como adultos.

Pero también supone una acertada reflexión para aquellos, que también han sido adolescentes y ahora, como progenitores y docentes, pueden acertar a comprender lo que puede suceder con sus hijos y alumnos, respectivamente, en momentos en los que las hormonas están revolucionadas y los sentimientos son volubles hasta el extremo.

Apenas importa que de los cinco protagonistas juveniles, durante el rodaje tan solo dos de ellos eran de la misma edad que los estudiantes a los que interpretaban.

Y es que como se suele decir coloquialmente, todos “dan el pego” y están perfectos en sus papeles, componiendo su quinteto el perfecto compendio de los arquetipos más reconocibles de la sociedad de entonces y de ahora.

El argumento es simple; los cinco jóvenes se conocen, aunque solo de vista, por asistir todos ellos al mismo instituto, pero obligadamente coinciden un sábado por la mañana en la biblioteca, tras haber sido castigados para reflexionar sobre su inadecuada conducta; si bien chocan recíprocamente por sus diversas formas de ser, terminan congeniando, tras conversar acaloradamente sobre las preocupaciones de sus vidas adolescentes, al tiempo que mantienen una permanente disputa para provocar al profesor que los ha castigado.

Judd Nelson es John, el impulsivo macarra, cuyo violento padre lo maltrata; el gallito que tontea con el consumo de unas drogas, que con el tiempo terminará vendiendo; siempre lleva navaja, pero es el primero en amilanarse cuando es desarmado con certeras palabras que lo definen como cobarde e inmaduro. Como decía mi padre, una persona con cementerio particular. Carne de cañón de prisión.

Molly Ringwald es Claire, la niña pija, la hija de papá, la acicalada princesa que lo tiene todo, pero que como una horma de su zapato o contrapunto de su frívolo carácter, termina fijándose en el chico malo; pero también es la primera es sincerarse al reconocer su clasismo, y entender que la singular amistad del quinteto apenas durará unos días, cuando vuelvan a la rutina de las clases y con sus habituales compañías.

Emilio Estévez es Andrew, el deportista, el guaperas, el alumno más popular, como les gusta definir a los norteamericanos. Pero tras su fachada perfecta, esconde su condición de matón de patio de colegio que acosa y agrede a los más débiles, alentado por un padre que, en su adolescencia, ha sido un acosador como él y que ahora le exige ser el más fuerte y el mejor.

Ally Sheedy es Allison, la inadaptada, la alternativa, la friqui que carece de una personalidad definida y que literalmente oculta bajo un aspecto siniestro y desaliñado; ninguneada por su familia y a tratamiento psicológico, apenas habla con el resto, hasta que termina abriéndose tras ganar confianza. Su transformación final de oruga a mariposa, es quizás lo que más chirría en el estupendo guión, firmado por el propio Hughes.

Anthony Michael Hall es Brian, el empollón que siempre saca las mejores notas, el ratón de biblioteca, que apenas dispone tiempo libre al margen de los estudios. Pero también el menos práctico y más sensible de todos ellos, al verse presionado por los acontecimientos, ante los que no sabe reaccionar, más allá de tomar la tremenda decisión de quitarse la vida, por sentirse un fracasado, tras haber suspendido.

Y en el otro lado de la balanza durante este peculiar y temporal cautiverio destacan dos adultos: el profesor y el conserje, respectivamente interpretados por Paul Gleason y John Kapelos.

El primero impone su respeto en base a la coerción y la autoridad, pero termina mostrando su desencanto tras décadas de enseñanza, frustrado por no haber sabido reconducir a una generación de jóvenes, que en el futuro tomaran el relevo de los adultos.

El segundo, con un trabajo mucho más humilde, sabe manejar la situación al enfrentarse a los chicos y ejemplifica que más allá de las apariencias y el puesto en la vida que uno ocupe, se encuentran otros valores mucho más importantes.

Insistimos, una película imprescindible para conocer a los jóvenes de hoy y siempre.

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