En un principio, todo apuntaba a que abordaría sus vivencias y legado artístico con una reseña de la película que le dedicó su tocayo Minnelli, El loco del pelo rojo (1956) dado que, amén de su indiscutible calidad cinematográfica, su anecdotario aportaba como curiosidad que el proceso de mimetización de su protagonista Kirk Douglas con el torturado artista, llegó hasta el punto de la obsesión enfermiza del propio actor.
Sin embargo, recientemente tuve oportunidad de conocer que la prensa se había hecho eco de que la letra manuscrita a lápiz de una canción dedicada a Van Gogh iba a ser subastada con un precio de partida de un millón y medio de dólares. Hablamos de Vincent, del norteamericano Don McLean, cantante de folk rock que destacó a comienzos de los años setenta y que ha pasado a la posteridad con el single American Pie, que a su vez da título al segundo álbum en la que está incluida aquella.
Ciertamente, la de la subasta se trata de una cifra al alcance de privilegiados, como también lo son aquellos amantes del arte pictórico de Van Gogh, uno de los cuales tuvo que pagar más de cien millones por el Retrato de Joseph Roulin; casi nada….
Pero volviendo a la letra de McLean, cabe afirmar que se trata de poesía pura, que quizás traducida al castellano pierde algo de la hermosura de la originalidad, pero que en todo caso revela la introspectiva que capta la esencia y sensibilidad artística del eterno pintor neerlandés, ciertamente incomprendido en su época:
Estrellada, estrellada noche
Pinta tu paleta de azul y gris
Escruta un día de verano
Con ojos que conocen la oscuridad de mi alma
Sombras en las colinas
Dibuja árboles los narcisos
Captura la fría brisa del invierno
En los colores sobre el nevado suelo de lino
Ahora entiendo
Lo que trataste de decirme
Y cómo sufriste por tu cordura
Y cómo trataste de liberarlos
No te escucharon, no supieron cómo
Tal vez te escucharán ahora
Estrellada, estrellada noche
Luminosas flores de brillante esplendor
Torbellino de nubes en la niebla violácea
Se refleja en los ojos Vincent de porcelana azul
Los colores cambian de matiz
Campos matutinos de trigo ámbar
Rostros curtidos por el dolor,
Aplacado por la tierna mano del artista.
Ahora entiendo
Lo que trataste de decirme
Y cómo sufriste por tu cordura
Y cómo trataste de liberarlos
No te escucharon, no supieron cómo
Tal vez te escucharían ahora
Pero no podían amarte
Aún así tu amor era sincero
Y cuando no te quedaba esperanza
En esa noche estrellada
Te quitaste la vida, como los amantes suelen hacerlo
Yo podría haberte dicho, Vincent
Que este mundo no se hizo para alguien tan hermoso como tú
Estrellada, estrellada noche
Cuadros colgados en salones vacíos
Retratos sin marco sobre paredes anónimas
Con ojos que miran el mundo y no pueden olvidar
Como los extraños que conociste
El harapiento de andrajosa vestimenta
La espina de plata de una rosa sangrante
Que yace estrellada y rota sobre la nieve virgen
Ahora entiendo
Lo que trataste de decirme
Y cómo sufriste por tu cordura
Y cómo trataste de liberarlos
No te escucharon, no supieron cómo
Quizás nunca lo harán.
Don McLean se inspiró en la biografía de Van Gogh para escribir la canción y si bien en ella repasa su obra más destacada, Vincent pivota sobre La noche estrellada.
Expuesta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, es una de sus más famosas; no en vano, se calcula que de ser subastada, La noche estrellada podría alcanzar la suma de mil millones de dólares.
Pero, además, como casi un centenar de toda su obra, fue pintada durante una de sus estancias en un psiquiátrico.
Y es que como decíamos al inicio, genio y enfermedad mental están indisolublemente ligados para describir la personalidad de Van Gogh.
Pleno de contradicciones y con brotes psicóticos que le generaban epilepsia , se trataba de una persona con la que era imposible convivir y a quien resultaba un reto contradecir, visto ni siquiera él se soportaba a sí mismo.
Y bien que lo intentaron sin éxito sus seres queridos, en especial su hermano pequeño Theo, que pese a ser su mayor benefactor y apoyo moral, nunca pudo con su genio; y no hablamos ahora del artístico.
La idea inicial McLean era mucho más ambiciosa que la bella canción que nos dejado como legado: estrenar un musical dedicado a Van Gogh cuya vida fue llevada de forma tangencial por la película de Minnelli.
Y es que es difícil encontrar otro artista con vivencias tan intensas en tan solo treinta y siete años de vida.
Predicador frustrado por una conciencia que le obligó a desobedecer las directrices impuestas, enamorado enfermizamente de una prima a la que acosaba, amante de la naturaleza y adicto a la absenta y el brandi que ingería con el estómago vacío, el poder de atracción de Van Gogh era tan intenso como el sentimiento de rechazo de quienes tuvieron oportunidad de coincidir con él.
Todos ellos percibieron de primera mano una conducta en la que mezclaba crueldad con cordura, una miscelánea que Van Gogh siempre exorcizaba con otra más colorida, tendente a plasmar todo su genio en el lienzo, la de los óleos.
Ni siquiera el peculiar Gauguin, con quien convivió, pudo dominar a la bestia que llevaba dentro y su gran amistad se vio truncada con una famosa pelea fue zanjada por Van Gogh con la mutilación de su propia oreja.
Este abandono y angustia vital que le llevaban a la autodestrucción derivarían tiempo después en un nuevo intento autolítico, torpe al principio, pero efectivo al final, tras no poco sufrimiento.
«Estoy muy triste y me siento más desgraciado de lo que puedo decir y no sé hasta donde he llegado… No sé qué hacer ni que pensar, pero deseo vehementemente dejar este lugar… Siento tanta melancolía» le llegó a escribir a su hermano Theo.