EL ESCRACHE COMO ACTIVIDAD ILÍCITA FRENTE AL LEGÍTIMO DERECHO DE MANIFESTACIÓN Y PROTESTA PARA EXPRESARSE LIBREMENTE.
Ya hemos perdido la cuenta del número de días que llevamos durante la vigencia del Estado de Alarma.
Seguimos aún con ciertas restricciones para poder movernos y circular libremente, encontrándose ya los distintos territorios nacionales en diversas fases, dentro de esta peculiar “desescalada gradual, asimétrica y coordinada” hacía la “nueva normalidad”.
Curiosos términos, sin duda.
Si algo ha demostrado la pandemia es que el Covid-19 no solo es letal sino más peligroso de lo que se suponía para la salud pública.
Pero también ha evidenciado que nuestra representación política, lejos aunar esfuerzos en aras de llegar a soluciones pactadas que beneficien a todos, ha radicalizado unas posturas, ya enfrentadas en los últimos años.
El grado de crispación que existe en buena parte de la ciudadanía, que ve como tiene restringidas sus libertades y como se ha gestionado una crisis sanitaria de modo deficiente, ha encontrado su reflejo en las calles, donde se vienen concentrando personas para protestar, no siempre respetando la distancia de seguridad exigida por la autoridad sanitaria. Atrás quedan ya las caceroladas desde balcones y ventanas.
Precisamente esa autoridad sanitaria ha sido la que ha recomendado una decisión contenida en la enésima orden publicada en el BOE durante la pandemia: el uso obligatorio de mascarillas, salvo excepciones justificadas (Recomendamos la lectura de un reciente artículo en nuestro blog sobre la comisión delictiva portando mascarilla)
Pero el político poco podrá exigir al ciudadano al que representa, si no hace gala de cierta contención ante los medios de comunicación, si no es capaz de moderar el tono en las bochornosas sesiones parlamentarias, o si no puede evitar la provocación al adversario en las redes sociales.
Por ello, más allá del signo político que representa, con el que se podrá estar o no de acuerdo, no parecen nada oportunas las recientes manifestaciones del Vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, cuando en declaraciones a la cadena televisiva La Sexta en relación con las ruidosas concentraciones de protesta, existentes en el exterior de la vivienda donde vive con su mujer y sus tres hijos, uno de ellos recién nacido, manifestara, agraviado:
“Hoy es gente de derechas manifestándose en la puerta de mi casa. Mañana será la gente de izquierdas manifestándose en frente del apartamento de Ayuso, de la casa de los Espinosa de los Monteros o de Abascal», refiriéndose a la actual Presidenta de la Comunidad de Madrid del Partido Popular y a los dos diputados de Vox y que “cualquier día la extrema derecha dirá que tú eres un periodista progubernamental y querrán ir a tu casa, o a casa de otros periodistas”, dirigiéndose a su entrevistador.
La mayoría de medios de comunicación ha entendido que se trata de una velada invitación a sus acólitos para imitar esos comportamientos ciudadanos, que ahora son objeto de rechazo por su parte, y que su enfado resulta incongruente, ya que el propio Pablo Iglesias en 2013 había manifestado públicamente que:
“A mí me hace mucha gracia que algunos partidos critiquen los escraches y los abucheos organizados a ciertos políticos. No se me olvida cómo Rosa Díez y María San Gil insultaban a gritos a dirigentes del PNV, o cómo ciertos militantes del PP se hicieron famosos echando a Pepe Bono de una manifestación de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Ya era hora de que la derecha probara un poquito de su propia medicina. Lo que está claro es que los ciudadanos están hasta el gorro de algunos de sus representantes y de los escasos medios de participación democrática de nuestro sistema. Hay que decir que no es aceptable que los términos del debate político los tengan que marcar sólo los que gobiernan y recortan, hacía falta que se viera ya en los medios a la gente pidiendo cuentas a las élites, eso que los politólogos llamamos accountability. Y eso es lo que han conseguido los escraches, en una palabra democratizar los debates políticos, pues al interpelar a las élites directamente, los escraches han desbaratado el reparto de papeles entre el político emisor del discurso y los ciudadanos, receptores pasivos, por eso no me canso de decir que los escraches son, ante todo, el jarabe democrático de los de abajo”
Y si nada afortunadas fueron las manifestaciones del Vicepresidente, la de uno de los señalados, Santiago Abascal, no ayudan a calmar los ánimos, ni mucho menos, al señalar en su cuenta de Twiter, dirigiéndose a Pablo Iglesias:
“La amenaza es tu forma de hacer política. Antes como antisistema y ahora como Vicepresidente, pero has sido tú y solo tú el que se ha dedicado a promover los escraches domiciliarios. Actúas como un matón y como un criminal….”Ya que prefieres ejercer de matón, como has hecho tantos años, en vez de como vicepresidente de todos los españoles, al menos no mandes sicarios. Ven tú”
Ante la elevada tensión que se estaba produciendo en las redes sociales, la Guardia Civil ha reforzado el dispositivo de seguridad desplegado en la urbanización donde reside el Vicepresidente del Gobierno.
La bronca política sigue pues, alimentando odios de uno y otro bando. Hablar de bandos es, desgraciadamente, la cruda realidad.
Y como otra muestra, otro botón. Cuando preparábamos este artículo, escuchábamos por la radio el enésimo encuentro parlamentario para aprobar la enésima prorroga del Estado de Alarma.
Mientras la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, intervenía reprochando a la oposición su postura en relación con los escraches, tuvo que interrumpir su discurso al escuchar voces de un diputado del partido Popular “Te vas a enterar”-le dijo.
“¿Me está amenazando?” fue su respuesta.
Lamentables. Unos y otros.
Y atónita sigue la sociedad española ante el comportamiento irresponsable e infantiloide de sus representantes políticos con el “y tú, más…”.
¿Pero qué es un escrache?
Este vocablo, desconocido para la gran mayoría hasta hace algunos años, significa según la Real Academia de la Lengua (RAE):
“Manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o de la Administración, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir”.
En suma, son concentraciones en apariencia espontáneas, pero mayoritariamente convocadas a través de las redes sociales y se llevan a cabo, golpeando cacerolas, gritando proclamas o sirviéndose de megáfonos y silbatos para generar el mayor ruido posible, y por ende, la mayor molestia para quien recibe la protesta.
Generalmente se producen cuando la persona que es objeto del escrache se dispone a participar en un acto público, que se intenta impedir, generando clima de desasosiego, incomodidad, opresión y perturbación de la tranquilidad que exige su desarrollo, traspasando los límites aceptables de la crítica o desacuerdo que ya se evidencian con la presencia de pancartas.
Afortunadamente, son menos frecuentes los escraches que se producen delante de las viviendas o en las urbanizaciones, habitadas por familiares y vecinos que llegan a sufrir los alborotos, incluso en horas intempestivas.
Habrá que esperar unos cuantos meses para conocer las primeras resoluciones penales que se dicten en relación a los escraches acaecidos durante del Estado de Alarma, más allá de una puntual ilicitud que pueda dar lugar a una sanción administrativa, por vulnerar lo dispuesto en dos Leyes Orgánicas, la 9/1983, 15 de junio, reguladora del derecho de reunión y la 4/2015, de 30 de marzo, de protección de seguridad ciudadana, amén de las restricciones impuestas durante el todavía vigente Estado de Alarma.
En este sentido, podrán ser objeto de denuncia una serie de conductas enjuiciables como delitos de reunión o manifestación ilícita, de desórdenes públicos, de atentado, resistencia grave o desobediencia a la autoridad y de daños, amenazas, coacciones y lesiones en las personas físicas.
Más complejo resultará incardinar un escrache en el novedoso artículo 172 ter del código penal, que tipifica el delito de acoso, conocido por stalking.
En su momento tendremos ocasión de hablar más profusamente de este tipo penal, que exige una alteración grave del desarrollo de la vida cotidiana de una persona, que ha de perdurar en el tiempo, lo que no sucede al producirse un solo escrache o incluso varios, sin una adecuada identificación de aquellos sujetos que vuelven a participan en los mismos.
Pero en todo caso, visto el elenco de resoluciones judiciales sobre la materia, no siempre resulta fácil lograr un pronunciamiento condenatorio, vista la colisión del derecho de reunión y manifestación de los ciudadanos que se concentran para protestar con el derecho a la intimidad, honor y propia imagen de quienes sufren los escraches.
Y es que unos hechos no pueden ser a un mismo tiempo valorados como actos de ejercicio de un derecho fundamental y como conductas constitutivas de un delito, atendido además el principio de mínima intervención en el orden penal.
Ello quiere decir que entre lo protegido y lo punible habrá zonas intermedias que pueden ser reguladas por el derecho público o privado sin necesidad de un intervención penal, que solo debe producirse cuando al realizarse un escrache existan razones fundadas de alteración del orden público, con grave e inminente peligro para las personas y los bienes.
Pese a que las experiencias recientes no invitan al optimismo, esperemos que se rebaje el clima de tensión e impere la cordura, no solo de quienes nos gobiernan, sino de quienes hacen oposición.
De persistir la discordia y desunión, nos veremos abocados a un lentísimo proceso de reconstrucción nacional, que resultara muy duro para la mayoría de los ciudadanos.
A muchos se les llena la boca hablando de los Padres de la Constitución, que ayudaron a la transición democrática de nuestro país, tras cuatro décadas de dictadura.
Que, por favor, los de ahora, aprendan que ellos, porque no les llegan ni a la suela de los zapatos.