Desde que se ha instaurado el fervor de las redes sociales, viene siendo habitual que la Real Academia Española (RAE) se sirva de ellas como vehículo de comunicación para dirigirse a los ciudadanos que plantean sus consultas sobre términos que no aparecen en el diccionario académico, cuya edición en papel debe ser ya el libro impreso menos leído de España. Qué lástima.
Y como no podía ser de otro modo, se generó la enésima polémica en Twitter con la definición de dos palabras cada vez más utilizadas en el país, en especial la primera, en cuanto que representativas de calificativos despectivos para las feministas más extremas y sus detractores más recalcitrantes.
Y así, la RAE se refiere a feminazi como acrónimo de feminista y nazi, que se utiliza con intención despectiva con el sentido de feminista radicalizada, mientras que machirulo es un neologismo creado a partir de macho, machista y chulo.
Sentado lo anterior y como punto de partida, debo aseverar, sin riesgo a equivocarme, que quien me conozca personalmente me puede definir con una persona respetuosa con el género femenino, como no podría ser de otro modo.
No en vano tengo una madre, he tenido alguna pareja y ahora una esposa, suegra y cuñada, una sobrina amén de un montón de amigas y compañeras de profesión.
Y creo que no sería muy osado al decir que ninguna ellas piensan que soy una persona machista.
Cierto es que he nacido en los años setenta y por ello he sido educado conforme a los valores imperantes en la sociedad de entonces, cuando la dictadura de Franco daba sus últimos coletazos.
Eran tiempos en el que se decía que nuestras madres necesitaban la firma de nuestros padres para comprar una lavadora, siendo igualmente sintomáticas aquellas alusiones que puntualmente se podían hacer de que un concreto varón “era un auténtico padrazo”. A la mujer siempre se le presuponía su valía para cuidar de su prole.
Pero pese a la coyuntura social que imperaba en mi niñez he tenido la enorme suerte de contar con unos progenitores que me transmitieron unos valores basados en el respeto al otro, para no calificarlo por lo que es o por lo que tiene, y mucho menos a despreciarlo, denigrarlo o considerarlo inferior a mí, por su raza, o sexo.
Pese a ello, no he podido desterrar de mi subconsciente muchos de los pormenores sociales y culturales de los que nos nutrimos los españoles en aquella época y que ahora se denominan micromachismos. Menudo término.
Voy a servirme de un ejemplo algo naif, pero del todo gráfico, para explicarlo.
Muchos de los adultos de ahora recordamos a Los payasos de la tele, y entre su gran repertorio, la canción Los días de la semana.
Tiempo después, todos nos veríamos desbordados ante las nuevas circunstancias sociales que nos han tocado vivir y que, en este supuesto concreto, descalificaban unos versos que en nuestra tierna infancia nos habían cantado nuestras madres o abuelas y sin que como mujeres se hubieran sentido ofendidas por el contenido de una letra, a todas luces machista.
Detengámonos unos instantes para ver la diferencia entre la letra original y la versión que tuvo que retocar el padre de Emilio Aragón, al publicar en 1999 su disco “ A mis niños de treinta años”
La letra original:
Lunes antes de almorzar, una niña fue a jugar
Pero no pudo jugar porque tenía que lavar.
Así lavaba así, así, así lavaba así, así, así lavaba así, así
Así lavaba que yo la vi.
Martes antes de almorzar, una niña fue a jugar
pero no pudo jugar porque tenía que planchar
Así planchaba así, así así planchaba así, así, así planchaba así, así
Así planchaba que yo la vi.
Miércoles antes de almorzar una niña fue a jugar
Pero no pudo jugar porque tenía que coser
Así cosía así, así , así cosía así, así, así cosía así, así
Así cosía que yo la vi.
Jueves antes de almorzar una niña fue a jugar
Pero no pudo jugar porque tenía que barrer
Así barría así, así, así barría así, así, así barría así, así
Así barría que yo la vi.
Viernes antes de almorzar una niña fue a jugar
Pero no pudo jugar porque tenía que cocinar.
Así cocinaba así, así así cocinaba así, así así cocinaba así, así
Así cocinaba que yo la vi.
Sábado antes de almorzar, una niña fue a jugar
Pero no pudo jugar, porque tenía que bordar.
Así bordaba así, así así bordaba así, así así bordaba así, así
Así bordaba que yo la vi
Domingo antes de almorzar una niña fue a jugar pero no pudo jugar
Porque tenía que tejer.
Así tejía así, así, así tejía así, así así tejía así, así
Así tejía que yo la vi
Ahora, la letra de 1999:
Lunes antes de almorzar un marido fue a correr
Pero no pudo correr porque tenía que planchar
Así planchaba, así así, así planchaba, así así,así planchaba, así así,
Así planchaba que yo lo vi.
Martes antes de almorzar él quería ir al billar
Pero le salió muy mal porque tenía que cocer
Así cocía, así así, así cocía, así así,así cocía, así así,
Así cocía que yo lo vi.
Miércoles antes de almorzar la partida iba a echar
Pero no la pudo echar porque tenía que barrer
Así barría, así así, así barría así así,así barría así así,
Así barría que yo lo vi.
Jueves antes de almorzar un vinito fue a tomar
Y no lo pudo tomar porque tenía que cocinar
Así cocinaba, así así, así cocinaba así así,así cocinaba así así,
Así cocinaba que yo lo vi.
Viernes antes de almorzar un ratito se iba a echar
Pero no se pudo echar porque tenía que lavar
Así lavaba, así así, así lavaba así así,así lavaba así así,
Así lavaba que yo lo vi.
Sábado antes de almorzar un marido fue a pescar
Pero no pudo pescar porque tenía que tender
Así tendía, así así, así tendía así así,así tendía así así,
Así tendía que yo lo vi.
Domingo antes de almorzar con su equipo fue a jugar
Pero no pudo jugar porque tenía que pasear
Así paseaba, así así, así paseaba,así así,así paseaba, así así,
Así paseaba que yo lo vi.
Evidentemente, la letra original era del todo desacertada para una educación como la que se ha venido impartiendo en las últimas tres décadas, de igualdad de género, pero hemos de mostrar nuestra disconformidad con dicho cambio de Miliki, optando por el fácil recurso de recurrir a estereotipos que definen al macho ibérico como la siesta, la partida, la pesca, el vinito y ello en defensa de una causa feminista, que por cierto, a finales del siglo pasado ni mucho menos tenía la fuerza que ha cobrado en las dos primeras décadas del presente.
Quizás hubiera sido más adecuado manifestar su desaprobación pública con el contenido de esa canción infantil, como por ejemplo haría el cómico Millán Salcedo con su famoso sketch del especial de Nochevieja de 1991 “mi marido me pega”, aún más ofensivo para las mujeres víctimas de la violencia de género y a los que muchos españoles y españolas nos hizo bastante gracia. Quien diga lo contrario, miente.
En todo caso, debo entonar el mea culpa y reconocer que esa canción me debe haber marcado en la infancia, hasta el punto de que si bien intento realizar las labores del hogar que buenamente sé hacer, dentro de mi característica torpeza, no he desterrado de mi conducta determinadas coletillas, por decirlo de algún modo, en cuanto que rémoras de un pasado micromachista.
En suma, ahí queda el consejo para nuestro lector varón: nunca le preguntes a tu esposa, chica, hermana, amiga, suegra si necesita que la ayudes a recoger los platos. Los recoges y punto en boca, aunque sea mal. Te evitarás más de un disgusto y con un poco de suerte te dirá “Quita, quita, que ya lo hago yo” (Por Dios, entiéndase la ironía)
Sea como fuere, y con independencia de esos avances que no son baladí, a la hora de la corresponsabilidad en las labores del hogar, unos y otras estamos condenados a cohabitar y entendernos familiar y socialmente.
Pero por mucho que queramos igualarnos, somos diametralmente diferentes y nuestras actitudes y comportamientos, en la mayoría de los supuestos, discurrirán conforme a nuestra propia naturaleza y sexo, dado que hemos tenido, tenemos y tendremos aficiones e inquietudes diferentes, como nos hemos juntado, juntamos y juntaremos, en términos generales, con más personas de nuestro genero.
Por ello, por poner un ejemplo, aunque resulte plausible, que cada año, algunas jugueterías nos entreguen catálogos para los Reyes Magos y Papa Noel, con niños jugando con muñecas y haciendo casitas, nuestra sociedad no está aún preparada para ello, y honestamente considero que ni siquiera lo pretende a medio plazo.
Cuestión diversa es la igualdad que se ha de pretender y conseguir, como no podría ser de otro modo, en cuanto a derechos y deberes entre mujeres y hombres, siendo el mayor reto, aún no alcanzado, el de acceso a un empleo con una retribución no discriminatoria y digna para todos, sean hombres o mujeres los asalariados, amén de desterrar cualquier atisbo de acoso sexual en el trabajo.
En ese punto, no hay nada que discutir y es encomiable que con fiereza se defiendan posturas que pretendan una igualdad, partiendo de una premisa natural, el embarazo, que hasta hace poco impedía que la mujer se situara en la casilla de salida de la búsqueda del empleo como cualquier hombre.
Hace poco observaba un póster en una comisaría de Policía Nacional, que conmemoraba que se habían cumplido treinta años desde que a finales de los setenta, una mujer española accediera por primera vez a ese cuerpo policial.
Pero al margen de las vetustas reticencias existentes en determinados ámbitos históricamente reservados para los varones, no cabe duda que la maternidad, como regalo divino que permite dar vida, es a su vez el mayor hándicap para que muchas puedan colmar sus aspiraciones con total seguridad o marcarse unos objetivos que puedan cumplir sí o sí a corto o medio plazo.
Tal circunstancia ha supuesto que muchas mujeres, lícitamente demoren en la medida de lo posible asumir un rol a la que estaban abocadas precozmente la mayoría de sus madres y abuelas en tiempos pretéritos, si bien el Estado, con sucesivas reformas laborales ha permitido que sus cónyuges o parejas varones accedan a permisos antes impensables, para contribuir al cuidado de sus hijos.
Y tampoco podemos desechar todo lo que se ha conseguido hasta la fecha, incluso a nivel educativo y de actividades extraescolares.
En este sentido, nuestras niñas y jóvenes tienen la suerte de que en nuestro deporte Rey, el fútbol, siempre masculinizado, se ha dado paso a una progresiva integración de las jugadoras, hasta el punto de que en categorías inferiores se confeccionan equipos y torneos mixtos hasta que la madurez y desarrollo sexual de unos y otras obligue a la diferenciación en aras de la salvaguarda de su intimidad en unos vestuarios.
Pero en todo caso, más que confrontación social hay que buscar el justo equilibrio respetando nuestra diversa condición y genero, sin que evidentemente discriminemos a una persona por su sexo.
No obstante, como decíamos, se mantienen en nuestro fuero interno convicciones, que denotan que no hemos superado nuestro pasado machista.
Por poner un ejemplo, el chico que mantiene muchas relaciones sexuales sin compromiso, es un triunfador y será visto con admiración, a diferencia de ella, que puede ser vista como una casquivana. Ya analizamos esta injusta diferenciación de doble moral, en la reseña de la película Rumores y mentiras.
Pero el que se quieran parecer las unas a los otros en todo, en ocasiones implica masculinizar su conducta en cuanto a lo negativo, perdiendo muchas de las ventajas que supone una feminidad bien entendida, alejada de la expresividad propia de las conductas masculinas más agresivas que se sirven de determinados improperios y palabras mal sonantes, que parecen chirriar en boca de una mujer.
El problema, a nuestro juicio, es cuando se intentan sacar las cosas de quicio.
Pues bien, si se habla de los derechos individuales, del respeto de las decisiones o del libre albedrio como conducta innata de las personas en el contexto de un mercado laboral, el que una chica mayor de edad y responsable de sus actos y decisiones decida salir muy bella en un anuncio enseñando el ombligo con un piercing o mostrando un generoso escote, tal acto constituye el resultado de lo decidido por su propia voluntad y a cambio de una remuneración , sin que nadie la obligue a ello.
Y si una chica decide trabajar detrás de una barra de un establecimiento de hostelería en el que su dueño (o dueña ¿ por qué no?) entiende que va a conseguir más clientela masculina si la camarera está de buen ver, lo hace desde su propia convicción como mujer moderna que sabe lo que hace y porque lo hace.
Partiendo de ambas situaciones que apuntamos a modo de ejemplo, perniciosa será la manipulación de cara a la opinión pública para que otra persona que ni siquiera le ha preguntado a la modelo o camarera, se convierta en adalid del feminismo para defender sus derechos y tachar tal publicidad o contratación de sexista y denigrante.
Cuestión diversa es si lo analizamos desde el prisma del derecho y en este sentido considero que el colectivo feminista ha hecho un esfuerzo encomiable para lograr su propósito de que exista una equiparación de derechos y deberes entre mujeres y hombres, si bien desde estas líneas hemos demostrar nuestra crítica con el resultado cosechado en la lucha contra la violencia de género. Nos resistimos a llamarla violencia machista.
Pero antes de dar nuestra personal opinión, hemos de referirnos a una tercera persona que ha significado mucho en la política de izquierdas de este país, Alfonso Guerra, reputado miembro del Partido Socialista Obrero Español, cuando en noviembre del pasado año fue muy concluyente en una entrevista, al sorprender a la opinión pública con estas manifestaciones:
“al Congreso llegó una vez una ley, la modificación de una ley por la cual, actos penales si estaban ejecutados por hombre o mujer tenían sanciones diferentes ¡Pero esto está en contra del artículo 14 de la Constitución!
¡Es que hay más casos, hay mucho más!
Bien, ya se que hay más casos, pero eso no cambia la tipología del delito, No puede ser
Se aprobó.
Entonces alguien lo presentó al Tribunal Constitucional.
Yo hablé con el Presidente del Tribunal, una persona conocida.
Lo declararé inconstitucional.Hombre, esto es inconstitucional, absolutamente, claro.
Me quedé tranquilo.
Salió la sentencia. Es constitucional.
No sabes la presión que teníamos. ¿Como podíamos soportar esa presión?
No puede ser así. No puede ser. A mi me parece absolutamente injusta esa sentencia. Hay que acatarla porque la democracia es así.
Y lo diré aquí y donde haga falta”
Más alto y más claro no puede ser Alfonso Guerra. Y compartimos la reflexión en su integridad.
Eso nos lleva al interrogante de quién le pone el cascabel al gato para cambiar el sentido de la norma, en esencia inconstitucional.
Por ello es muy importante que esto lo sepa el ciudadano lego que aún no ha tenido la desazón de vivir la situación de aquellas abuelas, madres, hermanas, hijas, cuñadas, suegras, primas, sobrinas, amigas que se encuentran con que de la noche a la mañana su familiar o amigo ha sido detenido y es calificado como un machista, por haber proferido una supuesta amenaza o injuria, durante el transcurso de una discusión en la que han existido palabras inadecuadas por parte de ambos, o sin ni siquiera contar con un indicio, más allá de la mera declaración de su futura ex, que como bien sabemos puede constituir la única prueba de cargo según reiterada jurisprudencia del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional.
Pero es que además, amén de inconstitucional, la normativa parte de un regulación penal que a la postre ha resultado estéril, dado que no ha conseguido su propósito de frenar el número de agresiones machistas, y mucho menos el número de fallecidas por la violencia de genero.
Mucho nos tememos que ha aumentado pero no entraremos en una guerra de cifras porque las estadísticas hay que cogerlas con pinzas, si tenemos en cuenta que mucho antes del sustancial cambio normativo de 2004 tan solo se tenían computaban los fallecimientos acaecidos en el seno de un matrimonio, sin tener en cuenta que nuestra sociedad ya avanzaba a pasos agigantados hacia la normalización de las uniones extramatrimoniales.
Pero para entender que nuestra sociedad dista mucho de erradicar la violencia de género baste con apuntar el sentido contraproducente que en muchas ocasiones ha supuesto la novedosa orden de protección, que como sabemos tiene una vertiente penal pero también civil.
Y es que mientras que lo que se refiere a la restricción de comunicación y aproximación, esa posibilidad ya tenía encaje en las medidas cautelares penales existentes en nuestra ley procesal penal,en el momento que se legisló la potestad de adoptar medidas civiles en el seno de un procedimiento penal se ha abierto la caja de Pandora, por mucho que luego se acomode al trámite de un procedimiento civil.
Decimos esto, porque siendo dos ordenes totalmente diversos, el penal y civil, como tales han de tramitarse separadamente, sin que un Juez instructor deba pronunciarse sobre aspectos que atañen a la guarda y custodia de un menor, a la atribución de la vivienda o a la fijación de una pensión de alimentos.
Y no es la primera vez, ni será la última que un hombre, que a la postre puede ser absuelto, o incluso anticipadamente exonerado de responsabilidad a medio de un archivo de la causa penal en fase de diligencias previas, deba permanecer una noche en calabozos (el protocolo policial manda) y de la noche a la mañana se encuentre con que no solo debe abandonar su domicilio para buscarse un alojamiento donde buenamente pueda, sino que no pueda acercarse a sus hijos y además tenga que pagar una cantidad, en concepto de pensión.
Y todo ello, sin perjuicio del evidente descrédito personal que le supone haber sido detenido y llevado a una comisaría de Policía o comandancia de la Guardia civil, por agentes que ponen cara de circunstancias ante lo que parece una denuncia sin demasiado recorrido, amén de las explicaciones que ha de dar a su empleador por el día o días de trabajo perdidos en las interminables esperas en los Juzgados.
¡Normal que al día siguiente salga como un mihura!- apuntó en una ocasión un Magistrado a una charla a la que tuve ocasión de asistir.Me ahorraré de decir su nombre, como es lógico, pero no es el polémico Francisco Serrano, a quien por cierto también tuve ocasión de escuchar en otra ponencia.
Si hablamos de asistencia letrada, mi experiencia de más de veinte años en el mundo de la abogacía me ha servido para ver la controversia desde ambos lados, en los que no todo es ni negro, ni blanco, porque hay una amplia gama de grises, gravitando un principio al que siempre hay que atender: la presunción de inocencia.
No podemos descartar que la maldad existe en muchos hombres indeseables, villanos y malnacidos, algunos de ellos (los más peligrosos) verdaderos psicópatas con buena imagen social y otros tan zafios que su aspecto y verborrea ya los delata.
Son penosos estigmas de nuestra sociedad que cosifican a sus parejas y al ser descubiertos evidencian su misoginia al sentirse incómodos en un mundo como el judicial, en el que la mayoría de magistrados, fiscales y funcionarios son del sexo femenino.
Da asco compartir estancia con ellos, pero no queda más remedio, porque es nuestro trabajo.
Pero conviene no demonizar a priori, siendo razonable que se revisen todas las circunstancias concurrentes en casa supuesto, dado que, siendo manido recordarlo, es muy cierto aquello de que nunca se puede generalizar ya que ello acarrea injusticias.
Y ciertamente se estaría castigando a la causa feminista bien entendida, y a la verdadera mujer que ha sido víctima de malos tratos físicos y/o psicológicos cuando muchas de su sexo se aprovechan de la legislación actual, con aviesas intenciones, incluso alentados por compañeros de profesión que se sirven de modo perverso de las denuncias y de peticiones de órdenes de protección, para obtener resultados inmediatos.
Y digo esto porque como abogado penalista, en defensa de los supuestos (que no presuntos) maltratadores, me ha tocado llevar causas de muchos hombres que han dejado cicatrices de por vida a sus parejas y no solo las psicológicas, pero también a muchos otros que han sido absueltos, tras demostrarse que no se habían cometido los hechos objeto de acusación.
Y también como abogado de la acusación particular me ha correspondido representar a víctimas aquejadas del síndrome de la mujer maltratada, que se sienten culpables de la situación cuando su pareja es un auténtico canalla y desalmado, pero también a otras que no solo siguen cobrando prestaciones de las administraciones tras archivarse la causa penal por no haberse demostrado indicios de la comisión delictiva, sino que han pretendido inicialmente enmerdar la causa civil en su lucha para evitar una custodia compartida de sus hijos, en cuanto que tendencia de los tribunales en los últimos tiempos..
E igualmente, bien sea como defensa o acusación, nos hemos encontrado con muchas situaciones en las que una denuncia es retirada y no siempre por miedo ni presiones.
O también en las que una prohibición de comunicación y aproximación es incumplida por ambos, con el riesgo que ello supone, no ya para ella, que nunca podrá ser enjuiciada por inducción al delito y difícilmente por denuncia falsa, sino para él, por la comisión de un delito de quebrantamiento.
Pero es que además no hay que ser abogado varón para postularnos sobre esta singular diferenciación entre lo que es justo o lo que no, lo que es moralmente aceptable o detestable.
Y así, me reconforta saber que la gran mayoría de mis compañeras de profesión apoyan estas impresiones, sustentadas en su propia experiencia profesional, equiparable a la mía.
Sin embargo, me apena comprobar lo complicado que resulta debatir de estos asuntos con otras letradas, sin duda condicionadas/mediatizas por sus puestos en plataformas/asociaciones/colectivos de la defensa de la causa feminista.
Y cabe cuestionarse si tal radicalización en los planteamientos feministas en lo jurídico, obedece a una convicción pura y en la sincera creencia de que no se defienden posturas fanáticas y sí razonables o por el contrario son el tributo que se tiene que pagar por impedir que se cierre el grifo de las ayudas públicas, perdiendo sentido la pervivencia de la propia plataforma/asociación/colectivo.
Por tanto, la violencia de género existe, sería de necios negarlo pero maltratadores, afortunadamente son una escasa parte de la población masculina.
Antes hablábamos de que hombres y mujeres éramos diferentes, y debemos recalcarlo nuevamente, porque lo somos, tanto para lo bueno, como para lo malo.
Y dentro de lo malo, se encuentran actitudes consustanciales desde la antigüedad con la naturaleza de muchos varones: la delincuencia, como fruto de su agresividad y la violencia, motivada en muchas ocasiones por la adicción al alcohol y drogas.
Decimos esto porque si bien no podemos hablar de fiabilidad de las estadísticas recientes para establecer un parangón histórico en lo que se refiere a los episodios más graves de violencia de género, sí que podemos recurrir al archivo histórico para verificar sin resquicio de duda alguna que la población penitenciaria masculina siempre ha multiplicado con creces a la femenina, en todos los delitos en general y en los delitos contra la integridad física y moral de las personas, en particular.
Y es aquí donde los hombres siempre ganarán por goleada a las mujeres. Penosa victoria la suya.
Por tanto, si los hombres delinquen más, ya sea porque se ven obligados a emplear la violencia por exceso de testosterona , consumo de alcohol o drogas o por un déficit de sensibilidad o empatía con el prójimo, tal situación sea mantendrá siempre, siendo muchas de sus víctimas, mujeres.
Hace poco nos desayunábamos con dos noticias sumamente reveladoras de los derroteros a los que se está llegando en búsqueda de un enfervorizada confrontación de unos y otros, dividiendo a la opinión pública
Aunque intentando ser objetivos con el tenor de las mismas, honestamente creo que no debe haber una equivalencia numérica en los que opinen a favor o en contra, sin que para posicionarnos tengamos ahora que arrogamos posturas tan encendidas como las de VOX.
La primera incide en lo que hemos venido comentando en las líneas precedentes; la forzada sensación que se quiere transmitir a la sociedad de que una mayoría de los hombres somos unos machistas en la práctica, pero también maltratadores en potencia.
Y así desde el controvertido Ministerio de Igualdad se ha hecho pública una macroencuesta en virtud de la que casi un sesenta por cierto de las mujeres de nuestro país han sufrido algún tipo de violencia en 2019. ¡Ojo al dato! como diría el mítico José María García.
Pero lo singular de la estadística es que se computan como violencia hacia la mujer actitudes tales como las bromas, las insinuaciones o incluso las miradas. ¿En serio?
Pero tanto o incluso más esperpéntica parece la segunda noticia, conocida pocos días después y preocupa saber cual es su emisora.
Y es que ,con todos los respetos que nos ha de merecer la Fiscalía General del Estado, nos parece un despropósito llegar al extremo de calificar de machistas algunas señales de Trafico como la tan conocida de un niño que lleva al colegio a una niña cogida de la mano de la mano “por situar a la mujer en una situación de dependencia y subordinación»
Seamos serios y dejemos de frivolizar con estas cuestiones, porque flaco favor se está haciendo a las verdaderas víctimas del machismo y de la violencia de género.
Ellas son las que verdaderamente han de merecer nuestra consideración y respeto y todo el apoyo y atención especializada del mundo.