ES LA HORA DEL DESEMPACHO DIGITAL.

Parece que ya se ha abandonado el clásico concepto vacacional de las antiguas generaciones, que tan solo podían permitirse destinar agosto como mes de asueto para poder disfrutar de un merecido y prolongado descanso.

No obstante, si bien muchos ya lo fraccionan en otros momentos del año, se suele hacer coincidir con los meses estivales, que además resultan coincidentes con las vacaciones escolares para aquellos que tengan prole infantil o adolescente, en aras de disfrutar del clima veraniego,mientras desconectamos de nuestra cotidianidad, recargamos baterías y formateamos el disco duro cerebral.

Los términos informáticos empleados en el párrafo anterior no son fruto de la casualidad, toda vez que intencionadamente pretendemos hacer una asociación con los que constituyen nuestros principales recursos tanto para el trabajo como para el ocio y que poco tienen de humano: los dispositivos digitales.

Resultaría manido volver a insistir en los parabienes del uso de los ordenadores, tablets y smartphones en contraposición con los “paramales”que supone su abuso.

Y es que sería de necios no reconocer que en nuestra rutina diaria nos han facilitado el trabajo, el divertimento y las comunicaciones, máxime en tiempos de pandemia.

No obstante, al respecto de lo último, la madre naturaleza siempre se encarga de recordarnos lo frágiles que somos, aún en pleno Siglo XXI, visto que por ejemplo, tras las graves inundaciones de Alemania y Bélgica, con más de doscientos muertos y enormes pérdidas económicas, precisamente se ha criticado la falta de previsión por una carencia de alternativas a la comunicación digital,con un sistema de alertas que ha fallado estrepitosamente.

Pues bien, aunque en la balanza parecen pesar más los pros que los contras, sí que hemos de ser mucho menos benevolentes, a la par que objetivos, en lo que se refiere al innecesario uso de los mismos, durante nuestro tiempo libre y en especial, durante las vacaciones.

Por poner dos ejemplos muy recientes a la par que recurrentes; recientemente mientras estaba en la playa, pude observar como una pareja estuvo sin hablarse durante más de una hora, mientras ambos estaban sentados en sus respectivas sillas, sin dejar de apartar la vista de sus respectivos teléfonos móviles e idéntica situación se produjo horas más tarde en relación a otra pareja que estaba cenando en una hamburguesería.

No en vano, algunos deberían xerografiarse en las camisetas esta frase: el teléfono móvil te acerca a quien tienes alejado, pero te distancia del que tienes al lado.

En otro orden de cosas, no es nada extraño, más bien lo contrario, que en vez de disfrutarse de un evento que puede resultar inolvidable, visto con los propios ojos, sin embargo muchos prefieran registrarlo en sus teléfonos para enseñárselo a otros, una vez que lo hayan subido a las redes sociales

Lo hemos comprobado hace escasas semanas, durante el trascurso de las emocionantes tandas de penaltis en la Eurocopa, aunque no tenemos oportunidad de verlo ahora,durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, visto que no existen espectadores por culpa de la pandemia.

Cierto es que en muchas ocasiones, gracias a que los ciudadanos registran en vídeo sucesos graves que constituyen delitos, las grabaciones sirven luego para la identificación, detención y más que probable condena de los criminales.

Es el supuesto, por ejemplo, de lo sucedido hace escasas fechas en un vagón del metro de Madrid, donde un ciudadano sufrió una agresión que le ha supuesto la pérdida de visión de un ojo, tras los golpes propinados por un salvaje pasajero a quien recriminó que no llevase mascarilla.

Sin embargo, nuestra falta de confianza en buena parte del género humano, nos invita a considerar que, más que un deseo de colaboración con la justicia y de ayudar al prójimo, es la expresión del morbo que luego se desea compartir, acompañado en ocasiones de un tono burlesco

Es el supuesto de otro vídeo que ha hecho viral en el que un menor y su padre prefieren realizar comentarios jocosos ante la alocada conducción de un automóvil que circula delante de ellos , en vez de alarmarse o avisar a la Guardia Civil , visto el evidente riesgo de accidente que finalmente se produjo.

Llegados a este punto, no pretendemos ser exhaustivos en esta publicación por lo que invitamos al lector a que acceda a otra del pasado año, en el que debatimos ampliamente sobre la banalidad y frivolidad de nuestra sociedad, al respecto del uso de los dispositivos móviles.

Pues bien, es hasta cierto punto comprensible que nuestros menores, al imitarnos, asuman como normales estas conductas, teniendo además en cuenta, que existe ya toda una generación de los denominados nativos digitales, nacidos en la última década, que apenas se han educado en una cultura más tradicional, en papel, por decirlo de algún modo.

Pero sea o no comprensible, es descorazonador ver como nuestros jóvenes, ya desde niños, a cualquier lugar al que se dirijan portan en su mano un costoso dispositivo que para lo último que sirve es para lo que en puridad había sido diseñado en un inicio: hacer y recibir llamadas. Punto.

“Hemos reinventado el teléfono» decía en enero de 2007 el fundador de Apple, Steve Jobs cuando presentaba al mundo su iPhone.

Si uno tuviera en su poder el DeLorean de Marty McFly viajaría atrás en el tiempo y haría una visita a Jobs horas antes de su encuentro ante los medios de comunicación, para decirle tan solo dos cosas:

“Steve, en el futuro déjate de medicinas alternativas para curar la grave enfermedad que vas a padecer y retira la joya digital de tu corona hasta que no encuentres la fórmula para que no pueda afectarnos negativamente en el futuro”

Y es que la pregunta que debemos hacernos es ¿ Realmente necesitamos estos dispositivos móviles para ser más felices? o planteado de otra forma ¿Los necesitábamos antes para ser felices?

Evidentemente, puede parecer una pregunta trampa, porque en lo material, los humanos nos hemos ido adaptando, según hemos ido accediendo a las innovaciones que en teoría nos deben permitir tener una vida más placentera y menos compleja.

Pero ¿El uso de las nuevas tecnologías mejora o empeora nuestra salud mental?

¿Somos mejores o peores, como personas con el uso de los dispositivos digitales y en especial, las redes sociales?

En nuestra modesta opinión, hemos empeorado y muchos vienen alertando en el sentido de que,como ocurrió con la adicción al tabaco o la comida basura,lo peor está por llegar?

Sin ánimo de aburrir al lector, volviendo a incidir en cuestiones como la nomofobia o la adicción a las pantallas, sí que hemos de recurrir al dicho de que tenemos lo que merecemos

Y eso no es otro que una sociedad en la que la inmensa mayoría manda y marca tendencia en cuanto a lo tecnológico para cualquier ámbito de su vida y en la que minoría que no se sube al carro, más que ir contracorriente, parece integrada por bichos raros y antidiluvianos.

Es más, ahora el tamaño sí que importa, puesto que ya no está a la última el que no tenga un teléfono que al menos te ocupe la palma de la mano, cuando antes lo moderno era precisamente lo contrario, cuanto más pequeño más “cool”, guay, o pijo en vez de un ladrillo de móvil.

Y solo ha pasado poco más de una década para tamaño cambio.

No obstante, perdida ya la batalla en lo que se refiere a la cotidianidad, parece más que razonable que durante nuestros momentos de ocio, en especial en vacaciones, en la medida de lo posible procuremos estar alejados durante el mayor tiempo posible del acceso a internet y de las pantallas, ya que difícilmente podremos desconectar, o como nosotros titulamos en este artículo, desempachar.

Cuestión distinta es que muchos quieran y no puedan hacerlo, máxime en estos momentos en los que en muchas empresas se ha instaurado el teletrabajo como norma habitual y algunos empleadores ciertamente abusan, atosigando a los trabajadores con mensajes o correos electrónicos, fuera de su horario laboral.

En su momento podremos centrarnos con un análisis más detallado en el blog, pero baste ahora con apuntar que en estos supuestos existiría una vulneración el denominado derecho a la desconexión digital en el ámbito laboral, que ha tenido encaje legal en el artículo 88 de la Ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre, de Protección de datos personales y garantía de los derechos digitales, vulneración que resulta sancionable por parte de una administración que puede imponer multas económicas al empresario infractor.

Uno que tiene la enorme suerte de ser jefe de sí mismo, puede sentirse más tranquilo al respecto, más allá del «simpático» funcionario que innecesariamente decida notificar resoluciones en el mes de agosto, lo cual el Ministerio de Justicia desaprueba y recuerda cada año, a estas alturas del año.

Pero dejando aparte la desconexión del trabajo, es un deber, más que un derecho, que tratemos de estar menos pendientes de la pantallita de marras, por nuestro bien y por respeto a las personas que así decidan hacerlo y tengamos a nuestro lado.

Y al respecto, pienso repetir la fórmula que tan bien me vino durante las mini vacaciones de Semana Santa, y que aconsejo al lector, salvo excepciones, debidamente justificadas.

Es tan sencillo como una limitación durante un máximo de media hora diaria, tanto para las redes sociales, como para acceder a los correos electrónicos o las aplicaciones de mensajería, amén de la instalación de un sistema que permita responder automáticamente a los whatsapps con un mensaje indicativo de que en ese momento no se está utilizando esta aplicación.

Cierto es que para mis cortas vacaciones de Pascua, conté con la estimable ayuda del libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato, si bien no seguí a rajatabla las recomendaciones de su autor, Jaron Lanier.

El motivo es que, a diferencia de la gran mayoría, cuento con la ventaja de que únicamente me sirvo de las redes sociales para mi actividad profesional, en cuanto a herramientas indispensables para el trabajo, como bien queda demostrado con nuestras continuadas publicaciones desde semanas antes del inicio de la pandemia.

No obstante, una curiosa anécdota reforzó mi creencia en que estaba haciendo las cosas bien, si me comparaba con otros, a la hora de desconectar/desempachar de tanto teléfono móvil.

El caso es que, tras acceder a un spá, mientras me zambullía en la piscina coincidí con una joven pareja.

Al sonar un móvil, él se salió del agua para atender una intrascendente llamada telefónica, al tiempo que proclamaba a los cuatro vientos dónde se encontraba, mientras recibía la lógica reprimenda de su acompañante.

¿Miedo a que alguien forzara su taquilla cerrada con candado para robarle el móvil durante la escasa hora que iba a estar relajándose con las cálidas aguas y vapores en las instalaciones de un club deportivo privado,más que seguras?

Seguro que no.

¿Imperiosa necesidad de estar pendiente de una llamada?

Seguro que tampoco.

Es más, en Semana Santa llegué hasta el punto de hartazgo que decidí salirme de algún grupo de whatsapp en el que apenas participaba, visto que la memoria de mi teléfono se resentía notablemente, tras descargarse decenas de archivos que no me interesaban lo más mínimo y que tenía sin visionar ni eliminar.

En suma, que en muchas ocasiones, cuando se disfruta del tiempo libre o vacacional nada te reporta más que salirte de la rutina digital para disfrutar de la vida real.

Y no hablamos precisamente ya del abusivo uso que se viene haciendo del verbo “reportar”, importado directamente de Iberoamérica, que a su vez lo toman de sus vecinos estadounidenses, sino de obtener, lograr, alcanzar.

En unas semanas, con el inicio del mes de septiembre asistiremos, cual día de la marmota, a la recurrente noticia en los informativos de televisión sobre el estrés post vacacional y las recomendaciones para encarar la nueva temporada, sin agonías.

Pues bien, visto cuanto hemos expuesto, mucho de ese estrés se rebajaría si no nos hubiéramos empachado digitalmente durante las semanas precedentes, continuando la línea general del resto del año.

¿Apostamos algo?

Eso sí, mejor que la apuesta no sea online, porque otro delicado asunto que tendremos que abordar en el blog es el de la ludopatía generada por el juego en internet, que por su trascendencia, merece un capítulo aparte en nuestra web.

En suma, que ahora lo que toca es disfrutar de las vacaciones, a ser posible sin ser unos zombis digitales y un auténtico peñazo.

Quizás así demos un buen ejemplo a nuestros menores, cosa que no hemos hecho el resto del año.

Y de aquellos barros….estos lodos.

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