En un año tan intenso como el 2020, la gota que puede colmar el vaso, en un sentido u otro, será conocer quien de los dos candidatos, Donald Trump o Joe Biden, estará al frente del país líder del mundo, con permiso de China.
No obstante, todas las encuestas apuntan a una más que probable victoria electoral del candidato demócrata en las elecciones que se celebran mañana, martes 3 de noviembre, si bien ya contamos con sobradas experiencias en el pasado sobre inesperados resultados tras el recuento final de votos. Que se lo digan a Hillary Clinton.
De resultar elegido, Biden privaría a Trump de la renovación en un mandato, cuyo último año ha hecho saltar por los aires el positivo resultado conseguido en los tres anteriores en cuanto al crecimiento de empleo, si bien recientemente se ha conocido que los resultados económicos del tercer trimestre no han sido tan malos como lo que se preveía.
Y es que nadie puede ya discutir que el candidato demócrata, calificado por muchos como endeble, cuando no pusilánime rival, ha salido fortalecido por culpa de una pandemia que ha destapado todas las vergüenzas de un rival, exitoso como empresario (con sus luces y sombras) pero populista como político.
Trump ha venido actuando sin una mínima capacidad de autocontrol en sus intervenciones, casi siempre incendiarias en los medios de comunicación y a través de su red social favorita, Twiter desde la que ya despotricaba desde comienzos de la pasada década, descalificando personalmente a quien se cruzaba en su camino o negaba la mayor cualquier información negativa para tacharla ipso facto de fake new.
No cabe duda que el narcisismo y prepotencia de Trump casan poco con unos tiempos como los que vivimos, en los que no solo se demanda un mínimo respeto para los demás, sino una mayor sensibilidad ante el sufrimiento colectivo del pueblo norteamericano, ya seas demócrata o republicano.
Pero es que además, las excentricidades mostradas por el actual inquilino de la Casa Blanca sobre el Covid-19, desautorizando a sus propios expertos, son lo más alejado al sentido común que aconseja un responsable ejercicio de un puesto tan relevante.
Y si lo anterior ya constituía un serio hándicap para Trump, el movimiento Black lives matter, ha supuesto el remache que los demócratas necesitaban para poder apuntalar una opciones de victoria, que a finales de 2019 eran solo una quimera, vista la recuperación económica que se había consolidado durante el mandato de su rival,carente de conflictos bélicos en otras partes del mundo.
No obstante, si hablamos de movimientos populares, hay uno del que se ha venido hablando en los últimos meses y que cobrará especial significado, una vez se conozcan el resultado de las elecciones.
Nos estamos refiriendo a QAnon o movimiento Q, ligado a la ultraderecha y supremacismo blanco y que, en aras de enfrentarse a los detractores de Trump, no solo se han postulado en contra de las protestas del movimiento Black Lives Matter, sino que, en plena pandemia, también han abrazado la causa negacionista del virus y antivacuna, aconsejando la ingesta de un compuesto de clorito de sodio, que no solo resulta inocuo contra el virus, sino peligroso para la salud.
Pero en su afán de captar un mayor número de seguidores, han tocado la fibra sensible de muchos progenitores, al incluir entre sus objetivos la lucha contra la pedofilia y el tráfico sexual de menores.
Y como amalgama de todo ello, el movimiento Q trata de difundir que existe una confabulación, de la que forman parte una élite liderada por Joe Biden y otros políticos demócratas, como la ex candidata Hillary Clinton y el propio ex presidente Barack Obama, amén de celebridades de Hollywood como Oprah Winfrey, Tom Hanks, Richard Gere, George Clooney, Ellen DeGeneres, y figuras relevantes como Bill Gates, el papa Francisco, el Dalái Lama o el empresario y filántropo George Soros, auténtica bestia negra para QAnon.
Todos ellos actuarían con la connivencia de los medios de comunicación, desde un gobierno clandestino que opera dentro del propio Gobierno oficial, el Deep State, a través de un red criminal de pedofilia, canibalismo y satanismo, cuyo objetivo es secuestrar niños, llevarlos a túneles subterráneos de Nueva York y Los Ángeles, abusar de ellos y extraer de su sangre una esencia que alarga la vida.
QAnon surgió en octubre de 2017, cuando apareció una publicación en un foro de discusión en internet en el que un usuario que atendía al nombre de «Q Clearence Patriot” afirmaba ser un alto funcionario de inteligencia con acceso a información clasificada.
Muchos han querido ver en este movimiento una prolongación del Pizzagate, teoría de la conspiración que apuntaba a que la candidata Hillary Clinton era la líder de una red de tráfico sexual de menores que operaba desde el sótano de un restaurante de pizzas de Washington.
Pero su delirante discurso no queda ahí, sin que por parte del Presidente se haya hecho una sola crítica de lo que parecer una aberración y sinsentido.
Y así, si bien desde el inicio el movimiento se había apropiado como lema una enigmática alusión de Trump a una venidera “Tormenta”, desde hace tiempo vienen difundiendo que en sus distintas apariciones públicas les manda códigos y mensajes encriptados, con palabras, expresiones e incluso detalles en la vestimenta que alientan para que continúen con su lucha. Un peligroso sesgo de confirmación, sin duda.
Sin perjuicio de que es través de los medios digitales donde QAnon han extendido con virulencia sus teorías conspiranoicas, sirviéndose de Twitter, Facebook, Instagram, Youtube, TikTok y otras redes sociales, los miembros de Q se han dejado ver públicamente, portando sus distintivos en manifestaciones de Estados Unidos y otras partes del mundo.
Sea como fuere, lo cierto es que ha crecido exponencialmente el número de adeptos, si bien ya conocemos el intencionado uso que en el mundo digital suele hacerse de la red de bots, para la falsa creación de cuentas en las redes sociales.
Algunos quieren restarle importancia, insistiendo en que se trata de una mera alternativa digital, como si de un videojuego se tratara, visto que el contenido de sus postulados se asemeja a los argumentos ficticios de un mundo alternativo en los que los “gamers” se sienten como pez en el agua.
Otros apuestan por que se trata de un grandísimo bulo propagado por un “trol”, probablemente de un país extranjero, que con muy mala baba pretende polarizar la política, enfrentando a unos y otros. China o Rusia tendrían todas las papeletas.
Desde algunos medios de comunicación, incluso se viene apuntando a que se está fraguando un nuevo y peligroso movimiento religioso, con todas las características de una secta, que como bien sabemos, suelen proliferar en un campo abonado como el de la poliédrica idiosincrasia de Estados Unidos, si bien todo apunta a que Q carece tanto de una estructura definida, como de un líder propio.
Pero lo cierto es que desde el propio F.B.I (uno de los grandes males del Deep State, según Q) desde hace tiempo lo califican de terrorismo doméstico, alertando con que sus delirantes publicaciones suponen una permanente y creíble amenaza que persigue intimidar y descalificar a quienes apoyan la causa demócrata, algo intolerable en un estado de derecho.
Cierto es que lo peor de este tipo de movimientos sustentados en el fanatismo, el discurso del odio y la difamación, es que suelen acompañar su incendiaria palabrería con actos violentos, y ya sabemos cómo se las gastan en aquel país con el uso de las armas de fuego.
Y desde su nacimiento, algún “lobo solitario” ha actuado en contra de la confabulación pedófila-satánica, cogiendo el relevo del descerebrado que había irrumpido abriendo fuego con su arma en una pizzería de Whashington, y que sería condenado a cuatro años de prisión.
En este sentido, Anthony Comello cobró especial protagonismo mostrando su mano con la letra Q en la vista del juicio en el que se le procesaba por el asesinato del miembro de la Mafia, Francesco Cali y se ha tenido conocimiento de que al menos dos madres, que tenían retirada la custodia de sus hijos, se los llevaron ilícitamente para evitar que cayeran en las garras de los Clinton y su séquito devora-niños
No obstante, la palma del despropósito se la ha llevado recientemente Eduardo Moreno, un maquinista que ha hecho descarrilar una locomotora para intentar chocar contra un buque hospital fletado por la Marina Estadounidense que estaba arribando al puerto de Los Ángeles para luchar frente al coronavirus. Afortunadamente, no alcanzó su objetivo.
Mucho nos tememos que de perder Trump las elecciones, a más de uno se le va calentar peligrosamente la cabeza y no se limite actuar desde el teclado, para pasar a la acción. Recemos para que no sea así.
En todo caso, uno ya se cuestiona si un ya endiosado Donald Trump ha obtenido algún rédito de estas delirantes teorías conspiranoicas, que tan solo deberían calar en personas de bajo coeficiente intelectual o con una salud mental puesta en tela de juicio.
Decimos esto porque QAnon puede conseguir el efecto contrario, espantar del voto republicano a aquellos dudosos que prefieran acercarse a la causa democrática como una alternativa con los pies en el suelo y no en base a historias para no dormir, propias de la serie La dimensión desconocida.
Esperemos que mañana martes gane el mejor y que el mejor sea positivo no solo para Estados Unidos, sino para el mundo entero, en un momento clave para la Historia.
In God we trust.