Déjame salir figuraba en 2019 en el puesto número dieciséis del ranking de las películas de terror con mayor recaudación de la historia, siendo sin duda una de las más rentables, teniendo en cuenta que, con un presupuesto de solo cuatro millones quinientos mil dólares, obtuvo la friolera de doscientos cincuenta y seis millones de dólares.
Merecidísimo fue su Oscar al mejor guión para Jordan Peele, de los cuatro premios a los que optaba la cinta, con nominaciones para mejor película, para el propio Peele, como director y para el actor Daniel Kaluuya, en su papel del sufrido protagonista de la cinta.
Chris es un joven fotógrafo afroamericano que se muestra inquieto ante la idea de conocer a los acaudalados padres de su novia Rose, un matrimonio de raza blanca, liberal y moderno, que no muestra reparo alguno a la relación interracial ; pese a que en apariencia todo discurre con afabilidad y Chris es acogido con cariño por la familia de Rose, pronto empezará a notar ciertos comportamientos extraños en el jardinero y cocinera de la casa, ambos de raza de negra, al igual que en el violento hermano de Rose; con ocasión de un multitudinario encuentro con los influyentes amigos del matrimonio, que se muestran interesados por la opinión de Chris sobre la supuesta supremacía física de la raza negra, le presentan a otro afroamericano, muy parecido a un conocido de su ciudad y que tiempo atrás había sido dado por desaparecido.
No cabe duda que toda la película está impregnada de un humor negro, nunca mejor dicho, que el director y guionista ha trabajado con esmero, contando además con una cuidada fotografía, con brillantes escenas con adecuados retoques digitales, en especial las relativas a los estados de hipnosis de Chris.
Más conocido por sus anteriores apariciones televisivas en el género de la comedia, Jordan Peele dotó a su obra de un original componente de ácida crítica social hacia la doble moral norteamericana, crítica que luego reiteraría con menor éxito en su siguiente y pretenciosa película, Nosotros.
Déjame salir es igualmente deudora del género fantástico y de ciencia ficción de los años cincuenta, que en su momento habían inspirado series televisivas, como la exitosa Twilight Zone (en España, Dimensión Desconocida o En los límites de la realidad) y que el propio Peele recuperaría recientemente para la pequeña pantalla, como productor.
La extraña e inquietante banda sonora, a cargo de Michael Abels, es un complemento ideal para modesta producción, que para propios y extraños fue la sorpresa del año, aunando a crítica y público.
Quizás el único pero que quepa achacarse a esta obra sea un fácil recurso en la parte final a los clichés habituales del cine de terror, lo que no empaña un producto final, divertido y que atrapa al espectador de principio a fin. Le costará luego levantarse del sillón, como a Chris.
Y es que nos alegramos por no ser fumadores y no tener que pasar por una terapia como la iniciada por la madre de Rose, interpretada por la siempre convincente Catherine Keener; el tintineo de la cucharilla sobre la taza aún resuena en la mente de muchos.
Pero sobre todo, nunca se ha visto en el cine una transformación tan radical del rostro de un mujer, interpretada por la atractiva Allison Williams en su papel de Rose, por el mero hecho de recogerse el cabello, mientras escucha con sus auriculares la ñoña (I’ve Had) The Time Of My Life y accede a internet con perversas intenciones.