Que me perdonen los reguetoneros, pero aparte de que la música me parece un espanto, ciertamente no acabo de entender lo que farfullan en sus canciones.
Dado que este estilo no me interesa lo más mínimo, tampoco me he acercado a sus videoclips pero, según parece, contienen tintes machistas que parecen chirriar en esta nueva época que nos ha tocado vivir, donde todo se analiza y critica al detalle.
Pero hay algo que diferencia sobremanera a la gente joven de hoy en día, de los que formamos parte de la generación inmediatamente posterior al franquismo y que ahora rondamos o superamos el medio siglo de vida.
Y es que, ya como adolescentes, al margen de lo que importábamos de fuera, vivimos aquellos años ochenta de pleno auge de la que fue considerada edad de oro del pop español. Nada que ver con lo que hay ahora.
Amén de los nada económicos vinilos y casetes que pudiéramos comprarnos y de que ocasionalmente tuviéramos la suerte de asistir a algún concierto, el cauce habitual con el que contábamos entonces para escuchar música eran la Cadena Ser y sus 40 principales.
Aún nos quedaba un mundo hasta que arribara la música digitalizada, tras la aparición de internet, pero ya nos sentíamos satisfechos, paseando con los novedosos Walkman, rezando, eso sí, para que las pilas no se agotaran, ralentizando sobremanera la voz de nuestro grupo favorito.
Pero la premisa fundamental que condicionaba nuestra cultura musical partía de una novedad, difícilmente trasladable a día de hoy, donde se ha instalado el egocentrismo, la frustración por no alcanzar los objetivos de inmediato y donde los ofendiditos campan por sus anchas en las redes sociales.
En este sentido, nos remitimos a dos publicaciones de nuestro blog, sobre la doble moral de los críticos, no solo de la realidad actual, sino del pasado más reciente de nuestro país.
Nuestra España de finales de los años setenta apenas empezaba a desperezarse, tras un largo letargo de décadas de la dictadura franquista, en la que se dio una total restricción de los derechos individuales, pero fue a comienzos de los años ochenta, cuando nos abrimos definitivamente a la modernidad y a todo cuánto ello suponía a nivel cultural, donde la música tenía su privilegiada parcela.
Pues bien, si analizamos someramente el repertorio de las canciones más conocidas de aquella época, las letras de muchas de ellas no pasarían hoy la criba de lo políticamente correcto.
Y es que estamos convencidos de que hoy serían censuradas, incluso antes de ser publicadas y difundidas, visto que las compañías discográficas difícilmente asumirían el riesgo de encontrarse con el rechazo de gran parte de su audiencia, donde el veredicto de unas redes sociales las fulminarían de inmediato.
Tratando de ser objetivos, ciertamente podemos afirmar que algunas de esas letras eran demasiado “cañeras” y evidentemente cruzaban el límite.
Pero en nuestro descargo y como eximente, puede afirmarse que por entonces no éramos conscientes de que fuera algo indecente escucharlas ni cantarlas, visto que nuestra sociedad no rechazaba su difusión, si bien sospechábamos que eran bastante atrevidas para la época, teniendo en cuenta que hasta hace bien poco España era el último bastión de la moral católica, apostólica y romana.
En este punto, conviene señalar que en estas líneas no nos referiremos a aquellos temas más radicales de los grupos de rock duro o punk más marginales, por decirlo de algún modo.
Tuvieron aquellos escasa aparición en los medios, visto que eran demasiado contestatarios en lo sociopolítico, en cuanto que encontraban en su música, la válvula de escape para soltar todo su odio en contra la sociedad de entonces, incluido el Estado y sus Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que bastante hacían por ver la luz del día siguiente, durante los años de plomo.
En este punto, retomamos otra publicación del blog, que analiza el contexto de una sociedad azotada por el terrorismo de ETA.
Hablamos de exitosos grupos como Barricada, Eskorbuto, Kortatu, La Polla Records o Extremoduro, que no pasaron el filtro de Televisión Española (TVE)
Sin embargo, toda regla tiene su excepción y sí pasaría ese filtro un grupo de chicas, cuya aparición en la pequeña pantalla supuso un antes y un después en España.
Todo aconteció el 23 de abril de 1983, sábado por la mañana, cuando se emitió en horario infantil, Caja de ritmo, programa de TVE presentado por Carlos Tena.
Al tiempo que nuestras abuelas y madres se llevaban las manos a la cabeza, nuestros padres miraban hacia otro lado y nuestros hermanos mayores sonreían malévolamente, cientos de miles de niños vimos actuar a Las vulpess, a cuya cantante le gustaba ser una zorra, prefería masturbarse sola en su cama y joder con ejecutivos que le daban la pasta, para luego llevarla al olvido.
La consecuencia, una fulminante cancelación del programa de TVE y una querella de la Fiscalía General del Estado, por escándalo público.
Con aquello quizás llegamos al extremo de lo tolerable, pero por entonces ya empezábamos a disfrutar de otra música gamberra, como la ofrecida por los asturianos Ilegales o los gallegos Siniestro Total, con canciones del todo ofensivas para unos y otros, puesto que no dejaban títere con cabeza.
Cierto es que el emblemático líder de los Ilegales, Jorge Martínez, fue premonitorio con aquello que nuevos cantantes hacían el ridículo en viejos festivales como Eurovisión, pero quizás hoy no sea tan bien visto que el asturiano mostrase simpatía por los nazis y odio por los hippies, a quienes les aconsejaba usar jabón para quitar el olor y matar los piojos, al tiempo que se jactaba en muchas canciones de ser un borracho o un macarra y hortera que iba a toda hostia por la carretera, de meter mano a las chicas, de llamar puta a su encuentro sexual, con una boca que olía a un escape de gas, pero con la que quería hacer un guateque encima del retrete.
En cuanto a los gallegos, tras abandonar el grupo el peculiar Germán Coppini, cierto es que llegaron a amenazar a su enemigo con bailar sobre su tumba, tras matarlo varias veces, asfixiándolo con una malla de balé, unos zapatos de claqué y un disco afilado de los Rolling Stones (o de los Shadows) pero ya habían rebajado sensiblemente el inicial tono subersivo del inicio de su carrera, cuando nos cantaban (más bien berreaban) que todos los ahorcados mueren empalmados , le pedían al Ayatollah que no les tocara la pirula o mataban jipis en las Cíes.
Cercanos a ellos, podríamos hablar de Loquillo, solo, con Alaska o sus Trogloditas, cuando hablaban de escupir a los urbanos y a su chica meter mano o de querer matar a su novia a punta de navaja, besándola una vez más , para verla bailar entre los muertos.
En cuanto a la eterna Olvido Gara, más conocida por Alaska, tras su Kaka de Luxe y Pegamoides, todos recordamos su gloriosa etapa con Dinarama y el malogrado Carlos Berlanga, cuando nos relataban la venganza a una traición amorosa de una loca de celos que conducía su coche sin luces, que su amado no pudo esquivar, con un golpe certero por el que todo terminaría de repente, si bien no se arrepentía de un delito que volvería a repetir.
De relaciones tóxicas aprendimos mucho con el grupo La Unión, cuya canción, ”Fueron los celos”, fue hace poco censurada por el Ayuntamiento de Torrijos, y que entonces estuvo promocionada por un estupendo videoclip, protagonizado por la bella modelo Judit Mascó.
Rafa Sánchez nos confesaba en su canción que por un momento había perdido el control, tras nublarse su mente, que no era él quien maldecía y que si de algo era culpable era de amar, porque solo pretendía guardar algo de su posesión.
Si bien no todos comprendíamos qué demonios nos quería decir Santiago Auserón en muchas de sus letras de los maravillosos Radio Futura, todos supimos que en las piscinas de su escuela de calor, las chicas desnudaban sus cuerpos al sol, que al final de La Rambla contrataba los servicios amorosos de “La negra flor” y que ya terminando los ochenta le iba a dar una paliza a una niña, por haber metido su nombre dentro de un corazón de tiza en la pared.
Si hablamos de sexo, Los Ronaldos superaron el límite de la legalidad, cuando Coque Malla cantaba que se veía obligado a besar, desnudar, pegar y luego violar hasta que su chica dijera que sí, mientras que la Mode nos repetía incesantemente que con sus impuestos mantenía a una enfermera de noche, aunque luego pagaría sus vicios y sus cosas, a quien parecía su hija incestuosa.
También irreverente, Alberto Comesaña de Semen Up, nos describía sin tapujos una felación, que su chica le estaba “hasssiendo muy bien”, antes de rebajar su fogosidad y formar parte en los noventa del dúo sobre guerra de sexos, Amistades Peligrosas.
Los hombres G, mucho más amables, animaban a su chica a soltarse el pelo y si quería, el sujetador, pero tampoco se escondían a la hora de hacer un alegato magnicida para matar a Castro, nada menos a manos de una niña elegida para liberar al pueblo cubano, para sacarlo del terror, con sus pequeñas manos.
No obstante, el grupo liderado por David Summers fue bastante directo con aquello de que querían tirarse a Donatella o recuperar a su chica, tras eliminar a su rival niño pijo-marica, que presumía de Ford Fiesta Blanco y vestía con jersey amarillo.
Mucho menos originales fueron los madrileños, cuando animaban a la borrachera, abriendo las puertas para visitar su bar, una evidente imitación del éxito “El club del alcohol” de los estupendos malagueños Danza Invisible, grupo que por cierto, sigue teniendo un extraordinario directo, casi cuarenta años después.
Menos festivos y más deprimentes con el alcohol eran Los Secretos, que sucumbían al desamor, bebiendo hasta perder el control, pero tampoco olvidamos lo resacosa que se despertaba Ana Torroja con sus Mecano, sin poder levantarse, tras una noche de juerga, en la que no había parado de reír, pero tampoco de beber y fumar.
Noche canalla y de desenfreno también la había tenido Joaquín Sabina, tras su peculiar pacto entre caballeros,al ser reconocido por unos navajeros, tan propios de una década asolada por la heroína, y con los que se iba de juerga a una barra americana, donde le esperaba “Maruja, la cachonda”, se ponían como motos, con la birra y los canutos y de los que no supo más, hasta que se enteró que a uno de ellos le esperaba mucha policía, cuando acaba de robar en un chalet.
Por la exaltación del sentimiento patrio, ya por entonces se calificó a Los nikis de “fachas” (ahora se les caería el poco pelo que pueden tener) cuando todos brincábamos emocionados, mientras el imperio contraatacaba para recuperar nuestras posesiones y cambiaba el rumbo de la evasión, para ir de Cuba a Canarias, en vez de ir a Florida, los Mc Donalds estaban de vacas flacas, por culpa de una pujante tortilla de patata que estaba de moda, mientras que en Las Vegas solo se jugaba al cinquillo y la moda era en rojo y amarillo.
No obstante, quizás los Nikis hoy tampoco serían muy bien recibidos en la Comunidad Valenciana o por el colectivo feminista, tras dilapidar en otra de sus canciones la imagen veraniega de Benidorm, en cuya playa solo había elefantes en top less.
De lujuria por la obesidad sabía mucho un felliniano Javier Gurruchaba, que nos cantaba que los hombres las preferíamos muy gordas, supergordas y apretás.
Los españolitos de los ochenta también éramos del todo irreverentes con nuestra religión católica, al recitar una letra de Parálisis Permanente que nos sabíamos de memoria.
Así una Alaska, que estaba en todas las salsas, aspiraba al éxtasis de ser santa, tras ser canonizada, azotada , flagelada y luego momificada, con la esperanza de tener el cuerpo incorrupto, para que todos los que la vieran, quedaran muertos del susto.
Aunque el flequillo y bigote hitlerianos del líder de Glutamato YeYé apuntaban maneras de la suma provocación, no podemos negar sus buenas intenciones, cuando nos alertaba sobre la hambruna mundial, cantando que todos los negritos tenían hambre y fío, tema muy demandado, junto con La bola de Cristal y Viaje con nosotros, para los fines de fiesta ochenteros, en los que todos bailábamos, cuando no nos abrazábamos, con una complaciente sonrisa en los labios.
¿Y qué decir de un acosador en toda regla que no dejaba de espiar a su vecina de enfrente, tal y como nos cantaba Un pingüino en el ascensor?
Podríamos continuar, pero sirvan los anteriores ejemplos como los más significativos de aquellas canciones ochenteras que formaron parte de las listas de éxitos y de los que siempre disfrutamos en las discotecas y verbenas.
Salvo excepciones, sus ya veteranos artistas no las incluyen ahora en su repertorio o directamente reniegan de ellas, lo cual evidentemente obedece, no ya a una autoimpuesta redención por la moralidad perversa de sus años juveniles, sino porque de mantenerlas como fueron concebidas, afectarían a su bolsillo.
Pues bien, los que ahora son jóvenes han de entender que la música, como la cultura en sí misma, forma parte de un realidad histórica que evoluciona en función de su sociedad y que siempre conviene contextualizar.
Por ello, se debe huir de justo lo contario, una involución y flaco favor supone un desprecio, basado en la exageración de una crítica retroactiva que pretenda demonizar una música, que a nuestro juicio, en cuanto a originalidad y frescura, está a años luz de la que se vende ahora, al menos en España.
Y no exageraríamos al afirmar que la mayoría de los progenitores de quienes ahora se comportan como tiquismiquis censores del franquismo, en vez de asumir literalmente el contenido de unas atrevidas canciones, entonces se tomaban las cosas con un sentido del humor del que hoy desgraciadamente carecen sus vástagos.
No obstante, ello no supone que no debamos estar atentos ante situaciones a todas luces dañinas para cualquier menor de edad, no ya cuando es adolescente en avanzado proceso de maduración, sino cuando apenas ha alcanzado la pubertad.
Al inicio de esta publicación decíamos que no acertábamos a comprender la letra de las canciones que hoy cantan y bailan muchos de nuestros menores, que desde que cumplen diez años acceden con sus móviles a los vídeos musicales de youtube, donde puede encontrarse de todo.
Pero, necesidad obliga y conviene ahora hacer un mínimo esfuerzo para bucear en internet con unas pinzas en la nariz y comprobar que dentro de los productos musicales que consume nuestra infancia y adolescencia, podemos encontrarnos fácilmente con canciones, donde, amén de un exceso de sexualización y de apología a la violencia o consumo de drogas, prima la misoginia o cosificación de las mujeres.
Por ello, no deja de ser curioso que esa peculiar poesía urbana sí que parece haber pasado el filtro de esta recalcitrante doble moral que nos atenaza, y que todo lo crítica, pero que no pone el grito en el cielo ante temas musicales con letras tan directas y nada hilarantes, como las que siguen:
“una rubia que tiene grande’ las tetas que quiere que yo se lo meta” “Tiene cara de atrevida, pero sin alcohol es tímida”
“Dale, ven, ven, mátame, me dice: dale baby maltrátame”
“Alcohol y playa, bebé, trae la toalla, porque te vas a mojar y no me refiero al mar” “ese traje se ve bien con tus nalgas apreta’ pero e’ hora de quitarlo»
“Te voy a dar hasta que Dios diga” “Tan dura, que hasta Ricky Martin quiere darte”
“Cuando la azoto, suena pam, pam, pam”
“Ahora todo cambió, le toca a ella Mari y una botella, gracias al maltrato se puso bella,”
«Dos cuerpos bajo presión, debajo de la lluvia comiéndono’ a beso’ Con el culo pa’l norte y la cara pa’l sur, adentro de tu cuerpo descargo mi full”
“Mientra’ me baila yo quemando una seta”
En fin, ¿para qué seguir? Quizás algún día nos detengamos en un análisis más exhaustivo sobre la incidencia de esta música de ultramar que está siendo consumida por niños, sin supervisión ni control de sus padres.
Y es que si bien es cierto que los progenitores de hoy, al igual que los nuestros, confían en que no se materialice en hechos, todo lo entra en los oídos y sale por las bocas de sus hijos, la pregunta que cabe hacerse es si no es ya demasiado tarde para revertir una situación que parece preocupante.
Decimos esto, sin ser alarmistas pero sí realistas, porque resulta del todo antinatural que pueda pretenderse que la precocidad de los niños de ahora sea equivalente a la madurez que teníamos antaño siendo adolescentes, de acuerdo con una razonable edad y con un propio desarrollo físico y mental que nos permitía interpretar debidamente lo que percibíamos con nuestros sentidos.
Quizás entonces una provocativa Alaska nos cantara, con su Kaka de Luxe que tenía un público tonto y anormal, pero quien escribe estas líneas, como muchos de su generación, no hemos sido ni una cosa ni la otra, a Dios gracias.
Esperemos que nuestros jóvenes tampoco lo sean. Por su bien y por el de todos.