Será imposible que el pueblo Noruego olvide lo vivido, un día como hoy, 22 de julio, hace diez años, cuando el desalmado Anders Breivik segó para siempre la vida de setenta y siete personas.
Ocho de ellas, en una explosión acaecida en pleno centro de Oslo, una mera distracción para las fuerzas de seguridad respecto de lo que constituía su principal y sangriento objetivo: la isla de Utøya, a cuarenta kilómetros de la capital, donde medio millar de jóvenes (muchos de ellos menores) acampaban con ocasión de diversas reuniones organizadas por las nuevas generaciones del Partido Laborista Noruego.
Allí, el despiadado criminal, tras hacerse pasar por un policía uniformado y congregar a muchos en el edificio principal de la isla para informarles sobre lo sucedido en la capital noruega, a sangre fría y sin piedad, acribillaría a continuación a sesenta y nueve de ellos.
Fueros setenta y dos minutos de horror en el que los gritos, los llantos de desesperación y los lamentos de los heridos se entremezclaron con el seco sonido de los disparos de proyectiles expansivos para generar aún más dolor.
Tras ser asediado por las fuerzas de asalto, el desalmado criminal se entregó sin ofrecer resistencia y fue entonces cuando se tuvo conocimiento del verdadero alcance de la tragedia al presenciarse una dantesca escena, con decenas de cuerpos inertes, amén de decenas de heridos.
Muchos de ellos aún no habían alcanzado la veintena.
Cierto es que esta ejecución en masa destapó todas las vergüenzas del sistema, en cuanto a la desprotección de la ciudadanía por parte de las fuerzas de seguridad en una autocomplaciente Noruega, ahora estupefacta ante lo que constituía un hecho insólito y el más grave desde la Segunda Guerra Mundial.
Las autoridades habían pasado por alto una lista de compradores de productos químicos potencialmente peligrosos para la fabricación de explosivos, en la que se incluía a Breivik, e igualmente entendieron convincentes las razones que éste había esgrimido para la compra de armas semiautomáticas.
Además, el edificio gubernamental que recibió la primera explosión adolecía de tamaña desprotección que hasta se podía aparcar cualquier vehículo en sus aledaños, como así hizo Breivik con su furgoneta cargada de explosivos.
Aún sacudidos por lo sucedido en el centro de Oslo, empezaron a recibirse múltiples llamadas de socorro que provenían de la Isla, que llegaron a colapsar el centro de atención telefónica para emergencias, con tan solo dos líneas habilitadas al efecto.
Si bien de inmediato se decidió que acudiera el equipo élite Delta, no se disponía de un helicóptero, por lo que sus efectivos tuvieron que desplazarse por carreteras secundarias en hora punta, sin que además pudiera coordinarse con la Policía Local de Utøya, visto que, a diferencia de los primeros, que en los operativos se servían para las comunicaciones de dispositivos digitales, los segundos aún continuaban con los analógicos.
Y todo ello contribuyó a nueva fatalidad, puesto que no se acertaba a concretar el número de atacantes, dada la confusión generada por las llamadas y mensajes de los propios jóvenes, que escuchaban disparos que resonaban por toda la isla.
Por ello, se optó por llevar a veintitrés efectivos, cuyo peso en conjunto fue demasiado elevado para la embarcación que debía trasladarlos rumbo a la isla, habilitada tan solo para diez.
En consecuencia, su motor dejó de funcionar y hasta que fue reemplazado por otra barca, se tardó casi un cuarto de hora en llegar,un tiempo precioso para que se salvaran decenas de víctimas.
Poco antes de actuar, Breivik envió un correo electrónico a cerca de mil personas de extrema derecha, adjuntando un delirante manifiesto de mil quinientas páginas “2083 : Una Declaración Europea de Independencia”.
En el mismo se autoproclamaba como nacionalista, fundamentalista cristiano, cazador de marxistas y caballero templario para expresar sin tapujos su odio xenófobo hacia la multicultural Noruega contemporánea y su inquietud ante el avance el Islamismo, una aversión alimentada tras una década, durante la que milimétricamente había pergeñado su horripilante plan.
Pero Breivik, que en sus incendiarias bravatas despotricaba a diestro y siniestro en aras de justificar su horrenda e indiscriminada matanza, también puso el foco en la canción Barn av regnbuen, título que puede traducirse al castellano como Niños del arco iris.
Se trata de una adaptación del tema de My rainbow race, del cantante de folk norteamericano Pete Seeger, que constituyó todo un éxito de Lillebjørn Nilsen en 1973 y que con el tiempo se ha consolidado como canción infantil, muy popular en el país nórdico.
Y manifestaba el criminal que, lejos de constituir unos inocentes versos que rezuman un ecologismo que abogan por la muticulturalidad, tan propio del fenómeno hippie setentero en plena guerra de Vietnam, no es más que la evidencia de la propagación del marxismo, en un intento de lavado de cerebro a todos los niños de su país.
Que juzgue el lector por sí mismo, una vez leída su letra, traducida al castellano:
Un cielo lleno de estrellas
Un cielo azul tan lejano hasta donde alcanzan tus ojos
Una tierra, donde crecen las flores
¿Podrías pedir algo más?
Viviremos todos juntos
Cada hermana, cada hermano
Pequeños niños del arco iris
En un saludable planeta.
Algunos creen en otro uso
Algunos pierden el tiempo hablando
Algunos pretenden poder vivir
Del plástico y la comida sintética
Y algunos se lo roban a los más jóvenes
Que son enviados a luchar
Algunos se lo roban al resto
De los que vengan después de nosotros
Un cielo lleno de estrellas
Un cielo azul tan lejano hasta donde alcanzan tus ojos
Una tierra, donde crecen las flores
¿Podrías pedir algo más?
Viviremos todos juntos
Cada hermana, cada hermano
Pequeños niños del arco iris
En un saludable planeta.
Pero, cuéntaselo a los niños
Y cuéntaselo a cada padre y madre
Esta es nuestra última oportunidad
Nuestra esperanza de compartir la Tierra.
Un cielo lleno de estrellas
Un cielo azul tan lejano hasta donde alcanzan tus ojos
Una tierra, donde crecen las flores
¿Podrías pedir algo más?
Pues bien, con ocasión del inicio de las sesiones del juicio oral contra el asesino, que concluiría con una sentencia condenatoria a veintiún años de prisión, en abril de 2012 cerca de cuarenta mil personas reunidas en el centro de Oslo cantaron la canción, mientras era interpretada en directo por el propio Nilsen.
Todo un coro de voces que clamaban justicia al tiempo que se solidarizaban con todas las víctimas de las atrocidades de semejante despojo humano.
La casualidad quiso que, al igual que aquel fatídico día, la molesta la lluvia hiciera su acto de aparición en pleno verano;demasiadas lágrimas mezcladas con gotas provenientes del cielo noruego.
Mientras tanto, Breivik se presentaba en el Tribunal con el saludo nazi y tras pedir que las vistas fueran públicas, durante el trascurso de las mismas jamás se arrepentiría de los hechos, ni pediría disculpas a los familiares de las víctimas.
Más bien al contrario, sin ocultar su narcisismo psicopático al vanagloriarse de ser “el monstruo más grande desde la Segunda Guerra Mundial”, se mostró apesadumbrado ante sus camaradas ultraderechistas por no haber asesinado a muchas más personas.
Si bien su defensa intentó demostrar que su cliente estaba aquejado de una enfermedad mental que lo hubieran conducido a una institución penitenciaria especializada para su tratamiento, el Tribunal atendió los argumentos del resto de pericias practicadas que diagnosticaban que Breivik era plenamente consciente de sus actos cuando perpetró aquella inhumana aberración.
Paradójicamente, se sirvió de muchas de las tácticas criminales a las que recurren terroristas de un radical credo que dice detestar, el yihadismo, nueva prueba de que los extremos siempre acaban tocándose.
Tras la masacre de Oslo y Utøya, el 22 de julio ha sido instituido como Día Europeo de las Víctimas de los Delitos de Odio.
NOTA COMPLEMENTARIA POSTERIOR.
El 15 de mayo de 2022 los medios volvieron a hacerse eco de Breivik,en cuanto que referencia expresa como ídolo de un joven supremacista blanco de dieciocho años que acabó con la vida de diez personas a quienes disparó a sangre fía mientras compraban en un supermercado de Búfalo,en Estados Unidos,crueles hechos que grabó y difundió por las redes sociales.
Previamente,al igual que el nórdico,había dejado por escrito sus delirios en un matotreto desde el que escupía su odio conspiranoico sobre el Gran Reemplazo y el peligro que los movimientos migratorios representaban para la raza blanca.