Sería de una gran temeridad aventurar el devenir del principal protagonista de uno de los sucesos que más nos ha conmocionado y causado estupor en los últimos tiempos, tanto a todos como ciudadanos, como particularmente a muchísimos padres, a quienes incluso les resulta difícil hablar de ello.
Pero lo que supone un dato objetivo es que, tras la brutalidad confesada por este adolescente ilicitano de quince años, que disparó a sus progenitores y hermano pequeño con una escopeta de caza, son ya cuatro las vidas destrozadas.
En puridad, cuando alcanzan la mayoría de edad, las personas se han de enfrentar a los problemas reales de la vida, muchos de los cuales han de acompañarnos siendo adultos, asumiendo las consecuencias de nuestros actos.
Pero en el caso de este joven, confeso de tamaña atrocidad de quitarle violentamente la vida a sus seres queridos, sin justificación de ningún tipo, será harto compleja su reinserción en la sociedad, visto que se antoja como algo imposible que supere lo acontecido.
Es evidente que lo fácil es ahora hacer diagnósticos precipitados sobre los datos que se nos vienen aportando desde los medios de comunicación, que se nutren a su vez de fuentes policiales y del procedimiento en Fiscalía y Juzgado Menores, cuyo contraste no siempre resulta fácil con la realidad para quienes no están personados en la causa y ni siquiera en tal caso, cuando, como parece, se ha declarado el secreto de las actuaciones.
Sin embargo, en el suceso de Elche existen aspectos que quizás preocupen más que el crimen en sí, por mucho que éste sea de lo más dantesco y propio de una siniestra película, como lo fue en su día el de la catana en el año 2000, que tanto impactó a la opinión pública.
Decimos esto porque las motivaciones que supuestamente impulsaron al joven a cometer tamaña barbaridad, apuntan a situaciones domésticas que diariamente concurren en muchísimos hogares españoles, con adolescentes desafiantes que no toleran la frustración, no aceptan un no por respuesta y mucho menos un castigo.
Y fruto de esa actitud, mientras que fuera del hogar se muestran contestatarios y rebeldes ante la autoridad docente e incluso policial, en casa han dejado de respetar a una autoridad paterna que puede y debe corregir o castigar a su díscola prole dentro de lo razonable y sin recurrir a la violencia.
Pero además, como pernicioso añadido, el origen de la supuesta disputa que dio lugar a la tragedia conecta inexorablemente con lo que parece una clara adicción sin sustancia, como es la del abuso de los videojuegos.
De ambas cuestiones ya tuvimos oportunidad de escribir en el blog, por lo que ahora parece más que necesario retomar la lectura de nuestras dos publicaciones.
Además, la maldita casualidad ha querido que lo sucedido coincidiera en la misma jornada con la publicación de la actualización la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que por primera vez incluye la adicción a los videojuegos en su apartado de desórdenes mentales.
Pero lo que resulta más espeluznante en este macabro suceso es que tras disparar en dos ocasiones a su madre a sangre fría y luego otra a su hermanito de diez años cuando éste trataba de huir, el joven esperó pacientemente a que llegara su padre a casa, corriendo éste igual suerte que su esposa e hijo pequeño, si bien fueron tres los impactos que recibió.
Y además, tras llevar los cadáveres a un cobertizo y limpiar la escena del crimen, en vez de huir, permaneció varios días en casa, haciendo “vida normal” y comunicando con sus amigos como si nada hubiera pasado, eso sí, tratando de camuflar sus crímenes simulando ser sus progenitores para contactar, a través de mensajes del móvil, tanto con familiares como con el trabajo del padre para justificar su ausencia por estar enfermo de Covid.
Y todo ello hasta que su preocupada tía materna acudió a la vivienda y avisó a una Policía que lo detuvo sin resistencia de ningún tipo y que se mostró sorprendida ante la frialdad del joven asesino que parecía relatar los hechos como si una de sus partidas del Fornite se tratase.
Es bien sabido que la conducta psicopática se caracteriza por la ausencia de remordimiento y sentimiento de culpa, la carencia de empatía para ponerse en el lugar del otro, la tendencia a manipular y engañar, a deshumanizar y cosificar a las personas y por lo que, a efectos penales resulta más relevante, la capacidad de distinguir perfectamente entre el bien y el mal, situaciones que también convergen en los sociópatas, mucho más impulsivos.
Sea como fuere y en lo que se refiere a la etiología de tales trastornos, que no son considerados enfermedades mentales que merman la capacidad intelectiva o volitiva, salvo que exista una comorbilidad o confluencia de otros trastornos, aún continua debatiéndose sobre la interacción entre los factores genéticos y los del entorno.
En el triple crimen de Elche es evidente que quedan todavía muchos cabos sueltos para verificar si estamos hablando de una problemática relacionada con la educación o con el cuidado de la salud mental o una miscelánea de ambas cuestiones, como apostamos desde estas líneas.
Lo propio de la juventud es rebelarse y no siempre aceptar las normas, pero ello inexorablemente ha de colisionar con un derecho de corrección bien entendido que trata de encauzar una conducta errática de un menor a la hora de cumplir con sus obligaciones o aceptar las consecuencias de su incumplimiento.
Y entre ellas, se encuentra el que asuma que si una madre ha decidido que no merece disponer de red wifi si no se esfuerza para encauzar un rendimiento académico que venía siendo satisfactorio hasta el abuso de los videojuegos on line, lo hace por su bien, no por gusto.
De lo contrario, se cedería ante los peores efectos de un síndrome del emperador que afecta a tantos adolescentes caracterizados por ser unos tiranos, pero que a las primeras de cambio y ante la mínima dificultad o contrariedad, prueban la existencia de una paradoja: en realidad, no dejan de pertenecer a una generación de cristal o de copos de nieve.
Pero también es obvio que cuanto antes se detecten los síntomas de lo que puede evidenciar una conducta antisocial que pueda derivar en violencia, antes se podrán adoptar medidas preventivas de todo tipo.
En suma, para evitar tragedias que pueden ser irreparables, como este drama de Elche, son precisas la educación, dentro y fuera de casa y el cuidado de la salud mental de nuestra población ya desde la infancia.