Martin Scorsese es uno de los más grandes directores de la historia del cine y así lo ha venido demostrando desde hace décadas.
Sus películas desbordan pasión por el séptimo arte, siendo además muchos y diversos los géneros que ha tratado con brillantez, dentro de los que pueden encontrarse irreverentes películas de ritmo endiablado, como El lobo de Wall Street, y acto seguido el colmo de la templanza, como su piadosa Silencio, por poner los ejemplos más recientes.
Y ello no es nada fácil, quedando al alcance de pocos directores como John Ford, Howard Hawks, Billy Wilder, Stanley Kubrick, Clint Eastwood o Steven Spielberg. Que nos perdonen nuestros lectores millennials, por no incluir todavía a Quentin Tarantino….
Da igual que el film sea de encargo o derive de un proyecto que le interese; Scorsese siempre aportará un esmero en la dirección que sobrepasa con creces el nivel de los cineastas.
Y tan solo hay que detenerse a escucharle hablar de cine, con su característica locuacidad atropellada, para comprobar que disfruta como nadie de su trabajo y del realizado por sus compañeros de profesión.
A principios de los años noventa, el director de Taxi Driver tenía puesta su atención en el holocausto nazi, pero tras una conversación con su gran amigo Spielberg, el realizador de Tiburón se animó a dar el paso, visto que por su condición de hebreo, era el más idóneo para abordar un asunto tan sensible.
Y así, mientras Spielberg centraba todos sus esfuerzos en La lista de Schindler, cuyo rodaje simultanearía con Parque Jurásico, el italoamericano se hizo cargo del proyecto que inicialmente pretendía abordar su amigo, bajo el sello de su productora Amblin Entertainment.
En 1962 había sido llevada al cine la novela The Executioners, con la película El cabo del Terror, dirigida por J.Lee Thompson y protagonizada por Gregory Peck y Robert Mitchum, siendo un film sin demasiado éxito, pese a contar con estrellas de primer orden, al igual que lo era el genial compositor que firmó su banda sonora, Bernard Hermann.
Pero tres décadas después, Martin Scorsese, logró con su remake, una genial adaptación del relato de un ex presidario, que tras cumplir una condena de catorce años por agresión sexual, intenta cobrarse su venganza, acechando al abogado que en su momento se había encargado de su defensa y que, en contra de los intereses de su cliente, había ocultado un informe que le hubiera favorecido con una sustancial reducción de la pena de prisión.
El director de Uno de los nuestros, realizó su película con enorme respeto a la anterior adaptación, a la que llego a homenajear. No en vano incluyó en su reparto como secundarios a los dos actores protagonistas de El Cabo del Terror, que, al igual que Martin Balsam, tendrían pequeños papeles.
El trío protagonista de El cabo del miedo es de campanillas; Robert De Niro, Nick Nolte y Jessica Lange, en sus mejores momentos, siendo acompañados como cuarta pata del banco por una casi debutante Juliette Lewis, en su rol de la menor adolescente, hija del matrimonio acosado por ex presidiario Max Cady.
Como actor del método, Robert de Niro, decidió preparar uno de los mejores papeles de su carrera, dedicando varias horas al día a ejercitarse en el gimnasio, para adquirir mayor masa muscular; estropeándose la dentadura para tener un aspecto más desagradable, realizándose innumerables tatuajes con un pigmento temporal, que permanecería medio año en su torso y brazos y practicando durante semanas el acento sureño, tras visitar a varios lugareños.
Fue tal su obsesión por interpretar al villano de la película, que en ocasiones dejaba grabados siniestros mensajes en el contestador de su amigo Scorsese, tan alucinado como sorprendido, ante tamaña dedicación para ofrecer el mejor Max Cady posible, incluso improvisando en varias escenas.
Sin embargo, para el papel del letrado Sam Bowden, Nick Nolte, muy corpulento y alto, tuvo que adelgazar varios kilos y así ofrecer mayor vulnerabilidad física ante el musculado y amenazante De Niro. Y siendo éste de menor estatura, se recurrió a rodar varias escenas en las que el ex convicto se encuentra sentado, mientras su antiguo abogado permanece de pie.
Jessica Lange también lo borda en su papel de esposa fuerte y fiel a un marido, traicionero tanto en su matrimonio, con lo había sido en su trabajo de defensa de su peligroso cliente.
Y por último, está impecable en su papel Juliette Lewis, con sus pícaros mohines y miradas, a la par que inocentes, tan ambiguos y propios de una adolescente, que muy a su pesar, está más cercana que nunca del mundo de los adultos.
En sus más de dos horas de duración, la película no da un solo respiro al espectador, que sufre el permanente desasosiego de la familia, acompasado por la música del gran Elmer Berstein, recurriendo al tema principal de Herrmann para los momentos de mayor suspense, pero que ya emerge con los títulos de crédito iniciales, diseñados por Saul Bass, otro genial artista, y el favorito de Alfred Hitchcock.
Fue tanta la tensión psicológica y el agotamiento acumulado durante el rodaje, que por recomendación del director de Toro Salvaje, el reparto siguió luego varias terapias de grupo, para así poder rebajar la intensidad mantenida durante las semanas previas.
El cabo del miedo está llena de matices y recursos hitchcockianos, con fundidos en distintos colores, jugando incluso con el fotográfico efecto del positivo/negativo, y con una realización única, llena de filigranas, que en cuanto a la técnica de rodaje y montaje todavía alcanzaría su mayor expresión en la siguiente película de Scorsese, La edad de la inocencia, otro ejemplo del radical cambio de registro del realizador.
Y es, sin duda, una película tan extraordinaria como excesiva, que obliga a un permanente ejercicio de la suspensión de la incredulidad y a una continua reflexión sobre la moralidad y la ética profesional hasta que, de golpe y plumazo, con los títulos de crédito finales se da paso al inquietante silencio de la noche, solo roto por el rumor de las aguas del río y el sonido de los insectos.