A las 00,23 horas del 31 de agosto de 1997 un vehículo de lujo sufría un brutal accidente mientras circulaba a gran velocidad por las calles de Paris. El lugar del siniestro, el emblemático Puente del Alma de la capital francesa.
Casi tres y horas y media después fallecía Diana de Gales, ex nuera de la Reina Isabel de Inglaterra y portada habitual de las revistas del corazón.
Lady Di solo tenía 36 años. Su acompañante y pareja, también fallecido, el multimillonario Dodi Al-Fayed, 42 años.
Si bien el resultado de las investigaciones de lo sucedido apuntaron a una posible ingesta de alcohol y medicamentos por parte del conductor, de inmediato se supo que la excesiva velocidad del coche obedecía a un intento de escapar de varios de los paparazzi que la perseguían para captar instantáneas, sin duda muy cotizadas, de la famosa pareja.
Durante gran parte de este atípico año 2020, coincidiendo con nuestro confinamiento obligado por el Estado de Alarma, no han sido poco los españoles que se han dedicado a fotografiar a celebridades asomadas al balcón para aplaudir a los sanitarios o incluso saliendo a la calle para pasear al perro.
Todo vale en esta sociedad en la que con un teléfono móvil se colman los complejos que se tiene de amateur, como espía, policía, modelo, fotógrafo y ahora también, paparazzi.
En términos coloquiales, se conoce como paparazzi a los profesionales de la fotografía, que trabajan bien por cuenta ajena o bien de forma autónoma, obteniendo imágenes para la denominada prensa rosa o del corazón.
La palabra es un término italiano, plural de Paparazzo, que se hizo popular a raíz de la película La dolce vita, de Federico Fellini.
Y es que así se llamaba un fotógrafo sin escrúpulos que recorría la Vía Veneto de Roma, ávido de obtener imágenes de los famosos.
A diferencia de otros fotógrafos, que trabajan en sesiones ya concertadas con el interesado, los paparazzi buscan la foto indiscreta o “robada”, sin conocimiento de aquel, y mucho menos sin su consentimiento, lo que genera no pocos incidentes, como veremos, llegando incluso a ser calificada en pleno movimiento #me too, como una forma de acoso sexual por determinadas actrices, lo que ciertamente nada tiene que ver, en nuestra modesta opinión.
Cierto es que con el uso de las nuevas tecnologías y en especial las redes sociales, el trabajo de los intrépidos y temerarios fotógrafos ha decrecido por la sencilla razón que dejan poco margen a sus empleadores o compradores de su trabajo fotográfico, siendo recurrente que las celebridades dispongan de una cuenta en Instagram en la que publiquen fotos de su vida íntima, sin tapujos, algunas de ellas ciertamente ridículas.
Cuestión diversa son las instantáneas que captan romances o relaciones de famosos que puedan interesar a los lectores de la prensa rosa, si bien muchos de ellos, más tarde o más temprano se encargaran de oficializar ante los medios lo felices que se encuentran juntos, sin necesidad de esconderse.
E incluso se ha llegado al extremo de simular que las fotos son en apariencia tomadas de modo indiscreto, para darle mayor impacto a la instantánea, cuando lo cierto es que la “clandestina” toma ya había sido apalabrada previamente.
En cualquier caso nos enfrentamos no solo a un debate jurídico, sino también moral, puesto que la gran de la mayoría de las celebridades viven de su fama y de la exposición a los demás, sin que a priori resulte fácil determinar donde se encuentra el límite de su vida pública y privada, máxime cuando son los propios famosos quienes precisamente suelen poner precio su intimidad al mejor postor.
Por ello, en algunas ocasiones, más que sentirse agraviados por una vulneración de su intimidad, su contrariedad reside en que no van a percibir una cuantiosa suma de dinero por unas imágenes obtenidas en contra de su voluntad.
Sea como fuere, no hablamos ahora de un hecho ilícito civil, como puede ser la vulneración del derecho de la intimidad y propia imagen, sino de enfrentamientos con los paparazzi que han dado lugar a situaciones desagradables que han terminado en el Juzgado de Instrucción, tras denuncias por amenazas, injurias, lesiones e incluso acoso.
No obstante, no es fácil que prospere una acusación por acoso, habida cuenta de que el encaje en el novedoso artículo 172 ter del código penal resulta más que cuestionable, salvo que la celebridad sea extremadamente celosa con su intimidad y verdaderamente se haya producido una conducta continuada y hostil.
No fue el caso por ejemplo, de lo sucedido en 2018 por la tonadillera Isabel, que se querelló por el acoso de un paparazzi en un centro comercial, puesto que la Fiscalía de Sevilla interesó el archivo de la causa, al encontrarse en un lugar público y sin que se hubiera producido un hostigamiento insistente y reiterado, tal y como exige el artículo 172 ter.
En futuras publicaciones tendremos oportunidad de referimos al denominado delito de acoso a particulares, que contiene dicho precepto.
Conocido como stalking (malditos anglicismos) el tipo penal establece un castigo de prisión de tres meses a dos años o multa de seis a veinticuatro meses al que acose a una persona llevando a cabo de forma insistente y reiterada, y sin estar legítimamente autorizado la vigilancia, la persecución o búsqueda de su cercanía física y de este modo, altere gravemente el desarrollo de su vida cotidiana, sin perjuicio de las penas que pudieran corresponder a los delitos en que se hubieran concretado los actos de acoso.
Lo habitual es que la celebridad, al sentirse seguida por un paparazzi, se limite a taparse el rostro e intente escapar para no ser fotografiada.
Otros se toman el asedio con sentido del humor, burlándose de ellos con muecas, escondiéndose de modo infantil o incluso portando prendas ridículas, conscientes de la presencia de los paparazzi; es el caso de Dustin Hoffman, Jim Carrey, Benedict Cumberbatch o Jennifer Lawrence, por cierto, una de las más perjudicadas de la difusión de unos selfies en la que aparecía desnuda.
Pero el problema surge cuando, ya en plena libertad de movimiento y circulación, las celebridades se enfrentan y encaran con los paparazzi profesionales, lo cual da lugar a episodios que suelen finalizar con denuncias, como hemos visto.
El cantante David Bustamente por ejemplo, que estuvo a punto de sufrir un accidente de tráfico, tras ser seguido por un fotógrafo, lo que dio lugar a una fuerte discusión y forcejeo, llegando a denunciarse recíprocamente, si bien después no siguieron adelante con las acusaciones.
Mayor controversia acontece cuando las celebridades van acompañadas por sus hijos pequeños, que suelen sufrir episodios de angustia.
Y es que los niños, como menores de edad, han de ser intocables, por mucho que luego se les oculte el rostro digitalmente en las publicaciones.
En este sentido, quizás la zona geográfica que reúne al mayor número de celebridades por metro cuadrado es California, y en especial, Hollywood.
Pues bien, sensibilizados con la protección de los menores y tras no poco debate y muchas iniciativas, entre ellas las de las actrices Halle Berry y Jennifer Garner, sucesivos Gobernadores se han postulado contra los paparazzi, con la aprobación de leyes que establecen penas de prisión y elevadas multas por tomar fotografías y vídeos de un menor sin consentimiento de su progenitores y de forma hostil.
A dicha normativa no se podrá acoger en nuestra querida (y doliente) España la cantante Shakira, que ya en 2015 manifestaba en el diario argentino Clarín que “el mayor acoso viene de los paparazzi,” y que en varias ocasiones ha denunciado a diversos fotógrafos que la persiguen cuando está con sus hijos en la vía pública, amén de asediarla día tras día, haciendo guardia cerca de su domicilio o estar atentos a rebuscar en su basura.
Porque si hablamos de basura, nos viene como anillo al dedo ese calificativo para hablar de ciertos programas de televisión a los que, por razones de higiene mental, no conviene detenerse un segundo.
Quien escribe estas líneas, por desgracia se detuvo este verano más de un segundo delante de la pantalla, para ver uno de ellos.
Y unos instantes fueron más que suficientes para que decidiera cambiar de canal, tras escuchar una entrevista en directo a un conocido paparazzi, que venía a reconocer que entre la basura se encuentran auténticos tesoros de la vida íntima de los famosos, incluidas fotografías que pueden ser aprovechadas.
¿En algún momento sus compañeros de plató se mostraron contrariados ante esa activad carroñera del reportero, que se mostraba orgulloso por tal hazaña?
En absoluto.
Incluso le rieron la gracia cuando señalaba que en ocasiones se podían encontrar “recados” no tan agradables como los pañales sucios de un bebé.
Detestable y nauseabundo. Y no nos referimos precisamente a los pañales de las inocentes criaturas.