LA MEJOR BOFETADA ES LA QUE NO SE DA.

Muchas veces hemos escuchado lo de que una “bofetada a tiempo” es útil para evitar conductas indeseadas, en cuanto que adecuado ejercicio del derecho de corrección a los jóvenes descendientes más díscolos, un derecho que por cierto, como hemos explicado en su momento, ya no figura como tal en nuestro derecho civil y puede dar más de un disgusto en el penal.

Pero cuando hablamos de relaciones entre adultos, el recurso a la violencia siempre se ve como algo impropio, incívico e inconcebible, ni si quiera a modo desagravio o de escarmiento tras una grave ofensa.
Eso es lo que ha acontecido en la última gala de los Oscars, cuando el archiconocido actor Will Smith agredió en pleno escenario a su compañero de profesión Chris Rock, dejando boquiabiertos a los allí presentes y atónitos a todos los televidentes.

Y todo por culpa de un chiste ciertamente desafortunado de Rock, quien con su característico humor se ocupaba de presentar un tramo de la gala.

En un momento dado, el cómico se dirigió Smith y a su esposa Jada Pinkett-Smith, quienes se encontraban en las primeras filas, al igual que el resto de los actores nominados a distintas categorías.

Pues bien, como quiera que ella tiene la cabeza totalmente rapada, Rock bromeó apuntando que muy pronto la vería en la segunda parte de La Teniente O´Neil, una mediocre película bélica protagonizada en su día por Demi More sobre una joven que, no sin enorme dificultad, se alista al cuerpo de marines de los Estados Unidos, debiendo para ello raparse la cabeza como el resto de sus compañeros.

Cierto es que si observamos la inmediata reacción al chiste de Rock, parece que a Will Smith le hace cierta gracia, lo que no sucede en el caso de su esposa, cuyo gesto evidencia notable desagrado.
Llegados a este punto y antes de continuar con el incidente, es importante reseñar el nivel de celebridad alcanzado por Will Smith, quien con cincuenta y tres años es uno de los actores más taquilleros de Hollywood desde hace tres décadas.

Tras su notable paso por el mundo de la música rap, su salto a la fama como actor se produjo tras varios papeles cómicos, tanto en la serie televisiva El Príncipe de Bel Air como en gran parte de su cinematografía, en la que también ha destacado por su participación en el género de acción y drama, lo que le convierte en un actor ciertamente versátil.

Pero al margen de su calidad interpretativa, lo que verdaderamente ha venido calando en buena parte de la opinión pública es que lejos de ser huraño o distante con sus seguidores, Will Smith siempre ha sido asociado a una permanente sonrisa y un carácter afable, accesible y con gran sentido del humor ( del que por ejemplo en España ha hecho gala con sus intervenciones en el programa El hormiguero presentado por Pablo Motos) lo que ha redundado en una extraordinaria promoción de sus películas.

Sin embargo, con la publicación el pasado año de su autobiografía Will, el actor mostraba el lado menos amable y oscuro, que a la postre resulta tan recurrente en la mayoría de las celebridades que cual pavo real se empeñan en mostrarnos su mejor fachada pero que han tenido un pasado traumático que condiciona su futuro y/o no han sabido digerir la fama para estar en la cima durante tanto tiempo.

Hablamos de la normalización de la violencia durante su infancia con malos tratos a su madre y hacia el propio Smith por parte de su alcohólico padre al que admiraba, lo que le generó una evidente disonancia cognitiva ante los sentimientos encontrados; de discriminación racial en el colegio católico al que asistía y bullying por la forma tan característica de sus orejas; de adicción al alcohol, drogas y al sexo cuando empezaba a tener éxito y de problemas conyugales con Jada Pinkett-Smith.

Precisamente ésta, siempre a la sombra del éxito de su esposo y con una carrera que no ha destacado por encima de la media, siempre se ha caracterizado por ser una mujer con mucho temperamento y ciertamente reivindicativa, lo que le ha granjeado no pocas enemistades en un mundo tan cínico y de doble moral como es Hollywood.

Y tal y como había publicado hace tiempo en las redes sociales, padece un trastorno autoinmune de alopecia con la consiguiente caída de cabello, algo que evidentemente afecta en mayor medida a la autoestima de las mujeres (y mucho más si son actrices expuestas al gran público) que a los hombres, mucho más acostumbrados a que se nos vea el “cartón”.

Llegados a este punto, hemos de volver al momento de la sonrisa de Will Smith (probablemente falsa) y al gesto de desaprobación de Jada Pinkett-Smith ( a todas luces sincero) tras escuchar ambos la gracieta de Chris Rock, como lo hicieron todos los que se cachondearon en el Dolby Theater de Los Ángeles.

Pues bien, sin solución de continuidad, en la retransmisión se nos muestra como Will Smith se dirige con su larga zancada al escenario en el que permanece un sorprendido y sonriente presentador.

En ese instante, Rock recibe un sonoro sopapo a mano abierta de Smith, quien acto seguido vuelve a sentarse en compañía de su esposa.

Es entonces cuando, sin perder la sonrisa y con una entereza física admirable tras el bofetón, Rock bromea por lo sucedido e intenta justificarse, sin dejar de meter nuevamente el dedo en la llaga con el chistecillo sobre el título de la película.

Todo ello, entre las risas de un público, que lógicamente entendía que aquello era una farsa muy bien interpretada por ambos actores, acostumbrados a simular escenas de acción, con gran variedad puñetazos que no requieren de la presencia de especialistas.

Pero Will Smith despejó súbitamente cualquier duda al respecto, cuando le gritó en dos ocasiones a Chris Rock que quitara de su “puta boca” el nombre de su mujer.

En este punto, conviene reseñar la incoherente postura de la cadena televisiva, muy en la línea del concepto que tienen los norteamericanos de la violencia, visto que si bien no censuraron el momento de la bofetada, sí que lo hicieron con los improperios del cabreado Will Smith.

Una peligrosa doble moral, sin duda.

Ya sin el directo, durante el siguiente intermedio para la publicidad, con el abofeteado Rock fuera del escenario, se pudo ver como algunos actores acudían a interesarse por lo sucedido, entre ellos Denzel Washington, que amistosamente llegó a rodear por el brazo a Smith.

Sin embargo, la historia no finalizaría ahí, toda vez que el actor que partía como gran favorito para ganar su primer Oscar por su papel en El método Williams como entrenador de las famosas tenistas norteamericanas, haría buenas todas las apuestas al recoger el galardón, sin recibir un solo abucheo y sí una gran ovación del público.

Y esta vez, su previsible discurso de agradecimiento aderezado con un cursi planteamiento filosófico, finalizó con una disculpa esperada por todos, si bien no fue finalmente dirigida al agredido, cuya mejilla aún debía estar caliente, a diferencia de la del premiado, húmeda por las lágrimas de emoción.

“Richard Williams fue un acérrimo defensor de su familia. En este momento de mi vida, estoy abrumado por lo que Dios me está pidiendo que haga y sea en este mundo. He recibido la llamada de amar y proteger a la gente, de ser un río para ellos. Ya sé que para hacer lo que hacemos tenemos que ser capaces de recibir insultos, aguantar y sonreír como si no pasara nada.

Denzel Washington me lo acaba de decir. Ojo, en el momento más importante de tu vida es cuando llama a la puerta el demonio.

Quiero pedir disculpas a la Academia y los demás nominados. Es un momento precioso y mis lágrimas no son por haber ganado el Oscar, sino por ser capaz de dar luz por todas esas personas que han hecho esto posible. La vida imita al arte, parezco el padre loco.

El amor te hace hacer cosas locas. Gracias por este momento. Espero que la Academia me vuelva a invitar”.

Como se suele decir, la procesión se lleva por dentro ( yo diría que la profesión por fuera) y no en vano Will Smith se dejó ver muy extrovertido en la posterior celebración en compañía de familia y amigos, como si nada hubiera pasado.

Al día siguiente y ya con los ánimos más calmados y «en frío» el actor se sirvió del altavoz favorito de las personalidades, las redes sociales, para ya disculparse ante su agredido.

«La violencia, en cualquiera de sus formas, es venenosa y destructiva. Mi comportamiento anoche fue inaceptable e indefendible… Me gustaría disculparme públicamente contigo, Chris. Estuve fuera de lugar y me equivoqué”.

La Academia de Hollywood ha decidido estudiar el incidente y a día de hoy, no se descarta algún tipo de medida, incluso la retirada del Premio, algo que nos parecería injusto, a todas luces.

A quien esto escribe siempre le ha resultado simpático este actor, cuyo talento esta fuera de toda duda, lo que no quita que haya de censurarse su violencia, impropia de una persona que marca tendencia y que cuenta entre sus seguidores con millones de niños.

Y es que bien podía haber manifestado su cabreo de una forma más sutil y menos agresiva, como por ejemplo, levantándose y marchándose de la sala, en compañía de su señora; de esta forma hubiera dejado en evidencia al chistoso, que probablemente hubiera recibido sonoras desaprobaciones en vez de risas y aplausos.

En cuanto a éste último, dicen que el humor agudiza el ingenio, pero ciertamente algunos se pasan de la raya, máxime cuando hieren a otros, como es el caso de Chris Rock.

Desde los medios se apunta a que la historia ya venía de atrás y los actores se tenían ganas e incluso se especula con que existía algo más que amistad en la relación que antaño unía a la esposa de Will Smith y Chris Rock.
Es evidente que si es solo de amistad, y era consciente de su afección, reírse de ella deja en muy mal sitio a Rock por el concepto que tiene de la amistad.

Pero no nos engañemos, el uso del humor incisivo e hiriente no es exclusivo de este cómico, toda vez que en varias ocasiones muchas de las intervenciones de presentadores de galas de premios tan significativos como los Òscar o los ya defenestrados Globos de Oro, han venido acompañadas de momentos similares e incluso peores; Rick Gervais y Seth Mac Farlane son muy buen ejemplo de ello.

Así, no son pocas las veces en las que, entre el jolgorio general, se ha apuntado en la línea de flotación de otras personas, que no dejan de ser compañeros de profesión, y que por circunstancias de la vida, atraviesan momentos difíciles que afectan a su salud mental y física.

Como era de esperar, entre la plebe mediática y las “juiciosas” redes sociales a las que tanto gusta dictar sentencia, ya se deja sentir cierta dicotomía, en la que algunos arriman el ascua a su sardina de obsesivo ideario o adoctrinamiento, cueste lo que cueste.

Así, si bien muchos han calificado la agresión como una conducta machista de alguien que se arroga el papel de defensor de la imagen de su vulnerable esposa, que bien podría haberse defendido por si misma, a otros les ha parecido un exceso, en buena parte justificado por un vil comentario que ironiza sobre una enfermedad.

En suma se trata de sacar punta de todo y añadirle la coletilla condicional para abundar en la polémica ante posibles alternativas, cuando nos encontramos a una situación de violencia que se da diariamente en todo el mundo y que ha cobrado importancia porque el agresor es una celebridad y su lamentable pérdida de papeles ha sido vista por cientos de millones de personas.

¿y si hubiera sido Will Smith blanco…y si hubiera sido ella quien hubiera agredido a Rock…y si….?
Como se suele decir, si tuviera ruedas sería una bicicleta….. expresión que fue versionada por el entrenador italiano del Valencia, Claudio Ranieri de forma más gráfica, cansado de las preguntas de la prensa sobre las distintas hipótesis : “si mi abuela tuviera cojones sería mi abuelo».

Sea como fuere, desde lo acontecido no se habla de otra cosa en los informativos y durante algún tiempo difícilmente se dejará de hablar de tamaño suceso en el mundo del cine.

Con una devaluada ceremonia de los Oscars, aún resentida por el bochorno de la entrega del premio a la mejor película por parte de Warren Beatty y Faye Dunaway, a este circo de Hollywood le ha crecido un enano, aunque mida cerca de uno noventa.
Con una tendencia marcada por la imposición de lo políticamente correcto en cuanto a la cuota mínima inclusiva entre los nominados y con votaciones de los académicos que cada año dejan más perplejos a propios y extraños, las bajas cuotas de audiencia televisiva habían obligado a un recorte de su soporífera gala, sacrificando el espacio de la entrega de otros galardones, que, en el caso del Oscar a la mejor banda sonora, parece del todo inaudito e injusto.

Y ahora, lo nunca visto en las noventa y tres ediciones anteriores: una agresión en directo por parte de una de sus mayores celebridades, que ha perdido algo más que los nervios reaccionando con violencia física, la que más nos acerca a las cavernas y a Will Smith en concreto, al concepto de lo que fue su padre para él y su madre.

Porque amén de no poder disfrutar como se merece el que con toda probabilidad es el momento más feliz de su carrera, mucho nos tememos que la cultura de la cancelación ha sumado otro insigne nombre a su larga e infame lista.
Como dice el bueno de Denzel, hay que cuidarse del demonio, que viene cuando menos te lo esperas.

Mientras tanto, Chris Rock, hace bueno su apellido, porque dura como una roca tiene la jeta, en el doble sentido de la palabra.

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