Tras la ilusionante puesta en marcha de nuestra nueva iniciativa profesional, con el lanzamiento de la página web, nos resistíamos y resistíamos y….. así durante meses…. para abordar en el blog un tema tan repulsivo, del que siempre resulta harto difícil escribir, por mucho que se esté especializado en derecho penal y hayamos visto de todo, desgraciadamente.
Pero nos vemos obligados a dar el paso y mostrar repulsa ante un fenómeno tan pernicioso como la pedofilia, que en pleno siglo XXI, en el colmo de la repugnancia todavía encuentra perversos apoyos a través del movimiento MAP (siglas de Minor Attracted Person) pretendiendo que dicha conducta sea despenalizada y eliminada como trastorno mental de la lista de la O.M.S., bajo la detestable promoción del amor libre, sin restricción de edad, para que la sociedad vea como algo natural que los adultos se sientan atraídos por los menores de edad.
Pues bien, llegado el momento de afrontar el examen de las conductas depravadas de exhibicionistas y acosadores de los menores de edad por insanos motivos sexuales, de cara a una exposición a nuestros lectores, no ha quedado más remedio que ponerse al día, tras un parón judicial de varios meses y acercarse a un escabroso fenómeno, que ha aumentado, precisamente por culpa de la pandemia.
Pese a que no existía un precedente de una obligada reclusión domiciliaria tan prolongada, los temores de las autoridades no invitaban al optimismo, más bien al contrario, sobre el incremento en la ciudadanía del consumo y tráfico de fotografías y vídeos pornográficos con menores de edad.
Así, desde el departamento de delitos telemáticos de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil (UCO) se venía advirtiendo de que el riesgo se acentuaba en España, visto que el confinamiento conllevaría un notable aumento de las horas de navegación en internet.
Y así ha sido; desde el 1 de enero hasta el 13 de marzo de 2020, la Guardia Civil había detectado en España una media diaria de tres mil direcciones IP, a través de las cuales se realizaban intercambios de vídeos pedófilos, pero tras el inicio del confinamiento, el número aumentó casi un veinticinco por ciento, para alcanzar más de tres mil setecientas direcciones.
Pero lo más preocupante ha sido un mayor intercambio de vídeos pornográficos, con menores de protagonistas, a través de redes sociales como facebook o instagram y de aplicaciones de mensajería instantánea como whatsapp y telegram, puesto que de una media diaria a principios de año, de poco más de cien intercambios de pornografía infantil, se ha pasado a más de quinientos durante el estado de alarma, o lo que es lo mismo, un inquietante aumento del trescientos setenta y cinco por ciento.
Mucho más siniestro resulta lo que puede estar alojado en la denominada “Dark webb”, la internet más profunda y oculta a los motores de búsqueda y accesible solo con un navegador web específico y a través de encriptaciones, constituyendo la mayor afrenta para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en el ámbito de la ciberdelincuencia.
Y así, se ha detectado un incremento aún mayor, del cuarenta y tres por ciento, coincidiendo con el momento de máxima restricción en cuanto a las medidas decretadas durante el confinamiento.
Nunca nos cansaremos de alertar a los adultos sobre los riesgos que afrontan los menores de edad, accediendo a internet, partiendo de la premisa de que, como progenitores o educadores, no solo deben formarse para protegerse, sino también enseñar a sus alumnos o hijos para que ellos se puedan proteger, siendo mucho más vulnerables por la inmadurez propia de su edad, por mucha precocidad que exista hoy en día en cuanto al acceso a la digitalización.
Y es que, sin perjuicio de que resulta admirable el grado de confianza del que muchos progenitores alardean con orgullo en relación a sus hijos, convendría advertir que lejos de confiarse, deben recordar que ellos siguen siendo menores, y como tales, están expuestos en un mundo que se innova cada día y que también se nutre de perversiones y maldad frente a la que no están plenamente preservados.
Decimos esto porque cualquiera puede ser objeto de una vulneración de su intimidad con enfermizas intenciones.
Lo enfatizamos, para ponerlo en mayúsculas, CUALQUIERA.
Que se lo digan, si no, a los rectores de Centro de Estudios Cardenal Cisneros y a los mandos de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, que recientemente han asistido como ponentes a una conferencia sobre Ciberseguridad y privacidad en la Red, anunciada previamente en diversas redes sociales, para seguirse en directo desde la plataforma Zoom.
Pues bien, iniciada la charla, la multipantalla sufrió un ataque informático, al proyectarse imágenes explícitas de pornografía infantil, ante el estupor e indignación general.
Y bien sea tal ciberataque fruto de un gamberrada o el acto de una mente depravada, lo cierto es que confirma cuán indefensos, vulnerables y expuestos podemos estar en internet, ya seamos adultos o menores, universitarios o sin título académico.
De falta de control parental e inconsciencia ha de ser calificada la difusión en youtube de más de un centenar de vídeos en los que aparecían desnudos niños de ambos sexos, tal y como expuso Cecilia Carrión, inspectora del Grupo de Protección al menor de la Policía Nacional, en una entrevista radiofónica concedida a Cristina López Schlichting de la cadena COPE.
Eran vídeos, que sin duda había sido grabados para ser difundidos con el torpe propósito de conseguir seguidores, en aras de convertirse en futuros youtubers y exitosos influencers, desconociendo que de esta guisa se estaba alimentado el voraz apetito de indeseables pederastas, que pueden disponer de las imágenes para sus abyectos propósitos sexuales.
Es evidente pues, que los progenitores deben estar atentos a que sus hijos no se graben o fotografíen en poses íntimas, que puedan ser difundidas a posteriori, no solo a través de Youtube, sino de Instagram, Tik tok, etc.
Pero igualmente han de extremar sus cautelas para comprobar con quien se conectan sus hijos en internet, máxime si tenemos en cuenta que existen varias webs y aplicaciones para chatear, sin necesidad de registrarse e identificarse.
Es el caso de Omegle, Coomeet, Tinychat, Azar, Chatroulette, y la reciente Quarantine Chat, creada con ocasión del confinamiento.
Son sitios web y aplicaciones que, desde el anonimato, no solo permiten un contacto por escrito con personas de todo el mundo que deseen compartir intereses comunes, sino que facilitan la fluida transmisión de imágenes a través de una webcam.
Y al ser anónimas éstas plataformas, como decimos, ninguno de los participantes tiene que la obligación de identificarse, con un nombre de usuario o indicar la edad, constituyendo un terreno abonado de peligros para menores y adolescentes.
Como peligroso es otro sector, en apariencia inocente, el de los videojuegos on line, visto que algunos de ellos, como Roblox, Clash of clans, Warcraft, Fornite o Minecraft cuentan con la posibilidad de que los participantes puedan chatear entre sí, pudiendo campar por sus anchas detestables usuarios, entre ellos auténticos depredadores sexuales, que simulan ser menores de edad, para ganarse la confianza de sus víctimas.
Resultaría una estéril pérdida de tiempo negar la evidencia de que la nueva forma de quedar, reunirse, jugar y comunicar de los menores se produce con mucha más frecuencia en el mundo virtual, que en el real, aunque muchas veces ambos se entremezclen.
En este sentido, basta con observarlos en los parques o sentados a la mesa, para comprobar que están más pendientes de sus móviles que de lo que sucede en su entorno físico más cercano, salvo que se necesite compartir una foto o meme con su acompañante más próximo.
Pero también resultaría absurdo y negativo tratar de prohibir que accedan a internet o ser excesivamente severos en las restricciones, ya que ello conllevaría su aislamiento social, amén de un conflicto permanente entre padres e hijos, a veces rebeldes frente a la imposición y proclives al desafío de la autoridad, como conductas inherentes a la juventud.
Sobreproteger a los hijos nunca es beneficioso, más allá de lo razonable y estrictamente necesario para preservar su integridad física y moral, lo que a veces puede colisionar con su derecho a la intimidad.
Pero debe existir un constante diálogo e intercambio fluido de información sobre aquellos aspectos que, por desconocimiento, a todos se nos puedan escapar al navegar en internet, donde las aguas no siempre son cristalinas, sino turbias, como las personas que, desde cualquier parte del mundo pueden hacer un enorme daño a víctimas tan inocentes como bisoñas.